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La pereza activa

Por Francisco Canals, Miembro emérito de la Pontificia Academia de Santo Tomás

Conferencia pronunciada en el Campus Oriente de la Pontificia Universidad Católica de Chile en abril de 1989.

e-aquinas 2 (2004) 1

Un catedrático de psiquiatría de Barcelona, muy competente, Miguel Salván, me envió un artículo que había escrito en una revista barcelonesa titulado "Sobre el Aburrimiento". En este artículo había algunas alusiones sobre el llamado "Demonio de mediodía", tema de los Padres del desierto que decían que a la hora de mediodía se sentían tentados de disgusto en la oración. Se sentían tristes y entonces descubrieron esto de atribuirlo a una tentación del Demonio. Aunque no siempre es una tentación del Demonio el que nos aburramos, pero sí que lo tiene que aprovechar, pues hay una privación de bien en este sentimiento de tristeza. El artículo describe el aburrimiento como una actitud muy corriente en nuestro tiempo, un tema de actualidad. Este psiquiatra, muy culto y sutil, me pidió que le diese a conocer los textos de santo Tomás de Aquino en la materia, que yo le dije que tenía muchos. Él había escrito su artículo sobre autores alemanes, pero nunca lo había estudiado en santo Tomás. Después me encontré con unos libros de trabajo sociológico de mi amigo Alberto Caturelli, donde había unos análisis mucho más ceñidos a la realidad, en los que hablando de esto empleaba el término pereza activa. Después he tenido la gracia excepcional de conocer un libro de Humberto Giannini, La Reflexión Cotidiana, donde hay unas páginas excelentes sobre este tema, como también citas a santo Tomás, que di a aquel catedrático de psiquiatría. En este tema tan importante para la sociedad me parece que tengo que hacer un comentario muy fiel a estos textos de santo Tomás, que deben ser conocidos y leídos en el contexto de su teología moral y su antropología: en la II-II de la Suma Teológica (q.35) y en las Cuestiones sobre el Mal donde trata de la acedia (q. 11).

Recuerdo que había leído en algunos contextos un pasaje que escribió algún día Bossuet, una frase que me sorprendía un poco. La frase que encontraba citada de Bossuet en El Drama de lo Sagrado era: "Este inexorable aburrimiento que constituye el fondo de la vida...". A mí me parecía que estas palabras no cuadraban con un orador sagrado. Pero esto ocurría porque el texto era sacado de contexto. Para plantear bien el tema es buen método darse cuenta de dos cosas: la primera, en el catálogo de los vicios capitales que se había ido haciendo común en el lenguaje catequético, ético y moral católico occidental en los últimos siglos no se nombra a la acedia en ninguna parte. Y en cambio pone a la pereza como vicio capital. La otra observación que quiero hacer es que suele ponerse como vicio capital a la soberbia. Quien se acerca a santo Tomás se encontrará con que la soberbia es un vicio al que acaso le conviene lo capital, y es aquello a lo que tendería en último término toda actitud humana que se realizase en el cerrarse sobre sí mismo. La soberbia no es en sí misma vista como conversio ad creaturas, sino que es el deseo de la propia excelencia de sí mismo impulsado por el amor de sí desordenado. Pero la gravedad de la soberbia, según santo Tomás, no consiste en esto. En la carencia del don preternatural de integridad consiste la herida de lo natural; a partir de esta carencia del don de integridad, el amor de sí mismo o propio anhelo de la felicidad, que es absolutamente constitutivo de la mismidad de la persona en la línea de la intencionalidad perfectiva y de la autoconciencia, fácilmente podría desordenarse y apetecer la excelencia de sí mismo. No obstante, ésta no es la gravedad de la soberbia, sino que en esta voluntad de exaltación es en donde se puede producir lo formal a toda pecaminosidad, que es la aversio a Deo. La soberbia más que un pecado capital es como fin de todos ellos y la supercabeza de los pecados capitales. En los vicios capitales es relativamente fácil caer en ellos, casi nunca son pecados mortales, no obstante son el comienzo del desorden moral en general. Por el contrario, la soberbia es muy pecaminosa pero es muy difícil. En cambio, la humildad, lo contrario de la soberbia, santo Tomás la pone en una parte de la modestia, que es una parte anexa de la templanza, y que es lo más servicial y funcional de las virtudes morales... Y no obstante es el cimiento de la perfección humana.

