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Roy H. Schoeman ha contado su asombrosa conversión del judaísmo al catolicismo

ReL 18 enero 2013 / Primera Luz

Roy H. Schoeman es un ingeniero informático de origen judío ortodoxo que ha contado su asombrosa conversión al catolicismo en diversas ocasiones. Publicamos aquí su testimonio prácticamente tal como aparece en la web "Primera Luz", y puede encontrarse más detallado en inglés en su propia web Salvationisfromthejews.com

Un judío en Nueva York
«Crecí como judío en un barrio de clase media en la ciudad de New York, hijo de refugiados judíos que habían huido de Alemania a los inicios del régimen de Hitler.   

»Mis padres eran activos en la congregación judía «conservadora» local, y para el promedio americano, tuve una educación judía bastante religiosa. Asistí a estudios de religión después de la escuela, desde el primer grado hasta que llegué a la universidad. Tuve mi Bar Mitzvah, y con frecuencia, aunque no siempre, asistía a los servicios del Sabbath y a las fiestas religiosas judías.

Rabinos místicos

»Crecí en contacto con rabinos extraordinarios, a quienes Dios me dio para mi formación religiosa, y hasta tuve que debatir si yo tenía vocación religiosa.   

»El verano al final de mis estudios secundarios, antes de comenzar la universidad, lo pasé viajando por todo Israel, con un rabino hasídico carismático y «místico», el rabino Shlomó Carlebach, quien todas las noches ofrecía un concierto, que era en realidad una estática sesión de alabanza hasídica.   

»Por un tiempo pensé quedarme en Israel para estudiar en alguna de las yeshivas (escuelas de religión) ultra ortodoxas que allí existen y que constituyen lo más cercano del judaísmo a la «vida religiosa», pero regresé para iniciar mis estudios en M.I.T. [Massachusetts Institue of Technology] en matemáticas e informática. 

Universidad sin fe ni pureza

»En la universidad traté de preservar mi fervor religioso, y me mantuve activo en una congregación hasídica local, pero pronto caí en la moral y mentalidad más típica de M.I.T. Existe una estrecha relación entre la pureza de mente y de conducta, y la intimidad con Dios. Aunque al principio Él no sea estricto en sus reglas, más tarde o más temprano, no puede esperarse que se mantenga la intimidad, si no se juega según sus reglas. A medida que abandoné sus reglas, perdí la intimidad con Él.   

»Al final de la universidad, el placer de la oración no era más que una memoria abstracta, y me había imbuido en los caminos del mundo. Después de algunos años diseñando sistemas de computadoras (ordenadores), decidí asistir a la Escuela de Negocios de Harvard para estudiar una maestría en Administración de Empresas (MBA). Como resultado de un trabajo excepcional, se me invitó a formar parte de la facultad, a la vez que continuaba mis estudios hacia un doctorado, en preparación a una carrera en la enseñanza universitaria.

Éxito mundano, vacío interior

»Al perder contacto con Dios, también perdí el sentido de propósito y dirección en mi vida. Yo seleccionaba el sendero de menor resistencia, que, a los ojos del mundo, constituía el éxito. Estar en la facultad de la Escuela de Negocios de Harvard a los treinta años era casi un éxito.   

»Sin embargo, a medida que completaba cada meta, me enfrentaba a un sentimiento cada vez más profundo de vacío, de falta de sentido en los éxitos. Ya para ese entonces, después de unos cuatro años enseñando en Harvard, me sentía deprimido interiormente y con una gran falta de sentido en mi vida, rayando en la desesperación.   

»Yo no era el único que me sentía así. Un colega en la facultad me confió que, al día siguiente del día en que su cátedra se convirtió permanente, después de una década de esfuerzos, casi renunció, abrumado por el sentimiento de vacío y la falta de sentido en todo por lo tanto había luchado.   

»Hacía mucho tiempo que había abandonado la vida de oración y mi consuelo mayor durante este periodo consistía en largas caminatas solitarias entre la naturaleza. Fue en una de estas caminatas que recibí una de las gracias más singulares de mi vida.

Una experiencia ante Dios

»Era temprano en una mañana a principios de junio, junto al mar en Cape Cod, en las dunas entre Provincetown y Truro, solitario, junto a las aves que cantaban antes de que el resto del mundo despertara, cuando, por falta de mejores palabras, «caí en el cielo».   

»Me sentí, casi consciente y físicamente, en la presencia de Dios. Vi pasar mi vida frente a mí, viéndola como si estuviera repasándola en la presencia de Dios después de la muerte.

