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Nueva datación del Nuevo Testamento según Robinson (0-5)
16/07/2014 a las 11:26 AM, por Daniel Iglesias
Reseña del libro: John A. T. Robinson, Redating the New Testament, Wipf and Stock Publishers, Eugene-Oregon, 2000 (369 páginas); publicado previamente por SCM Press, 1976.
El libro está disponible en línea en: www.preteristarchive.com/Books/1976_robinson_redating-testament.html
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Explicaré brevemente por qué esta vez rompí
la regla que dice que un post no debe superar las tres o cuatro
páginas.
1) Los seis posts que he juntado aquí fueron publicados de marzo
a mayo de 2012, o sea de un modo bastante disperso y ya
lejano en el tiempo. Me pareció bueno reunirlos en un solo lugar
para conveniencia de los lectores.
2) Este año adquirí el libro de Robinson, por lo que ahora pude
corregír todas las citas para referirlas a una edición impresa.
3) Si Dios quiere, próximamente retomaré la tarea de
reseñar este libro; pero no me comprometo a una fecha
determinada, porque la tarea es muy ardua.
16/07/2014 11:35 AM
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0. Introducción
Desde la época apostólica, la tradición eclesiástica sostuvo
que los cuatro Evangelios fueron escritos poco después de la
muerte y resurrección de Cristo, con base en el testimonio de
testigos oculares de los hechos allí narrados. Éste es uno de
los motivos principales de la multisecular confianza de la
Iglesia Católica en el valor histórico de los Evangelios. Algo
análogo puede decirse sobre los restantes escritos del Nuevo
Testamento (NT). La más antigua tradición afirma que también
ellos fueron redactados tempranamente por distintos apóstoles,
algunos de los cuales (como Pedro y Juan) formaron parte del
grupo de los Doce que acompañaron a Jesús durante su vida
pública.
A partir del siglo XVIII el estudio crítico de
la Biblia desafió estas convicciones tradicionales, negando en
muchos casos que los autores de los libros del NT fueron los
apóstoles a los que son atribuidos, y asignando a dichos libros
fechas de redacción tardías, en general. De este modo, durante
el siglo XIX muchos estudiosos de tendencia racionalista
sostuvieron que los Evangelios y los demás libros del NT habían
sido compuestos en el siglo II, e incluso en la segunda mitad de
ese siglo. Así se puso en duda la historicidad de los Evangelios,
para sostener diversas tesis sobre el origen de la fe cristiana a
partir de mitos, de fraudes o de la creatividad de las
comunidades cristianas primitivas.
En el siglo XX el estudio histórico-crítico del NT descartó
las críticas más extremas y revirtió parcialmente la tendencia
anterior, regresando a dataciones más tempranas, pero (en
general) sin volver del todo a la visión tradicional. Desde 1950
hasta hoy la mayoría de los expertos sitúa la composición del
Evangelio de Marcos en torno al año 70, la de los Evangelios de
Mateo y Lucas en torno al período 80-90 y la del Evangelio de
Juan en torno al año 95. Este consenso mayoritario actual
debilita un poco los argumentos apologéticos a favor de la
historicidad del NT, pero sin destruirlos en absoluto.
No obstante, en las últimas décadas varios estudios exegéticos,
filológicos y papirológicos, desarrollados independientemente
unos de otros, han convergido en un resultado inesperado para
muchos: un fuerte cuestionamiento del citado consenso, en el
sentido de un regreso integral a las tesis de la antigua
tradición cristiana.
Tal vez el primer hito de ese proceso fue dado en 1976
con la publicación del libro Redating the New Testament (Nueva
datación del Nuevo Testamento) del teólogo
inglés John A. T. Robinson (1919-1983), ex obispo anglicano de
Woolwich (Inglaterra). En ese libro Robinson defendió la tesis
de que todo el NT fue escrito antes del 70 DC,
año de la destrucción de Jerusalén por parte de los romanos.
Lo que contribuyó a hacer aún más sorprendente esta tesis de
Robinson fue que él era un teólogo ultra-liberal, que se había
hecho famoso en 1963 mediante su libro Honest to God
(Sincero para con Dios), donde expuso una teología
afín al secularismo: el rechazo de la noción de un Dios
trascendente, la propuesta de un cristianismo sin Iglesia, etc.
Paradójicamente, después de la publicación de Redating the New
Testament muchos pasaron a considerar a Robinson como un teólogo
ultra-conservador.
Lo que destaco de esto es que Robinson tuvo la honestidad y el
coraje de superar sus prejuicios acerca del importante tema de la
datación del Nuevo Testamento y la lucidez de reutilizar
observaciones hechas por estudiosos anteriores a él para formar
un argumento nuevo y poderoso a favor de la datación temprana.
Me propongo resumir y comentar Redating the New
Testament. Cuando cite textos de ese libro, lo haré según mi
traducción del inglés e indicando los números de página de la
edición del año 2000 referida al principio.
Para las citas bíblicas he utilizado la Biblia de
Navarra. El libro tiene once capítulos.
Presentaré un capítulo por numeral.
1. Capítulo I Fechas y datos
Al comienzo del Capítulo el autor explica que, como en la
arqueología, la cronología del NT está basada en una
combinación de fechas absolutas y relativas. Hay un número
limitado de puntos más o menos fijos, y los fenómenos restantes
son fechados de acuerdo con los supuestos requerimientos de
dependencia, difusión y desarrollo. Las nuevas fechas absolutas
obligan a reconsiderar las fechas relativas. Eventualmente las
antiguas hipótesis sobre los patrones de dependencia, difusión
y desarrollo pueden ser perturbadas o incluso radicalmente
cuestionadas.
Robinson muestra cómo esto ocurrió en el caso del estudio del
origen y el desarrollo de la civilización en Europa. A partir de
1949 se produjo la revolución del carbono
radioactivo, que obligó a extender de 500 a 1.500 años el
período en cuestión. Y en 1966, debido a la dendro-cronología,
se produjo una segunda revolución. Esta vez no sólo
hubo que extender de nuevo el período analizado, sino que el
patrón de relaciones entre los fenómenos cambió profundamente.
Robinson afirma que la cronología del Nuevo Testamento
depende más de supuestos que de hechos. No se trata de que en
este caso hayan aparecido nuevos hechos, nuevas fechas absolutas
que no puedan ser cuestionadas ellas aún son
extraordinariamente escasas. Se trata de que ciertos
cuestionamientos obstinados me han llevado a preguntar
simplemente qué base hay en verdad para ciertas hipótesis cuyo
cuestionamiento parecería haberse vuelto arriesgado o incluso
impertinente, según el consenso predominante de la ortodoxia
crítica. Sin embargo uno toma coraje al ver cómo, en su propio
campo o en otro cualquiera, las posiciones establecidas, súbita
o sutilmente, pueden llegar a ser vistas como las precarias
construcciones que son. Las que parecían ser dataciones firmes
basadas en la evidencia científica se revelan como deducciones
que se apoyan sobre otras deducciones. El patrón es coherente
pero circular. Si se cuestiona alguna de las hipótesis
incorporadas, el edificio entero parece mucho menos seguro.
