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Textos sobre la Cruzada de 1936

La Carta colectiva de los obispos españoles a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España (1 de julio de1937)

A 23 de noviembre de 1936, el Cardenal Arzobispo de Toledo, don Isidro Gomá y Tomás, escribía en la página 23 de su pastoral “Por Dios y Por España”:

“Ignoramos cómo y con qué fines se produjo la insurrección militar de julio… lo que sí podemos afirmar, porque somos testigos de ello, es que, al pronunciarse una parte del ejército contra el viejo estado de cosas, el alma nacional se sintió profundamente percutida y se incorporó, en corriente profunda y vasta, al movimiento militar; primero, con las simpatía y anhelo con que se ve surgir una esperanza de salvación, y luego, con la aportación de entusiastas milicias nacionales, de toda tendencia política, que ofrecieron, sin tasas ni pactos, su concurso en el ejército, dando generosamente vidas y haciendas para que el movimiento inicial no fracasara. Y no fracasó –lo hemos oído de militares prestigiosos- precisamente por el concurso armado de las milicias nacionales”.

“Es preciso haber vivido aquellos días de la primera quincena en Navarra que, con una población de 320.000 habitantes, puso en pie de guerra más de 40.000 voluntarios, casi la totalidad de los hombres útiles para las armas, que dejando las parvas en sus eras y que las mujeres y niños levantaran las cosechas, partieron para los frentes de batalla sin más ideal que la defensa de su religión y de su Patria. Fueron primero a guerrear por Dios; y hará un gran bien a España quien recoja, como en antología heroica, los episodios múltiples del alistamiento en esta Navarra que, como fue en otros tiempos madre de reinos, ha sido hoy el corazón de donde ha irradiado a toda nuestra tierra la emoción y la fuerza de los momentos trascendentales de la historia”.

“Al compás de Navarra se ha levantado potente el espíritu español en las demás regiones no sometidas de primer golpe a los ejércitos gubernamentales. Aragón, Castilla la Vieja, León y Andalucía han aportado grandes contingentes de militares que, bajo diversas denominaciones políticas se han solidarizado, en un todo compacto, con el ejército nacional. Y en todos los frentes se ha visto alzarse la Hostia Divina en el santo sacrificio, y se han purificado las conciencias por la confesión de millares de jóvenes soldados, y mientras sellaban las armas resonaba en los campamentos la plegaria colectiva del Santo Rosario. En ciudades y aldeas se ha podido observar una profunda reacción religiosa de la que no hemos visto ejemplo igual”.

Siendo Obispo de Salamanca, el cardenal Enrique Pla y Deniel afirma en su pastoral “Las dos ciudades”:

“La lucha actual reviste, sí, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada. Fue una sublevación, pero no para perturbar, sino para restablecer el orden. Lucha a favor del orden contra la anarquía, a favor de la implantación de un gobierno jerárquico contra el disolvente comunismo, a favor de la defensa de la civilización cristiana y sus fundamentos: religión, patria y familia contra los sin-Dios y contra-Dios, los sin Patria y hospicianos del mundo en frase feliz del poeta”.

1 de julio de 1937, en la Carta Colectiva del Episcopado Español:

Conste antes que todo, ya que la guerra pudo preverse desde que se atacó ruda e inconsideradamente al espíritu nacional, que el Episcopado español ha dado, desde el año 1931, altísimos ejemplos de prudencia apostólica y ciudadana. Ajustándose a la tradición de la Iglesia y siguiendo las normas de la Santa Sede, se puso resueltamente al lado de los poderes constituidos, con quienes se esforzó en colaborar para el bien común. Y a pesar de los repetidos agravios a personas, cosas y derechos de la Iglesia, no rompió su propósito de no alterar el régimen de concordia de tiempo atrás establecido. “Etiam dyscolis”: A los vejámenes respondimos siempre con el ejemplo de la sumisión leal en lo que podíamos; con la protesta grave, razonada y apostólica cuando debíamos; con la exhortación sincera que hicimos reiteradamente a nuestro pueblo católico a la sumisión legitima, a la oración, a la paciencia y a la paz. Y el pueblo católico nos secundó, siendo nuestra intervención valioso factor de concordancia nacional en momentos de honda conmoción social y política”.

