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La vocación apostólica del padre
Orlandis
Francisco Canals Vidal
CRISTIANDAD, Barcelona, nº. 921, abril de 2008 y
CRISTIANDAD, Barcelona, nn 825-826, marzo-abril 2000
Publicado en el libro PENSAMIENTOS Y OCURRENCIAS, Ed. Balmes, Barcelona, 2000.
Sería tarea audaz tratar de definir cuáles fueron el fin y el contenido de la rica y en cierto sentido diversa tarea de dirección espiritual, de magisterio teológico y filosófico, y de consejo y orientación para la presencia y actividad de los seglares en la sociedad y en la vida pública, del Padre Orlandis, a no ser porque él mismo lo expresó en algunos artículos publicados en Cristiandad, que se contienen en la presente miscelánea, y de una forma muy especial en un escrito titulado «Pensamientos y ocurrencias». Redactado en 1934, sus ideas remontan al año 1924, pero no fue reproducido en forma ciclostilada hasta diciembre del año 1942:
«Hace cosa de diez años -decía el Padre Orlandis en 1934- me fue viniendo al pensamiento un como esbozo de agrupación, así de hombres como de mujeres; esta agrupación se me antojaba que había de ser aquella legión de almas pequeñas, instrumentos y víctimas del Amor misericordioso de Dios, objeto de los deseos y las esperanzas de Santa Teresita del Niño Jesús».
La fecha de 1924 nos lleva al tiempo inmediatamente anterior al comienzo de las reuniones con el Padre Orlandis de los jóvenes congregantes marianos -agrupados con el nombre de Iuventus- que serían el núcleo fundacional de Schola.
Su reproducción ciclostilada coincide en el tiempo con las conferencias dadas por el Padre Orlandis para orientar a los de Schola Cordis lesu en la fundación de la revista Cristiandad (25 de octubre de 1942 y 7 de febrero de 1943).
Por último, el escrito fue impreso y publicado en Cristiandad, en su número 269, de 1 de junio en 1955, y sería citado en las sucesivas redacciones de los Estatutos de Schola Cordis lesu.
«Pensamientos y
ocurrencias» acompaña, pues, incluso cronológicamente, las
etapas que señalan el nacimiento, la maduración y la
fructificación de los grupos y tareas en que se plasmaría la
ulterior presencia y actuación del carisma apostólico del Padre
Orlandis. El propio Padre lo comunicaba en conversaciones
personales como expresando la síntesis de la vocación y la
tarea apostólica que se sentía llamado a inspirar y alentar en
sus discípulos.
Lo primero que se puede advertir en su lectura es que versa total
y únicamente sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús,
en la que debían poner toda su confianza quienes se incorporasen
a la agrupación que él presentía:
«Estas almas por la luz que del cielo recibirían tendrían una com¬prensión íntima de la devoción genuina al Corazón de Jesús y de los designios que ha tenido Jesús al pedirla. Estas almas arderían en celo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas y, conocedoras de la realidad, profundamente desengañadas de sus propias fuerzas y valer y también de la eficacia de los medios semihumanos y ordinarios que nuestra pobre razón puede excogitar para hacer frente a las circunstancias y dificultades extraordinarias de nuestros tiempos, pondrían para su apostolado toda la confianza en el medio que el mismo Divino Redentor nos ha dado para vencerlas: la práctica y difusión y una sincera devoción al Sagrado Corazón de Jesús, según las normas y caminos que Jesús se ha dignado señalarnos».
«Lo nuestro es la devoción al Corazón de Jesús», decía, e insistía en advertir que el demonio «pasa por todo», con tal de que no nos entreguemos al servicio del Corazón de Jesús.
Los pensamientos y «ocurrencias» -expresión sutil y velada de algo no obtenido «por la raciocinación propia», sino «dado inmediatamente por Dios nuestro Señor»- son un llamamiento a la com¬prensión de lo que es, en el designio divino, una devoción sincera al Corazón de Jesús. Con este fin el Padre Orlandis alude a tres etapas por las que se ha desarrollado providencialmente esta devoción.