La fe teologal se apoya en Dios, pero para que el hombre pueda apoyarse en Dios tiene que saber de sí mismo, cómo es y saber a dónde llega, y para llegar a dónde es llamado tiene que apoyarse en la fe y nadie se apoya en la fe sino el humilde. Pero la humildad en santo Tomás es una virtud humilde en el sentido que es sencilla y está al alcance. Que en nuestro tiempo nos sorprenda encontrar la humildad entre las más modestas virtudes es cosa sorprendente.

En lugar de la soberbia Santo Tomás pone la vanidad, de la cual dice que es fácil caer en ella. La vanidad es camino hacia la soberbia. Hay todo un cuadro de virtudes y vicios capitales:

la gula y la lujuria, que se oponen a la templanza y la castidad respectivamente; son vicios por exceso de deseo de deleite inmediato; y no obstante tendrían unos vicios opuestos por defecto, que son por desamor.

Tenemos a la vanagloria, que es un vicio por exceso que se opone a la virtud de la magnanimidad; y que también se opone como vicio por defecto a la pusilanimidad.

Está aquel vicio capital que es el que más inmediatamente pone en marcha una conversio ad creaturas y que puede llevar a una pérdida del fin último de la vida humana: es la codicia de riquezas; fácilmente en ella el hombre viene a poner su fin último, y por ahí va la raíz del desorden moral que culminaría en la soberbia; se opone a la dadivosidad, a la liberalidad, y también tiene un vicio por defecto que es la negligencia, la falta de interés y voluntad en la adquisición de bienes personales, cosas necesarias para la vida.

Está también el vicio de la ira o iracundia, que no reprime los excesos de la pasión de la ira; se opone a la virtud de la mansedumbre, y como vicio por exceso se opone al vicio por defecto que no tiene nombre en Aristóteles, y que santo Tomás tomó del Pseudo Crisóstomo llamándolo paciencia irracional.

La gula y la lujuria son vicios en que el hombre se desordena en la concupiscencia de la carne, según la terminología de san Juan (1 Jn 2,16).

La vanagloria y la codicia de riquezas son vicios en los que se desordena el hombre en la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de las cosas que se desean por imaginación o concepto en la forma cultural mediana.

La iracundia priva de este orden y se puede poner en línea con la soberbia de la vida. Nos encontramos ahora con otros dos vicios capitales que no se oponen directamente a una virtud sino a un acto de virtud y a un sentimiento ligado necesariamente a los ojos: son la envidia y la soberbia. Y aquí el vicio es visto en línea opuesta. Defecto de gozo, carencia. La envidia es una tristeza del bien del prójimo y, por tanto, hay que considerarlo como un exceso de tristeza, pero visto más bien como un sentimiento. El gozo por el bien del prójimo no es una virtud sino un acto, un afecto, un sentimiento, que es un fruto del Espíritu Santo, según santo Tomás, es un acto constitutivamente inseparable de la virtud de amor al prójimo. Si tenemos amor al prójimo hemos de tener gozo del bien del prójimo; si no lo tenemos, caemos en la tristeza de la envidia.

A partir de la tristeza de la envidia se abre el camino hacia el odio al prójimo. Por eso, el odio, que es el pecado más grave de todos, no obstante, no es vicio capital, porque es moral y psicológicamente imposible comenzar por odiar. Es algo que máximamente corta la inclinación natural. ¿Cómo el hombre puede llegar al odio siendo algo tan contrario al dinamismo de la naturaleza humana? Y a través del odio al prójimo nacido de la envidia contra el prójimo es como el hombre puede llegar al odio a Dios. Aquí santo Tomás sin ninguna referencia bíblica, sino como fruto de un análisis antropológico-psicológico, está, no obstante, haciendo el camino que hace san Juan en su primera carta (Ibid).

Quien dice que ama a Dios a quien no ve y no ama al prójimo a quien ve es un mentiroso.

El que odia al prójimo es un homicida. ¿Cómo se llega al odio al prójimo? Por la envidia. Y el que odia al prójimo puede llegar a odiar a Dios por la envidia.

El otro sentimiento, vicio capital, que es un exceso de tristeza y un defecto de gozo es la acedia. Es un clarísimo pecado capital y de suyo separa de Dios. Santo Tomás no la presenta en la línea de la soberbia y del odio a Dios, sino en la línea de una carencia, deficiencia de gozo, de algo que es más bien no sentir gozo. No es una hostilidad sino un no gozarse. Es un vicio por defecto, de no gozarse en el bien divino interior que todo hombre lleva dentro de sí, elevado por la gracia de Dios, llamado a la fe. Cada hombre lleva dentro de sí el bien que obra dentro de él. Y no sólo está pensando Santo Tomás en los propios bienes de la gracia, sino en su propia naturaleza racional, su entendimiento, libre albedrío. El hombre tiene en sí mismo un mundo interior, un bien, que por este vicio capital de la acedia no aprecia, no goza, le entristece.

