Historia de España
Crónica del siglo XXI

El Yo Acuso de Pedro J sobre el 11M

Libertad Digital 2009-06-01

Claro y contundente. Así se expresó Pedro J. Ramírez en la presentación del libro del perito Iglesias y prologado por Casimiro García Abadillo, Titadyn. Hasta 18 acusaciones lanzó el director de El Mundo contra funcionarios policiales y el juez Gómez Bermúdez, entre otros.

Emulando la misiva que Emile Zola publicó en 1898 con el título Yo acuso, Pedro J. Ramírez, de pie, micrófono en mano y visiblemente emocionado, acusó en primera persona a más de una quincena de funcionarios públicos que participaron en la investigación que desembocó en la condena de los autores del atentado del 11-M, y a los que el director de El Mundo dijo que no guardaba "rencor ni odio" pero a los que deseó que fueran juzgados públicamente por negligencia profesional.

Dos de estas acusaciones directas las dirigió al que fuera jefe de los TEDAX, Juan Jesús Sánchez Manzano, y contra el juez Javier Gómez Bermúdez. Y es que las conclusiones del informe del perito Antonio Iglesias, que participó en la pericial de explosivos ordenada por el tribunal del 11-M, son demoledoras:

"En el resto de explosivo encontrado en la furgoneta Kangoo y la muestra patrón entregada por el jefe de los Tedax, Juan Jesús Sánchez Manzano, procedían del mismo cartucho", concluye el informe.

Iglesias también reveló que cuando apareció DNT en una de las muestras, componente que no forma parte de la Goma 2 ECO, el jefe de la pericia –el policía Antonio Vega– exclamó: "Ahora sí que me voy a cagar en la madre que parió a los TEDAX”.

Y eso sin contar las irregularidades que se cometieron al no entregar las escasísimas muestras de explosivo a la Policía Científica e ir a parar directamente al laboratorio de los TEDAX, donde “partículas voladoras” las "contaminaron". Es por todo ello que Pedro J. afirmó:

“Yo acuso al entonces comisario de los Tedax, Juan Jesús Sánchez Manzano, de mantener una línea de conducta supuestamente orientada a la ocultación y manipulación de pruebas con flagrante incumplimiento de sus deberes profesionales al transgredir los protocolos sobre recogida y almacenamiento de restos; al asumir unos análisis que no le habría correspondido analizar; al no poner a disposición de la Policía Científica los fragmentos obtenidos en los focos de los trenes; al predeterminar la investigación con la muestra patrón de la Goma 2 ECO de la que presuntamente salió también el explosivo colocado en la Kangoo y al proporcionar al juez Del Olmo, a la Comisión de investigación parlamentaria y al propio tribunal del 11-M información falsa o gravemente errónea perjudicando una y otra vez la búsqueda de la verdad de lo ocurrido”.

Al juez Gómez Bermúdez, Pedro J. le acusó de “negligencia profesional al incluir en la sentencia graves errores materiales de carácter fáctico en relación al resultado de la pericia de explosivos”.

Y es que la sentencia de la Audiencia Nacional afirma que todo o gran parte del explosivo era Goma 2 ECO de Mina Conchita. Sin embargo, el informe de Iglesias concluye que “en el foco que mejor se pudo analizar, en la estación de El Pozo, es altamente probable que estallara Titadyn”.

De la lectura pública de la sentencia dijo que tanto Bermúdez como Alfonso Guevara y Fernando García Nicolás aportaron "vergüenza sobre vergüenza". Tampoco se libraron de las críticas el juez , Juan del Olmo, bajo cuya instrucción entre otras cosas se desguazaron los trenes, y la fiscal Olga Sánchez, férrea defensora de la versión oficial que llegó a proclamar que estalló: "Goma 2 ECO y vale ya".