La primera la marcan las revelaciones de Paray-le-Monial; la segunda, los escritos y las obras del Padre Enrique Ramière; la tercera, la difusión de los escritos y la propagación de la devoción de Santa Teresita del Niño Jesús.
La primera etapa es la de Paray-le-Monial. Siempre, en sus escritos y en sus conferencias, hablaba de la devoción al Corazón de Jesús según el contenido de los escritos de Santa Margarita María de Alacoque, y se apoyaba en ellos no sólo para hacer comprender lo que entendía por devoción sincera al Corazón de Jesús, sino para alentar con las palabras de la Santa la esperanza del pueblo cristiano y piadoso del reinado de Cristo de justicia y caridad.
En las revelaciones de Santa Margarita María de Alacoque y en el sentimiento de los fieles devotos del Corazón de Jesús, en la liturgia y en el magisterio pontificio, hallamos no sólo la petición de Je¬sús de una reparación y consuelo ante la ingratitud de los hombres que rehúsan recibir los beneficios y gracias que anhela concederles, sino también el anuncio de una misteriosa promesa escatológica: en el designio divino, esta devoción es el camino por el que Dios se propone que colaboremos al cumplimiento de su verdadera profecía de que Él reinará en el mundo a pesar de sus enemigos, porque por esta nueva redención destruirá el imperio de Satanás y sobre las ruinas del mismo levantará el imperio de su amor.
La segunda etapa es la de la obra apostólica del Padre Enrique Ramière; del «santo Padre Ramière», anota, aludiendo al Padre Gignhac, que había afirmado su convicción de que el gran apóstol del Corazón de Jesús había entrado directamente en el cielo sin pasar por el purgatorio.
Entre sus escritos enumera: El Apostolado de la Oración, Las Esperanzas de la Iglesia, El Reinado social de Jesucristo, La divinización del cristiano; entre sus obras, el Apostolado de la Oración, los Mensajeros del Sagrado Corazón, las consagraciones individuales y sociales al Sagrado Corazón de Jesús. Desarrollando lo que se contenía en germen en Santa Margarita María de Alacoque, lleno de celo y caridad verdadera, y sintiendo la impotencia de los esfuerzos humanos ante las dificultades de nuestro tiempo, el Padre Ramière propone todo un sistema de ciencia espiritual y de sociología sobrenatural, que puede sintetizarse en dos principios:
* El Corazón de Jesús es el centro de toda la vida cristiana y espiritual por ser fuente de todas las gracias y dones que Dios hace al hombre y de todos los beneficios que le otorga para su santificación y divinización.
* El Corazón de Jesús es el principio único y divinamente eficaz de toda restauración y renovación social en el reinado de su amor. Por esto, todo su esfuerzo se ordena a acercar a los hombres al Corazón de Cristo por la oración humilde y la consagración sincera; y esto no sólo como individuos sino como miembros de la familia y de la sociedad para que en ella reine Cristo.
Las promesas vinculadas a la devoción al Corazón de Jesús son para el Padre Ramiére, que ve el mundo abocado a una catástrofe humanamente inevitable, prenda segura de la futura espléndida restauración en el reinado del amor de Cristo.
El Padre Orlandis subraya todavía dos cosas en la doctrina espiritual del Padre Ramiére: la relación inseparable entre la devoción al Corazón de Jesús y la devoción al Espíritu Santo, Gracia increada, Don infinito y primordial de Dios que recibimos en la justificación y en la santificación; la presencia de María en la realización de los planes salvadores de Dios, María madre de Jesús y madre nuestra, medianera entre Dios y los hombres en la dispensación de la gracia.