(pp. 2-3).
Luego el autor presenta una visión sintética de la historia de
la cronología del NT, indicando las posiciones predominantes a
intervalos de 50 años. En general, hacia 1800 se consideraba que
la composición del NT había abarcado un período de 50 años:
del año 50 al año 100. Hacia 1850 ese período se había más
que duplicado, extendiéndose ahora entre los años 50 y 170.
Hacia 1900, aunque el período considerado seguía siendo
aproximadamente el mismo, cambió la datación de los distintos
libros del NT, quedando con dataciones tardías sólo unos pocos,
generalmente algunas de las cartas. Hacia 1950 la brecha entre
las posiciones radicales y conservadoras se había achicado
bastante, alcanzándose un grado notable de consenso. El período
de composición se redujo a unos 60 años (50-110), con la única
excepción de 2 Pedro (ca. 150).
Robinson opina que lo que uno busca en vano en gran
parte de los estudios recientes es cualquier lucha seria con la
evidencia interna o externa para la datación de los libros
individuales
más que un patrón apriorístico del
desarrollo teológico dentro del cual luego se los hace encajar.
(pp. 8-9).
Para el autor, la pieza clave fue el Evangelio de Juan. Por
diversas razones, poco a poco Robinson se convenció de que ese
Evangelio fue escrito en Palestina y antes del año 70, lo que
contradice la tesis predominante de que fue escrito en Asia Menor
y hacia fines del siglo I. Pero la re-datación de Juan lleva
necesariamente a replantear la cronología de todo el NT.
Fue en este punto explica Robinson que
comencé a preguntarme simplemente por qué cualquiera de los
libros del Nuevo Testamento debía ser ubicado después de la
caída de Jerusalén en el 70. Al comenzar a considerarlos, y en
particular la epístola a los Hebreos, los Hechos y el
Apocalipsis, ¿no era extraño que este cataclismo no fuera
mencionado o aludido ni una sola vez? ¿Y qué acerca de esas
predicciones del mismo en los Evangelios? ¿Eran realmente las
profecías después del evento que nuestra educación crítica
nos había enseñado a creer? Así, como poco más que una broma
teológica, pensé ver hasta dónde uno podía llegar con la
hipótesis de que todo el Nuevo Testamento fue escrito antes del
70. (
) Pero lo que comenzó como una broma se convirtió
durante el proceso en una preocupación seria. (p. 10).
A continuación el autor enumera las limitaciones de su obra: no
se ha introducido en las bases teóricas de la cronología en sí
misma, ni en cálculos astronómicos, ni en las complejas
relaciones entre los sistemas cronológicos antiguos; tampoco ha
entrado en la cronología del nacimiento, el ministerio y la
muerte de Jesús, ni en la historia del canon del NT, ni en el
vasto campo de la literatura no canónica, salvo en los casos en
que ésta es directamente relevante al tema analizado.
Robinson concluye este capítulo diciendo: Mi posición
probablemente parecerá sorprendentemente conservadora
especialmente a aquellos que me consideran radical en otros
temas. (
) No reclamo ninguna gran originalidad casi
cada conclusión individual, como se verá, ha sido previamente
discutida por alguien, a menudo en verdad por hombres grandes y
olvidados, aunque pienso que el patrón global es nuevo y,
eso confío, coherente. Lo que menos quiero es cerrar cualquier
discusión. En realidad me alegra anteponer a mi trabajo las
palabras con las cuales, según se dice, Niels Bohr comenzó sus
cursos de conferencias: Cada frase que yo emita debería
ser tomada por ustedes no como una afirmación sino como una
pregunta. (pp. 11-12).
2. Capítulo II La importancia del (año) 70
Al comienzo del Capítulo el autor enuncia una de sus tesis
principales: Uno de los hechos más extraños acerca del
Nuevo Testamento es que lo que en cualquier proyección
parecería ser el evento singular más datable y
culminante del período la caída de Jerusalén en 70 AD, y
con ella el colapso del judaísmo institucional basado en el
Templo no es mencionado ni una sola vez como un hecho
pasado. Es, por supuesto, predicho; y, al menos en
algunos casos, se asume que esas predicciones fueron
escritas
después del evento. Pero el silencio es de todos
modos tan significativo como, para Sherlock Holmes, el silencio
del perro que no ladró. (p. 13).
En primer lugar Robinson descarta la interpretación de S. G. F.
Brandon: ese silencio sería un intento deliberado de ocultar la
simpatía de Jesús y de los primeros cristianos por los zelotas,
cuya revolución fue aplastada por los romanos. Esa
interpretación es totalmente arbitraria y ha recibido críticas
devastadoras de parte de Hengel, Cullmann y muchos otros
académicos.
Prosigue Robinson: Por supuesto se han
intentado explicaciones de este silencio. Sin embargo, la
explicación más simple de todas, que quizás
hay
extremadamente poco en el Nuevo Testamento posterior al año 70 y
que sus eventos no son mencionados porque todavía no habían
ocurrido, a mi juicio exige más atención que la que ha recibido
en círculos críticos. (p. 14).
El resto del Capítulo II está dedicado a examinar la relación
de los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) con
los eventos del año 70. En primer término Robinson analiza el
discurso escatológico de Marcos 13, que comienza así:
Al salir del Templo le dice uno de sus discípulos:
Maestro, mira qué piedras y qué edificios. Jesús le
responde: ¿Ves estas grandes construcciones? No quedará
aquí piedra sobre piedra que no sea derruida. Y estando Jesús
en el Monte de los Olivos, enfrente del Templo, le preguntaron a
solas Pedro, Santiago, Juan y Andrés: Dinos cuándo
ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que todo esto
está a punto de llegar a su fin. (Marcos 13,1-4).
Robinson subraya que la larga respuesta de Jesús no hace ninguna
referencia a la destrucción del Templo. La única referencia
subsiguiente al Templo es la siguiente alusión implícita:
Cuando veáis la abominación de la desolación erigida
donde no debe quien lea, entienda, entonces los que
estén en Judea, que huyan a los montes; quien esté en el
terrado, que no baje ni entre a tomar nada de su casa; y quien
esté en el campo, que no vuelva atrás para tomar su manto.
(Marcos 13,14-16).
Es claro que la abominación de la desolación no
puede referirse a la profanación y destrucción del Templo en el
año 70. En ese momento era demasiado tarde para huir a los
montes de Judea, porque éstos estaban en poder de los romanos
desde el año 67. Se sabe que los cristianos de Jerusalén
huyeron hacia Pella, una ciudad griega de la Decápolis, hacia el
año 65, antes del comienzo del sitio de Jerusalén.
Robinson muestra que el discurso de Marcos 13 está influenciado
por dos libros del Antiguo Testamento: 1 Macabeos y Daniel; y
también muestra que en ese discurso, en el que Jesús exhorta a
sus discípulos a estar vigilantes durante los tiempos de
persecución que sobrevendrán, no hay nada que no pueda
encontrar un paralelo en el período de la historia de la Iglesia
cubierto por el libro de los Hechos de los Apóstoles.
