. .HISTORIA DE ESPAÑA........El sexenio revolucionario (1868-1874)..........................................Resumen del sumario instruido por el asesinato del general Prim

El asesinato de Prim 1:
La Comisión Prim halla en 2012
la lista completa de los asesinos del general en 1870, con Montpensier a la cabeza

El asesinato de Prim 3: El papel de los masones en el asesinato de Prim

El asesinato de Prim 2

Los asesinos de Prim lo dieron por muerto y silbaron para abrir el paso

LD FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN 2012-06-21

Los secretos de la causa 306/1870: El 27 de Diciembre de 1870, tres trampas distintas esperaban a Prim. Resultó prácticamente fusilado por dos descargas de escopeta corta con postas. Tanto el Gobierno del regente Serrano como la dictadura de Franco se empeñaron en que ninguna de las heridas fue de gravedad. Según una testigo presencial, los criminales retiraron el cerco de los coches que taponaban la salida de la calle para que la berlina pudiera seguir. El cochero no venció a los atacantes, se limitó a escapar al abrirse la barrera. Seguramente un silbido neutralizó la segunda cuadrilla de asesinos; la tercera habría intervenido en Cedaceros, si Prim hubiera ido a cenar con la logia masónica en Las Cuatro Estaciones.

Lo dieron por muerto y silbaron para dejarlo pasar

El relato de los hechos del propio magnicidio al no basarse en los testimonios del sumario ha sido constantemente falseado. Se ha escrito que el cochero de la berlina logró, tras las descargas de los trabucos, golpear con furia a los caballos y a los propios atacantes, hasta romper el cerco y huir hacia la calle Alcalá. Sin embargo lo que pasó fue más sencillo: una vez los asesinos profesionales comprobaron la eficacia de su trabajo, retiraron los coches para romper la barrera que impedía el paso al coche de Prim (Tomo LXI, folio 21).

Los criminólogos hemos comprobado como en el sumario se busca para contratar a los tiradores más experimentados, a la flor del trabucaje. A los escogidos se les ofrecen salarios de fábula y la huida garantizada a un paraíso en el extranjero. Por si no fuera bastante, los que tuvieran la mala suerte de ser capturados serían exonerados y puestos en libertad. Son promesas que se hacían por gente acostumbrada a ser el brazo del poder.

La declaración de María Josefa Delgado, 52 años, criada de un sacerdote, es muy importante. Es una testigo presencial que estaba en la zona del atentado. Precisamente se dirigía a la calle de Alcalá cuando, en el último tercio de la calle del Turco, escuchó un silbido muy fino, contestando otro silbido que parecía venir desde un coche aparcado. En ese momento vio llegar del Congreso, a la carrera, un coche de dos caballos. Recuerda que otra berlina le cortaba el paso. De los coches parados salieron hombres que había en ellos. También de la portería cercana sacaron escopetas cortas debajo de las capas, y apoyándose sobre el brazo izquierdo, hicieron fuego en una primera descarga. Se acercaron más al carruaje de dos caballos, y luego, escuchó dos descargas más, por ambos lados.

Arrancó en seguida el carruaje de dos caballos y atropelló a la otra berlina del caballo oscuro, que acabó de dar la vuelta en dirección a Alcalá, quedando apoyada la caja sobre la casa número uno y colgando la ventanilla de la derecha: "Los mismos que tiraron, ayudaron a levantar el carruaje, con lo que la berlina -la de Prim-, partió hacia la calle Barquillo y la del caballo blanco hacia el Congreso, las dos a escape".

María Josefa estaba muy asustada y no pudo gritar. Se sentía herida en el tobillo izquierdo "y el zagalejo (refajo) que llevaba, atravesado con siete balas". Observándose siete agujeros y dijo que estaban "lo mismo la camisa y enaguas que llevaba" (Tomo LXI, folio 28). El hecho de estar aturdida por haber resultado herida, le debió impedir escuchar lo silbidos de los criminales anunciando que dejaran pasar la berlina de Prim, pues debieron considerar que iba listo. Y el trabajo estaba cumplido.

