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LA TRADICIÓN Y EL TRADICIONALISMO

 

El mismo Cristo es la verdad de todo hombre y de toda la historia humana. La Eucaristía se convierte en criterio de valorización de todo lo que el cristiano encuentra en las diferentes expresiones culturales (Sacramentum Caritatis, n. 78; año 2007).

«Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno » ( 1Tes 5,21)

"Izan direlako gara, garelako izango dira" (Porque han sido somos, porque somos serán).

La tradición es lo que se transmite porque es bueno

Tradición es transmitir, mejorado, lo recibido.

Donde no hay tradición se crea tradición.

La tradición es el progreso y no hay progreso sin tradición

Humanos somos y todo lo humano nos atañe

Si acaso los llamados "filósofos" han dicho algo bueno y valioso, como posesores injustos debemos arrebatárselo

Los verdaderos amigos del pueblo son los tradicionalistas

El tradicionalismo político español

La Historia de España a beneficio de inventario

La historia del carlismo a beneficio de inventario

La Tradición con mayúscula es parte de la Revelación

El tradicionalismo filosófico no es tradicional y ha sido condenado por la Iglesia como una herejía

¿Es la tradición lo pasado, lo antiguo, lo contrario de lo nuevo?

¿Es lo tradicional lo anticuado, lo atrasado, lo obsoleto?

¿Es el tradicionalismo la repetición de lo antiguo prefiriéndolo a lo nuevo?

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Lo nuevo presupone lo antiguo, y el camino del desarrollo es el que ofrecía como lema León XIII en su Enc, «Aeterni Patris»: completar lo antiguo con lo nuevo: «Vetera novis augere et perficere!».
(Alejandro Lobato OP
http://www.mercaba.org/FICHAS/Alafa_org/la_persona_en_santo_tomas_de_aqu.htm )

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La tradición en principio es lo que se transmite.

En realidad es lo que se trasmite porque es bueno.

Primero hay que crearlo y antes aprender, porque nadie nace enseñado, ni se basta a sí mismo. Hay que crear, seleccionar, corregir, después perfeccionar. Y hay que irlo transmitiendo. La cadena sigue. Hay que aprender, que es recibir y asimilar, y construir en sí mismo. Después hay que mejorarlo; hay que aportar lo que se crea y perfecciona, seleccionado; y descartado lo malo. Y hay que transmitir, mejorado, lo recibido.

Lo bueno y lo malo es lo conforme o disconforme con nuestra naturaleza, que es racional, que es de personas. Debemos obrar conforme a nuestra naturaleza que, por cierto, no nos la hemos dado a nosotros mismos. El autor de nuestra naturaleza nos ha dado así las normas de nuestro obrar, y por eso es ley la ley natural.

Para obrar bien y para crear y transmitir lo bueno y previamente aprenderlo y asimilarlo tenemos capacidad en nuestra razón y en nuestra voluntad, pues están inclinadas al bien: a lo verdadero y a lo bueno. Pero necesitamos la ayuda de la gracia, por nuestra deficiencia derivada del pecado original.

Y más a nivel social.

Ahí empieza el nexo entre lo natural y lo sobrenatural propio de la tradición.

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La tradición es el progreso y no hay progreso sin tradición

Juan Vázquez de Mella, Discurso de Santander, 1916

“El pueblo decae y muere cuando su unidad interna, moral, se rompe, y aparece una generación entera, descreída, que se considera anillo roto en la cadena de los siglos, ignorando que sin la comunidad de tradición no hay patria; que la patria no la forma el suelo que pisamos, ni la atmósfera que respiramos, ni el sol que nos alumbra, sino aquel patrimonio espiritual que han fabricado para nosotros las generaciones anteriores durante siglos, y que tenemos el derecho de perfeccionar, de dilatar, de engrandecer; pero no de malbaratar, no de destruir, no de hacer que llegue mermado o que no llegue a las generaciones venideras; que la tradición, en último análisis, se identifica con el progreso, y no hay progreso sin tradición, ni tradición verdadera sin progreso”.

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Fundamento ontológico de que la tradición es recibir lo bueno, asimilarlo, seleccionarlo, perfeccionarlo, acrecentarlo y transmitirlo

El padre Orlandis dice que, por ser el bien difusivo, el hombre, como todo ser, se dedica primero a "buscar para sí el complemento de su perfección" para después "comunicarla a los demás".
(
Carta a un amigo imaginario, Ramón Orlandis, S. I. Publicada póstumamente en el libro PENSAMIENTOS Y OCURRENCIAS, Ed. Balmes, Barcelona, 2000).


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«Los hombres grandes son aquellos que saben conservar, en una sociedad intangible, la herencia de la tradición;
o los que no sólo la conservan, sino que la corrigen,
o los que, no satidfechos con conservarla y corregirla, la perfeccionan y aumentan.
Y el más tradicionalista no es el que sólo conserva, ni el que además de conservar corrige, sino el que añade y acrecienta,
porque sigue mejor el ejemplo de los fundadores, no limitándose a mantener el caudal, sino haciendo lo que ellos hicieron:
producir y prolongar con el progreso sus obras».
(Vázquez Mella: Discurso del Parque de la Salud de Barcelona, 17 de mayo de 1903)

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La tradición es lo que se entrega y transmite por ser valioso, se acrecienta con nuevas aportaciones y se entrega por ser bueno y verdadero. Los católicos saben que para ello se requiere lo que aporta la Iglesia: su autoridad en los aspectos morales y la gracia sobrenatural para obrar en consecuencia también en lo político. Por eso la tradición en su sentido profundo es aquella síntesis de la religión y de la vida que se inició en los siglos iniciales de la cristianización y que empezó a cristalizar en la civilización de la Cristiandad. En ella surgieron los parlamentos como expresión de la incipiente democracia tradicional. Desvirtuada por las monarquías autoritarias del Renacimiento de las que surgió el absolutismo, es combatida al máximo por la Ilustración y las revoluciones posteriores. Y llegará a su plenitud en el futuro con el reinado de Jesucristo en la tierra que espera la Iglesia.

