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Elementos de la perfección creada

Ramón Orlandis i Despuig, S.I.

Publicado póstumamente en el libro PENSAMIENTOS Y OCURRENCIAS, Ed. Balmes, Barcelona, 2000.

Santo Tomás, siguiendo las huellas de san Agustín, fija los elementos metafísicos que constituyen la perfección de todo ser creado. Tres son estos elementos: el «modo», la «especie» y el «orden». Esta numeración ternaria, a la cual en la exposición de la síntesis tomista no se le concede gran importancia, en nuestro concepto es uno de los principales jalones que es absolutamente necesario que tenga a la vista quien quiera seguir en pos del santo doctor en el desarrollo de su pensamiento, así en el plano ontológico, como en el psicológico, moral y espiritual. En ella descubrimos una de aquellas concepciones fundamentales de aplicación constante en toda la doctrina del Santo. Y así ha de ser forzosamente porque al dar razón del porqué, siendo teólogo, trata no sólo de Dios, sino también de las criaturas; dice que es incumbencia del filósofo natural el considerar en las criaturas aquello que según la propia naturaleza de las mismas les conviene, en tanto que el fiel y el teólogo sólo consideran en las criaturas lo que les conviene en cuanto dicen relación a Dios, es decir en cuanto han sido creadas por Dios, en cuanto están sujetas a Dios, etc.
Ahora bien, todas las relaciones de la criatura al Creador se fundan en las realidades constitutivas de la perfección creada: el modo, la especie y el orden, entendidas y definidas según las entiende, las define y explica él mismo. Porque todas las dichas relaciones tienen en término a Dios como causa eficiente, como causa ejemplar, como causa final. Como a causa eficiente dice el Santo que la criatura se refiere a Dios por el modo, como a causa ejemplar por la especie, y como a causa final por el orden. Basta con esto para que se vea que en esta triple consideración se ha de cifrar cuanto el teólogo como tal ha de estudiar en la criatura: la triple relación a Dios y el fundamento de la misma. No puede, por tanto, ponerse en tela de juicio la suma utilidad de precisar y poner en claro las ideas de Santo Tomás acerca de esta materia tal vez menos atendida de lo que se merece por los comentaristas. Vamos a intentarlo.

En tres pasajes principales declara santo Tomás el concepto de estos tres elementos constitutivos de toda perfección creada y da la razón metafísica de su necesidad; es el primero el artículo 5 de la cuestión 5 de la la; el segundo, el artículo 6 de la cuestión 21 del De Veritate y, el tercero, el artículo 4 de la cuestión 85 de la la-IIae. Para comprender su doctrina y hacerse cargo de su trascendencia, el medio no puede ser otro que el examen atento de su contenido y el cotejo mutuo de un pasaje con otro, ya que los tres se explican y completan a pesar de su aparente disconformidad.

la, Q. 5, ART. 5

Comencemos por este pasaje. En él santo Tomás se pregunta si la razón de bien consiste en el modo, la especie y el orden, y contesta afirmativamente, apoyándose en la autoridad de san Agustín. Estas tres cosas, el modo, la especie y el orden, como bienes generales, están en las cosas hechas por Dios, y así donde estas tres cosas son grandes, son grandes los bienes; donde son pequeños, son pequeños los bienes; donde nulos, son nulos los bienes. Apoyado en la afirmación de san Agustín busca la razón de la misma en la equivalencia de la especie con la forma del ser y en la congruencia de antecedente y consiguiente que respectivamente descubre entre la forma del ser y lo que se significa por los términos «modo» y «orden».

Toda entidad es aquello que es por su forma y la forma presupone algunas cosas y otras cosas necesariamente siguen a la forma. Por esta razón, para que una entidad sea perfecta y buena es preciso que tenga la forma y lo que ella preexige y lo que de ella se exige. Preexige la forma la determinación y conmensuración de sus principios ya materiales, ya eficientes y esto es lo significado por el modo. Por esto se dice que la medida fija el modo. Por la especie se significa la forma, porque toda entidad se constituye en una especie por la forma. A la forma sigue la inclinación al fin o a la acción o a otra cosa parecida; porque todo ser en cuanto está en acto obra y tiende a lo que les es conveniente según su forma; y esto pertenece al orden.