La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó, y no creemos necesario vindicarla de la nota de beligerante con que en periódicos extranjeros se ha censurado a la Iglesia en España. Cierto que miles de hijos suyos, obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, alzaron en armas para salvar los principios de religión y justicia cristiana que secularmente habían informado la vida de la Nación; pero quien la acuse de haber provocado esta guerra, o de haber conspirado para ella, y aun de no haber hecho cuanto en su mano estuvo para evitarla, desconoce o falsea la realidad”

“…no nos hemos atado con nadie -personas, poderes o instituciones - aun cuando agradezcamos al amparo de quienes han podido librarnos del enemigo que quiso perdernos, y estemos dispuestos a colaborar, como Obispos y españoles, con quienes se esfuercen en reinstaurar en España un régimen de paz y justicia. Ningún poder político podrá decir que nos hayamos apartado de esta línea, en ningún tiempo” (Del apartado nº 3, Nuestra posición ante la guerra).

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Todavía en diciembre de 1975, el cardenal Tarancón se dirigió a la Conferencia Episcopal, reunida en su XXIII asamblea, y recordó la larga etapa iniciada por un “hecho histórico trascendental, la guerra o Cruzada de 1936”, para reafirmar luego que “la jerarquía eclesiástica no puso artificialmente el nombre de Cruzada a la llamada guerra de Liberación”, y evocar la Carta colectiva dirigida a sus hermanos de todo el mundo por el episcopado en plena Guerra Civil. Cuarenta años después, el episcopado español, dijo Taracón, no quería “romper con nuestros predecesores ni con la Iglesia española de 1937”.
SANTOS JULIÁ. EL PAÍS 4.11.2018

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Pío XI, en su alocución a los prófugos españoles, el 14 de septiembre de 1936, decía:

“Cuanto hay de más humanamente humano y de más divinamente divino; personas sagradas, cosas e instituciones sagradas; tesoros inestimables e insustituibles de fe y de piedad cristiana al mismo tiempo que de civilización y de arte: objetos preciosísimos, reliquias santísimas: dignidad, santidad, actividad benéfica de vidas enteramente consagradas a la piedad, a la ciencia y a la caridad; altísimos Jerarcas sagrados, Obispos y Sacerdotes, Vírgenes consagradas a Dios, seglares de toda clase y condición, venerables ancianos, jóvenes en la flor de la vida, y aun el mismo sagrado y solemne silencio de los sepulcros, todo ha sido asaltado, arruinado, destruido con los modos más villanos y bárbaros, con el desenfreno más libertino, jamás visto, de fuerzas salvajes y crueles que pueden creerse imposibles, no digamos a la dignidad humana, sino hasta a la misma naturaleza humana, aun la más miserable y la caída en lo más bajo…”

El padre Enrico Rosa, en la “Civiltà Cattolica” (septiembre de 1937, pág. 486) dice:

Se trata de algo más que de una Cruzada, semejante a las antiguas; se trata de una campaña contra subvertidores extranjeros y malhechores, hombres asaz peores que los musulmanes y los moros, como los invasores actuales, en quienes la perversión del apóstata y el genio del hombre moderno se juntan al odio y a la pujanza”.

En la Pastoral Colectiva del Episcopado de Bélgica, en diciembre de 1936, se consignaba:

“… la guerra civil, en sí misma tan funesta, se ha agravado con una horrible guerra religiosa. En todo el territorio en que reina el comunista, se extendió un orgía infernal de incendios de iglesias y conventos, de asesinatos de obispos, sacerdotes y religiosos, exterminando sin piedad a las personas y a las cosas que representan la Religión Católica. Inclinémonos respetuosamente ante las nobles víctimas de un odio satánico al nombre cristiano, porque tenemos derecho a pensar que han ganado la palma del martirio en el sentido propio y elevado de la palabra. Esta guerra ha tomado, por tanto, el carácter de una lucha a muerte con el comunismo materialista y ateo y la civilización cristiana de nuestros antiguos países occidentales”.

El cardenal Hinsley, arzobispo de Westminster, en su Respuesta al cardenal Gomá, exponía:

Las fuerzas anti-Dios están resueltas a hacer de España el centro estratégico de una revolución mundial contra las bases mismas de la sociedad civilizada de Europa. De lo que se trata es de una lucha entre la civilización cristiana y la pretendida civilización soviética”.

Y el cardenal Verdier, en igual fecha (septiembre de 1937), al contestar también al cardenal Gomá, decía:

“Lo que se ventila en esta guerra es el porvenir de la Iglesia Católica y la civilización por ella fundada. Si España ofrece hoy el ejemplo de un sacrificio único en la historia, es porque los enemigos de Dios la eligieron para primera etapa de su destrucción”.

