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Stove se bautizó en 2002
Pablo Ginés/ReL 20.02.2012R. J. Stove (http://rjstove.net) es un escritor y columnista australiano que trata
temas culturales después de muchos años escribiendo de
política. También su padre, el filósofo David
Stove, ateo convencido, fue un importante tertuliano político en
Australia. Criado en una casa sin fe, nunca sus padres pudieron
imaginar que su hijo llegaría a ser un convencido católico y se
bautizaría en 2002.
Ateísmo civil y silencioso
Los padres de R. J. Stove fueron educados como protestantes
presbiterianos pero ya de jóvenes adultos renunciaron a la fe.
Su padre, como otros de su generación, fue discípulo del
gurú australiano del ateísmo militante John Anderson, en el
departamento de filosofía de la Universidad de Sydney, que
arrastraba masas juveniles en los años 50.
El hogar de los Stove era de un ateísmo civil y silencioso,
victoriano, vida limpia y alto pensamiento,
un paganismo introvertido, con libros de segunda mano,
silencios largos y dignos, el olor del jerez seco y una nube
perpetua de tabaco.
David Stove tenía como extraño hobby la lectura de los Padres
de la Iglesia, una forma de probar los límites de su ateísmo y
de afilar su irreligiosidad, piensa hoy su hijo.
Estalinismo con agua bendita
En aquellos años de infancia, los únicos católicos que
conocía la familia Stove eran votantes laboristas de
apellidos irlandeses que procreaban abundantemente y no tenían
interés por la vida del intelecto. Así los veían ellos.
Para sus padres, el catolicismo era traición a la
filosofía, el peor enemigo del pensamiento libre y una especie
de estalinismo mezclado con agua bendita.
Había una excepción: unas religiosas de Schoenstatt que
vinieron a vivir al lado de su casa. Eran encantadoras, amables,
inteligentes, cordiales
pero para la familia Stove eran
todo esto a pesar de su fe. Al filósofo ateo le
hacía ilusión llevarles ramas para adornar el convento en
Navidad.
El joven R. J. Stove, apasionado por la música, fue organista de
una iglesia anglicana en su adolescencia y le encantaban los
himnos, pero a los 18 años se convenció de que sin fe no tenía
sentido su asistencia a esa iglesia y lo dejó. Con
cobardía característica lo anuncié a través de un
intermediario, no en persona, admite.
Tragedias en la familia
En 1993, su madre, que durante décadas había bebido en
exceso, fumado compulsivamente y casi no comía, sufrió un
colapso masivo. Al principio pareció que iba a morir pero no fue
así: quedó casi completamente paralizada pero
consciente, sin habla, incapaz casi de comunicarse. R.
J. Stove lo compara con un vegetal o con un bebé de 6 meses, y
cree que es peor incluso que ver a una persona caer lentamente en
el Alzheimer, sin preparación, porque esto fue tan abrupto
como un homicidio, pero sin poder justificar tu ira, al tener un
origen impersonal. Requería cuidados 24 horas al día.
Murió en 2001, casi 8 años después.
Pero su padre sumó más dolor a la tragedia. En ese año de 1993
le habían diagnosticado cáncer de esófago. Cuando el ataque
derribó a su mujer, pensó que estaba relacionado con el anuncio
de su enfermedad. Y ante el colapso de su esposa, se retiró,
derrotado.
Toda la elaborada religión atea de papá, con sus textos
sagrados, sus mártires, su iglesia militante; toda su firmeza
ostentosa, su maquinaria intelectual
Todas esas cosas se
convirtieron en polvo. Durante décadas había estado convencido
de su estoicismo, pero ahora demostraba la verdad de la cruel
afirmación de Clive James: nos gustaría pensar que somos
estoicos, pero preferiríamos una versión que no duela.
Él ya era alcohólico, y ahora hizo de las amenazas a los
demás una práctica habitual. En el hospital sollozaba como un
niño (nunca le había visto llorar). A veces deambulaba por el
pabellón desnudo, en un pozo de desesperación confusa. La
última vez que lo visité, para mi completo asombro, estaba
leyendo una pequeña Biblia de los gedeones que había en la
mesilla. Le comenté mi asombro. Fijó en mí el par de ojos más
grandes, protuberantes, asustados y atemorizantes que he visto
jamás y me dijo: ´ahora intentaré cualquier cosa´
".
R. J. Stove recuerda las palabras del muy agnóstico Bernard Shaw
en Demasiado verdadero para ser bueno:
¡Y ahora, mírame y sé testigo de la gran tragedia de un
ateo que ha perdido su fe!