En segundo término el autor analiza el Evangelio de Mateo. Ante
todo se detiene en el único pasaje evangélico que ha sido
considerado casi unánimemente por los exegetas como una
profecía retrospectiva sobre la destrucción de Jerusalén en el
año 70:
Los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron y
los mataron. El rey se encolerizó, y envió a sus tropas a
acabar con aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.
(Mateo 22,6-7).
Apoyándose en estudios anteriores de K. H. Rengstorf y S.
Pedersen, Robinson sostiene que Mateo 22,7 representa una
descripción fija de las antiguas expediciones militares de
castigo y que es un lugar común en la literatura del Cercano
Oriente, del Antiguo Testamento y rabínica, por lo que no se
puede inferir que refleja un acontecimiento en particular.
Robinson muestra que las verdaderas profecías posteriores al
evento de la destrucción de Jerusalén, como las del Apocalipsis
judío II Baruc y los Oráculos Sibilinos, describen varios
detalles históricos. Uno buscaría en vano esa clase de detalles
en el Nuevo Testamento.
Luego Robinson analiza el discurso escatológico de Mateo (Mateo
24), paralelo al de Marcos, destacando que Mateo 24,20 (Rogad
para que vuestra huida no ocurra en invierno ni en sábado)
denota un ambiente palestinense primitivo y un apego a la ley del
sábado más estricto que el recomendado a los cristianos en el
mismo Evangelio (cf. Mateo 12,1-14); por ende tiende a apoyar la
hipótesis de una redacción temprana de Mateo.
El autor sostiene que, en la hipótesis de una redacción tardía
de Mateo, no ve ninguna razón para que el evangelista conservara
(ni mucho menos inventara) profecías de Jesús aparentemente no
cumplidas (como las de Mateo 10,23; 16,28 y 24,34), sin hacer
ningún intento de explicar la aparente discordancia entre esas
profecías y los hechos posteriores. Yo agrego lo siguiente:
aunque, desde un punto de vista teológico, esa discordancia sea
sólo aparente, este argumento de Robinson a favor de una
redacción temprana es muy fuerte.
Posteriormente, Robinson afirma que la referencia de Jesús al
asesinato de Zacarías, hijo de Baraquías, al que
matasteis entre el Templo y el altar (Mateo 23,35)
puede interpretarse razonablemente como una referencia a 2
Crónicas 20,21: Pero ellos se conjuraron contra
Zacarías y, por orden del rey, lo apedrearon en el atrio del
Templo del Señor.
Finalmente el autor analiza el Evangelio de Lucas, deteniéndose
en dos pasajes que parecen describir detalles del sitio de
Jerusalén de los años 67-70:
Y cuando se acercó, al ver la ciudad, lloró por ella,
diciendo: ¡Si conocieras también tú en este día lo que
te lleva a la paz! Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos.
Porque vendrán días sobre ti en que no sólo te rodearán tus
enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas
partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus
hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre
piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te
ha hecho. (Lucas 19,41-44).
Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed
que ya se acerca su desolación. Entonces los que estén en Judea
huyan a los montes, y quienes estén dentro de la ciudad que se
marchen, y quienes estén en los campos que no entren en ella:
éstos son días de castigo para que se cumpla todo lo escrito.
¡Ay de las que estén encintas y de las que estén criando esos
días! Porque habrá una gran calamidad sobre la tierra y habrá
ira contra este pueblo. Caerán al filo de la espada y serán
llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será
pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los
gentiles. (Lucas 21,20-24).
Sin embargo, Robinson (citando a C. H. Dodd) afirma que estos
textos no proveen más que descripciones estereotipadas de
operaciones militares de la Antigüedad. En la
narración de Josefo sobre la captura romana de Jerusalén hay
algunas características que son más distintivas; tales como la
fantástica lucha de facciones que continuó a lo largo de todo
el sitio, los horrores de la pestilencia y la hambruna (incluyendo
el canibalismo), y finalmente el incendio en el cual el Templo y
una gran parte de la ciudad perecieron. Son éstas las que
cautivaron la imaginación de Josefo y, podemos suponer, de todos
los demás testigos de estos eventos. Nada se dice de ellas aquí.
Por otra parte, entre todas las barbaridades que Josefo reporta,
no dice que los conquistadores aplastaran niños contra el suelo.
(Robinson explica en nota que los menores de 17 años fueron
vendidos como esclavos). La expresión (de Jesús)
no está
basada en nada que ocurriera en 66-70: es un lugar común de la
profecía hebrea. (p. 27).
Apoyándose en los estudios de Dodd, Robinson afirma que las
descripciones de Jesús no se ajustan a la toma de Jerusalén por
Tito en el año 70 DC, sino a la de Nabucodonosor en el año 586
AC.
Para concluir esta sección, aporto otras dos consideraciones: 1)
si los Evangelios sinópticos hubieran sido escritos después del
año 70 y las profecías de Jesús sobre la destrucción de
Jerusalén fueran posteriores al evento, no se explicaría por
qué en este caso (a diferencia de otros), los evangelistas no
explicitaron que las profecías de Jesús se habían cumplido. 2)
En cuanto a la profecía de Jesús acerca de que del Templo de
Jerusalén no quedaría piedra sobre piedra, ella comenzó a
cumplirse en el año 70, pero su cumplimiento pleno ocurrió en
el año 363, cuando una serie de acontecimientos extraordinarios
hizo fracasar un intento de reconstrucción del Templo apadrinado
por el Emperador romano Juliano el Apóstata (cf. Stanley Jaki, To
Rebuild Or Not To Try?, Real View Books, Royal Oak-Michigan,
1999).
3. Capítulo III Las Epístolas paulinas
Al comienzo del Capítulo Robinson afirma lo siguiente: Si
ignoramos las soluciones excéntricas y la penumbra de las
epístolas disputadas, se puede decir que hay un consenso muy
general sobre la datación de la sección central del ministerio
y de la carrera literaria de San Pablo, con un margen de
diferencia de poco más de dos años en ambos sentidos. Esto
está lejos de ser el caso en cualquier otra parte del Nuevo
Testamento los Evangelios, los Hechos, las otras Epístolas
y el Apocalipsis. Las Epístolas paulinas constituyen por lo
tanto un importante punto fijo y un criterio, no sólo de
cronología absoluta, sino también de extensión relativa,
contra el cual medir otros desarrollos. (p. 32). No
obstante, por varias razones que el autor explica, es imposible
determinar con absoluta certeza las fechas exactas de los hechos
de la vida de San Pablo (cf. pp. 32-34).
Robinson sostiene que se debe dar prioridad a los datos
cronológicos aportados por los escritos de Pablo por sobre los
de los Hechos de los Apóstoles; pero a la vez afirma que ambos
testimonios pueden ser reconciliados bastante bien.