La Ilustración es sostenida por la mayor parte de la alta sociedad. El pueblo, por su parte, no sólo sigue apegado a la vida tradicional, sino que la sigue haciendo avanzar, como se ve desde los niveles más superficiales del desarrollo del folclore, hasta los más profundos del desarrollo de la moderna devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que expresa y cimenta aquella síntesis de la religión y de la vida que es el núcleo de la tradición. La resistencia popular a las revoluciones posteriores dio origen a las guerras civiles del XIX y del XX.

 

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El Papa lo enseña:

A los jóvenes, Basilio les invita a aprovechar lo que veían en la cultura de su tiempo, tomando de ella los ejemplos de virtud, para vivirla después ellos mismos como un bien inalienable y duradero. Como las abejas, dice, se ha de tomar de aquello que nos circunda solamente lo que es verdadero y útil, dejando todo lo demás.
(Benedicto XVI, 1.08.2007, Audiencia general, Catequesis sobre san Basilio, 2)

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El 1.10.2016, el Papa pide a los católicos en Georgia «recibir la herencia para conservarla, hacerla crecer y darla»

Encuentro del Papa en la tarde del primer sábado de octubre, 1.10.2016

(RV) 2/10/16

http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=27487

Un encuentro emotivo y familiar fue el vivido ayer sábado entre el Papa y los sacerdotes, religiosas, religiosos, seminaristas y miembros laicos de la Iglesia católica latina de Georgia en la iglesia de la Asunción de Tiflis.

El Santo Padre les dedicó un discurso improvisado:

Firmes en la fe significa capacidad de recibir de los otros la fe, conservarla y transmitirla. Firmes en la fe significa no olvidar lo que hemos aprendido, más aún, hacerlo crecer y darlo a nuestros hijos. Por eso en Cracovia he dado como misión especial a los jóvenes el hablar con los abuelos. Son los abuelos los que nos han transmitido la fe. Y vosotros, que trabajáis con los jóvenes, debéis enseñarles a escuchar a los abuelos, a hablar con ellos, para recibir el agua fresca de la fe, elaborarla en el presente, hacerla crecer –no esconderla en un cajón, no–, elaborarla, hacerla crecer y transmitirla a nuestro hijos.

El apóstol Pablo, hablando a su discípulo predilecto, Timoteo, le decía en la Segunda Carta que conservara firme la fe que había recibido de su madre y de su abuela. Este es el camino que nosotros debemos seguir, y esto nos hará madurar mucho. Recibir la herencia, hacerla germinar y darla. Una fe sin las raíces de la madre y la abuela no crece. Y una fe que se me ha dado, y que yo no doy a los otros, a los más pequeños, a mis «hijos», tampoco crece.

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Y el propio Dios por medio de san Pablo nos manda que todo lo sometamos a comprobación para ver si es bueno (conforme a Dios y procedente de Él), para en ese caso retenerlo:

«Probadlo todo y quedaos con lo bueno» (1 Tes 5,19-21).

Legitimismo tradicional frente a legitimismo absolutista ilustrado y liberal

Confesionalidad católica desactivada, inconsecuente e inoperante en la España del XIX y del XX

Estado confesional católico consecuente

¿Es la tradición lo pasado, lo antiguo, lo contrario de lo nuevo? ¿Es el tradicionalismo la repetición de lo antiguo, prefiriéndolo a lo nuevo?

¿Es lo tradicional lo anticuado, lo atrasado, lo obsoleto? Esa es la propaganda de sus enemigos, el liberalismo y el socialismo, impuesta como versión oficial.

Los lefebvrianos son pseudotradicionalistas

Incluso tiene un carácter vivo y de progesivo acrecentamiento, en cuanto a su comprensión y aplicación, la Tradición con mayúscula, que es, junto a la Sagrada Escritura, una de las dos fuentes de la revelación realizada por Dios a los hombres, recogida, formulada y enseñada infaliblemente por la Iglesia católica la transmisión de la revelación.

Así enseña el papa san Juan Pablo II, en la Ecclesia Dei (carta apostólica-motu proprio de 2-VII-1988):

«el carácter vivo de la Tradición… que va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo».

Tal como la enseña y transmite nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica, el Papa y los obispos en comunión con el Papa:

«La Tradición de la Iglesia, propuesta auténticamente por el Magisterio eclesiástico, ordinario o extraordinario, especialmente en los Concilios Ecuménicos desde Nicea al Vaticano II».

«Nadie puede permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquél a quien el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad en su Iglesia (cf. Mt 16,18; Lc 10,16; Vaticano I, cp.3, Dz 3060)».

«Las amplias y profundas enseñanzas del Concilio Vaticano II requieren un nuevo empeño de profundización, en el que se clarifique plenamente la continuidad del Concilio con la Tradición, sobre todo en los puntos doctrinales que, quizá por su novedad, aún no han sido bien comprendidos por algunos sectores de la Iglesia».

Acrecentamiento en el mismo sentido, no contradictorio ni dialéctico. Según la fórmula de Santo Tomás y de san Vicente de Lerins. Y lo que enseña el dominico Marín-Sola en el que es, según Canals, uno de los mejores libros de teología del siglo XX: La evolución homogénea del dogma católico.