David Stove, aún gran orador, elocuente, convenció al
psiquiatra de que se encontraba mejor, el doctor ignoró la orden
del magistrado de mantenerlo ingresado, lo dejó ir a casa, y
antes de 24 horas David Stove se ahorcaba en el jardín de su
casa. Era junio de 1994.
"¿Está papá en el infierno?"
Horrorizado, con su madre inerme y su padre muerto, R. J. Stove
se hizo preguntas. Todo el castillo ateo de cartas
que sustentaba su visión de la vida se había hundido. ¿Estaba
papá en el infierno? Si no, ¿había la menor esperanza de cielo
para él pese a la forma de su muerte? Si la había, ¿por qué
medios? ¿Cuánto había contribuido mi propia maldad a su
suicidio? ¿Y cómo podía empezar a enmendar algo?
Durante 8 años tanteó la fe. Varias cosas lo demoraron en ese
camino. Por un lado, el mal ejemplo de malos católicos, no tanto
de los que pecaban por debilidad como de los que rechazaban la
enseñanza de la Iglesia y sin embargo decían pertenecer a ella.
La mayoría quería disfrutar de los beneficios de la vida
católica sin sus inconvenientes, especialmente sin su exigente
moral sexual.
R. J. Stove además sufría de brotes periódicos de enfermedad
mental. Durante años pensó que un sí a la fe y a
la vida católica podía agravar su situación de salud mental.
Si hubiera sabido, como luego he descubierto, que mi
catolicismo sería más eficaz que cualquier otra cosa para
embotar el filo afilado de mi enfermedad no habría titubeado
tanto.
"Charlas con conversos"
Durante 8 años, leyó sin parar: Chesterton, Belloc, Evelyn
Waugh, Christopher Dawson, Fulton Sheen, Frank J. Sheed, Arnold
Lunn
Pero más impactante que todos estos grandes literatos
e intelectuales, muchos de ellos católicos conversos, el libro
que más le afectó, y que leyó convalenciente en el hospital,
fue Charlas con conversos, del padre
Forrest, de los Misioneros del Sagrado Corazón.
El cura que acompañaba a R. J. Stove en este proceso tenía
claro que para él, intelectual, adulto, víctima de fases
periódicas de desorden mental, la fe no podía venir por el
sentimiento, sino por la razón. Y estas lecturas convencían a
Stove de lo razonable de la fe, lo que le lleva a citar al
intelectual inglés católico Evelyn Waugh: la fe es
absolutamente satisfactoria para la mente, recluta a todo
conocimiento y a toda razón en su causa, es completamente
convincente para cualquiera que la escuche con silencio e
indiferencia.
Dificultades en la oración
Años después, ya católico, R. J. Stove admite que la oración
personal no fue muy importante en su camino a la fe y que aún
hoy le cuesta mucho (como a Waugh y a otros conversos
intelectuales). La oración de petición le parece demasiado
condescendiente consigo mismo. Además, es un hombre de mala
memoria y aprenderse las oraciones más sencillas han sido para
él equivalentes al más duro trabajo intelectual que
jamás se me ha pedido. También le cuesta mucho
confesarse, una tortura para mí, pero necesaria para mi
alma.
Al contrario que otros conversos al catolicismo que pueden
parecer hostiles a los cristianos protestantes, Stove admira a
muchos protestantes a los que ha conocido en actividades
pro-vida, comprometidos hasta con heroísmo.
Lo que va de Pasionaria a Santa Teresa
Respecto a las diversas oleadas de escándalos sobre abusos
sexuales que se fueron revelando mientras buscaba la fe y al poco
de bautizarse, afirma que le afectaron poco: sabe que los hombres
pecan, y que la Iglesia no se debe juzgar por los peores
en ella, sino por los mejores.
Comparemos a los santos católicos con los individuos más
escrupulosos que el mundo anticatólico nos puede ofrecer.
¿Cuántos Gramsci se necesitan para igualar moral o
intelectualmente a un Tomás de Aquino? ¿Cuántas Pasionarias se
requieren para igualar a una Teresa de Ávila?
Stove comenta también que algunas enseñanzas católicas
parecen presuntuosas a la mayoría de no-católicos. Si las
examinan bien, no lo son. Si buscas arrogancia, no la busques en
la doctrina católica. Búscala en los titulares en el quiosco:
la salvación mediante Lady Di, la divinidad de Nicole Kidman, la
ausencia de pecado original en Brad Pitt
Cualquiera que
haya sentido la tentación de adorar a esos extraños dioses en
el pasado, podría asombrarse no de la impudicia del catolicismo,
sino de su modestia.