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Isaac Revah fue uno de los judíos españoles de Salónica que se salvaron milagrosamente del Holocausto gracias al diplomático español Sebastián Romero Radigales
LD C.Jordá 2014-02-01
Los actos del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto ha traído a España a Isaac Revah, un judío sefardí que formaba parte del grupo de judíos de Salónica que, después de una dura peripecia, se salvaron del Holocausto gracias a un diplomático español: Sebastián Romero Radigales, para el que ahora se pide que sea nombrado Justo de las Naciones por Yad Vashem.
Isaac tenía 9 años cuando ocurrió todo, hoy casi ha cumplido los 80 y en un hombre delgado como un junco, pero con un aspecto fuerte, de ser capaz de resistir. De hecho, demuestra su fortaleza física recibiéndonos casi a las ocho de la noche, después de un día agotador de actos oficiales y entrevistas.
Aun así, y sin mostrar ese cansancio, nos saluda con una amplísima sonrisa, feliz de poder contar su historia, porque como nos dice antes de empezar "los supervivientes de la Shoah desempeñamos un papel importante en el deber de la memoria y en honrar a los que murieron en los campos de exterminio". Para él es especialmente importante contarle esto a "los jóvenes", un término que él usa, con mucha generosidad, "para los que tienen menos de 50 años".
Isaac habla un español fluido, musical y en el que se cruzan algunas palabras en francés vive en Francia desde finales de los 40- y otras del ladino -el español de los sefardíes- que hablaban sus padres, judíos sefarditas de la ciudad de Salónica que, y esto es esencial en esta historia, tenían la nacionalidad española "desde principios del S XX, es decir, antes del decreto de Primo de Rivera de 1924".
"No tengo ninguna cualidad especial"
El mismo Isaac nos explica que "mi particularidad es que tenía la nacionalidad española, eso fue lo que me protegió y evitó que fuese exterminado. Si soy superviviente no es porque tuviese cualidades personales de valor o de capacidad de resistencia, fue mi nacionalidad lo que me protegió".
Pero la historia no es tan sencilla y la salvación no fue tan fácil, antes hubo que pasar por una montaña rusa de posiciones diplomáticas, por el esfuerzo personal de un hombre, Sebastián Romero Radigales, y sobre todo por seis meses en Bergen Belsen.
Si soy superviviente no es porque tuviese cualidades personales de valor o de capacidad de resistencia
El drama empezó en 1941, cuando los nazis ocupan el norte de Grecia y con ello la ciudad de Salónica, en la que vivían "unos 47.000 judíos", tal y como recuerda Isaac, que empezaron rápidamente a sufrir la barbarie nazi. Las deportaciones a Auschwitz-Birkenau se inician en 1943 y supusieron que al acabar la guerra sólo hubiesen sobrevivido 2.000 judíos de Salónica.
Los 520 españoles
A pesar de su brutalidad con los judíos, los nazis dieron la oportunidad a los estados neutrales Dinamarca, España, Finlandia, Hungría, Italia, Portugal, Rumania, Suecia, Suiza y Turquía- a repatriar a aquellos que tuviesen su nacionalidad y que vivían en los territorios ocupados por Alemania.
La propuesta se presentó en enero del 43 como un ultimátum a cumplir en tres meses. En principio no parecía que España tuviese mucho interés por salvar a sus judíos, pero en marzo cambia esa posición y anuncia que puede repatriar, tal y como nos cuenta Isaac, "un número limitado de españoles".
Nuestro interlocutor explica que el cambio no se basaba en razones humanitarias sino que era una estrategia del régimen franquista ante el giro militar, cada vez más favorable a los Aliados, que estaba tomando la guerra.
Así, emerge una figura fundamental: Sebastián Romero Radigales, cónsul general de España en Atenas que tal y como explica Isaac Revah, "tuvo un rol enorme en nuestra liberación".