Número, peso y medida. Acepta también santo Tomás la identificación de estos tres elementos constitutivos de la perfección de toda entidad con el «número», el «peso» y la «medida», según lo cual dice la Sagrada Escritura que Dios hizo todas las cosas. La medida es el modo, porque la medida fija el modo concreto de ser. El número es la especie porque, como dice Aristóteles, las especies son como los números; así como la adición de una unidad constituye un nuevo número, así la adición de una nota diferencial constituye una nueva especie. El peso es el orden, porque el peso lleva a la entidad al movimiento o al descanso; es lo que inclina a un ser a la acción, a su fin, a otra entidad.

Análisis de estos conceptos. Lo que Santo Tomás enseña en el artículo citado de la la acerca de la especie y del orden no ofrecerá especial dificultad para quien esté suficientemente iniciado en su metafísica. Más obscuro queda lo que dice del modo. ¿Qué quiere decir al afirmar que la perfección de la entidad está constituida por la conmesuración de los principios eficientes y materiales receptivos? Y, en particular, ¿cómo siendo todo principio eficiente extrínseco a la entidad producida puede la conmensuración del mismo constituir intrínsecamente la perfección de la entidad? ¿Cómo, siendo el principio receptivo, según santo Tomás, el principio potencial y limitativo, la conmesuración del mismo puede ser elemento de perfección? El análisis atento de otro pasaje del Santo nos adentrará en su pensamiento y nos lo declarará y precisará.

Q. 21 DE VERITATE, ART. 6

En este artículo, para demostrar la misma tesis, a saber, que el modo, la especie y el orden son los constitutivos de la perfección y la bondad de toda entidad finita, sigue un procedimiento algo distinto del de la Suma Teológica, que lo aclara y conduce al mismo resultado; partiendo, como base, de la observación, que un término gramatical de dos maneras puede significar un respecto o relación: la primera es cuando el término directa y exclusivamente tiende a significar la relación; la segunda, cuando tiende a significar directamente no la relación misma, sino una realidad a la que se sigue la relación, es decir, el fundamento de la misma. Ejemplo de la primera manera son los términos padre e hijo, de la segunda lo es el vocablo ciencia, la cual directamente significa una cualidad o perfección del alma a la cual se sigue la relación al objeto de la misma.

Esto supuesto, afirma que el vocablo bien o bondad entraña la significación de una relación, pero no exclusivamente la relación sino el fundamento de la misma. La relación significada por el vocablo bien o bondad es la de perfectivo de un objeto perfectible. Pero previamente a esta significación relativa el vocablo bien entraña la significación del fundamento de esta relación, es decir, la razón o fundamento por el cual el ser bueno es perfectivo de lo perfectible. Ahora bien, la relación de perfectivo se funda en aquella realidad del ser por la cual aquella entidad tiene la aptitud perfectiva.

Ahora bien, una entidad tiene esta capacidad, virtualidad o destino de perfectivo: a) por la razón misma de su especie, de su realidad específica o esencial; b) según la entidad tiene existencia, rea¬lidad existencial. Toda realidad existencial finita necesariamente se recibe según la determinación y limitación impuesta por la medida del recipiente, es decir, según un modo conmesurado al recipiente.

Por lo dicho se ve que toda entidad buena y perfecta posee especie, modo y orden, y estos son los elementos constitutivos de su bondad y perfección. Por ser la entidad buena perfectiva posee la especie según la razón de especie, es decir, en virtud de la realidad esencial; posee el modo en virtud de la existencia, de la realidad actualizante o existencial; posee el orden en virtud de la referencia perfectiva.