En iguales términos se expresaron eminentes escritores como

el embajador Conde de Saint-Aulaire, con La Renaissance d’Espagne

Jean Descolá, Histoire d’Espagne Chrétienne

Jean Estelrich, la Persécution Religieuse en Espagne ;

el Abate Carlier, Impressions de voyage nationaliste;

François Mirandet, L’Espagne de Franco;

Pierre Héricourt, Les Soviets et la France fournisseurs de la Revolution espagnole ;

el vicealmirante H.Jouvert, La Guerre de Espagne et le Catholicisme ;

el Manifiesto de los intelectuales franceses, diciembre de 1937.

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El Emmo. Doctor don Isidro Gomá y Tomás, arzobispo de Toledo, con su gran autoridad, decía:

“El verdadero cado de España sería este: que dentro de la unidad intangible y recia, de la gran Patria se pudieran conservar las características regionales, no para acentuar hechos diferenciales, siempre muy relativos ante la sustantividad del hecho secular que nos plasmó en la unidad política de España, sino para estrechar, con la aportación del esfuerzo de todos, unos vínculos que nacen de las profundidades del alma de los pueblos iberos y que nos imponen el contorno de nuestra tierra y el suave cobijo de nuestro cielo incomparable. Así los rasgos físicos y psicológicos distintivos de los hijos traducen mejor la unidad fecunda de los padres. Así sería España, una de substancia y rica de matices…”(“Por Dios y por España”, página 17).

Decía Su Santidad Pío XI:

“Se propaga una teoría que está en abierta oposición con la doctrina católica; una teoría según la cual la Ciudad, es decir el Estado, es de sí mismo su último fin, y el ciudadano no existiría más que por el Estado, deberá aportarlo todo al Estado, y dejarse absorber totalmente por el Estado” (28.diciembre. 1925 y 20.diciembre.1926).

Ya decía Santo Tomás:

“La persona humana se ordena a la sociedad política, pero no en su totalidad ni en todas sus cosas”.

Y añadía el Cardenal Gomá:

Tan temible es la reducción de los valores humanos, la disminución de la personalidad humana, hecha desde abajo como desde arriba, y sería lamentable que, en vez de buscar la fuerza social y la grandeza de la Patria en la dignificación espiritual del ciudadano y en la trabazón armónica y natural de todos los elementos que integran un pueblo, se formara un artículo de fuerza, más o menos brillante, que regulara, en cuadrícula inflexible, el pensamiento y las actividades de todos” (“Por Dios y por España”, pág. 194)

En su Carta Colectiva, consignaba el Episcopado Español:

“Afirmamos que la guerra no se ha emprendido para levantar un Estado autócrata sobre una nación humillada, sino para que resurja el espíritu nacional con la pujanza y la libertad cristiana de los tiempos viejos. Confiamos en la prudencia de los hombres de gobierno, que no querrán aceptar moldes extranjeros para la configuración del Estado español futuro, sino que tendrán en cuenta las exigencias de la vida íntima nacional y la trayectoria marcada por los siglos pasados. Toda sociedad bien ordenada basa sobre principios profundos y de ellos vive, no de aportaciones adjetivas y extrañas, discordes con el espíritu nacional. La vida es más fuerte que lo programas, y un gobernante prudente no impondrá un programa que violente las fuerzas íntimas de la nación. Seríamos los primeros en lamentar que la autocracia irresponsable de un parlamento fuese sustituida por la más terrible de una dictadura desarraigada de la nación. Abrigamos la esperanza legítima de que no será así. Precisamente lo que ha salvado a España en el gravísimo momento actual ha sido la persistencia de los principios seculares que han informado nuestra vida y el hecho de que un gran sector de la nación se alzara para defenderlos. Sería un error quebrar la trayectoria espiritual del país, y no es de creer que se caiga en él”.

Textos del cardenal Gomá:

“El mundo ha enmudecido de pasmo y ha llamado a los de España los mejores soldados del orbe. Cuando la guerra nos ha dejado exangües y abatidos, se inclinan las naciones extranjeras ante España y reconocen en ella un valor antes ignorado y le sopesan y calculan para el futuro de la política internacional” (“Por Dios y por España”, pág. 245).

“Se dice de un político de la República que, al saber que se lanzaban a la guerra los mozos de
cierta región, dijo: “Hemos perdido la guerra. Es invencible –decía el mismo- un soldado recién confesado y comulgado. Este es el secreto de las gestas del Alcázar de Toledo, de Santa María de la Cabeza (Jaén), de tantas otras menos clamorosas que no tienen explicación humana sino en la divina fuerza del pensamiento religioso… Las batallas se juegan con las armas, el triunfo es obra del espíritu. Con los soldados de la España nacional, como en el Salado y Clavijo, en las Navas o en el Bruch, luchaba y vencía la vieja tradición masada de Religión y Patria, aprendida en templos y hogares, nutrida del aire sano de la pura historia nacional, robustecida por la fuerza de corriente secular, como torrente que se despeña de las alturas” (“Por Dios y por España”, pág. 246).