«La fe católica nos obliga recibir sin reservas un Concilio ecuménico y a interpretarlo a la luz de los Concilios anteriores, pues la fe nos da la certeza de que la cadena del Magisterio apostólico desarrolla a lo largo de los siglos, bajo la asistencia del Espíritu Santo, un crecimiento homogéneo a la doctrina católica. Por eso la hermenéutica continuista del Vaticano II es una exigencia de la fe, no es simplemente una argucia para defenderlo; y por el contrario, una interpretación rupturista es contraria a la Tradición y a la fe católica»,
«coinciden progresistas y lefebvrianos en dar al Vaticano II una interpretación rupturista».
«Los progresistas no interpretan el Concilio a la luz de la Tradición apostólica, el único modo legítimo de entenderlo, sino que le hacen decir –cuando se dignan citarlo; raras veces– lo que ellos piensa y desean. Y los lefebvrianos tampoco lo interpretan a la luz de la Tradición, como está mandado, sino que lo rechazan como opuesto a ella»
(Iraburu, 18.04.2011).

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La tradición en principio es lo que se entrega y transmite.

Así traduce el beato Pablo VI transmisión por traditio:

http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/homilies/1970/documents/hf_p-vi_hom_19700517_it.html

En realidad la tradición es lo que se entrega y transmite porque es bueno y verdadero.

Primero hay que crearlo y antes aprender, porque nadie nace enseñado, ni se basta a sí mismo. Hay que recibir, aportar, crear, seleccionar, corregir, perfeccionar y transmitirlo y entregarlo. La cadena sigue. Hay que aprender, que es recibir y asimilar, y construir en sí mismo. Después hay que aportar lo que se ha creado, seleccionado y perfeccionado, y descartado lo malo. Como en el software libre, en el que se entrega el código abierto, se recibe, se aportan mejoras y se transmite. Como en toda verdadera educación y enseñanza.

Lo bueno y lo malo es lo conforme o disconforme con nuestra naturaleza, que es racional, que es de personas. Debemos obrar conforme a nuestra naturaleza que, por cierto, no nos la hemos dado a nosotros mismos. El autor de nuestra naturaleza nos ha dado así las normas de nuestro obrar al darnos la naturaleza humana, y por eso es ley la ley natural. Y obrar en contra es antihumano. Lo inmoral es inhumano.

El fin de toda educación es que cada uno obre bien voluntariamente, libremente y por iniciativa propia. La libertad consiste en obrar voluntariamente bien. Obrar mal esclaviza. Obrar bien es hacerlo conforme a nuestra naturaleza, que es de personas.

Para obrar bien y para crear y transmitir lo bueno y previamente aprenderlo y asimilarlo tenemos capacidad en nuestra razón y en nuestra voluntad, pues están inclinadas al bien: a lo verdadero y a lo bueno. Y necesitamos la ayuda de la gracia, por nuestra deficiencia derivada del pecado original. En castellano, el habla corriente lo expresa muy bien, porque diferencia el querer, que es querer bien y querer el bien, del hacer lo que a uno le da la gana, que es dejarse vencer y desviarse de la inclinación de la voluntad al bien, hacia los caprichos y los abusos.

Y más a nivel social.

Ahí empieza el nexo entre lo natural y lo sobrenatural propio de la tradición.

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Porque fueron somos. Porque somos, serán.

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Se habla de una tradición liberal, de una tradición socialista.

Pero la tradición política española, la combatida principalmente por toda revolución, es la unión de la religión y de la vida, también en la vida política. Es ser católicos y obrar en consecuencia también en lo político. Es la realización de todas las actividades de la vida social y política conectadas a la religión, sometidas a la moral, con los únicos medios que posibilitan esto: la autoridad de la Iglesia y la gracia que dispensa la Iglesia. Y esto sólo es posible con la gracia que realiza la unión de la religión y la vida.

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Lo tradicional es desarrollar lo bueno que se recibe. Tradición es evolución.

Lo revolucionario es desechar lo bueno creado antes. Revolución es involución.

«El más tradicionalista no es el que sólo conserva, sino el que, además de conservar, corrige, el que añade y acrecienta, porque sigue mejor el ejemplo de los fundadores, no limitándose a mantener el caudal, sino haciendo lo que ellos hicieron: producir y prolongar con el progreso sus obras» (Vázquez de Mella).

«La tradición es el progreso hereditario; y el progreso, si no es hereditario, no es progreso social» (Vázquez de Mella).

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"La tradición es progreso, forma nueva, desarrollo" (Juan José López Ibor: Rasgos neuróticos del mundo contemporáneo, 1964, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, pág. 241).

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«Toda posibilidad de vida histórica cesaría en la humanidad si no se diese en la vida personal, desde lo más íntimo de la vida doméstica y cotidianaa, la comunicación amistosa en que la propia vida se transmite y comunica: por nuestros oídos hemos oído, nuestros padres nos lo han contado» (Francisco Canals: Sobre la esencia del conocimiento, pp 681-682).

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"La Iglesia, que jamás ha traicionado la felicidad del pueblo con alianzas comprometedoras, no tiene que desligarse del pasado, le basta retomar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la revolución, y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano de que estuvieron animados, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad contemporánea, porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas"
(San Pío X, Enciclica Notre Charge Apostolique, 40).

La democracia tradicional frente a la democracia absoluta

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La idea tradicional de libertad es que la libertad es la liberación de las coacciones del mal, es la posibilidad de actuar conforme a las normas objetivas de moralidad, que consisten en obrar conforme a la naturaleza racional que tiene el hombre (naturaleza que no se la ha dado a sí mismo), es obrar de forma racional y humana, comportarse como persona; lo cual requiere los medios que aporta la Iglesia (su autoridad para enseñar de forma segura e infalible esas normas y la gracia para poder cumplirlas siempre). Esta idea tradicional de libertad como liberación de las coacciones del mal es el único fundamento de la responsabilidad, puesto que es posible obrar bien.