Por tanto, no se trata de entristecerse de lo malo, porque éste es un acto ordenado, querido. "Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados" (Mt. 5, 5.).

El mundo se reirá en las riquezas, honores, placeres egoístas de la concupiscencia de la carne y de los ojos, de la soberbia de la vida y vosotros lloraréis, pero vuestro llanto se convertirá en gozo, dice Jesús. Santo Tomás coloca esta bienaventuranza en relación con la virtud de la fe y el don del Espíritu Santo de la ciencia, que desde una luz sobrenatural conoce las realidades del mundo. El que tiene la bienaventuranza del afligido sabe de qué va la vida humana. Cómo no se va a aburrir de la corrupción moral, la violencia, la guerra, etc. "Bienaventurados los afligidos porque ellos serán consolados". Tanto más el hombre se aflige de los males del universo, cuanto más conoce el mundo desde una visión cristiana. No obstante, hay una tristeza que priva del gozo del bien interior, tristeza que es de suyo gravemente pecaminosa, grave delito, porque no es la tristeza de lo malo externo, sino del bien interior y Divino. Clarísimo pecado.

En el artículo de la Suma Teológica sobre la acedia comienza Santo Tomás explicando que la acedia es un pecado, una tristeza que no parece que sea pecado, porque la tristeza es una pasión del alma (S. Th. II-II, q. 35, a. 1, ad 1). Las pasiones no son en sí mismas ni pecado ni virtud, hay que ordenarlas. Si se privan del orden llevan a algo que desordena la conducta humana. La tristeza moderada y sin desesperación sobre lo malo, es algo loable, pero entristecerse del bien es algo vituperable. En este sentido la acedia es un pecado, entristecerse de lo bueno interior, donado por Dios en cada uno de nosotros.

La segunda objeción que se plantea santo Tomás se refiere al tema de los monjes del desierto y el Demonio de mediodía, porque dice Casiano que la acedia inquieta al monje del desierto hacia la hora sexta o mediodía. Santo Tomás dice que en el hombre las pasiones tienen una disposición en lo corpóreo, biológica; y un hombre que está ayunando en el desierto a la hora de más calor y cuando está más cansado es más fácil que se fatigue, por lo cual, también indica que en esta tristeza hay una dimensión de sentimiento, de afectividad, por su propio temperamento, por su falta de buena alimentación. En la medida en que uno se deja arrastrar un poco, pero sin asumirla, no pasa de ser pecado venial; pero esto no es propiamente acedia. Otra objeción nos abrirá un horizonte psicológica y educativamente tremendo, espléndido:

"Lo que procede de raíz buena no parece que sea pecado. La acedia procede de una raíz buena, porque alguien gime porque no ha dado un fruto espiritual, lo cual parece que pertenece a la humildad" (S. Th. II-II, q. 35, a. 1, obi 3).

Lo esencial lo parece sugerir un texto de Casiano, que dice que se tiene amargura interior porque se es consciente que ha sido estéril en la vida espiritual, que no ha dado fruto bueno. La respuesta dice que pertenece a la humildad que el hombre considerando sus propios defectos no se exalte a sí mismo; y aquí aparece un vicio que no está suficientemente fundamentado en la Suma Teológica y que aquí aparece como opuesto a la humildad. Se podría sin forzar, poner la humildad en el medio de la soberbia y la ingratitud. No pertenece a la humildad, sino más bien a la ingratitud que alguien desprecie las cosas buenas que tiene de Dios, recibidas de Dios.

"Qué tienes que no hayas recibido" (1Cor. 4,7.).

Pertenece a la ingratitud que los bienes que alguien tiene recibidos de Dios los desprecie; y de tal desprecio se sigue la acedia, no de la humildad sino de la ingratitud. Es necesario que uno exalte los bienes de los demás, del prójimo, y sin embargo, no desprecie los bienes que Dios le ha provisto a él mismo. Porque si así ocurre entonces estaríamos bien tristes, pues uno encontraría disgusto en sus propias cualidades salvando las de los demás. Las suyas las encontraría viles, y esto está rozando la envidia, que aquí santo Tomás no nombra. Así, dice que esta actitud pertenece no a la humildad, sino a la ingratitud. Sigamos leyendo a santo Tomás:

"Todo lo que es pecaminoso tiene que ser algo de lo que se huye",

pero cita a Casiano:

"la experiencia prueba que la impugnación de la acedia no se tiene que hacer huyendo, sino que tiene que ser vencida superándola";

si esto es así la acedia no sería pecado, pues todos los ascetas recomiendan el huir de las ocasiones.