La entidad finita, precisamente por ser entidad finita, no es ni singular ni actual y por tanto no es subsistente. No puede actualizarse, no puede recibir la perfección existencial, sin que previamen¬te no se considere como singularizada, porque la existencia es de los singulares, luego a la razón de singularidad existencial, necesariamente requerida para ella, se presupone con la especie actualizable, la razón de la singularidad, la razón de unidad singular; luego hay que buscar en la especie actualizable una razón de unidad singular incompatible con la multiplicabilidad; luego si la singularidad a la esencia creada no le viene de ser esencia creada le habrá de venir o de ser tal esencia creada o de uno de los constitutivos de la misma. Si la esencia es simple, no constante de diversos constitutivos, la singularidad no podrá provenir sino de la misma forma; si es compuesta podrá venir no de la forma sino de un constitutivo distinto de la forma en orden al cual la forma se singulariza.

Resumiendo:

1°) En toda entidad creada subsistente la perfección substancial está constituida intrínsecamente por tres elementos perfectivos, dos absolutos y otro relativo, fundado en los absolutos.

2°) Los dos elementos absolutos son la especie y el modo, el relativo es el orden.

3°) Estos elementos se identifican con la «medida», el «número» y el «peso», en que según la Sagrada Escritura, creó Dios todas y cada una de las cosas. El modo es la medida, el número es la especie, el peso el orden.

4°) Por el modo o medida la entidad es una, por la especie o número es verdadera, por el orden y peso, buena o apetecible.

5°) Por el modo dice relación a Dios como causa eficiente, por la especie a Dios como causa ejemplar, por el orden a Dios como causa final.

6°) La imperfección del ser consiste en la deficiencia del modo, especie y orden que le corresponden. Cuanto más perfectos sean estos elementos, más perfecto será el ser, tanto en su perfección individual, cuanto en su perfección trascendental, en la línea total de los seres creados, en la comparación de unos seres con otros.

ANÁLISIS CONCEPTUAL DE ESTOS ELEMENTOS

La especie. Comenzamos por la especie porque santo Tomás la reputa como central. La perfección que aporta a la entidad la especie es la realidad esencial o formal, la que específica, la que fija el tipo de entidad. Por esta razón santo Tomás al hablar de este elemento central de la perfección creada tan pronto lo denomina especie o razón de la especie como forma. Porque la forma determina la especie. La forma como tal, la razón de la especie, si se mira sólo al concepto general de la misma no dice singularidad, la cual es necesario prerrequisito para la actuación existencial; por esta razón la forma, la razón de la especie, puede tener estado así existencial y físico, como mental, intencional, ideal. Pero tampoco excluye la nota de singularidad. De modo que lo mismo pueden darse formas por sí mismas singulares capaces de subsistir en sí mismas, es decir, de recibir en sí una existencia incomunicable, como formas que sólo en un compuesto esencial pueda recibir la existencia y subsistir. La forma de sí no dice sino principio especificante del ser, raíz de toda su perfección, exigencia de propiedades perfectivas, de virtualidades y energías específicas. La forma es lo que hace que la entidad singular actualizada y subsistente sea tal entidad, que revista tales o cuales notas específicamente diferenciales. Por tanto, la forma aporta al ser subsistente la perfección esencial, así estática como dinámica, así de realidad ennoblecedora de la entidad considerada en sí misma y para sí misma, como en su virtualidad energética y difusiva de la propia perfección. La forma es el principio de la unidad formal, concentradora de todos aquellos adyacentes que el ser subsistente pide o admite. La forma es verdad particular de la entidad, foco de luz participada de la luz infinita, reflejo de la luz divina que en la forma misteriosamente se particulariza y tamiza.

Por la forma la entidad actualizada es la realización de la idea divina. La forma subsistente, capaz de recibir y poseer en sí sola la actualidad existencial, es la perfecta y exhauriente imagen de Dios en una de las faces, según las cuales es imitable la divina perfección. Al darle Dios el ser la crea sin apoyo alguno de sustentáculo o sostén ni previo ni concomitante. Es, por tanto, una verdad total, que tiene en sí sola la razón de ser de sí misma, que en ella dimana de la imitabilidad de la divina perfección. La forma que tiene en sí sola la capacidad de su subsistencia, es una realidad que manifiesta esencialmente a la esencia divina, de la cual es perfecto reflejo e imagen.