Después de estas y otras observaciones preliminares, el autor
dedica 19 páginas (pp. 34-53) a un intento de esbozar una
cronología de la vida de Pablo, como marco de trabajo para el
estudio de la cronología de sus cartas. Robinson parte del dato
que considera más confiable: una inscripción descubierta en
Delfos y publicada en 1905 permite fechar con bastante exactitud
el proconsulado de Galión en Acaya (cf. Hechos 18,12). Con
certeza creciente podemos decir que Galión asumió su cargo a
comienzos del verano del 51 y que Pablo apareció ante él poco
después, probablemente en mayo o junio. (p. 35).
Salteando muchas páginas de argumentación erudita, que sería
imposible resumir brevemente, indicaré el resultado al que llega
el autor: En este punto podemos resumir nuestras
conclusiones acerca del esbozo de la carrera de Pablo, recordando
que las fechas absolutas no pueden ser más que aproximadas:
33 Conversión
35 Primera visita a Jerusalén
46 Segunda visita a Jerusalén (alivio de la hambruna)
47-48 Primer viaje misionero
48 Concilio de Jerusalén
49-51 Segundo viaje misionero
52-57 Tercer viaje misionero
57 Llegada a Jerusalén
57-59 Prisión en Cesarea
60-62 Prisión en Roma (pp. 52-53).
En la tercera y última parte del Capítulo III, Robinson intenta
ubicar cada una de las cartas de San Pablo dentro del marco
general antes delineado. Después de muchas páginas de
argumentación erudita (pp. 53-84), el autor resume así sus
conclusiones: Si nuestras conclusiones son correctas, la
totalidad de la literatura existente de Pablo (sin olvidar que
tan temprano como 2 Tesalonicenses 3,17 él habló de todas
mis cartas) parece caer dentro de un período de nueve
años en verdad aparte de sus cartas tempranas a los
Tesalonicenses dentro del asombrosamente corto espacio de cuatro
años y medio. Para clarificar esto podemos terminar con un
resumen de las fechas resultantes:
50 (principios) 1 Tesalonicenses
50 (o principios del 51) 2 Tesalonicenses
55 (primavera) 1 Corintios
55 (otoño) 1 Timoteo
56 (principios) 2 Corintios
56 (fines) Gálatas
57 (principios) Romanos
57 (fines de la primavera) Tito
58 (primavera) Filipenses
58 (verano) Filemón, Colosenses y Efesios
58 (otoño) 2 Timoteo
Se debe enfatizar otra vez que las dataciones absolutas se
podrían mover más o menos un año en cualquiera de los dos
sentidos y que el esquema es más tentativo de lo que parece.
Pero la importancia de estas conclusiones, las que, excepto para
las Epístolas Pastorales, no son particularmente polémicas, es
triple:
(a) Ellas proveen un criterio o escala de tiempo razonablemente
fijo contra el cual comparar otras evidencias.
(b) Si de hecho la totalidad de la extremadamente diversa carrera
literaria de Pablo ocupó un lapso tan breve, esto nos da un
criterio objetivo sobre cuánto tiempo se necesita conceder para
los desarrollos en la teología y en la práctica. Aunque pueda
parecer a primera vista extraordinariamente corto, no deberíamos
olvidar otros dos cánones de medida. La totalidad de la
enseñanza y el ministerio de Jesús
ocupó a lo sumo tres
o cuatro años. Y todo el desarrollo del pensamiento y la
práctica del cristianismo primitivo hasta la muerte de Esteban y
la conversión de Pablo, incluyendo la primera exposición
helenística del Evangelio, tuvo lugar dentro de un período de
duración semejante. En realidad Hengel, en su importante
artículo Christologie und neuetestamentliche Chronologie,
argumenta con fuerza que la etapa crucial del entendimiento
básico de la Iglesia acerca de Cristo y su significado estuvo
representada por los cuatro o cinco años explosivos
entre el 30 y el 35
Los argumentos a priori de la
cristología a la cronología, y en realidad de cualquier
desarrollo al tiempo requerido por él, son casi
totalmente no confiables.
© La hipótesis de trabajo que hicimos de confiar en Hechos
hasta que se probara lo contrario ha sido muy sustancialmente
reivindicada. No hay prácticamente nada en el reporte de Lucas
que choque con la evidencia paulina, y en la última mitad de
Hechos las correspondencias son notablemente cercanas. Incluso en
los discursos atribuidos a Pablo, y especialmente aquellos en los
que se puede presumir que Lucas estuvo presente (Hechos 20 y 22-25),
hay paralelos que sugieren que están lejos de ser composiciones
puramente libres. (pp.84-85).
A modo de muestras, indicaré sólo algunos de los argumentos
expuestos por Robinson para llegar a estas conclusiones.
Ahora no hay casi nadie que niegue la autenticidad de
Filemón. Hay algunos, especialmente en Alemania, que cuestionan
Colosenses por razones estilísticas y teológicas. Pero la
cercana y compleja interrelación de nombres con Filemón apunta
con fuerza al hecho de que las dos epístolas fueron dictadas por
la misma persona al mismo tiempo y enviadas a Colosas por
Tíquico, en compañía con Onésimo (Colosenses 4,7-9; Filemón
12). (p. 61).
La autenticidad de Efesios es bastante más discutida que la de
Colosenses. Las dos tesis principales sobre esta cuestión son la
tradicional (que atribuye la autoría a Pablo) y la de que un
discípulo de la segunda generación imitó a Pablo y expuso su
teología después de su muerte. Robinson piensa que es mucho
más probable que el propio Pablo haya escrito una carta como
Efesios, que coincide en un 90 o 95% con su estilo habitual. La
tesis contraria enfrenta graves dificultades. El autor debería
haber combinado una imitación servil del estilo de Pablo con una
profunda originalidad teológica. Agrego que su genio teológico
se muestra por ejemplo en la profunda doctrina sobre el
matrimonio cristiano de Efesios 5,21-33. Los genios de esa
magnitud no suelen pasar por la historia sin dejar más rastros.
Además, sería inexplicable por qué el imitador habría
reproducido sólo la nota personal de Efesios 6,21-22 (cf.
Colosenses 4,7-9) para agregar verosimilitud.
Robinson confiesa que durante su estudio del tema cambió de
opinión sobre las Cartas Pastorales (1 Timoteo, 2 Timoteo y Tito).
Inicialmente él, como la mayoría de los críticos protestantes,
pensaba que esas tres cartas habían sido escritas en el siglo II,
porque manifiestan señales de lo que esos críticos suelen
denominar proto-catolicismo (énfasis en la sana
doctrina, en la jerarquía de la Iglesia, en los sacramentos, etc.).
Sin embargo, después de analizar el asunto detenidamente, se
convenció de que en esas tres cartas no hay nada que no pueda
haber sido escrito por el mismo Pablo y de que las numerosas
referencias personales que contienen permiten ubicarlas con
bastante seguridad dentro del marco cronológico de la vida de
Pablo.
