El 11M de 2004

Gómez Bermúdez optó a última hora por un plan B en la sentencia del 11M

Libertad Digital 2009-05-25

Sólo una semana antes de leer la sentencia del 11-M, Gómez Bermúdez reveló a un magistrado que ésta se basaría en tres elementos, dos de las cuales dejarían sin base la versión oficial. Según El Mundo, en el último momento dio marcha atrás exponiendo sólo la ausencia de autores intelectuales.

Los tres aspectos esenciales en los que se iba a basar la primera versión de la sentencia del 11-M era referida a la autoría intelectual, el tipo de explosivo utilizado en los atentados –y en los que había Titadyn según últimos análisis– y en la responsabilidad penal de algunos mandos policiales. Así lo cuenta Casimiro García-Abadillo en el prólogo del libro "Titadyn" del perito Antonio Iglesias y que adelanta este lunes el diario El Mundo.

García-Abadillo señala que la información le llegó a Pedro J. Ramírez a través de una tercera persona. La fuente señaló que "una semana antes de que se comunicara públicamente la sentencia", Gómez Bermúdez contó de manera confidencial a un magistrado que la sentencia estaría basada en tres conclusiones principales: Que no habría autoría intelectual pese a las acusaciones de la Fiscalía, que habría deducciones de testimonio a mandos policiales y que Suárez Trashorras sólo sería condenado por tráfico de explosivos.

Sin embargo, y tal y como se desprende de la sentencia, Gómez Bermúdez optó por una segunda versión muy pocos días antes, una suerte de "plan B" en la que sólo mencionó a la ausencia de autoría intelectual. De considerar los otros dos puntos, según García-Abadillo, la versión oficial habría recibido un mayúsculo revolcón judicial. Además, recuerda que "si el explosivo utilizado por los terroristas no queda demostrado que fuera Goma 2 ECO, el papel de Suárez Trashorras quedaba reducido al de mero proveedor del mismo a la banda de El Chino. Eso habría permitido su condena por tráfico y no por asesinato múltiple".

En cuanto a las deducciones de testimonio, el periodista recuerda que el juez Gómez Bermúdez les dijo a las víctimas que algunos testigos irían "caminito de Jerez" refiriéndose a algunos mandos policiales por falsedad en documento público, falso testimonio u ocultación y manipulación de pruebas. De hecho, el periodista apunta que él mismo oyó al juez decirlo y que no duda de que esa era su intención, aunque finalmente no siguiera adelante.

El Mundo publica este lunes las posibles razones de este cambio que expone García-Abadillo en el libro: la primera es que el Gobierno le ofreciera "algo" al juez para que la sentencia fuera lo más parecida posible a la versión oficial. Sin embargo, apunta, "no creo que Gómez Bermúdez se haya dejado comprar tan burdamente, a pesar de que su esposa, Elisa Beni, en su libro La soledad del juzgador, deja entrever diversas presiones y mensajes más o menos sugerentes". La segunda, que cree más verosímil, es que el juez sabía que la sentencia sería bien recibida por el Gobierno y para eso menciona algunos contactos con miembros del Ejecutivo: Rubalcaba pero sobre todo con María Teresa Fernández de la Vega.

En la información de El Mundo también destaca el hecho de que el resumen de la sentencia "en la que daba una visión sesgada del fallo del tribunal" no fue consensuado con Alfonso Guevara y Fernando García Nicolás, los otros dos miembros de la Sala. De hecho, García-Abadillo cuenta que Guevara se lo confirmó: "No, para mí fue una sorpresa. Nos dijo que iba a leer unas conclusiones, pero no nos enseñó el escrito".

La pequeña ambición

25 de Mayo de 2009 - 11:23:27 - Luis del Pino

En cualquier país en el que las instituciones no estuvieran heridas de muerte, la información que hoy revela el periódico El Mundo provocaría una auténtica tormenta política y judicial. Resultaría difícil encontrar un conjunto más preocupante de irregularidades, que arrojan una negra sombra de sospecha sobre el resultado del primer juicio por la masacre de Madrid.

Revela El Mundo, por ejemplo, que el ponente de la sentencia y presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, cambió a última hora su sentencia, eliminando de ella aspectos que hubieran hecho desmoronarse todo el castillo de naipes de la versión oficial y hubieran obligado a realizar una nueva investigación libre de manipulaciones. Invoca el periódico, como fuente, al magistrado que recibió las confidencias del hoy presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional.