Los liberales hablan de la necesidad de las normas morales, pero, al no reconocerle a la Iglesia autoridad sobrenatural para enseñarlas infaliblemente, constatan que cada uno da unas normas y considera inmoral lo que otros consideran lícito;
y se lamentan los liberales de no poder saber siempre con seguridad si algo es inmoral o no, siendo así que las normas morales son cognoscibles por la luz natural de la razón; y aún se lamentan más de que las normas morales no se cumplen siempre, sino cada vez menos, al renunciar a los medios sobrenaturales de la Iglesia para hacerlas cumplibles siempre o repararlo.
Y se dan cuenta de que la pretensión de que un consenso de sabios establezca las normas morales sólo aportará una versión discordante más, no cognoscible ni practicable generalizadamente al no ir dotada de más medios que los policiales o las predicaciones ateas. Como el esperanto es un idioma más.
La última formulación de moda de una norma liberal de moralidad de que cada uno puede hacer todo lo que le apetezca si no perjudica a los demás tropieza, entre otras cosas, con el inconveniente de que quien decide, según ellos, qué es lo que perjudica o no a los demás es cada individuo o el Estado con lo que decidan sus legisladores, cambiándolo en cada momento. Y así, por ejemplo, no saben porqué es inmoral prostituirse o suicidarse, ni porque no se puede permitir.

Para que haya democracia y libertad, la ética debe regir la conducta política de los votantes y no sólo de los políticos

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La democracia es una idea que existe desde la antigüedad clásica.
La democracia se define en la Edad Media como la participación del pueblo en el poder "eligiendo gobernantes de entre el pueblo y por el pueblo" de forma que actúen según la justicia, como expresa por ejemplo santo Tomás de Aquino en el siglo XIII. Esta democracia tradicional, muy diferente de la democracia liberal, es una democracia participativa y no la base de un poder absoluto.
Apenas empezaba a formarse en aquellos parlamentos medievales y a perfeccionarse poco a poco, cuando las distorsiones antropocéntricas de la modernidad, empezaron a desvirtuar esa democracia tradicional, con las monarquías autoritarias, con la monarquía absoluta, y más aún con el liberalismo y con el socialismo:
porque la monarquía absoluta suprime el Parlamento,
y el liberalismo proclama el poder absoluto del Parlamento, y después del partido que controla el Parlamento en la democracia liberal,
y en las que se han formulado después con otros adjetivos derivados de las ideologías que han pretendido imponerse de una forma absoluta e incluso totalitaria en nombre de la Nación o de la clase social.
Los sistemas totalitarios basados en el marxismo se denominan "democracias socialistas", o "democracias populares" y dicen actuar en nombre de la "democracia real"; y también los terroristas hablan en nombre de la democracia y del Pueblo.

En realidad, la democracia es para elegir gobernantes que gobiernen según las normas objetivas de moralidad, respetando los derechos de todos, sus libertades y buscando honradamente el bien común; y no para que estos gobernantes manden lo que quieran y hagan lo que quieran. Puesto que la democracia no es para elegir o cambiar de moral, de modelo de vida, de país o de religión. Así se entiende en sentido tradicional.

Gobernar es conducir honradamente a la sociedad a su fin, el bien común. No cambiar el fin. A los gobernentes elegidos se les entrega el timón, el gobernalle, para que conduzcan por el trayecto para el que se ha embarcado la gente a su destino, no para que cambien de trayecto y conduzcan a la gente a otro sitio. Así se entiende en sentido tradicional.

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El patriotismo tradicional es muy diferente del nacionalismo liberal y socialista. El patriotismo tradicional, no es una idolatría, o algo antinatural, sino que es algo enraizado en la moral natural, la cognoscible con la sola luz de la razón, que consiste en obrar conforme a la naturaleza, en conformidad a la ley natural impresa en la naturaleza, que no se la ha dado el hombre a sí mismo, sino el autor de la naturaleza, cuya existencia también es cognoscible por la luz natural de la razón.

El patriotismo tradicional, no sólo es lícito, a diferencia del nacionalismo liberal y socialista, sino que es uno de los deberes incluidos en el cuarto de los preceptos del decálogo, de los diez mandamientos, que son el núcleo de esa ley natural, de esa moral natural cognoscible por la luz natural de la razón. El mandamiento de honrar al padre y a la madre, incluye el amor a la patria, palabra que significa literalmente la tierra de los padres. Y no es que la diferencia sea de palabras, porque nación, que significa literalmente la tierra en la que se nace, es lo mismo que la patria natal. Patria y nación son palabras que vienen del latín, que ya eran usadas en la antigüedad y que tienen un significado tradicional muy diferente del que les da el liberalismo.

El problema está en que los nacionalistas parten de la base de la democracia liberal, que es la doctrina del Pueblo Soberano o de la Soberanía Nacional. El problema está en lo de soberano, no en lo de pueblo o nación, si no se los proclama con esa soberanía que el liberalismo, al eliminar a Dios de la vida pública, pretende que es soberanía absoluta del Pueblo o Nación así idolatrados. Es el mismo problema que tiene proclamar nación a España, partiendo de esa misma falsa base de la democracia liberal, la democracia absoluta.
El problema de los nacionalistas es que perjudican a su nación como el cáncer.

No se pueden basar las autonomías en la doctrina del Pueblo Soberano. No puede haber varios Pueblos Soberanos. Pero desde que se proclama un pueblo como Pueblo Soberano nada puede impedir que se proclamen otros pueblos como soberanos tras autodefinirse como pueblos distintos en nombre de la doctrina de los hechos diferenciales. Desde que se proclama la doctrina del Pueblo Soberano o de la Soberanía de Nacional, que entiende la soberanía del Estado como absoluta por actuar en nombre del Pueblo, sólo hay o sometimiento de pueblos o independentismo, y encima enfrentamientos y rivalidades por basarse en lo que diferencia y no en lo que une. No hay ya convivencia y solidaridad de pueblos autónomos.