4. Capítulo IV Hechos y los Evangelios Sinópticos
Al comienzo del Capítulo Robinson trata brevemente el tema de la
autoría del Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles,
concluyendo que no ve razones decisivas contra la aceptación de
la adscripción tradicional de ambas obras (o, mejor dicho, de
Lucas-Hechos, una obra conjunta con dos partes) a San Lucas.
Enseguida el autor pasa a considerar el problema de la datación
de Lucas-Hechos, sosteniendo que los tres principales factores a
tener en cuenta son: a) las profecías sobre la caída de
Jerusalén en Lucas; b) la dependencia del Evangelio de Lucas con
respecto al Evangelio de Marcos (tema que se inscribe dentro del
problema sinóptico); c) el final de Hechos. Robinson
ya ha tratado el factor a), concluyendo que no hay razón
suficiente para suponer que esas profecías fueron compuestas
después del evento. Dejando para el final del capítulo el
análisis del problema sinóptico, el autor pasa a considerar el
problema del final de Hechos.
Las palabras finales de Hechos son: Pablo
permaneció dos años completos en el lugar que había alquilado,
y recibía a todos los que acudían a él. Predicaba el Reino de
Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda
libertad y sin ningún estorbo. (Hechos 28,30-31).
La pregunta es: ¿por qué la narración termina en este punto?
Como dijo Harnack: A lo largo de ocho capítulos enteros
San Lucas mantiene a sus lectores intensamente interesados en el
progreso del juicio de San Pablo, hasta que, simplemente, al
final él los desilusiona completamente ¡ellos no se
enteran de nada sobre el resultado final del juicio! Tal
procedimiento es escasamente menos indefendible que el de uno que
relatara la historia de nuestro Señor y terminara la narración
con su entrega a Pilato, porque Jesús había sido traído ahora
hasta Jerusalén y había hecho su aparición ante el principal
magistrado de la ciudad capital. (La fecha de Hechos, 95s)
(p. 89).
Se han propuesto varias explicaciones de este final, pero ninguna
de ellas parece satisfactoria, salvo la más simple (a la que los
críticos no han prestado suficiente atención): el relato de
Hechos termina en ese punto porque San Lucas lo escribió poco
después. Es importante notar que Hechos no menciona la
persecución de los cristianos por parte del emperador Nerón, ni
la muerte en el año 62, a manos del Sanedrín (que aprovechó un
interregno, después de la muerte del procurador Festo, para
aplicar la pena capital, contra la autoridad de Roma) de Santiago,
el hermano del Señor, cabeza de la comunidad
cristiana de Jerusalén. Además, Hechos tampoco ofrece ningún
indicio del violento enfrentamiento entre judíos y romanos que
ocurrió poco después (años 66-70).
Si Hechos fue escrito en la etapa en que termina su narración (es
decir, a principios de los años 60), esto implica que el
Evangelio de Lucas (obviamente anterior; cf. Lucas 1,1-4; Hechos
1,1-5) fue escrito alrededor de unos 30 años antes que lo que
generalmente se supone. Y si además, como la gran mayoría de
los expertos del NT, suponemos la prioridad de Marcos, esto
implica que Marcos fue escrito muy tempranamente, quizás
alrededor del año 50.
Esto conduce al autor a replantear el problema
sinóptico, es decir el problema de las relaciones,
semejanzas y diferencias entre los tres Evangelios sinópticos (Mateo,
Marcos y Lucas). Como es sabido, la solución más comúnmente
aceptada de este problema es la hipótesis de los dos
documentos. Ésta sostiene que Mateo y Lucas dependen de
dos documentos anteriores: Marcos y Q, siendo Q una fuente
hipotética de dichos de Jesús. Robinson afirma que el consenso
en torno a esta solución fundamental ha comenzado a
mostrar signos de resquebrajamiento. Aunque ésta es todavía la
hipótesis dominante, encapsulada en los libros de texto, sus
conclusiones ya no pueden ser dadas por sentadas entre los
resultados seguros de la crítica bíblica
(p. 93).
El autor defiende la tesis de que las interrelaciones entre los
tres Evangelios sinópticos son mucho más complejas que las
permitidas por la hipótesis de los dos documentos. Su posición
sobre el problema sinóptico está representada por el siguiente
esquema provisorio (cf. p. 107):
1. Formación de colecciones de historias y dichos (P, Q, L, M):
años 30 y 40+.
2. Formación de proto-evangelios: años 40 y 50+.
3. Formación de nuestros evangelios sinópticos: años 50 y 60+.
Robinson da mucha importancia a los testimonios de la antigua
tradición cristiana sobre la redacción de los Evangelios. En
particular él subraya que la Didaché habla en muchas
oportunidades del Evangelio (en singular) como si fuera una
única obra literaria. También destaca que son muy numerosos (Papías,
Ireneo, Clemente de Alejandría, Jerónimo, Prólogo Anti-marcionita)
los testimonios antiguos que relacionan el Evangelio de Marcos
con la predicación de Pedro, de quien Marcos fue asistente e
intérprete. Varios de esos testimonios dicen que Marcos redactó
su Evangelio en Roma.
El autor concluye: Por lo tanto, creo que uno debe estar
preparado para tomar en serio la tradición de que Marcos, en
cuya casa en Jerusalén Pedro buscó refugio antes de su
apresurada huida (Hechos 12,12-17) y a quien más tarde en Roma
él iba a referirse con afecto como su hijo (1 Pedro
5,13), acompañó a Pedro a Roma en 42 como su intérprete y
catequista, y después de la partida de Pedro de la capital
accedió al reiterado pedido de un registro de la predicación
del apóstol, quizás alrededor del 45. (p. 114).
5. Capítulo V La Epístola de Santiago
Al comienzo del Capítulo Robinson afirma lo siguiente:
La epístola de Santiago es uno de esos documentos
aparentemente intemporales que podrían ser datados casi en
cualquier momento y en verdad ha sido colocado en prácticamente
todos los puntos en la lista de escritos del Nuevo Testamento.
Así Zahn y Harnack, escribiendo el mismo año, 1897, la ponen
primera y penúltima ¡en un intervalo de casi cien años!
No contiene referencias a eventos públicos, movimientos o
catástrofes. Las guerras y peleas de las que habla
son las perennes de la agresividad personal (4,1s), no las
datables guerras y rumores de guerra entre naciones o grupos. Su
calendario está determinado por el ciclo natural de la
agricultura del tiempo de paz (5,7) y el círculo social de la
sociedad pequeño-burguesa (4,11-5,6). No hay nombres de lugares,
ni indicaciones de destino o de despacho, ya sea en forma de
título o de saludos. De hecho no hay nombres propios de ningún
tipo excepto el del propio Santiago en el versículo inicial y
los de personajes comunes del Antiguo Testamento como Abraham e
Isaac, Rahab, Job y Elías. También como forma de literatura se
encuentra en esa tradición casi infechable de sabiduría
práctica judeo-cristiana que incluye Proverbios, Eclesiástico,
la Sabiduría de Salomón, los Testamentos de los Doce Patriarcas,
el Manual de Disciplina de Qumran, la Epístola de Bernabé, el
Pastor de Hermas y la Didaché. Sin embargo aunque las relaciones,
hacia atrás y hacia adelante, son evidentes, no hay evidencia
decisiva de una dependencia literaria en cualquiera de ambas
direcciones que pudiera fijar la epístola de Santiago en el
tiempo o el espacio. La única frontera clara que cruza esta
corriente de la tradición es la que existe entre el judaísmo y
el cristianismo e incluso esta frontera es menos marcada
aquí que en cualquier otro género de literatura. (pp.