También fueron acusados por el director de El Mundo, entre aplausos de los asistentes, el jefe de la pericia, Alfonso Vega; el que fuera jefe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, el general Félix Hernando; el alférez de la UCO, Jaime Trigo; el comisario jefe de la Policía Científica, Carlos Corrales; su sucesor, Miguel Ángel Santano, junto a sus subordinados -Pedro Mélida, José Andradas y Francisco Ramírez- (todos ellos imputados en el juicio del bórico); el entonces subdirector general de la Policía, Pedro Díaz Pintado; el que fuera comisario general de Información, Jesús de la Morena.

"Es muy probable que algunos inocentes hayan sido condenados y no cabe duda de que hay grandes culpables en libertad, pues nadie ha sido juzgado y condenado por suministrar el Titadyn", subrayó Pedro J. Ramírez.

"Yo no sé lo que ocurrió el 11-M y el trabajo de Antonio Iglesias tampoco lo desvela", continuó antes de defender que es "científicamente imposible, químicamente imposible, molecularmente imposible, por mucho que lo afirmen la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo que toda o gran parte de la dinamita que estalló en los trenes procedía de Mina Conchita", ya que aquí no había Titadyn.

En el acto también intervinieron el químico Antonio Iglesias, que defendió su "obra científica", visada por el Colegio de Químicos, y dijo que acataba pero que igualmente criticaba la sentencia del 11-M, y Casimiro García-Abadillo, que prologa el libro, y quien tuvo palabras de agradecimiento para la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal que, según dijo, -"quizás en un acto de indisciplina de partido" saludó a los autores del libro antes de que comenzara la presentación del mismo- y la líder de UPyD, Rosa Díez.

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Yo acuso

2 de Junio de 2009 - 11:41:17 - Luis del Pino

Ayer, Pedro J. Ramírez eligió el acto oficial de lanzamiento del libro Titadyn, de Antonio Iglesias y Casimiro García Abadillo, para cruzar su Rubicón particular en lo que al 11-M se refiere, convirtiendo su discurso de presentación del libro en un durísimo alegato contra 18 funcionarios públicos cuya conducta habría contribuido a que los españoles sigamos sin conocer, cinco años después, quién mató a 192 personas aquel 11 de marzo.

Recomiendo a todos los lectores que escuchen
el discurso de Pedro J., porque nada de lo que yo escriba puede sustituir a lo que, sin duda alguna, es un discurso histórico.

Los que ayer asistimos al acto pudimos advertir, en primer lugar, que Pedro J. era perfectamente consciente de la importancia del paso que estaba a punto de dar. Cada aspecto de la liturgia, de la puesta en escena, había sido convenientemente meditado para dotar al alegato de la adecuada solemnidad.

Habló de pie, en presencia de los máximos responsables de Unión Editorial, leyendo su discurso con una emoción perfectamente perceptible. Y, tomando como modelo el "Yo acuso"  de Emile Zola, fue desgranando uno a uno los nombres de esos 18 funcionarios en quienes personificó el inmenso fracaso de la investigación judicial del 11-M.

Pedro J. Ramírez es un gran conocedor de la Historia de Francia, en general, y del caso Dreyfus en particular. La elección de modelo para su discurso no debe tomarse, por tanto, a humo de pajas.

Con su famosa carta al presidente Felix Faure, Zola no pretendía otra cosa que desbloquear un caso en el que se había condenado a un inocente, Alfred Dreyfus, por pasar secretos militares a Alemania. Su carta era una provocación en toda regla para forzar su propio procesamiento por difamación, con el fin de que su juicio (el de Zola) permitiera revisar aquel otro caso (el de Dreyfus) que los poderes públicos franceses se empeñaban en enterrar de forma definitiva.

Denunciando con ferocidad una verdad judicial manifiestamente falsa, Zola puso en marcha, con su carta, la serie de acontecimientos que culminaría, varios años después, con la restauración pública del honor de aquel oficial de artillería, Dreyfus, al que se había condenado injustamente, por ser judío en una Francia radicalmente antisemita. Pedro J. no dudó ayer en dejar claro ese evidente paralelismo, retando públicamente a los 18 funcionarios públicos de su particular "Yo acuso" a que emprendan acciones judiciales contra él.