Romero Radigales "tuvo un rol enorme en nuestra liberación"
El diplomático insistía y se esforzó en dilatar todo el proceso a pesar de que desde España no llegaban los permisos, ya que el régimen franquista seguía sin decidirse y sin mantener un actitud clara en ninguno de los dos sentidos.
Romero Radigales logra tras muchas gestiones que un primer grupo de 150 personas viaje a Atenas, en aquel momento bajo mando italiano y, por tanto, un lugar seguro. Desgraciadamente, este grupo de españoles corrió la peor de las suertes: tras la rendición de Italia los alemanes conquistan toda Grecia y nuestros 150 compatriotas son deportados a los campos de exterminio.
El tren
Mientras tanto, el resto de los judíos españoles de Salónica, 367 en aquel momento, pasa por el que quizá es su peor momento, aunque ellos no lo saben, tal y como cuenta Isaac Revah: "El 29 de julio los jefes de familia están reunidos en un gueto y los alemanes nos dan instrucciones para el viaje de repatriación a España después de una breve estancia en un campo en Alemania".
"Podíamos tomar agua sólo cuando el tren se paraba y los alemanes nos autorizaban"
El dos de agosto el grupo, "al cual se añadieron 74 judíos griegos" es deportado en un tren "en las condiciones que conocen: vagones de ganado, ochenta personas por vagón, durmiendo sobre el suelo, comida insuficiente ". Lo que más recuerda Isaac, no obstante, es la falta de agua: "Podíamos tomar agua sólo cuando el tren se paraba y los alemanes nos autorizaban". Tampoco ha podido olvidar "la falta de higiene" o el WC: "Era un barril abierto de un lado colocado en la puerta del vagón".
El ocho de agosto el convoy está en Nuremberg y se vuelve a producir un cambio en la posición española: las gestiones de Romero Radigales dan sus frutos y por fin aceptan el traslado del grupo a nuestro país, donde serán recibidos en tránsito y posteriormente trasladados a Casablanca.
En Bergen-Belsen
Pero antes de eso pasaron seis meses en Bergen-Belsen. Eso sí, en unas condiciones "menos crueles que las del resto de deportados", ya que se encontraban bajo la protección española. Había otra razón: "Los alemanes no querían que pudiésemos ver lo que les ocurría a los demás prisioneros porque así si éramos liberados no podríamos ofrecer ningún testimonio".
Pero aunque las condiciones del campo para el grupo de españoles eran mejores, eso no lo convertía en unas vacaciones: "No teníamos bastante comida, un desayuno por la mañana y por la tarde un poco de sopa", nos cuenta Isaac al que enseguida le viene a la mente otro recuerdo: "A los niños nos daban una vez a la semana un tazón de leche con azúcar y pastas, una vez corriendo entre el lugar en el que nos lo habían dado y el barracón me caí y perdí toda la leche. Fue desesperante, no logré que me diesen otro".
Y, por supuesto, siempre estaba presente el miedo a que finalmente España no hiciese nada y ser llevados a los campos de exterminio en Polonia. Era una preocupación constante, aunque "los niños no éramos conscientes de la amenaza que pendía sobre nosotros".
Los recuerdos de Isaac se centran en otras cosas como los enfermos de tifus que había en el mismo barracón en el que estaban todos, niños y adultos o como los mayores "nos daban el pan suyo para comer o cambiaban cigarrillos por pan para dárselo a sus hijos".
El jefe del campo pasaba entre nosotros con su perro, un enorme pastor alemán, que siempre parecía que iba a mordernos
Otra cosa que no puede olvidar: "Por las mañanas nos hacían formar delante del barracón y nos contaban, lo hacían tres o cuatro veces pasando entre nosotros y sobre todo el jefe del campo pasaba entre nosotros con su perro, un enorme pastor alemán, que siempre parecía que iba a mordernos. Recuerdo como mi padre trataba de protegerme poniéndose delante de mi".