118-119).
El autor subraya que la falta de polémica contra el judaísmo es
un indicio importante de una redacción temprana. Los pecados que
Santiago señala son los mismos de los que Jesús y los profetas
acusaron a sus compatriotas. La oposición que enfrentan los
cristianos no es una persecución sistemática y continua desde
el gobierno sino más bien la opresión y el desprecio de los
ricos. No hay nada en Santiago que vaya más allá de lo que
está descrito en la primera mitad de los Hechos de los
Apóstoles.
La carta de Santiago tampoco contiene signos de grandes
desarrollos doctrinales, litúrgicos o jerárquicos. La doctrina
de Santiago sobre la justificación por la fe y las obras no
parece ser una polémica contra la doctrina de Pablo sobre la
justificación por la fe. Más bien parece que Pablo hubiera
profundizado la reflexión planteada por Santiago, sin rechazarla.
Acerca de la autoría de la carta, Robinson piensa que la gran
simplicidad con que se presenta el autor (1,1: Santiago,
siervo de Dios y del Señor Jesucristo) es un fuerte
argumento contra la hipótesis de la pseudonimia, porque en esa
hipótesis difícilmente se habría dejado de aludir a Santiago
como hermano del Señor; y si además la redacción
de la carta hubiera sido tardía, muy probablemente se habría
añadido una referencia a Santiago como obispo de
Jerusalén.
Robinson refuta los principales argumentos contra la autenticidad
de la epístola de Santiago. 1) La doctrina de esta epístola
sobre la Ley no concuerda con la de los judaizantes partidarios
de Santiago y adversarios de Pablo; según Hechos, Santiago mismo
no era un judaizante, y en el Concilio de Jerusalén su posición
se pudo armonizar bastante fácilmente con la de Pablo. 2) La
escasa evidencia externa de la aceptación de la epístola en la
Iglesia primitiva no es muy significativa, ya que las citas y los
testimonios escritos (y su conservación) son fenómenos bastante
fortuitos. 3) El hecho de que la lengua de la epístola sea un
griego elegante no prueba que Santiago no pudo ser el autor. Las
investigaciones recientes demuestran que el conocimiento de la
lengua griega entre los judíos de Palestina del siglo I era muy
generalizado.
A continuación Robinson señala varios notables paralelos entre
la Epístola de Santiago y el discurso de Santiago y la carta
apostólica de Hechos 15.
Al final del Capítulo V el autor vuelve sobre la cuestión de la
datación de la carta. Santiago fue muerto en el año 62, por lo
que esa fecha señala un límite superior. Se debe notar que
Santiago no alude en ningún momento a la misión entre los
gentiles, lo cual no implica que ésta no existiera, pero sugiere
fuertemente que aún no se había convertido en causa de
conflicto entre los cristianos. Este factor apunta claramente a
una redacción temprana. Robinson se inclina por la hipótesis de
una redacción algo anterior al Concilio de Jerusalén (hacia 47-48).
Esta datación temprana ha tenido el apoyo, sorprendentemente
persistente, de muchos expertos. Santiago sería así el primer
documento terminado y sobreviviente de la Iglesia. (Continuará).
Daniel Iglesias Grèzes
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A quienes estén siguiendo esta serie de artículos les aviso que me salté el Capítulo VI ("Las epístolas petrinas y Judas") porque es muy largo y difícil de resumir. Algún día lo retomaré, con el favor de Dios. 23/04/15 11:56 AM
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Nueva datación del Nuevo Testamento 7 La Epístola a los Hebreos
Daniel Iglesias, el 22.04.15
Reseña del libro: John A. T. Robinson, Redating the New Testament, Wipf and Stock Publishers, Eugene-Oregon, 2000 (369 páginas); publicado previamente por SCM Press, 1976.
El libro está disponible en línea en: www.preteristarchive.com/Books/1976_robinson_redating-testament.html
En este post presentaré el Capítulo VII La Epístola a los Hebreos
A quienes estén siguiendo esta serie de artículos les aviso que me salteé el Capítulo VI ("Las epístolas petrinas y Judas") porque es muy largo y difícil de resumir. Algún día lo retomaré, con el favor de Dios. 23/04/15 11:56 AM
Aparte de las profecías de la caída de Jerusalén en los evangelios sinópticos, no hay ninguna otra pieza de literatura del Nuevo Testamento que plantee tan agudamente como lo hace la epístola a los Hebreos la cuestión de su relación con los eventos del 70. ( ) Todo el tema de Hebreos es la superación final por Cristo del sistema levítico, su sacerdocio y sus sacrificios. La destrucción del santuario, que llevó este sistema físicamente a su fin, debería seguramente, si hubiera ocurrido, haber dejado su marca en algún lugar.
Es generalmente aceptado que no existe tal referencia o alusión; y sin embargo la epístola a los Hebreos está entre aquellos libros del Nuevo Testamento regularmente ubicados bajo Domiciano (p. 200). Robinson señala irónicamente que muchos exégetas ubican la composición de los Evangelios sinópticos después del año 70 explicando sus profecías sobre la caída de Jerusalén, mientras que en el caso de Hebreos lo hacen explicando su silencio sobre esa caída. Cara, yo gano; cruz, tú pierdes
Con respecto a este punto, consideremos solamente un texto de Hebreos:
La Ley, en efecto al no tener más que la sombra de los bienes futuros y no la misma realidad de las cosas con los sacrificios repetidos año tras año en forma ininterrumpida, es incapaz de perfeccionar a aquellos que se acercan a Dios. De lo contrario, no se habrían ofrecido más esos sacrificios, porque los que participan de ellos, al quedar purificados una vez para siempre, ya no tendrían conciencia de ningún pecado. En cambio, estos sacrificios renuevan cada año el recuerdo del pecado, porque es imposible que la sangre de toros y chivos quite los pecados. (Hebreos 10,1-4).
Si los sacrificios del Templo de Jerusalén hubieran cesado antes de escribirse estas palabras, ellas muy difícilmente habrían quedado así como están, sin modificación ni comentario, porque el fin del antiguo culto habría evidenciado todo lo que el autor de Hebreos intentó probar. En cambio la Epístola de Bernabé, también centrada en el tema de la relación entre el cristianismo y los ritos judíos, afirma explícitamente que el templo fue destruido por los romanos como consecuencia de la rebelión judía (16,4).