»Vi todo lo que me agradaría y todo lo que me pesaría. Me di cuenta, en un instante, que el significado y el propósito de mi vida era amar y servir a mi Señor y Dios.    »Vi cómo Su amor me rodeaba y me sostenía en cada momento de mi existencia. Vi cómo todo lo que hacía tenía un contenido moral, para bien o para mal, y cómo todo contaba mucho más de lo que jamás pude imaginar.

»Vi cómo todo lo que me había acontecido en mi vida había sido lo más perfecto que podía haberse preparado para mi bien, por un Dios que era todo bueno, todo amor, y especialmente aquellas cosas que me habían causado más sufrimiento cuando sucedieron.   

»Vi que los dos pesares mayores al momento de mi muerte serían, todo el tiempo y la energía desperdiciada preocupándome porque nadie me quería, cuando en cada momento de mi existencia me encontraba en medio del inimaginable, inmenso mar del amor de Dios; y cada una de las horas desperdiciadas, sin hacer nada de valor a los ojos de Dios.    »La respuesta a cualquier pregunta que me surgía era respondida instantáneamente. Es más, no podía preguntarme nada sin que ya no supiera la respuesta, con una excepción de gran importancia: el nombre del Dios que se me revelaba como el significado y propósito de mi vida. No pensaba en él como el Dios del Viejo Testamento, a quien llevaba en mi imaginación desde mi infancia.

Dios, ¿cómo te llamas? ¡Que no sea Jesús!

»Oré para que Dios me revelara su nombre, para saber qué religión debía seguir, para poder adorarlo debidamente. Recuerdo haber rezado diciendo: "Permíteme conocer tu nombre - no me importa si eres Buda, y tengo que hacerme budista; no me importa si eres Apolo, y tengo que convertirme en un pagano romano; no me importa si eres Krishna y tengo que convertirme en Hindú; ¡mientras que no seas Cristo y tenga que volverme cristiano!"  

»Esta profunda resistencia al cristianismo se basaba en un sentimiento de que el cristianismo era el «enemigo», la perversión del judaísmo que había sido la fuente de dos mil años de sufrimiento para los judíos. Dios, que se había revelado a mí en la playa, también había escuchado mi rechazo de conocerlo, y había respetado mi decisión. De modo que no recibí respuesta alguna a mi pregunta.  

»Volví a mi casa en Cambridge y a mi vida ordinaria. Sin embargo, todo había cambiado. Pasaba todas mis horas libres en búsqueda de este Dios, en silencio en medio de la naturaleza, leyendo, y preguntando a otros sobre estas experiencias místicas.   

»Como me encontraba en Cambridge, en la década de 1980, era inevitable el seguir algunas de las sendas de la Nueva Era, y terminaba leyendo mayormente escritos espirituales hindúes y budistas

Una santa española

»Sin embargo, un día, caminando en la plaza de Harvard, me llamó la atención la cubierta de un libro en la vitrina de una tienda. Sin saber nada del libro, ni de su autor, compré «El Castillo Interior» de Santa Teresa de Ávila. Lo devoré, encontrando un gran alimento espiritual en su interior, pero todavía no creía en las alegaciones del cristianismo.  

»Continué en esta trayectoria ecléctica, indiscriminatoria, por exactamente un año. El día exacto en que se cumplió un año de mi experiencia en la playa, recibí la segunda gracia extraordinaria de mi vida.   

»Admito con franqueza que, en todos los aspectos exteriores, lo que sucedió fue un sueño. No obstante, cuando me quedé dormido sabía muy poco de, ni tenía ninguna simpatía especial por, el cristianismo, ni ninguno de sus aspectos. Sin embargo, cuando desperté, me sentía completamente enamorado de la Santísima Virgen María, y no deseaba más nada que volverme tan totalmente cristiano como pudiera. 

Entrevista con la joven más bella

»En el «sueño», fui conducido a una habitación y se me concedió una audiencia con la joven más bella que jamás podía haber imaginado. Sin mediar palabra, sabía que era la Santísima Virgen María. Ella estuvo de acuerdo en contestar cualquier pregunta que le hiciera, y recuerdo que me encontraba allí, barajando varias posibles preguntas en mi mente, y haciéndole cuatro o cinco de ellas. Me las contestó, y entonces me habló por varios minutos, y entonces terminó la audiencia.   