No se comunicaban aquella noche de intensa nevada, de nieve sucia de pétalos de sangre, con los fuegos del "telégrafo fosfórico", sino con finos silbidos más eficaces y penetrantes en la fría atmósfera del atentado.

El cochero del general llevó a toda prisa al herido al palacio de Buenavista y con sus ayudantes, uno de ellos Nandín, con la mano destrozada, doblando por Barquillo donde encontraron un grupo de facinerosos, iguales a los que les habían disparado, también con un coche con cochero y ayudante, que esta vez les dejaron seguir sin intentar detenerles. No podía ser por otro motivo sino que creyeron que Prim había muerto en el acto.

El marqués de los Castillejos, acribillado

El marqués de los Castillejos recibió ocho impactos de bala en el hombro izquierdo que entre otras cosas le produjeron una herida circular de seis centímetros de diámetro y otras dos más pequeñas, recibió otro impacto en el codo, que le voló la articulación y un tercer disparó le arrancó casi de cuajo el dedo anular derecho, que tendría que ser amputado. Estos disparos a muy poca distancia, hasta el punto de que toda la cara del general quedó negra del tatuaje de la pólvora, suponen un enorme shock que pudo producirle que cayera inconsciente.

En 1870 todavía no se hacían transfusiones de sangre, porque entre otras cosas se ignoraban los grupos sanguíneos. Los impactos que recibe el general le deben hacer sangrar de forma abundante. La doctora Marimar Robledo de la Universidad Complutense aprecia que el general pudo quedar inconsciente desde ese primer minuto. La berlina examinada con las luces forenses, a día de hoy, muestra todavía rastros de un gran sangrado. El ayudante Nandin, igualmente sangraba en abundancia, puesto que le habían volado una mano que interpuso para que todos los impactos no le fueran al general.

Los agujeros de los tiros en la berlina no dejan duda sobre la característica de armas de gran potencia y munición de gran calibre. Los agujeros agrupados, según los expertos, son producto de un único tiro, es decir un impacto de postas. Probablemente de retacos o escopetas cortas. El destrozo que causan en carne, huesos y paquete vascular suele ser enorme.

La única salida médica: ligar las vasos sanguíneos

Ante heridas graves, sangrantes, hemorragias debidas a arterias, como la que discurren por la zona del hombro herido del general, la subclavia y la humeral, solo cabe ligar los vasos si se tiene a mano un cirujano experto. En el sumario solo figuran tres declaraciones de médicos. Es decir no hay ningún informe de los doctores que describa minuciosamente el examen de los daños, sino solo declaraciones de los galenos ante el juez instructor. Todo esto resulta muy sospechoso.

Los partes médicos son inapropiados, escasos, superficiales, dictados por gente titubeante que no quiere comprometerse. Dos son de mero reconocimiento, y ya en el segundo, los médicos exponen que no les dejan ver al herido por considerar que "se encuentra demasiado débil", lo que se contradice con el hecho de que uno va al médico precisamente cuando se encuentra débil. Y luego, la declaración correspondiente a la autopsia es corta, inexacta, aunque contundente.

En la autopsia, el libro de Pedrol Rius recoge la declaración del forense que dice que la herida grande del hombro es "mortal ut plurimunt" y a pesar de esa severa afirmación, el doctor Lafuente Chaos, encargado de escribir el comentario del epílogo, se atreve a diagnosticar, 90 años después de atentado, y sin haber visto el cadáver, que todas las heridas de Prim eran leves y que al parecer, fue tratado con una mala terapeútica, insinuando que una segunda conspiración de batas blancas remató a Prim, al ver que el héroe de Los Castillejos no había muerto en el momento de la agresión como se esperaba.

Y sin embargo, es muy extraño que en los sesenta años siguientes nadie haya reparado en que "ut plurimunt" está mal escrito, es latín macarrónico, porque no termina en "nt", sino en "m": plurimum, según hemos compulsado con el original. Significa "mortal de necesidad", a pesar de abogados y galenos, que no debían estar muy puestos en el entonces obligatorio estudio del latín, y que no fueron capaces de entender lo que afirmaban los forenses.