El cambio de sentido de la sentencia a última hora no tendría por qué constituir, en sí mismo, ningún escándalo. Nada más natural que el que un juez se debata en un mar de dudas, especialmente en un caso tan complejo como el del 11-M. Pero hay dos aspectos de ese cambio de criterio que requerirían una inmediata aclaración por parte del propio Gómez Bermúdez.

En primer lugar, si la información de El Mundo es cierta, a lo que parece apuntar es al sorprendente hecho de que la sentencia sería, esencialmente, obra de un único magistrado. Los otros dos miembros del tribunal habrían actuado como convidados de piedra, aceptando sin rechistar los sucesivos cambios de criterio del ponente. Puede que esa forma de proceder sea legal. Puede incluso que sea habitual. Pero no por ello es menos escandalosa. Se supone que los tribunales están formados por tres miembros precisamente para que la puesta en común de los distintos puntos de vista conduzca a la verdad con una probabilidad mayor que si es un único juez el que se encarga de formarse una opinión.

El segundo aspecto, mucho más grave, son las razones a las que El Mundo apunta como origen de ese cambio de criterio del juez. Porque el periódico señala que pudieran haber existido diversas conversaciones con al menos dos miembros del gobierno (Alfredo Pérez Rubalcaba y María Teresa Fernández de la Vega) en torno al contenido de la sentencia. Y ahí entraríamos, de lleno, en una perversión radical de los mecanismos del estado de derecho. ¿Es verdad que el magistrado Gómez Bermúdez habló de la sentencia, o del desarrollo del juicio, con miembros del Gobierno? ¿Con qué fin? ¿De qué hablaron exactamente? ¿Puede un juez moldear sus conclusiones de acuerdo con los puntos de vista de una instancia política? ¿Estamos, acaso, ante una sentencia de conveniencia? Si la Justicia se pliega, aunque sea mínimamente, a los deseos, opiniones o sugerencias de miembros de la clase política, pertenezcan al partido al que pertenezcan, entonces deja automáticamente de poder llamarse Justicia.

Si el que condenen a alguien a 40.000 años de cárcel o sólo a 18 depende de una conversación con un ministro y no de la valoración de las pruebas existentes; si el dar por probado o no el que en un tren estalló un cierto tipo de explosivo está al albur de la mayor o menor resistencia de un juez a las presiones políticas; si las deducciones de testimonio contra posible perjuros penden del hilo de las posibles razones de estado esgrimidas por quienes sólo pretenden seguir utilizando en su propio beneficio los mecanismos de ese estado donde ya no impera la Razón... entonces los ciudadanos estamos inermes frente a las condenas arbitrarias, frente a las investigaciones manipuladas y frente a los intentos de sustituir la realidad por aquello que más convenga a la preservación del statu quo.

Hay un último aspecto de la información de El Mundo que conviene resaltar. Publica el periódico, y cita al magistrado Alfonso Guevara como fuente, que el escandaloso "resumen" de la sentencia leído por Gómez Bermúdez no fue consensuado con los otros dos magistrados. Es decir, que aquella obscena escenificación con la que se pretendió engañar a todo el mundo simultáneamente fue obra, exclusivamente, del presidente del tribunal.

Aquel resumen sesgado, en el que se pretendía dejar a los pies de los caballos a quienes hemos estado poniendo de manifiesto la manipulación de las investigaciones, no tenía otro objetivo, como en su momento denunciamos, que "colarle" a las víctimas del 11-M más proclives a la versión oficial dos goles por toda la escuadra: la absolución de los autores intelectuales y la desaparición de Al Qaeda y la guerra de Irak como inspiradoras de la masacre.

Pues bien, ya sabemos quién fue el diseñador exclusivo (así lo afirma el magistrado Alfonso Guevara) de semejante prodigio de fallido ilusionismo: Javier Gómez Bermúdez, que por tratar de engañar a todos, terminó por no engañar a nadie.

Hablando en cierta ocasión con otro colega periodista, me apuntaba al exceso de ambición de Gómez Bermúdez como explicación de su pastelera sentencia. No puedo estar más en desacuerdo. Gómez Bermúdez tuvo en sus manos la posibilidad de quedar como el juez que supo impartir Justicia en el 11-M. Alguien verdaderamente ambicioso, alguien sanamente ambicioso, no habría dejado escapar nunca esa oportunidad de pasar a la Historia.

En lugar de ello, Gómez Bermúdez va a terminar quedando como aquel juez que se atrevió a mentir a las víctimas cuando éstas le reclamaron que actuara contra los perjuros. ¿Cabe imaginar una ambición más pequeñita, más chata, más miope, que la de alguien así?

El problema de Gómez Bermúdez no es el exceso de ambición, sino la falta de una ambición verdaderamente grande.