A diferencia de otros estudiosos, Robinson se pronuncia a favor de la integridad de la carta a los Hebreos: En el caso de Hebreos 13 no hay la menor señal en la tradición manuscrita de que originalmente no perteneciera al resto. Y aunque el nivel de escritura es, naturalmente, diferente al moverse de sermón a correspondencia, no hay evidencia de un cambio de estilo. Kümmel dice sumariamente, Nada sugiere la adición de una conclusión por otra mano. (pp. 205-206).
Hebreos 13,24 da una clave de la localización de los destinatarios de la epístola: Los [hermanos] que vienen de Italia os saludan. Algunos interpretan esto como un saludo desde Italia. Robinson rechaza esa interpretación: En una carta, digamos, de Londres a una congregación en el exterior difícilmente sería natural escribir los de Inglaterra (es decir, todos los ingleses) envían sus saludos. Sería más natural que en una carta a Londres los ingleses que están con el escritor se le unieran al expresar su amor a los que permanecen en la patria. (p. 206). Ésta es una de las razones que hacen pensar a Robinson que la epístola fue dirigida a un grupo de judeo-cristianos dentro de la iglesia de Roma a fines de los años 60. Se trataría de personas más bien pudientes (cf. Hebreos 10,34) y con un fuerte sentido empresarial. Probablemente por eso, Hebreos utiliza ampliamente metáforas tomadas del lenguaje del comercio.
La gran severidad de algunos pasajes (como 6,4-6; 10,26-31; 12,15-29) es explicable sólo en circunstancias de persecución que involucraron la traición o apostasía de cristianos. Según Robinson, la única situación anterior al 70 que encaja con esta evidencia es la persecución de Nerón a los cristianos de Roma. Hebreos 13,7 (Acuérdense de quienes los dirigían, porque ellos les anunciaron la Palabra de Dios: consideren cómo terminó su vida e imiten su fe) puede ser una referencia a los martirios de San Pedro y San Pablo bajo el reinado de Nerón.
Hebreos 12,4 (Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre) lleva a pensar que el grupo al que se dirige la carta aún no ha tenido mártires. Probablemente ese grupo se ha mantenido al margen mientras otros cristianos eran perseguidos. Por eso el autor de Hebreos les recuerda su deber de solidaridad: Acuérdense de los que están presos, como si ustedes lo estuvieran con ellos, y de los que son maltratados, como si ustedes estuvieran en su mismo cuerpo (13,3).
En cuanto a Hebreos 10,32-34 (Recuerden los primeros tiempos: apenas habían sido iluminados y ya tuvieron que soportar un rudo y doloroso combate, unas veces expuestos públicamente a injurias y atropellos, y otras, solidarizándose con los que eran tratados de esa manera. Ustedes compartieron entonces los sufrimientos de los que estaban en la cárcel y aceptaron con alegría que los despojaran de sus bienes, sabiendo que tenían una riqueza mejor y permanente), Robinson piensa que bien podría describir la expulsión de los judíos de Roma en el año 49.
Por otra parte, Robinson piensa que Hebreos 6,6 (y a pesar de todo recayeron, es imposible renovarlos otra vez elevándolos a la conversión, ya que ellos por su cuenta vuelven a crucificar al Hijo de Dios y lo exponen a la burla de todos), al igual que Juan 13,36 y 21,18, podría reflejar la conocida tradición del Quo Vadis?
Como, según Robinson, Hebreos refleja las muertes de Pedro y Pablo, pero no el alivio traído por el suicidio de Nerón en junio del 68, él fija tentativamente la fecha de composición de Hebreos en el año 67.
Con respecto a la cuestión de la autoría, Robinson se inclina por dar crédito a Tertuliano, quien atribuyó a Bernabé la carta a los Hebreos. Esta hipótesis tiene muchos puntos a favor: Bernabé perteneció al círculo paulino; era un apóstol suficientemente conocido por los judeo-cristianos de Roma como para no necesitar una presentación personal; no era uno de los Doce Apóstoles pero fue de su generación, convivió con ellos y recibió sus enseñanzas; y se destacó en el género de la exhortación moral, al que corresponde la carta a los Hebreos. En 13,22 el autor se refiere a su epístola como estas palabras de exhortación; mientras que en Hechos 4,36 se nos dice que Bernabé (que significa hijo de exhortación) fue el sobrenombre dado por los Apóstoles a José, un levita nacido en Chipre. Pero de todos modos la fecha y la ocasión de la carta a los Hebreos son independientes de las hipótesis sobre su autoría. (Continuará).
Daniel Iglesias Grèzes
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Maga
Gracias por toda esta serie, Daniel. Yo ya me bajé el libro en Inglés y es muy bueno. Te recomendaría que publicases también sobre el Antiguo Testamento, porque estoy descubriendo a uno de los mayores Egiptologos del mundo, que es también Biblista y que es el Protestante Inglés Kenneth Anderson Kitchen. En su obra On The Realibility of The Old Testament se carga muy sólidamente todas las teorías y fechas, que se enseñan en Facultades Eclesiásticas y en todos los sitios y le devuelve al A.T su carácter histórico realisimo, lo cual va en contra de una especie de criptomarcionismo muy presente en la Teología y, sobre todo, la Exegesis actual y que, aunque no lo parezca, tiene consecuencias en todos los errores en exegesis e Historia en el NT. Por supuesto, no hay traducción española ni apenas datos en nuestra lengua de este autor de talla mundial, que es Catedrático Emérito de Egiptologia de la Universidad de Liverpool. Hago esta mención, porque el NT necesita también una oxigenación histórica seria.
23/04/15 9:25 PM
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Nueva datación del Nuevo Testamento 10 Conclusiones
Daniel Iglesias, el 11.10.15 a las 7:38 AM
Reseña del libro: John A. T. Robinson, Redating the New Testament, Wipf and Stock Publishers, Eugene-Oregon, 2000 (369 páginas); publicado previamente por SCM Press, 1976.
El libro está disponible en línea en: www.preteristarchive.com/Books/1976_robinson_redating-testament.html
En el Capítulo X (Una posdata post-apostólica) Robinson examina este problema: si todos los libros canónicos del Nuevo Testamento (NT) deben ser datados antes del año 70 (como él ha sostenido en los nueve capítulos anteriores), ¿el período 70-100 (que antes se pensaba ocupado por gran parte del NT) debería considerarse ahora como vacío o casi vacío de literatura cristiana? ¿No se genera así una distancia temporal excesiva entre el NT y las primeras producciones literarias de la época sub-apostólica?
Robinson analiza detenidamente cuatro de esas producciones: la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas, la Didajé y la Primera Epístola de Clemente. Como me resulta imposible resumir sus argumentos, me limito a presentar sus resultados: Para concluir, parecería haber muy poco en contra de la siguiente secuencia:
La Didajé 40-60
I Clemente principios del 70
La Epístola de Bernabé c. 75
El Pastor de Hermas -c. 85 (pp. 334-335).