Serrano no permitió al instructor ver al moribundo

Al poco de llegar el coche con Prim, se presentó en el palacio de Buenavista el general Francisco Serrano, el regente, y no dejó pasar al juez instructor para ver al moribundo, no sólo le impidió tomarle declaración, si no siquiera verlo. Aunque los libros de historia le ocultan tras frases como "los ministros no lo permitieron", el era el único que podía tomar el mando, ser la autoridad una vez descartado Prim, el amo de España. El general Serrano fue quien determinó que el almirante Topete, partidario acérrimo de Montpensier, fuera a recoger al rey Amadeo I a Cartagena, y el que preparó la situación para hacerse con el poder, tomando el puesto de Prim.

La viuda del general, la mexicana Paca Agüero, observa, seguro que con preocupación, cómo daba órdenes en su casa el que Cánovas llamaba "el insaciable ambicioso", y se hacía con el mando el hombre que había intentado en una reunión por sorpresa, ese mismo último verano, quitarle a su marido la presidencia del Consejo de Ministros, por lo que el de Reus estuvo a punto de cogerlo por la cintura y tirarlo por la ventana como confesaría a su fiel Moret.

Tal vez esta ignorancia de quién es en realidad Serrano, aunque hay una caricatura satírica en La Flaca, muy explícita, en la que el espectro de Prim acusa a Serrano, haya permitido hasta el día de hoy que Madrid le tenga dedicada la mayor arteria del barrio comercial a la "calle Serrano", que debería llamarse calle del general Prim.

En el colmo del cinismo, Serrano se atrevió a difundir que Prim estuvo consultando a los suyos, mientras se moría, para que se aseguraran de votar en el Parlamento una pensión para el regente, de veinte mil duros anuales, y se le concediera la propiedad del palacio en el que vivía, para asegurarse de que tras su muerte, Serrano no quedaba abandonado.

De modo que el Prim malherido, del que se disfraza la gravedad, sin permitírsele que haya reunión de eminencias médicas para salvarle la vida, que se le despacha con una revisión y unos apósitos, es decir "una mirada de reconocimiento y unas tiritas", que no se le permite que le vea el juez instructor, ni que le interrogue, ni siquiera que le asistan los médicos de cabecera o del estamento militar, acostumbrados a recetar analgésico y una tintura de yodo, en cambio se pasa el tiempo de tertulia política, haciendo confidencias a los amigos lejanos y cuando no, gastando sus últimos momentos en asegurar el futuro económico de Serrano para que no quede a la intemperie.

Eso nos dice que el palacio de Buenavista debió ser mientras el general agonizaba la casa de tócame roque, por la gente que ha escrito después afirmando que recibió confidencias de Prim en estado agónico, o afirma que le veló en interminable charla en el lecho de muerte.

Macarronini I y Paco Natillas

Se hace difícil entender cómo es posible que el héroe de Los Castillejos, teniendo a Sagasta disponible o a Moret, prefiera enviar a Cartagena a un encontrado adversario a recibir al rey Amadeo I, al que él ha impuesto, pero al que la gente no quiere y al que llaman Macarronini I.

Recordemos que eran tiempos muy curiosos, desde el reinado de Isabel II que se casó con Francisco de Asís al que llamaban Paco Natillas y al que ella decía que no podía querer puesto que la noche de bodas llevaba puesta una camisa con más puntillas que la suya. Se casó en boda doble con su hermana Luisa Fernanda, que se casaba con Montpensier, al que el infante don Enrique llamó pastelero francés por lo que murió en duelo a pistola con él, perdiendo Antonio de Orleans todas las posibilidades de ser investido rey.

Prim quiso cambiar la casta dirigente por otra, de golpe y porrazo. La dinastía borbónica por la de los Saboya, en la persona de un príncipe italiano, sin arraigo alguno, y por tanto sin compromiso, con ninguno de los nobles españoles. Es lógico que todos recelaran y muchos de ellos quisieran matar a Prim que se comportaba como un dictador con la particularidad de respetar a toda costa las leyes que él mismo dictaba en el Parlamento.