Pero al hablar el Padre Orlandis de la tercera etapa, encontramos la «ocurrencia» fundamental, la que orientó definitivamente su entera vida apostólica, su convicción de que el Amor misericordioso del Señor dio a la Iglesia a Santa Teresita del Niño Jesús -el Padre Orlandis la nombraba siempre así, con el diminutivo que ella deseaba- como nueva y especialísima mensajera de su Corazón.
El Padre Orlandis sintió que en Santa Teresita dio el Señor a su Iglesia un mensaje capaz de llegar a «inteligencias débiles», a «espíritus anémicos y apocados» a las «almas pobres y débiles, miopes y enfermizas».
Invencible ante todas las tentaciones de rebeldía y soberbia por las que el humo de Satanás impregna la modernidad liberal, democrática y revolucionaria, el Amor paterno de Dios, expresado en el Corazón de Cristo, ha mostrado por Santa Teresita, decía el Padre Orlandis, la divina «democracia» por la que quiere que, de un modo especial en estos difíciles tiempos, los pobres sean evangelizados, y se anuncie que el Señor vino a salvar a los pecadores, y se proponga como camino único para entrar en el Reino de los cielos, el hacerse como niños.
El bondadoso Corazón de Jesús, «que invita a su banquete a los ciegos, cojos, etc., y les sana como médico divino», envía a Teresita, como mensajera de sus misericordias inefables, «a las almas débiles y pequeñas para que reciban aliento... luz y confianza los pobres enfermos de espíritu, tal vez menospreciados o desahuciados por sus maestros y médicos».
El Padre Orlandis ve en Santa Teresita del Niño Jesús «un reflejo viviente y sensible de la ternura del Corazón de Jesús con los pequeñuelos». En un párrafo que no admite ni requiere glosa ni comentario dice: «sus enseñanzas van propuestas con tan sencilla llaneza y claridad transparente, que no hay espíritu, por poca cosa que sea, que no pueda hallar allí su alimento acomodado, luz que le guíe y no le ciegue. Y así son incontables las almas, antes decaídas y acobardadas, que atraídas y alentadas por el atractivo celestial de la Santa y lo consolador de su doctrina, han cobrado alientos increíbles para subir por el ascensor de la humilde y suave confianza hasta la más elevada cumbre del amor de sacrificio; desde el humilde y sencillo sentimiento de su nada y de su impotencia, por el camino de la infancia espiritual, hasta la entrega eficaz, perfecta y absoluta de sí, al amor misericordioso de Dios».
Apoyados en este sentimiento de su nada y de su impotencia, que Santa Teresita reconocía como una gracia mayor que todas las consolaciones y carismas, entendía el Padre Orlandis que los que se incorporasen a la legión de almas pequeñas no vacilarían en aceptar como principal medio de su propia santificación y también de su apostolado el cumplimiento de los encargos y peticiones que en las revelaciones de Paray hace el Sagrado Corazón, y que imitarían la manera de practicar y propagar Santa Teresita el espíritu verdadero de la Devoción y de alentarse y esforzarse con sus promesas.
El contenido de «Pensamientos y ocurrencias» mereció la aprobación plena y el elogio sin reservas del santo obispo Irurita. La profunda comunión de espíritu entre el Padre Orlandis y el que pronto sería mártir de la fe cristiana se revela en el hecho de que, refiriéndose el Doctor Irurita a la dirección del Padre Orlandis a los socios de Schola, dijo a uno de ellos, Luis Creus Vidal, que dio testimonio de ello en el número 5 de Cristiandad (1 de junio de 1944, p. 4):
«Síganla -me insistió- sin titubeos. Cuanto ella les mande y recomiende hacer es el Obispo de Barcelona quien lo manda y recomienda».