La forma que por esencia se encierra en sí misma, que no está destinada a comunicar la actualidad existencial a otro elemento que comparticipe con ella de la actualidad existencial, excluye esencialmente no tan sólo toda composición esencial de elementos esencialmente constitutivos de sí misma, sino además la posibilidad de entrar a formar parte de un compuesto esencial.

La forma, la realidad esencial determinante, nada sería en realidad y no aportaría perfección alguna al ser subsistente si no fuera actualizada por la realidad existencial. Pero la realidad existencial no puede comunicarse a la realidad esencial, sin la previa singularización de esta. Existentia est singularium, la existencia es de los singulares, sólo lo singular y concreto es capaz de recibir la existencia. Ahora bien, la forma, en virtud de su razón propia, según hemos dicho, ni es singular ni universal. No entra en las notas definidoras de la forma la singularidad, la individualidad, la concreción. Porque de lo contrario sería absurda la multiplicación de los individuos singulares en una especie, sería absurdo que participasen de una forma específica diversos singulares que la concretan.

Esto es preciso entenderlo bien. Muchos parecen no comprenderlo. No quiere decir esto que la forma del singular no sea singular en sí misma, que reciba la singularidad de la influencia de otro elemento. Esto en realidad sería absurdo. Quiere decir que la forma, el elemento determinante de la especie, en virtud de sus notas propias y absolutas, no dice ni individualidad singular, es decir, imposibilidad de ser multiplicada en diversos individuos, ni tampoco universalidad, es decir, posibilidad de ser participada en individuos concretos.

El concepto de forma ni se opone a la singularidad ni a la multiplicidad. Puede concebirse una forma individualizada por sus notas absolutas de tal manera que repugne la producción de individuos que por participar de la misma forma participen de la misma especie y que sean entre sí semejantes en sus notas específicas, y puede así mismo concebirse una forma que pueda multiplicarse en individuos que sean semejantes en sus notas específicas.

Si la individuación o multiplicabilidad de la forma no radica en el concepto de forma, hay que buscar la raíz de esta diferencia no en el concepto de forma sino en el concepto de tal forma; tal forma por su concepto mismo será multiplicable, tal otra forma por su propio concepto no será multiplicable. Y como nada se dé, ni en el orden físico ni en el metafísico, sin razón suficiente, será necesario averiguar por qué una forma es multiplicable y otra, no. Pues bien, esta razón suficiente no puede hallarse en la misma forma. Toda forma multiplicable necesariamente implica limitación, porque si la forma en el grado de perfección específica fuera ilimitada, entonces en la forma individual se agotaría aquel grado de perfección específica y por tanto sería absurda la repetición de la misma, esta repetición no tendría razón de ser. Y es así mismo absurdo que una realidad por ser perfección o realidad tienda a limitarse a sí misma.

La única razón de ser de la limitación metafísica de una realidad o perfección, no ha de buscarse en la misma perfección, en el amor metafísico que la perfección se tiene a sí misma. Sólo en la tendencia altruista que puede tener la realidad, sólo en el amor metafísico de sacrificio podrá hallar la razón suficiente de una realidad o perfección.

Se comprende perfectamente que una realidad o perfección se limite a sí misma con el intento de perfeccionar a otro ser, a otra realidad, de comunicar a otro ser la propia perfección. Por esta razón toda forma simple e irrecepta no destinada a perfeccionar otra realidad será inmultiplicable, singular e individual por su propio concepto. Sólo la forma destinada, por la ley que rige el orden metafísico, a comunicar su perfección a otro elemento potencial y por ende metafísicamente imperfecto, con el cual pueda unirse como el acto se une a la potencia, será multiplicable en diferentes individuos de la misma especie. Sólo en este caso se concibe la limitación de la forma.