El patriotismo tradicional no se basa en la doctrina de los hechos diferenciales, porque es absurda y tóxica; es un disparate criminal. El patriotismo tradicional se basa en el amor al prójimo. Se debe amar a la patria no por pretender que es la mejor, sino porque es la propia. Como se ama a la madre no por ser la más bella, sino porque es la propia, sea o no la más bella o deje de serlo con la edad. El que ama a su patria o nación con un patriotismo tradicional, sin nacionalismo, comprende perfectamente que los demás amen a la suya de la misma manera y puede convivir con ellos. El patriotismo tradicional a diferencia del nacionalismo liberal o socialista hace perfectamente compatible el amor a la patria y su autonomía con la convivencia y la unidad de varias o de todas en un Estado sin problema de separatismo por más competencias autonómicas que haya.

Sólo puede haber pluralidad, coexistencia y convivencia de pueblos, o naciones, así con minúscula, si no se pretende atribuirles la Soberanía, y ponerlos con mayúscula como Dios. La experiencia popular expresaba la autonomía compatible con la convivencia en la fórmula:

"Cada uno en su casa y Dios en la de todos".

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El tradicionalismo político español defendido por los carlistas

El tradicionalismo político español constituido por las ideas tradicionales, religiosas, patrióticas y monárquicas, defendidas por los carlistas, que se basan en que el funcionamiento correcto del Estado y de la sociedad sólo se consigue, si se actúa según la moral, y que esto sólo es posible acatando la autoridad moral de la Iglesia y aceptando sus demás medios sobrenaturales y no sólo proclamando de palabra la confesionalidad, pero sin obrar en consecuencia.
La tradición no es la conservación de lo viejo, sino la transmisión de lo seleccionado como bueno, que será mejorado con aportaciones que sean buenas y no simplemente nuevas, sino mejoras que requieren creatividad, evolución y desarrollo de lo bueno recibido para ser comunicado y transmitido (como en el presente se hace con el software libre).
Las ideas tradicionales son formuladas por los carlistas en su triple lema,
Dios, patria, rey, más adelante explicitado como Dios, patria, fueros y rey. (Esto es un ejemplo de la creatividad constitutiva de la tradición).

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Las ideas tradicionales parten de que la libertad y la justicia sólo se pueden conseguir si se basan en el acatamiento de la autoridad en materia moral de la Iglesia Católica; mientras que los liberales, incluso los que son católicos, lo basan todo en el poder del Parlamento en nombre del Pueblo Soberano o de la Nación, como poder supremo.

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Nexo entre las dos causas de la Primera Guerra carlista: ¿por qué los liberales apoyan la proclamación de Isabel II como reina?
El pacto realizado en 1832, como desenlace de los Sucesos de la Granja, por la reina Gobernadora Mª Cristina de Borbón, de acuerdo con el gobierno absolutista de Fernando VII, con los liberales, que apoyan la decisión sucesoria absolutista del rey Fernando VII en favor de la infanta Isabel, porque les proporciona la clara posibilidad de llegar al poder y de establecer el liberalismo desde arriba.
Este es el pacto entre el Trono y la Revolución, que traerá la implantación del liberalismo, y que viene de la época de Fernando VII.

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Carlismo, integrismo y nacionalismo a finales del XIX

Los carlistas siguen en la marginación.

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El inicio en España de los nacionalismos antiespañoles fue en la época de la Restauración a finales del XIX:
Esos movimientos nacionalistas se basan, como el nacionalismo españolista, como todo nacionalismo, en la misma veneración de la Nación por encima de todo y en la teoría de los hechos diferenciales.
El nacionalismo es muy diferente del amor a la patria, es su distorsión.
La teoría de los hechos diferenciales es el mito de la superioridad, porque nadie dice que es diferente para pregonar una inferioridad, sobre todo si es colectiva, sino para pretender una superioridad y su acatamiento. Es valorar a la patria sólo porque es superior a las demás, esto es dulcineísmo y es diferente del amor a la patria y lo contradice: venera a la patria por ser superior; si no lo fuera, la dejaría por otra de más categoría. Basar el nacionalismo en la teoría de los hechos diferenciales es insistir más en lo que separa que en lo que une con los otros pueblos, es crear el problema de la convivencia de pueblos diferentes y autónomos en una misma unidad política.
Es ahora el origen del mal llamado "problema vasco" y del mal llamado "problema catalán". El verdadero problema es el nacionalismo catalanista y el nacionalismo vasquista: y en ello el problema no es lo catalán, ni lo vasco, sino el nacionalismo, que es el mismo que el nacionalismo españolista, ahora aplicado a lo catalán y a lo vasco: proclamar la Nación como lo máximo, lo supremo. En España ya era un problema enorme que se hubiera impuesto la proclamación de España como Nación, (con soberanía absoluta ejercida por su parlamento, porque estaba siendo un tóxico para todo lo español), cuando desde ahora tenemos a otros que pretenden que su nación sea reconocida como Nación con mayúscula, es decir como entidad absoluta en sí misma, lo cual, lleva consigo el pretender antes o después el soberanismo, además de ser un dulcineísmo. Y lógicamente tantos soberanos absolutos son ya demasiados problemas.

Aún dicen en el XXI que es manchar un apellido vasco su unión con otro apellido que no sea vasco, aunque ya no exigen tener los ocho primeros apellidos vascos como falsa demostración de que se tiene la inexistente raza vasca.

Véase la cuestión de la limpieza de sangre

La distorsión de la religiosidad por el naturalismo renacentista lo centra todo en lo humano desligado de lo divino y sobrevalorado. Y, en el caso de la limpieza de sangre, al poner como indicador de ser buen cristiano, en vez de la unión con lo divino de lo humano, la ascendencia familiar, pone el eslabón que llevará en el futuro a sustituir la religión por el racismo. La limpieza de sangre cada vez más valorada en los siguientes siglos de la Edad Moderna, llevará a mitificar a aquellos pueblos como el de Vascongadas que se suponía que nunca estuvieron bajo la dominación musulmana, a la que se denominaba mora, como ahora árabe, con una denominación étnica y no religiosa. Sólo faltará que llegue la proclamación por el liberalismo de la doctrina del Pueblo Soberano, para que haga eclosión el nacionalismo con todas sus locuras y catástrofes de los siglos contemporáneos y posmodernos.
Cuando se suprime el requisito de la limpieza de sangre en 1835, es ya demasiado tarde, ha sido sustituido por el
nacionalismo con todo su racismo y xenofobia, que es el problema corregido y aumentado.