»Mi experiencia de lo sucedido, y mis recuerdos, son de algo sucedido completamente despierto. Recuerdo todos los detalles, incluyendo naturalmente, las preguntas y las respuestas, pero todo palidece en comparación al aspecto más importante de esta experiencia: el éxtasis de estar en su presencia, en la pureza e intensidad de su amor.  

»Cuando desperté, como ya mencioné, me sentía completamente enamorado de la Santísima Virgen María y sabía que el Dios que se me había revelado en la playa era Cristo. Todavía no sabía casi nada del cristianismo, y no tenía ni idea de la diferencia entre protestantes y católicos.   

»Mi primera incursión en el cristianismo fue en una iglesia protestante, pero cuando toqué el tema de María con el pastor, su rechazo me hizo decir: ¡me voy de aquí! 

Deseo de comulgar

»Mientras tanto, mi amor por María me inspiraba a pasar el tiempo en santuarios marianos, especialmente los de Nuestra Señora de La Salette (en el de Ipswich, Massachusetts, y en el de la aparición original, en los Alpes franceses) . Me encontré, sin anticiparlo, con frecuencia presente en misas, y aunque todavía no creía en la iglesia católica, sentía un intenso deseo de recibir la Comunión.    »Cuando me acerqué por primera vez a un sacerdote y le pedí que me bautizara, todavía no tenía ninguna creencia católica. «¿Por qué quieres ser bautizado?» Molesto, contesté: «¡porque quiero recibir la Comunión y ustedes no me dejan, si no estoy bautizado!» Pensé que me agarraría de la oreja y me echaría de allí; pero por el contrario, me dijo: ¡Ajá, ése es el Espíritu Santo, que está trabajando en ti!»

María y la Eucaristía, una brújula

»Todavía tuve que esperar varios años y madurar en mi fe antes del bautismo, pero mi amor a María y mi sed por la Eucaristía me guiaron, como una brújula, hacia mi meta. Le estoy infinitamente agradecido a Dios por mi conversión y le estoy infinitamente agradecido por las personas que ha puesto en mi camino».   

Roy Schoeman tiene vídeos de su testimonio y sus enseñanzas como católico traducidas al español aquí: www.salvationisfromthejews.com/spanishvideo.html

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https://judiaycatolica.com/entrevista-con-roy-schoeman/

https://judiaycatolica.com/roy-schoeman/

Roy Schoeman es una persona que tuvo directa influencia en mi camino al catolicismo. Su clara forma de mostrar la continuidad que tiene el judaísmo hacia catolicismo; cómo el judaísmo precede al catolicismo, y como éste es la consecuencia y cumplimiento de las promesas de Dios a su Pueblo.

Ya voy a citar en otros posts algunos de sus escritos o explicaciones sobre estos temas que da en sus audios y conferencias.

Acá solo copio la historia y su camino de plenitud desde su relato en su libro La Salvación viene de los judíos

 

Crecí como judío en un suburbio de clase media en la ciudad de Nueva York; soy un hijo de refugiados judíos que habían huido de Alemania a comienzos del régimen de Hitler. Mis padres eran activos en la congregación “conservadora” local y, comparado con el promedio americano, tuve una educación judía bastante religiosa. Asistí a estudios de religión después de la escuela, desde el primer grado hasta que llegué a la universidad. Tuve un Bar Mitzvah, y frecuentemente aunque no siempre, asistía a los servicios del Sabbath y a las fiestas religiosasjudías. Crecí en contacto cercano con rabinos extraordinarios, quienes por la gracia de Dios me fueron dados para mi formación religiosa. Hasta luché con la idea de que yo pudiese tener una “vocación religiosa”. Durante las vacaciones de verano después de terminar mis estudios secundarios y antes de comenzar la universidad, me la pasé viajando por todo Israel con un rabino hasídico carismático y “místico”, el Rabino Shlomo Carlebach; éste todas las noches ofrecía un “concierto” que era en realidad una arrobadora sesión de adoración y alabanza hasídica. Por un momento pensé en quedarme en Israel para estudiar en alguna de las yeshivas ultra ortodoxas que allí existen (y que constituyen lo más cercano a la “vida religiosa” dentro del judaismo) pero regresé para iniciar mis estudios en M.I.T. [Massachusetts Institue of Technology] en matemáticas y ciencias de la computación.

En la universidad traté inicialmente de mantener mi fervor religioso, y participaba activamente en una congregación neo-hasídica local, pero pronto caí en la moral y en la mentalidad más típicas de M.I.T. Existe una estrecha relación entre la intimidad con Dios y el mantenimiento de la pureza de mente y de conducta. Aunque al principio Él no parezca estricto en sus reglas –como forma que Dios utiliza para atraernos hacia Él– tarde o temprano no podremos experimentar la consolación que proviene de una intimidad con Él sino si no se juega según Sus reglas. A medida que abandoné Sus reglas, perdí tal intimidad.