En el último párrafo de «Pensamientos y ocurrencias» hablaba el Padre Orlandis finalmente de los contenidos, y del sentido y finalidad de la tarea formativa que sería, a lo largo de muchas décadas, objeto de su perseverante actividad hacia los socios de Schola Cordis lesu:
«Comprender, humilde y amorosamente, con el Padre Ramière, por qué el Corazón de Jesús es el centro del dogma cristiano y de la vida espiritual y por qué su devoción ha de ser la tabla de salvación en el diluvio de males que nos amenaza y ahoga. Sabrían que no es algo accidental, sino en absoluto esencial en nuestros días el invocar y rendir homenaje a Cristo como rey de las almas y de los pueblos; la trabazón íntima e indestructible entre la devoción a Cristo Rey y la devoción al Sagrado Corazón, etc., y otros puntos puestos en claro en los escritos del Padre, y según estos conocimientos y convicciones más o menos íntimas y profundas, según la capacidad de cada persona y la luz que el Señor le comunicare, determinarían sus miras e impulsarían su acción».
En estas últimas palabras encontramos descrita por anticipado la historia del magisterio que, en conferencias, que tendrían a partir de 1940, y hasta pocas semanas antes de su muerte en 1958 un ritmo semanal constante, y en muchas conversaciones y «clases particulares» de muy diversas materias, desarrollaría el Padre Orlandis.
«En estas lecciones -escribió él mismo el 1 de abril de 1947- hubimos de tratar de todo: de historia, de filosofía, de sociología, de política, de teología, de Escritura. Con qué provecho, podránlo juzgar los lectores de Cristiandad. Cuando se me preguntaba qué me proponía en estas conferencias, solía yo contestar: mi intento no es otro sino el de formar celadores del Apostolado de la Oración».
Los frutos de su tarea formativa se hicieron visibles. En 1962, el entonces Director Nacional del Apostolado de la Oración Padre Luis González hablando en Barcelona, calificó a Schola Cordis lesu como
«única en el mundo en cuanto a desarrollar en el plano cultural el ideal del Apostolado de la Oración».
Y el Padre Juan Bautista Janssens, Prepósito general de la Compañía de Jesús, escribía, en ocasión del XXX aniversario de Schola en carta de 16 de mayo de 1955 a su Presidente, Domingo Sanmartí Font:
«Les felicito... por el magnífico y sólido trabajo realizado por ustedes en estos seis lustros. Al propagar las grandes enseñanzas que se encierran en la sólida devoción al Sagrado Corazón de Jesús y en los documentos pontificios para promover el reinado de Cristo en el mundo, estáis realizando un apostolado muy en consonancia con las necesidades de nuestra época».
Vivía el Padre Orlandis él mismo su consigna plura ut unum: Su Teología de la Historia, en su propio sistema y en el del Padre Enrique Ramière, que veía como sustancialmente idénticos, y que entendía como algo opinable o discutible, se ordenaba al optimismo nuclear del que deberían participar todos los cristianos: «la esperanza de una realización del reinado de Cristo sobre la tierra con una perfección mayor que la que ha alcanzado hasta ahora».
Sentía con el Padre Ramière, que hablaba de esperanzas de la Iglesia; y con San Luis María Grignion de Monfort, que hablaba de la venida de Cristo «como toda la Iglesia le espera, para reinar en todas partes».
Su convicción cierta en este punto, nutrida en el estudio de la Sagrada Escritura, especialmente de los textos de los Profetas, se integraba en el sentir del pueblo cristiano y en el magisterio pontificio ordinario, en el que reconocía no darse textos de carácter definitivo e infalible, pero cuya autenticidad y seriedad se le hacían patentes.
Recordaba con insistencia los textos de León XIII en la Annum Sacrum, al consagrar el género humano al Sagrado Corazón de Jesús en 11 de junio de 1899 -acto que ha sido recientemente recordado por Juan Pablo II desde Varsovia el día 11 de junio de 1999- y de Pío XI, que en la Miserentissimus Redemptor afirma que «al instituir la fiesta de Cristo Rey anticipamos las alegrías del día felicísimo en que el universo entero espontáneamente y de voluntad obedecerá al imperio suavísimo de Cristo Rey».