Prim tenía en contra a los republicanos, a los carlistas, a los isabelinos, a los alfonsinos, a los unionistas, a los montpensieristas, a los demócratas moderados y exaltados, y a los masones. Su atentado fue un hecho de muchos asesinos y no de un único partido ni de un único enemigo.

En la berlina quedaron los agujeros de los disparos. Los criminales se acercaron lo más posible, porque sabían que en el coche no había gente armada. Le tiraron a Prim a quemarropa, con desprecio hacia sus ayudantes, que sabían indefensos, y sin quererlos matar también a ellos. Le dieron de lleno. Sabían lo que hacían y también estaban guiados por el odio.

Lo increíble viene cuando la testigo María Josefa, que está en la zona pidiendo limosna, porque su trabajo no le da para comer, distingue a uno entre los que le dan algo de dinero en la calle del Turco y dice recordar haberlo visto entrar en el palacio del regente, Serrano.

Igualmente, el día del atentado, informa el sumario (LXI, folio 28) fue a ver al ayudante de Prim, Juan Francisco Moya que resultó ileso, para contarle lo que había visto, pero éste le contestó "que se fuera con Dios pues ya había otros datos de más interés".

Las ropas de Prim que se conservan en el Museo del Ejército, situado en el actual Alcázar de Toledo, presentan ocho impactos en el hombro izquierdo, donde según la autopsia hay un agujero de seis centímetros de diámetro. La levita y el levitón que vestía Prim están agujereados y en el codo queda un trozo de tela colgante. La esterilla de la berlina que se encuentra en el Museo ha reaccionado a la luz ultravioleta mostrando restos de sangre. Prim perdía mucha. Desde el principio, la voluntad de aquel Gobierno fue ocultar la verdad. A las nueve de la noche, el subsecretario de Guerra, envía un parte a los capitanes generales y al comandante de Ceuta con el estado de Prim:

"El Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros al salir de la sesión del Congreso de hoy ha sido ligeramente herido por disparos dirigidos al coche en la calle del Turco. La tranquilidad no se ha alterado". Prueba de que no se trata de ningún error o ligereza, al día siguiente, 28 de diciembre, la Gaceta de Madrid, año CCIX, número 362, insiste en la misma falsedad: "Ministerio de la Gobernación. El Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha sido ligeramente herido al salir de la sesión del Congreso, en la tarde de ayer, por disparos dirigidos a su coche en la calle del Turco. Se ha extraído el proyectil sin accidente alguno, y en la marcha de la herida no hay novedad ni complicación". Intentan ganar tiempo para evitar que fracase el golpe de estado. Sin Prim, tal vez las cosas cambiarán de signo y se echarán a la calle los republicanos que estaban a punto o los progresistas. Lo cierto es que al poder constituido, le interesa que todo avance lentamente. El almirante Topete, que además de un montpensierista furibundo, debía ser de natural bonachón, se encuentra confundido. Sin saber qué hacer, conmovido. Les pasa a muchos tras un asesinato.

Se abre la sesión del Congreso

A las cuatro de la tarde, se abre la sesión del Congreso de los Diputados y Topete, nombrado por Serrano Presidente interino del Consejo de Ministros, aunque se hace creer a todos que lo ha hecho Prim, tiene que dirigirse a la cámara con un discurso que resulta incoherente:

"El señor Presidente del Consejo de Ministros, el general Prim, ha sido herido en el día de ayer. No sé si es grave o leve la herida; no lo quiero saber en este momento; aunque lo supiera, no lo diría en este sitio..."

El relato de lo ocurrido, tras el tiroteo de la calle del Turco, ha estado hasta ahora en la nebulosa de la leyenda. La mayoría de las frases atribuidas a Prim no tienen en el sumario refrendo alguno, ni nadie dice haberlas escuchado. Y la evolución que se cuenta de sus heridas no se corresponde con el proceso médico. Más bien se confirma que las autoridades de aquel tiempo ocultaron la muerte del caudillo progresista ó simplemente dieron la noticia cuando mejor les convino.