La respuesta es también otro rayo de luz poderosa:

"Siempre hay que huir del pecado, pero la lucha contra el pecado a veces se hace huyendo y a veces resistiendo. Que ha de hacerse huyendo cuanto el pensamiento continuo aumenta el incentivo del pecado, así ocurre en la lujuria. Pero hay que resistir cuando una perseverante cogitatio quita el incentivo del pecado, que viene, en cambio, de un conocimiento superficial y ligero, y esto ocurre en la acedia" (S. Th. II-II, q. 35, a.1, ad 4).

Si pensásemos más en los bienes espirituales se nos harían más placenteros y desaparecería la acedia. Santo Tomás es tan consciente de la estructura psicológica del hombre de naturaleza racional y a la vez caída, que en el tratado de la oración recomienda que las oraciones en común no sean muy largas para evitar el aburrimiento, lo cual supone que normalmente habrá mucha gente que orará en la oración litúrgica, pero que si se alarga se aburrirá; por eso, el que organiza el acto no haga lo que se presta al aburrimiento. Santo Tomás sabe que hay una dificultad psicológica en la vida interior, no obstante, dice que el que ha perdido el sentido al bien espiritual encontraría gozo en el bien espiritual pensando en el bien espiritual. La acedia misma exige tener una vida espiritual para no caer en ella.

Veamos el cuerpo de este artículo donde va a sustentar en forma sistemática que la acedia es un pecado:

"La acedia según el Damasceno, es cierta tristeza que apesadumbra, a saber, tristeza que se nos pone encima y que nos pesa, que de tal manera deprime el ánimo del hombre que nada le apetece, porque tiene el ánimo deprimido por la tristeza que le pesa, por eso, la acedia importa cierto tedio de la operación" (Ibid, in corp.).

En el contexto de la Escritura, el alma triste ha aborrecido todo manjar, y está desganada y a disgusto. Otros dicen que la acedia es cierta torpeza de la mente (torpor mentis), que carece de diligencia al emprender las buenas obras, en el sentido que cuando va a emprender algo está como atado, entorpecido, como cuando uno está adormecido muscularmente y le cuesta levantarse de la silla; así, la mente está entumecida, está como atada, no puede emprender el bien.

Tal tristeza siempre es mala en sí misma y en sus efectos. Siendo el bien espiritual bien verdadero, la tristeza que es del bien espiritual es mala; e incluso la tristeza sería mala según su efecto si de tal manera pesase sobre el hombre, que la retrajese de lo bueno. Y si tenemos el peligro de estar tristes de cosas malas y de quedarnos sin hacer nada precisamente por la tristeza, eso también es malo, de tal modo que el Apóstol Pablo quiere que el creyente no sea absorbido por la tristeza del pecado. La acedia como aquí la tomamos es la tristeza del bien espiritual, y es doblemente mala: en sí misma y en sus efectos. Propiamente la acedia la tristeza del bien vivido interior es tan grave pecado que de suyo es mortal, y si no lo es, es porque uno no cae del todo en ello o porque se asemeja más al texto de la resistencia de la carne al Espíritu, a una asunción consciente de esta desgana, del aborrecimiento de lo bueno, porque está rozando el pecado de aversio a Deo en una dirección distinta.

Después santo Tomás se pregunta si la acedia es un pecado especial y aquí voy a seleccionar los textos. Nos encontramos con una objeción y una respuesta que nos sirven para dejar de una vez claro lo que pasa con la acedia y la pereza. Objeción:

"El bien espiritual siendo un objeto bueno común que la virtud apetece y el vicio rehuye, no constituye una especial razón de virtud o vicio si no se determina por alguna nota añadida. Pero nada lo contrae a la acedia como vicio capital, a no ser labor" (Ibid, a 2, obj. 3).

Labor en latín no es trabajo en cuanto productivo, sino en cuanto que cuesta; pasar trabajo no es ganar mucho, lo pesado en el trabajo en cuanto pesado. Plantea que lo que haría que la acedia fuese un pecado especial sería que es laboriosa, porque si algunos rehuyen de los bienes espirituales es porque les resultan laboriosos, trabajosos, de la cual la acedia es cierto tedio o aburrimiento. Huir de las labores y buscar el descanso corporal parece que son lo mismo y actos de una misma virtud.

"Huir de los trabajos y buscar el descanso corporal pertenece a la pereza. Por tanto, la acedia no es un vicio especial sino la pereza. Pero parece que es esto es falso, pues la pereza se opone a la solicitud y la acedia al gozo. Luego, la acedia no es un vicio especial" (Ibid.).