El Padre Ramón Orlandis fue un verdadero hombre de Iglesia. Su comprensión de la devoción al Corazón de Jesús se integraba perfectamente con el espíritu del Apostolado de la Oración, que en sus estatutos de 28 de octubre de 1951, número 2, establecía:
«El Apostolado de la Oración considera la devoción al Sagrado Corazón como un medio que, según la mente de la Iglesia, responde de modo peculiar a las necesidades de nuestro tiempo, y prepara y promueve con fervor el advenimiento del reino de Dios al mundo».
Sobre la realidad concreta e histórica de la misma devoción al Corazón de Jesús encontramos también una coincidencia muy decisiva entre la tarea del Padre Orlandis y la actitud y espíritu del Apostolado de la Oración. Escribía en diciembre de 1950 su Dirección General:
«La moderna devoción de la Iglesia al Corazón de Jesús está inseparablemente unida con Paray-le-Monial, y no puede entenderse, especialmente en su adecuación y trascendencia para nuestros tiempos, sin atender a las revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque. »La devoción en que se pasaran en silencio estas revelaciones no sería ya la que la Iglesia nos propone en su liturgia y en los documentos pontificios».
Juan Pablo II en carta del 5 de octubre de 1986 al Padre Kolvenbach, Prepósito de la Compañía de Jesús, en la capilla del entonces beato Claudio de la Colombière, decía:
«Os pido que despleguéis todos los esfuerzos posibles para cumplir cada vez mejor el encargo que Cristo mismo os ha confiado: difundir el culto a su Corazón divino.
»Los abundantes frutos espirituales que ha producido son bien reconocidos. Expresándose sobre todo en la práctica de la Hora Santa, de la confesión y comunión en los primeros viernes de mes, ha servido para mover a generaciones de cristianos a orar más y a participar con más frecuencia en los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. Se trata de caminos que es de desear se propongan también hoy a los fieles».
En el escrito «Pensamientos y ocurrencias» no son mencionados explícitamente dos nombres de importancia decisiva en la vida y en la tarea del Padre Orlandis y de la Sección por él fundada en el seno del Apostolado de la Oración: San Ignacio de Loyola y Santo Tomás de Aquino.
No sería oportuno dejar de aludirlos aquí. Porque se dijo del Padre Orlandis que era «hombre de tres libros: los Ejercicios de San Ignacio; la Summa Theologica de Santo Tomás y la Historia de un alma de Santa Teresita del Niño Jesús.
También en este punto nos encontramos con el criterio y la actitud de la búsqueda de la unidad. Veía él una continuidad profunda, sobre la que escribió en la revista Manresa, entre el sistema de teología espiritual del Doctor Angélico y el camino propuesto por San Ignacio en sus Ejercicios espirituales.
Es generalmente reconocida la continuidad entre la espiritualidad ignaciana y la devoción al Sagrado Corazón; y el Padre Orlandis estudió intencionadamente el sentido de la meditación en la que «el llamamiento del Rey temporal ayuda a contemplar la vida del Rey eternal», para hacer patente la presencia del llamamiento del ejercitante al servicio de Cristo Rey del universo. No se puede olvidar tampoco que, en la vida de Schola Cordis lesu, quiso que los Ejercicios de San Ignacio -que él mismo dio en varias ocasiones en retiros de diez días- tuvieron una función capital.
En cuanto a su magisterio tomista, lo ejercía en la perspectiva del reino de Cristo en las inteligencias y en la sociedad. Estando convencido de la falta de futuro de la escolástica suarista, advertía, no obstante, que «nos será más fácil colaborar con un suarista devoto del Corazón de Jesús que con un tomista que no lo sea».
Aquel magisterio tuvo como resultado aquello que, con la revista Cristiandad, ha sido lo más visible e internacionalmente reconocible de su tarea: lo que han llamado muchos la Escuela Tomista de Barcelona, que ha tenido como efecto el hecho, tal vez único, de más de medio siglo de presencia de profesores tomistas en una Universidad civil.