IPARRAGUIRRE, EL CARLISMO Y EL NACIONALISMO VASQUISTA

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En la Plena Edad Media (XI -XIII): empieza a llegar a su plenitud la síntesis de la religión y de la vida:
ser cristianos los individuos y los estados y comportarse como tales:
vivir conforme a la moral (conforme a su humanidad y según su nueva sobrenaturaleza como hijos de Dios)
y utilizar los medios que tiene la Iglesia Católica para ello:
la autoridad de la Iglesia para indicar infaliblemente lo que está bien y lo que está mal (lo que es humano y lo que no)
y la gracia divina dispensada por la Iglesia para conseguir obrar en consecuencia, según su naturaleza humana y según su nueva sobrenaturaleza como hijos de Dios.
La sociedad es cristiana y va organizando todos los aspectos de la civilización conforme a la moral natural, a la justicia racional, dentro de la Iglesia Católica cuya autoridad religiosa y moral acatan los estados.
La Cristiandad busca el pleno desarrollo de lo humano en su unión con lo divino por medio de Cristo y de su Iglesia.
La Edad Media cristiana no sólo no elimina la cultura clásica, sino que la Iglesia la salva de su naufragio de la caída del Imperio Romano, la cristianiza y así la potencia y la aumenta en intensidad,
y además la aumenta en extensión integrando a los pueblos bárbaros en la civilización clásica cristianizada al convertirlos, al bautizarlos.

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La Reconquista intensifica en España, dentro de la Cristiandad, la militancia, la combatividad cristiana.

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El antropocentrismo de la modernidad es la creencia de que la humanidad se desarrollará mejor autoproclamándose como centro supremo, desligándose de Dios y de la Iglesia.
Desligar lo humano y lo divino.
Ha dado origen a absolutismos, guerras, matanzas, odio entre naciones, explotación. Desencadenamiento de lo inhumano.

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EL DESPOTISMO ILUSTRADO

Es la culminación de la monarquía absoluta cuando los ilustrados son dueños del poder del Antiguo Régimen en la segunda mitad del XVIII.
Su objetivo dicen que es "hacer a los individuos virtuosos y a los pueblos felices", desligándoles de sus tradiciones populares a las que los ilustrados llaman supersticiones, especialmente a la religión católica. Porque es el sistema político absolutista que corresponde a
la Ilustración, que a su vez se basa en la creencia supersticiosa de que la educación en el saber racionalista, separado de lo sobrenatural, lleva a la virtud y a la felicidad y por eso hay que imponerlo al pueblo desde el poder de la monarquía absoluta.
El lema que resume lo que es el despotismo ilustrado es "todo para el pueblo, pero sin el pueblo".
Como racionalista que es, la Ilustración, es un intento de revolución con orden, en este caso mediante la educación y multitud de proyectos económicos, manteniendo las riendas del poder. Pero les estalla la revolución liberal, que procede de
la Ilustración por vía de ruptura. Las ideas de los ilustrados, los autodenominados filósofos, causaron la crisis de la monarquía en cuyo nombre actuaban. La crítica de Cevallos a la Ilustración la mostraba como crimen de Estado, además de falsa filosofía.
Pretenden que el pueblo crea que será llevado a la virtud y a la felicidad al margen de la religión y gracias a la educación y a los proyectos económicos de los ilustrados bajo el poder absoluto de la corona que ellos ejercen.
Las
Sociedades Económicas de Amigos del País fueron los núcleos de las oligarquías ilustradas de las ciudades españolas.
Los proyectos de los ilustrados los realizarán los liberales, la nueva generación formada en las ideas inculcadas por los ilustrados, pero que descubren que pueden ejercer un poder aún más absoluto en nombre del Pueblo, que en nombre del rey. Se beneficia la alta sociedad oligárquica en ambas situaciones.

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Sociológicamente la Ilustración es sostenida por la mayor parte de la alta sociedad (gran parte de la aristocracia con la realeza al frente, la mayor parte de los intelectuales y de la burguesía, donde la hay, e incluso parte del alto clero).
El pueblo, por su parte, no sólo sigue apegado a la vida tradicional, sino que la sigue haciendo avanzar, como se ve desde los niveles más superficiales del desarrollo del folcklore, hasta los más profundos del desarrollo de la moderna devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que expresa y cimenta aquella síntesis de la religión y de la vida que es el núcleo de la tradición.
La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús
. A esta devoción, que iba estableciendo la Iglesia y se iba popularizando como máxima expresión religiosa, se oponen radicalmente los ilustrados y sus continuadores los liberales, en primer lugar por el racionalismo al que se aferran fanáticamente, y que es incompatible con la unión de lo humano y lo divino que expresa esta devoción, y en segundo lugar porque ellos conectan mejor con los jansenistas, cuyo pesimismo rechaza la devoción al Sagrado Corazón por ser la expresión de la misericordia de Dios, que perdona los pecados del hombre, lo restaura y lo habilita para obrar bien e incluso lo diviniza.

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La Revolución es la subversión contra las pervivencias tradicionales con el objetivo principal de separar totalmente la vida humana de la divina.

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El pueblo español, aún muy tradicional, se opone radicalmente a la Revolución Francesa como a un poder anticristiano;
oposición radical que ya demuestra el pueblo en la Guerra contra la Convención (1793-1795).