Al final de la universidad, la alegría de la oración se había vuelto un recuerdo abstracto, y me había sumergido casi completamente en los caminos del mundo. Después de algunos años trabajando como diseñador de sistemas de computación, decidí entrar a la Escuela de Negocios de Harvard para hacer una maestría en Administración de Empresas (M.B.A.). Merced a un desempeño excepcional, fui invitado a formar parte de la facultad con el fin de dictar clases, a la vez que para continuar mis estudios con miras al doctorado; todo ello estaba en últimas encaminado a obtener la designación como profesor permanente de Harvard. Mientras que sucedía todo ésto, había no obstante en mi vida una dimensión más profunda sin resolver. Al perder contacto con Dios, también perdí el sentido del propósito y dirección en mi vida. En cada disyuntiva escogía el camino de menor resistencia, el camino que a los ojos del mundo constituía el éxito (y el estar en mis treintas, en la facultad de la Escuela de Negocios de Harvard era visto como “tener éxito”). Sin embargo, a medida que alcanzaba cada logro me encontraba con un sentimiento cada vez más profundo de vacío, de falta de sentido en lo que lograba.Ya para ese entonces, después de cuatro años de haber iniciado el camino hacia la obtención de la designación como profesor permanente, me sentía interiormente abrumado por una carencia de propósito que rayaba en la desesperación.

(Yo no era el único que me sentía así. Un colega en la facultad, profesor permanente y jefe de departamento, me confió que al día siguiente de recibir la tan anhelada designación, como culminación a más de una década de esfuerzos, casi renunció, abrumado por un sentimiento de vacío y de carencia de sentido en aquello por lo cual había luchado tanto).

A pesar de que hacía mucho tiempo yo había abandonado la vida de oración, mi fuente primaria de consuelo durante este periodo consistía en largas caminatas solitarias en medio de la naturaleza. Fue en una de estas caminatas que recibí la gracia más especial de mi vida. Era temprano en una mañana a principios de junio, durante un descanso que me había tomado entre semana para pasar dos o tres días junto al mar en Cape Cod antes que llegaran las multitudes del verano. Estaba caminando por la playa, en las dunas entre Province town y Truro, solitario, junto a las aves que cantaban antes de que el resto del mundo despertara, cuando, a falta de mejores palabras, “caí en el cielo”.

 Me sentí, casi consciente y físicamente en la presencia de Dios. Vi pasar mi vida frente a mí, viéndola como si estuviera repasándola en la presencia de Dios después de la muerte. Vi todo lo que me agradaría y todo lo  que me pesaría de mi mismo. Me dí cuenta en un instante, que el significado y el propósito de mi vida era amar y servir a mi Señor y Dios. Vi cómo Su amor me envolvía y me sostenía en cada momento de mi existencia. Vi cómo cada cosa que hacía tenía un contenido moral, para bien o para mal, y conllevaba una importancia muchísimo mayor de lo que me hubiese imaginado. Vi cómo todo lo que había acontecido en mi vida había sido lo mejor que me hubiera podido suceder, y que había sido preparado para mi bien por un Dios todo bien y todo amor -especialmente aquellas cosas que me habían causado más sufrimiento en el momento en que sucedieron.

Vi que los dos mayores remordimientos al momento de mi muerte serían, por un parte todo el tiempo y la energía desperdiciadas pensando que no era amado –cuando en realidad en todo momento de mi existencia me encontraba sumergido en el insondable mar del amor de Dios – y por la otra cada una de las horas que había desperdiciado sin hacer nada de valor a los ojos de Dios. La respuesta a cualquier pregunta que me hacía mentalmente me era respondida instantáneamente. Es más, no podía preguntarme nada sin que no supiera enseguida la respuesta; ello sucedía tan solo con una excepción de gran importancia: el nombre de este Dios que se me revelaba como el significado y el propósito de mi vida. No pensé en Él como el Dios del Antigüo Testamento a quien llevaba en mi imaginación desde mi infancia

Oré para que me revelara su nombre, para saber qué religión debía seguir, para poder servirlo y adorarlo debidamente. Recuerdo haber orado diciendo: “Permíteme conocer tu nombre – no me importa si eres Buda y tengo que hacerme budista; no me importa si eres Apolo y tengo que convertirme en un pagano romano; no me importa si eres Krishna y tengo que convertirme en hinduista; ¡mientras que no seas Cristo y tenga que volverme cristiano!” Esta profunda resistencia hacia al cristianismo estaba basada en un sentimiento de que el cristianismo era el “enemigo”, la perversión del judaísmo, la causa de sufrimiento de los judíos durante dos mil años. 