Una anécdota da también una idea de lo que era esa vida en el alero en Bergen-Belsen: "Cuando íbamos a las duchas a mi me gustaba quedarme allí porque había agua caliente y el resto del tiempo pasábamos mucho frío, pero mi padre siempre decía Isaac por favor lávate rápidamente y yo no entendía. La razón era que él sabía para qué servían las duchas en los campos".
Al final, la libertad
La vida en Bergen-Belsen no era fácil, desde luego, pero era menos dura que la del el resto de deportados y lo era "porque la intercesión de Romero Radigales ante los nazis tenía éxito".
Pero el gran éxito llegó cuando logró que España por fin se hiciera cargo de esas 350 personas y que aceptase que llegasen a nuestro país en dos partes: "El primer grupo fue liberado el 2 de febrero del 44 y el nuestro el día 7. Llegamos el 13 de febrero a Port Bou".
Se trata, como recuerda Isaac, de "un caso único y extraordinario", ya que nadie logró liberar a prisioneros de un campo de concentración nazi durante la guerra: "O fueron asesinados o liberados pero por las tropas de los aliados o los rusos al final del conflicto".
"España nos acogió como sus hijos"
"Se pueden decir muchas cosas de Franco nos explica Isaac cuando llega a este punto del relato- pero España nos acogió como sus hijos, llegamos y estábamos libres y nos dan ropa y comida y nos llevaron a un hotel en Barcelona".
"Tuve la impresión de un segundo nacimiento"
El recuerdo es casi mágico: "Tuve la impresión de un segundo nacimiento que me daban la libertad y la normalidad que hasta ese momento no teníamos". Isaac recuerda esa estancia en Barcelona como "días de felicidad: podía comer hasta saciarme, tenía una amiga de mi edad que era la hija de los dueños del hotel ".
Hay una parte de la historia que tampoco conviene olvidar: España recibía dinero del American Jewish Joint Distribution Comitee para atender a estos refugiados, la generosidad no era tanta ni tan desinteresada como podía parecer a primera vista.
De aquí Isaac y los Revah pasaron a Casablanca y de allí, cerca del final de la guerra, a un Israel que todavía no era independiente. Sin embargo, no lograron establecerse y pocos años después se irían a Francia, donde nuestro protagonista ha desarrollado una exitosa vida personal y profesional, como un científico reconocido y que se mantuvo en activo y en puestos de alta responsabilidad hasta pasados los 70 años.
Algo de lo que no es fácil hablar
Muchos de los supervivientes del Holocausto han mantenido silencio sobre su experiencia durante buena parte de su vida, incluso entre miembros de una misma familia, lo que nos da una idea de la profunda huella que lo vivido les había dejado.
Nunca le pedí a mi madre que me contase lo que le sucedió a su familia, que fue a Auschwitz
Es también el caso de Isaac: "Jamás lo hablé con mis padres, es una prueba de no soy tan inteligente, nunca le pedí a mi madre que me contase lo que le sucedió a su familia, que fue a Auschwitz; nunca pedí a mi padre que me dijese lo que le sucedió a su hermana, que era griega por matrimonio y también fue deportada a Auschwitz, ni sobre su hermana italiana que se escondió en Atenas ellos no querían hablar pero yo... yo debería haber preguntado, es una cosa muy difícil de aceptar, es una de las cosa que más lamento".
Los que sí hablan del tema y le preguntan son sus cinco nietos, especialmente lo más pequeños que tienen catorce años y "han venido a mis conferencias, saben lo que estoy haciendo y me admiran mucho, es fantástico para un abuelo" nos comenta Isaac con una sonrisa que ilumina su cara: "Me dice que soy un héroe". Ciertamente, sus nietos no exageran: lo es.
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El 20 de noviembre de 1978, tres años después
de la muerte de Franco, la comunidad de judíos sefardíes de
Brooklyn organizó en la Gran Sinagoga de este barrio de Nueva
York un "servicio especial" en su memoria.
(Fuente: https://www.religionenlibertad.com/blog/69520875/Franco-y-los-judios.html ).