La Guerra de la Independencia (1808-1814)

  1. El pueblo español inicia la insurrección contra la ocupación francesa y contra el gobierno afrancesado (el 2.05.1808 en Madrid).
    El ejército y una parte de las clases superiores se unen a la insurrección popular.
    Sublevación popular de ideas tradicionales (religiosas, patrióticas y monárquicas).
    La junta de Murcia, por ejemplo, lo expresaba así: "Sepa el mundo que los murcianos conocen sus deberes y obran según ellos hasta derramar su sangre, por la Religión, por su Soberano y sus amados hermanos, todos los españoles".
  2. Ante la ocupación francesa y la imposición de José I como rey, se produce la subdivisión de los antitradicionales (ilustrados y liberales) en:
  3. Introducción del liberalismo. La revolución liberal se introduce en España durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) en las Cortes de Cádiz por los "patriotas" y en el otro bando por el gobierno de los "afrancesados".

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El historiador inglés Martin Hume, en su Historia del pueblo Español, escribe: "Los teóricos de Cádiz, en medio de una Babel de elocuencia, dieron a España una Constitución completamente extraña a los ideales y a la tradición española, y reformaron en el papel de arriba abajo, toda la vida del país".
"Con la guerra desencadenada en la mayor parte de la Península, los 184 diputados, en su mayoría intrusos, que se habían nombrado a sí mismos, no eran en ningún sentido representantes del pueblo, y la Constitución de Cádiz constituía un desafío al Rey y al pueblo".
Espoz y Mina, luego liberal furibundo, entonces se negó a cumplir la orden recibida de Cádiz en octubre de 1812 de jurar y hacer jurar la Constitución en Navarra. Y en 1814 la hizo fusilar.
José María Iribarren, en su historia de Espoz y Mina escribe: "A finales del año 12 nadie pudo prever el alcance y las consecuencias de la Constitución votada en Cádiz, y la cantidad de pronunciamientos y luchas, de lágrimas y sangre que, andando el tiempo, habría de costar".

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Los reinos que constituían España sin problemas no empezarán a ser sometidos a la unicidad de un Estado único hasta la Edad Moderna, pero no terminará de ser impuesta esa unicidad hasta la imposición del liberalismo en el XIX. Esa unicidad es uno de los factores de la posterior crisis de la unidad de España. Es la unicidad del Estado, sinónimo de Nación desde la revolución liberal. El liberalismo basa su ideología en la doctrina del Pueblo Soberano o de la Soberanía de la Nación como soberanía absoluta y tiene su concreción política en el parlamentarismo, que es la atribución de ese poder absoluto al parlamento como representante del Pueblo y el ejercicio de ese poder como instancia suprema, que no reconoce ninguna otra por encima, ni humana, ni divina.

Lo mismo el nacionalismo españolista de la Constitución de Cádiz y las siguientes que el nacionalismo antiespañolista del vasquismo son contrarios a la autonomía de Navarra. No sólo tienen las mismas ideas, sino que es el mismo nacionalismo aplicado a una u otra "Nación" o "Pueblo", al que proclaman como soberano absoluto en nombre de la doctrina de los hechos diferenciales. Es el liberalismo y el nacionalismo que viene con él lo que suprime el reino de Navarra e impone el centralismo, tras los primeros intentos con la Constitución de Cádiz en 1812 y 1820, definitivamente al vencer en la Primera Guerra Carlista (1833-1840).

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El liberalismo

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TRADICIÓN EN VASCO

"Izan direlako gara, garelako izango dira" (Porque han sido somos, porque somos serán).

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La tradición es la unión de la religión y de la vida. Es la realización de todas las actividades de la vida social conectadas a la religión, sometidas a la moral, con los únicos medios que posibilitan esto: la autoridad de la Iglesia y la gracia que dispensa la Iglesia, lo que aporta la Iglesia.

Se habla de una tradición liberal, de una tradición socialista.

Pero la tradición política española, la combatida principalmente por toda revolución,

es lo que se transmite porque es bueno. Es una selección de lo contrastado y comprobado.

Pero lo humano es bueno cuando es conforme a la naturaleza humana, a la ley natural. Y esto sólo es posible con la gracia que realiza la unión de la religión y la vida.

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El mismo Cristo es la verdad de todo hombre y de toda la historia humana. La Eucaristía se convierte en criterio de valorización de todo lo que el cristiano encuentra en las diferentes expresiones culturales
(Sacramentum Caritatis, n. 78; año 2007).

«Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno » ( 1Tes 5,21)

"Izan direlako gara, garelako izango dira" (Porque han sido somos, porque somos serán).

Donde no hay tradición se crea tradición.

Humanos somos y todo lo humano nos atañe

Si acaso los llamados "filósofos" han dicho algo bueno y valioso,
como a posesores injustos debemos arrebatárselo

Los verdaderos amigos del pueblo son los tradicionalistas (san Pío X).

El tradicionalismo político español

La Historia de España a beneficio de inventario

La historia del carlismo a beneficio de inventario

La Tradición con mayúscula es parte de la Revelación

El tradicionalismo filosófico no es tradicional y ha sido condenado por la Iglesia como una herejía

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El concepto dinámico de la tradición

Vázquez Mella Discurso del Parque de la Salud de Barcelona, 17 de mayo de 1903

«El hombre discurre y, por lo tanto, inventa, combina, transforma, es decir, progresa, y transmite a los demás las conquistas de su progreso. El primer invento ha sido el primer progreso; y el primer progreso, al transmitirse a los demás, ha sido la primera tradición que empezaba. La tradición es el efecto del progreso; pero como le comunica, es decir, le conserva y le propaga, ella misma es el progreso social. El progreso individual no llega a ser social si la tradición no le recoge en sus brazos. Es la antorcha que se apaga tristemente al alcanzar el primer resplandor si la tradición no la recoge o la levanta para que pase de generación en generación, renovando en nuevos ambientes el resplandor de su llama.