Qué extensión y qué densidad profunda la de la fe de España, que ha podido ser testificada por docenas de sus hijos creyentes, porque un mártir es un testigo; y bien que lo es de su propio pensar y vivir personal, pero cuando los mártires, como ha ocurrido en España, pueden escogerse por centenares en cada localidad, son prueba invicta del arraigo de la fe colectiva de todo un pueblo... Coro de los mártires, dice en hermosa deprecación la Liturgia, ¡alabad al Señor de los Cielos! Vosotros sois los que definitivamente habéis ganado la guerra. Nos referimos a vuestra victoria personal y a vuestra intercesión en favor de España desde el Cielo donde estáis. A los ojos de los insensatos que os infirieron la muerte, pudo parecer que triunfaban de vosotros; pero vosotros gozáis de la paz eterna. Sois óptima raza de vencedores, dice la Liturgia: VICTORIUM GENUS OPTIMUM. El mundo loco os aborreció; pero vosotros despreciasteis al mundo, árido de flores y vacío de frutos; y, con la síntesis de vuestra santa muerte lograsteis la vida bienaventurada. Son pensamientos del Oficio de mártires que no dudamos en aplicar a los nuestros” (“Por Dios y por España”, pág. 247).

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Nadie en el Tercio sabía

quien era aquel legionario

tan audaz y temerario

que a la Legión se alistó.

Nadie sabía su historia,

más la Legión suponía

que un gran dolor le mordía

como un lobo, el corazón.

Más si alguno quien era le preguntaba

con dolor y rudeza le contestaba:

Soy un hombre a quien la suerte

hirió con zarpa de fiera;

soy un novio de la muerte

que va a unirse en lazo fuerte

con tal leal compañera.

Cuando más rudo era el fuego

y la pelea más fiera

defendiendo su Bandera

el legionario avanzó.

Y sin temer al empuje

del enemigo exaltado,

supo morir como un bravo

y la enseña rescató.

Y al regar con su sangre la tierra ardiente,

murmuró el legionario con voz doliente:

Soy un hombre a quien la suerte

hirió con zarpa de fiera;

soy un novio de la muerte

que va a unirse en lazo fuerte

con tal leal compañera.

Cuando, al fin le recogieron,

entre su pecho encontraron

una carta y un retrato

de una divina mujer.

Y aquella carta decía:

"...si algún día Dios te llama

para mi un puesto reclama

que buscarte pronto iré".

Y en el último beso que le enviaba

su postrer despedida le consagraba.

Por ir a tu lado a verte

mi más leal compañera,

me hice novio de la muerte,

la estreché con lazo fuerte

y su amor fue mi ¡Bandera!

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Himno de la legión / La canción del legionario

Soy valiente y leal legionario
soy soldado de brava legión
¡Pesa en mi alma doliente calvario
que en el fuego busca redención!

Mi divisa, no conoce el miedo,
mi destino, tan sólo es sufrir;
mi bandera luchar con denuedo
hasta conseguir vencer o morir.

Legionario, legionario
que te entregas a luchar,
y al azar dejas tu suerte,
pues tu vida es un azar

Legionario, legionario
de bravura sin igual,
si en la guerra hallas la muerte
tendrás siempre por sudario,
legionario
la Bandera Nacional
¡Legionarios a morir!
¡Legionarios a luchar!

Somos héroes incógnitos todos,
nadie aspire a a saber quien soy yo,
¡mil tragedias de diversos modos
el correr de la vida formó!

Cada uno será lo que quiera,
nada importa su vida anterior,
pero juntos, formamos Bandera
que da a La Legión el más alto honor.

Legionario, legionario
que te entregas a luchar
y al azar dejas tu suerte
pués tu vida es un azar.

Legionario, legionario,
de bravura sin igual,
si en la guerra hallas la muerte
tendrás siempre por sudario,
legionario,
la Bandera Nacional
¡Legionarios a luchar!
¡Legionarios a morir!.

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Letra de José María Pemán

¡ VIVA ESPAÑA !

Alzad los brazos, hijos

del pueblo español,

que vuelve a resurgir.

Gloria a la Patria que supo seguir,

sobre el azul del mar el caminar del sol.

¡ TRIUNFA ESPAÑA !

Los yunques y las ruedas

cantan al compás

del himno de la fe.

Juntos con ellos cantemos de pie

la vida nueva y fuerte de trabajo y paz.