Las líneas de fuerza de su apostolado, que pueden sugerirse con los nombres de Santo Tomás de Aquino, San Ignacio de Loyola, el Padre Enrique Ramière y Santa Teresita del Niño Jesús, vienen a coincidir con las que fueron características del pontificado de Pío XI: la instauración del Reinado de Cristo como el único camino hacia la verdadera paz, la Paz de Cristo, y la esperanza en su Reinado por su Sagrado Corazón; el mostrar al mundo a Santa Teresita del Niño Jesús como la estrella de su pontificado; la renovada aprobación y recomendación, realizada en Encíclicas expresamente dedicadas a ello, del magisterio teológico y filosófico de Santo Tomás de Aquino y del camino espiritual de San Ignacio de Loyola.
Reflexionando en una perspectiva global sobre estas actitudes y tareas del Padre Orlandis, admiramos, con profundo agradecimiento a la divina Providencia, su perennidad y su fecundidad, y a la vez no sólo su sintonía con las líneas más centrales del magisterio pontificio, sino también el acierto de su discernimiento por el que, ante corrientes contrarias, parecía anticiparse a acontecimientos futuros.
Podemos advertir como un signo de aquella sintonía algunos hechos que acaecieron ya después de su muerte en el año 1958:
La canonización de San Claudio de la Colombière, el testigo fiel del mensaje del Corazón de Jesús y primer destinatario de su «encargo suavísimo», de que habló Juan Pablo II en Paray en la ocasión antes citada, y que recordó nuevamente en audiencia al Apostolado de la Oración el día 1 de junio de 1992, al día siguiente de la canonización del Santo.
La beatificación de la religiosa del Buen Pastor María del Divino Corazón (Droste zu Vischering), la mensajera del Señor ante León XIII, la que le movió en nombre del Señor a realizar lo que el Padre Enrique Ramière solicitaba de Pío IX.
La declaración como Doctor de la Iglesia de Santa Teresita del Niño Jesús, el carácter «doctoral» de cuya sabiduría afirmaba el Padre Orlandis con decisión, según testimonio del Padre Roberto Cayuela.
La ya inmediata beatificación de Jacinta y Francisco, los videntes de Fátima, que con sor Lucía recibieron de la Virgen María el llamamiento a la consagración del mundo a su Inmaculado Corazón.
El anuncio de la beatificación de Pío IX, el papa del Concilio Vaticano I, de la definición de la Concepción Inmaculada de María, de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en la liturgia, del patrocinio de san José sobre la Iglesia, querido y admirado por el Padre Orlandis -como lo fue el Papa San Pío X, cuya canonización vio como una milagrosa providencia de Dios para su Iglesia- como el gran defensor de la verdad católica y del orden cristiano en el Syllabus y en la definitiva encíclica Quanta cura.
Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, para cuya comprensión nos preparó adecuadamente la tarea formativa del Padre Orlandis; en especial sobre la naturaleza del apostolado de los laicos; la afirmación de que «queda íntegra la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades hacia la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo», y la declaración de que «la Iglesia espera, junto con los Profetas y el Apóstol, el día, sólo de Dios conocido, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y le servirán como un solo hombre».
Finalmente, las doctrinas expresadas en el Catecismo de la Iglesia Católica: «el Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, no ha llegado sin embargo a plenitud "con gran poder y gloria" con el advenimiento del Rey a la tierra»; y que hablan del glorioso advenimiento de Cristo como cumplimiento de la esperanza de Israel; a la vez que precisan, aludiendo al «Misterio de iniquidad», impostura religiosa que culminará en el Anticristo, que «el Reino no se realizará mediante un triunfo histórico de la Iglesia, en forma de un proceso creciente, sino por la victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal, que hará descender desde el Cielo a su Esposa».
Francisco Canals Vidal en Cristiandad de Barcelona