»La tradición es el progreso hereditario; y el progreso, si no es hereditario, no es progreso social. Una generación, si es heredera de las anteriores, que le transmiten por tradición hereditaria lo que han recibido, puede recogerla y hacer lo que hacen los buenos herederos: aumentarla y perfeccionarla, para comunicarla mejorada a sus sucesores. Puede también malbaratar la herencia o repudiarla. En este caso, lega la miseria o la ruina: y si ha edificado algo, destruyendo lo anterior, no tiene derecho a que la generación siguiente, desheredada del patrimonio deshecho, acepte lo suyo: y lo probable es que se quede sin los dos. Y es que la Tradición, si incluye el derecho de los antepasados a la inmortalidad y al respeto de sus obras, implica también el derecho de las generaciones y de los siglos posteriores a que no se le destruya la herencia de las precedentes por una generación intermedia amotinada. La autonomía selvática de hacer tabla rasa de todo lo anterior y sujetar las sociedades a una serie de aniquilamientos y creaciones, es un género de locura que consistiría en afirmar el derecho de la onda sobre el río y el cauce, cuando la tradición es el derecho del río sobre la onda que agita sus aguas.

»El anillo vivo de una cadena de siglos, si no está conforme con los que preceden y quiere que so lo estén los que le siguen, puede salir de la cadena para existir por su cuenta; pero no tiene derecho a destruirla ni a privar a los posteriores de los anillos precedentes.

»Y siendo todas las autonomías iguales, las de los siglos precedentes y las de los posteriores valen más que las de un momento dado de la Historia, aún suponiendo -lo que no ha sucedido nunca- que una oligarquía no usurpe el nombre de todos y no haga pasar el capricho de los menos por la voluntad de los más. Luego por encima de esa imaginaria autonomía está el deber de subordinarse a la tradición hasta por el imperio de las mayorías, que rara vez son simultáneas; pero que, cuando se trata de las instituciones que expresan los grandes hechos de un pueblo, son siempre sucesivas.

»Ved, señores, cómo la tradición, ridículamente desdeñada por los que ni siquiera han penetrado su concepto, no sólo es elemento necesario del progreso, sino una ley social importantísima, la que expresa la continuidad histórica de un pueblo, aunque no se hayan parado a pensar sobre ella ciertos sociólogos que, por detenerse demasiado a admitir la naturaleza animal, no han tenido tiempo de estudiar la humana en que radica.

»Esta es la causa de que todo hombre, aún sin advertirlo y sin quererlo, sea tradicionalista, porque empieza por ser ya una tradición acumulada. Que se despoje, si puede, de lo que ha recibido de sus ascendientes y verá que lo que queda no es le mismo, sino una persona mutilada que reclama la tradición como el complemento de su existencia. El revolucionario más audaz que, en nombre de una teoría idealista, formada más por la fantasía que por el entendimiento, se propone derribar el edificio social y pulverizar hasta los sillares de sus cimientos para levantar otro de nueva planta, si antes de empezar el derribo se detiene a preguntarse a sí mismo quién es ; si la pasión no le ciega, oirá una voz que le dice desde los muros que amenaza y desde el fondo de su alma: Eres una tradición compendiada que se quiere suicidar; eres el último vástago de una dinastía de antepasados tan antigua como el linaje humano; ninguna es más secular que la tuya. Si uno sólo faltara en esa cadena de miles de años, no existirías; quieres derrocar una estirpe de tradiciones y eres en parte obra de ellas. Quieres destruir una tradición en nombre de tu autonomía y empiezas por negar las autonomías anteriores y por desconocer las siguientes; al inaugurar tu obra, quieres que continúe una tradición contra las tradiciones pasadas y contra las tradiciones venideras, proclamando la única verdad de la tuya. Mirando atrás, eres parricida; mirando adelante, asesino, y mirándote a ti mismo, un demente que cree destruir a los demás cuando se mata a sí mismo.

»Los hombres grandes son aquellos que saben conservar, en una sociedad intangible, la herencia de la tradición; los que no sólo la conservan, sino que la corrigen; o los que, no satisfechos con conservarla y corregirla, la perfeccionan y la aumentan. Y el más tradicionalista no es el que sólo conserva, sino el que, además de conservar, corrige, el que añade y acrecienta, porque sigue mejor el ejemplo de los fundadores, no limitándose a mantener el caudal, sino haciendo lo que ellos hicieron: producir y prolongar con el progreso sus obras.

»Por eso los hombres más grandes de la historia son los más tradicionalistas; es decir, los que no dejan tras de sí más que tradición. Solo el vulgo que no funda no transmite nada propio: y muchas veces, sin conocerlas siquiera, repudia las herencias de los demás. En suma, la autonomía individual es la soledad del aislamiento, rompiendo la trama social de las generaciones e interrumpiendo bruscamente, si a tanto alcanza su fuerza disolvente, la continuidad de la vida de un pueblo. La tradición es la familia agrupada en derredor del mismo hogar, en donde se sustituyen los hombres y las llamas, que duran más que los hombres».

Discurso del Parque de la Salud de Barcelona, 17 de mayo de 1903

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Tradición es progreso y no hay progreso sin tradición

Juan Vázquez de Mella, Discurso de Santander, 1916

“El pueblo decae y muere cuando su unidad interna, moral, se rompe, y aparece una generación entera, descreída, que se considera anillo roto en la cadena de los siglos, ignorando que sin la comunidad de tradición no hay patria; que la patria no la forma el suelo que pisamos, ni la atmósfera que respiramos, ni el sol que nos alumbra, sino aquel patrimonio espiritual que han fabricado para nosotros las generaciones anteriores durante siglos, y que tenemos el derecho de perfeccionar, de dilatar, de engrandecer; pero no de malbaratar, no de destruir, no de hacer que llegue mermado o que no llegue a las generaciones venideras; que la tradición, en último análisis, se identifica con el progreso, y no hay progreso sin tradición, ni tradición verdadera sin progreso”.

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La tradición: su trascendencia de la historia, por JMª Petit