Pero los paralelismos del 11-M con el caso Dreyfus van mucho más allá de esa provocadora acusación pública. Y resulta bastante pertinente recordar hoy algunos de los aspectos principales del caso.

El capitán Alfred Dreyfus fue inicialmente acusado basándose en una carta manuscrita encontrada en la papelera del agregado militar de la embajada de Alemania en París. Aquella carta había sido, en realidad, escrita por otro oficial, Ferdinand Walsin Esterhazy, pero se le atribuyó falsamente a Dreyfus. La mentira original quedó demostrada dos años después, pero reconocer esa mentira hubiera desatado tal escándalo (y hubiera obligado a tantas personas a asumir responsabilidades) que no se dudó en falsificar pruebas adicionales para conseguir que Dreyfus no fuera absuelto. Como en el 11-M, se recurrió a la mentira para tapar la mentira, poniendo en marcha una rueda que ya resultaría imposible de parar sin provocar un terremoto político de dimensiones colosales.

Como en el 11-M, el proceso masivo de falsificación fue posible porque había unidades dentro de los servicios de información que actuaban sin ningún tipo de control. En el caso Dreyfus, fue la "Sección de Estadística" de la contrainteligencia francesa, dirigida por el teniente coronel Sandherr, la que se encargó de obstaculizar y pervertir la investigación, para evitar que aquel cabeza de turco llamado Dreyfus fuera exonerado.

Como en el 11-M, el proceso (en realidad, los dos procesos) contra Dreyfus estuvo plagado de irregularidades, recurriéndose a procedimientos prohibidos por la legislación francesa. Como, por ejemplo, suministrar informes acusatorios a los jueces y ocultárselos a la defensa de Dreyfus, justificando esa ocultación en el carácter "secreto" de los manipulados informes.

Como en el 11-M, lo que hubiera debido ser una investigación criminal se convirtió en un asunto de gran calado político, en el que las presiones de los políticos fueron suficientes para doblar la mano a la Justicia, y en el que las represalias contra los que pretendían que la verdad prevaleciera (por ejemplo, el coronel Picquart) no tardaron en materializarse.

Como en el 11-M, ciertos sectores de los medios de comunicación se pusieron sin dudarlo al servicio de la mentira más descarnada, pretendiendo sustituir el debate lógico por los prejuicios, los tópicos y la manipulación, tratando de conseguir la condena de Dreyfus a toda costa.

Aunque también existe alguna diferencia importante entre el caso Dreyfus y el escándalo del 11-M y Pedro J. se encargó ayer de señalarlo. En particular, mientras que en el caso Dreyfus lo sustantivo era la injusta condena de un inocente, ayer el director de El Mundo quiso dejar claro que lo más importante en el caso del 11-M no es eso, sino el hecho de que las condenas posiblemente injustas han servido, en la España de hoy, para algo mucho más grave: que los verdaderos culpables de la muerte de 192 personas estén todavía en libertad.

Ahí radica la verdadera importancia del discurso que ayer pronunció Pedro J.: ante la dejación de funciones de los poderes públicos y de la clase política, el director de El Mundo decidió levantar ayer la bandera de la regeneración democrática. Y exigió que los auténticos culpables paguen por lo que hicieron y que se enfrenten a sus responsabilidades los que han contribuido, con su acción o su inacción, a que esos culpables continúen todavía hoy en libertad.

El público que asistió al acto de ayer obsequió a Pedro J. con una estruendosa ovación. Una ovación que no era sólo un reconocimiento a la valentía demostrada por el director de El Mundo, al emprender un camino similar al que Emile Zola iniciara hace ahora 111 años. Esa ovación era algo más: era el mensaje, claro y contundente, de que el director de El Mundo no va a estar solo en esa cruzada, de que son muchos los españoles dispuestos a denunciar con él que España no puede, no debe convertirse en una democracia secuestrada, tendiendo un manto de olvido y de silencio sobre una masacre todavía no aclarada