Generalmente se considera que I Clemente es del año 95 o 96, porque se entiende que fue escrita mientras Clemente era Obispo de Roma; pero Robinson piensa que, al escribir esa epístola, Clemente no era todavía el Obispo, sino algo así como el secretario de relaciones exteriores de la Iglesia de Roma, como parece sugerir también el Pastor de Hermas.
El autor comienza el Capítulo XI (Conclusiones y corolarios) presentando diez observaciones generales (cf. pp. 336-348):
1) Hay poca evidencia interna para la datación de cualquiera de los libros del NT.
2) Con respecto a la evidencia externa en el testimonio de la Iglesia primitiva, la situación no es muy diferente.
3) La pequeña cantidad de literatura cristiana primitiva y su carácter ocasional hacen que el argumento del silencio (que tal o cual libro del NT no existía o no era conocido por no ser citado o atestiguado) sea extremadamente precario.
4) Con respecto al uso corriente, conviene apelar a un mucho mayor rigor y reserva en el uso del argumento de las citas como un indicador para la datación.
5) Parece apropiada una crítica similar de la seguridad con que muchos académicos se han pronunciado sobre las supuestas profecías después del evento.
6) También es aleccionador descubrir cuán poca base existe para muchas de las fechas asignadas confiadamente por expertos modernos a los documentos del NT.
7) Hay una ceguera en apariencia casi voluntaria de los investigadores a cosas que parecen obvias (por ejemplo, por qué Hechos termina donde lo hace).
8) Muchas dataciones de libros del NT han sido determinadas más por un proceso de eliminación que por indicaciones positivas.
9) Se observa subjetividad en la evaluación de los intervalos requeridos para el desarrollo, la distribución y la difusión.
10) Por último, cabe señalar la multiforme tiranía de los supuestos no examinados, debidos muchas veces a las modas o a la pereza académica.
Pasando a las conclusiones, Robinson enumera los libros del NT en el que él cree que ha sido su orden aproximado de composición final. Sin embargo, indica que se debe tener en cuenta que algunos libros (principalmente los Evangelios) deben ser vistos como el producto de un período de gestación mucho más largo. Simplemente no es posible decir que Marcos fue escrito en el año x del mismo modo en que, con bastante precisión, podemos decir que I Corintios fue escrita en el año y.
A continuación reproduzco la lista de libros del NT y sus fechas. Las estaciones corresponden al hemisferio norte. El símbolo c. significa circa (=aproximadamente). El símbolo + al final significa o algo después. El símbolo al principio significa o algo antes.
Santiago c. 47-48
I Tesalonicenses principios del 50
II Tesalonicenses 50-51
I Corintios primavera del 55
I Timoteo otoño del 55
II Corintios principios del 56
Gálatas más tarde en el 56
Romanos principios del 57
Tito fines de la primavera del 57
Filipenses primavera del 58
Filemón verano del 58
Colosenses verano del 58
Efesios más tarde en el verano del 58
II Timoteo otoño del 58
Marcos c. 45-60
Mateo c. 40-60+
Lucas 57-60+
Judas 61-62
II Pedro 61-62
Hechos 57-62+
II, III y I Juan c. 60-65
I Pedro primavera del 65
Juan c. 40-65+
Hebreos c. 67
Apocalipsis fines del 68 (-70)
Robinson extrae tres corolarios de estas conclusiones.
1) Todos los varios tipos de literatura de la Iglesia primitiva estaban naciendo más o menos concurrentemente en el período entre 40 y 70. Es lo que cabría naturalmente esperar.
2) El patrón de la historia de la Iglesia primitiva sugerido por los documentos del NT ahora refuerza el que se deduce independientemente de los Hechos de los Apóstoles.
3) Así como la reducción de la duración de 50-150+ a 50-100+ desacreditó algunas de las formas más extremas de escepticismo acerca de la tradición cristiana, así también una ulterior reducción de las dataciones finales en más de la mitad, desde 50 a 70 debe tender a reforzar un mayor conservadorismo. El autor, que no ha dejado de ser un teólogo ultra-liberal, insiste en que sus conclusiones no vuelven inútil el estudio crítico del NT de los últimos 200 años y que él no quiere apoyar una aproximación oscurantista o literalista al NT; pero admite que las dataciones más tempranas vuelven menos probables las distorsiones entre los eventos de la vida, muerte y resurrección de Jesús y los escritos eclesiásticos.
Terminaré esta reseña reproduciendo un comentario algo travieso de A. H. N. Green-Armytage que Robinson incluye en la p. 356:
Hay un mundo no digo un mundo en el que todos los académicos viven sino de todos modos uno en el que todos ellos se extravían a veces, y que algunos de ellos parecen habitar permanentemente que no es el mundo en el que yo vivo. En mi mundo, si The Times y The Telegraph cuentan una misma historia en términos algo diferentes, nadie concluye que uno de ellos ha copiado al otro, ni que las variaciones de la historia tienen algún significado esotérico. Pero en ese mundo del que estoy hablando esto se daría por sentado. Allí, ninguna historia se deriva nunca de los hechos sino siempre de la versión de la misma historia de alguien más. ( ) En mi mundo, casi cada libro, excepto algunos de los producidos por departamentos del Gobierno, es escrito por un autor. En ese mundo casi cada libro es producido por un comité, y algunos de ellos por una serie completa de comités. En mi mundo, si yo leo que el Sr. Churchill, en 1935, dijo que Europa se estaba dirigiendo hacia una guerra desastrosa, yo aplaudo su previsión. En ese mundo, ninguna profecía, por más que esté enunciada en forma vaga, es hecha jamás excepto después del evento. En mi mundo decimos La primera guerra mundial tuvo lugar en 1914-1918. En ese mundo ellos dicen La narrativa de la guerra mundial tomó forma en la tercera década del siglo XX. En mi mundo los hombres y mujeres viven durante un tiempo considerable setenta, ochenta, incluso cien años y están equipados con una cosa llamada memoria. En ese mundo (al parecer) ellos vienen a la existencia, escriben un libro y perecen en el acto, todo en un relámpago, y se nota de ellos con asombro que preservan trazas de tradición primitiva acerca de cosas que ocurrieron bien dentro de su propio tiempo de vida adulta. (Fin).
Daniel Iglesias Grèzes
Nota: Las traducciones del inglés son mías.
¿Qué libros serios existen sobre el tema en
castellano? Sobre todo católicos.
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DIG: Es una pregunta muy difícil. Sobre el tema del valor
histórico del Nuevo Testamento, me parecen recomendables:
- Jean Carmignac, El nacimiento de los Evangelios sinópticos
- Claude Tresmontant, El Cristo hebreo
- John A. T. Robinson, Redating the New Testament
- Carsten P. Thiede, Jesus' Papyrus
- José O'Callaghan, (obra sobre los papiros de la cueva 7 de
Qumran)
Sobre la teología del Nuevo Testamento, la obra sobresaliente de
estos últimos años me parece:
- Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (en tres
volúmenes). 11/10/15 8:57 AM