Como resultado, este Dios que se había revelado a mí en la playa y que había escuchado mi oración acerca de conocer su nombre, también había escuchado – y respetaba – mi rechazo a conocerlo. De modo que en aquel momento no me dió respuesta alguna a dicha pregunta.Volví a mi casa en Cambridge y a mi vida ordinaria. Sin embargo todo había cambiado. Pasaba todas mis horas libres en búsqueda de este Dios, en silencio en medio de la naturaleza, leyendo, y preguntando a otros sobre estas experiencias “místicas”. Como me encontraba en Cambridge, en la década de 1980, era inevitable el caer en algunas de las sendas de la Nueva Era; terminé leyendo primordialmente escritos espirituales hinduistas y budistas. Sin embargo, un día, caminando en la plaza Harvard, me llamó la atención la carátula de un libro en la vitrinade una tienda. Sin saber nada del libro ni de su autor compré dicho libro: “El Castillo Interior”, escrito por Santa Teresa de Avila. Lo devoré, encontrando en él un gran alimento espiritual; más sin embargo aún no creía en lo que allí se proclamaba como verdades del cristianismo.

Continué en esta búsqueda ecléctica e indiscriminada por espacio de unaño.

 El día exacto en que se cumplió un año de mi experiencia en la playa, recibí la segunda gracia extraordinaria de mi vida. Admito con franqueza que, en cuanto a los aspectos externos, lo que me aconteció fue un sueño. No obstante, cuando me quedé dormido sabía muy poco de lo que era el cristianismo y tampoco profesaba simpatía alguna por él. Pero cuando desperté, me sentía completamente enamorado de la Santísima Virgen María y no deseaba otra cosa que volverme tan cristiano como fuera posible. En el “sueño”, fui conducido a una habitación y se me concedió una audiencia con la joven más bella que jamás hubiese podido imaginar. Sin cruzar palabra, sabía que era la Santísima Virgen María. Ella estuvo de acuerdo en contestar cualquier pregunta que le hiciera; recuerdo que me encontraba allí, barajando en mi mente varias posibles preguntas, y haciéndole cuatro o cinco de ellas. Me las contestó; entonces me habló por varios minutos y luego terminó la audiencia. Mis recuerdos y mi sensación de lo sucedido son como si aquello hubiese sucedido estando completamente despierto. Recuerdo todos los detalles, incluyendo naturalmente las preguntas y las respuestas; pero nada se compara con lo más bello de aquella vivencia: el sentimiento de éxtasis que experimenté al estar en presencia de Ella, en la pureza e intensidad de su amor.Cuando desperté, como ya mencioné, me sentía completamente enamorado de la Santísima Virgen María y sabía que el Dios que se me había revelado en la playa era Cristo. Todavía no sabía casi nada del cristianismo, y no tenía ni idea de la diferencia entre protestantes y católicos. Mi primera incursión en el cristianismo fue en una iglesia protestante, pero cuando toqué el tema de María con el pastor, su rechazo hacia ella me hizo pensar: ¡me voy de aquí! Mientras tanto, mi amor por María me inspiraba a pasar el tiempo en santuarios marianos, especialmente los de Nuestra Señora de La Salette (en el de Ipswich, Massachusetts y en el de la aparición original en los Alpes franceses)

Por fuerza me encontré con frecuencia en misas, y aunque todavía no creía en la Iglesia católica, sentía un intenso deseo de recibir la Comunión. Cuando me acerqué por primera vez a un sacerdote y le pedí que me bautizara, todavía no tenía ninguna creencia católica.

--“¿Por qué quieres ser bautizado?”

Molesto, contesté:

--“¡Porque quierorecibir la Comunión y ustedes no me dejan si no estoy bautizado!”

Pensé que me agarraría de la oreja y me echaría de allí; pero por el contrario, me dijo:

--“Ajá, ese es el Espíritu Santo en acción”.

Todavía tuve que esperar varios años y madurar en mi fe antes del bautismo, pero durante ese tiempo mi amor por María y mi sed por la Eucaristía me guiaron como una brújula, hacia mi meta. Le estoy infinitamente agradecido a Dios por mi conversión.