Y esto no lo va a contestar sino en el cuerpo del artículo. Pero en contra de esto está que el Papa Gregorio Magno distingue la acedia de los otros vicios, luego no es un especial pecado. Por tanto, este especial pecado va a ser el pecado que es distinto a la pereza. Ahora bien, la acedia es una tristeza sobre el bien espiritual y si tomamos el bien espiritual universalmente, la acedia no sería un vicio especial, porque todo vicio huye del bien espiritual de la virtud opuesta. Tampoco sería un vicio especial en cuanto se rehuye el bien espiritual en cuanto laborioso o molesto al cuerpo o impeditivo del deleite corpóreo. A veces se dice: "el bien espiritual no me gusta porque si tengo que rezar no puedo jugar o distraerme o hablar con los amigos". Esto no es todavía acedia según santo Tomás. Hay que decir que en los bienes espirituales hay un cierto orden, pues todos los bienes espirituales que están en los actos de cada una de las virtudes se ordenan a un único bien espiritual que es el bien Divino, acerca del cual se da una virtud especial que es la caridad. Por lo cual el virtuoso en cada una de las virtudes se goza del propio bien espiritual, del propio acto de la virtud, pero el que tiene la virtud de la caridad, que es la esencia de la vida cristiana y plenitud de la perfección del hombre, a éste le pertenece particularmente el gozo espiritual por el que se goza del bien Divino. Aquella tristeza por la que alguien se entristece del bien espiritual que está en los actos de cada una de las virtudes no pertenece a ningún vicio especial, sino a cada uno de los vicios. Aquella dificultad que tienen las obras virtuosas es substancialmente porque todo obrar perfecto en el hombre por la carencia de integridad es laborioso. Esto no es la acedia. Que nos resulte difícil y nos cansemos de perseverar en el bien no es todavía la acedia.

La acedia es el entristecerse del bien Divino del que la caridad se goza. Y este vicio específico que está muy bien delimitado se llama acedia, que no es el cansancio, no es la pereza, no es rehuir el esfuerzo, no es el cansancio de llenar la vida interior. La acedia es no tener dentro de sí el gozo del bien Divino, que sólo puede tenerse como fruto de la caridad. La acedia es consecuencia privativa de la falta de ejercicio del amar, del amor a Dios dentro de uno mismo, del amor al bien. Por la caridad Dios habita en nosotros.

Un pecado es por su género mortal, según su propio concepto, si es contrario a la caridad (Ibid, a. 3).

Tal es la acedia, pues el propio efecto de la caridad es gozarse de Dios y la acedia es la tristeza del bien espiritual en cuanto Divino. Por la tanto, la acedia según sí misma es pecado mortal. Hay que considerar, sin embargo, que todos los pecados que según su género son mortales no lo son cuando no son consumados, pues la consumación del pecado se da por el consentimiento del alma. Y sí se da la incoación del pecado en la sola sensualidad y no se alcanza al consentimiento racional y voluntario por la imperfección del acto, entonces estamos ante un pecado venial. El movimiento de la acedia es el disgusto del bien Divino, es falta de gusto en el bien interior; y cuando la acedia es plenamente consentida llega hasta el desprecio del bien Divino.

Y ahora vamos a ver por qué la acedia es un vicio capital. Vicio capital es aquel que sin ser el más grave, sin embargo, es el comienzo de otros males, pues los más graves no siempre son el comienzo. Santo Tomás dice que de todos los pecados, vicios capitales y de las virtudes a que se oponen, el más grave de los vicios capitales es la acedia. Si se ponía la soberbia como el más grave de los vicios capitales quedábamos todos librados.

La acedia, que no es la pereza, es la fuente de muchas de las cosas que llamamos pereza. La pereza no es grave por ser pereza sino porque es una consecuencia de la falta de gozo del bien Divino interior. Yo comparto el criterio de autores que afirman que lo más grave que se puede hacer es confundir la pereza con la no creatividad económica.

Vamos ahora a conocer la verdadera pereza que es una derivación de la acedia.

"Vicio capital es aquel del cual surgen otros, así como los hombres obran muchas cosas por causa de las felicitaciones, o para conseguirlas o porque son arrastrados por el deseo de ellas a conseguir otras cosas, así también por causa de la tristeza los hombres hacen muchas cosas para evitarla o bien porque por el peso de la tristeza se ponen a hacer otras cosas" (S. Th. II-II, q. 35, a. 4.).

La acedia "agravando el ánimo, oprimiendo con el peso del alma la mente humana impide al hombre hacer obras de aquellas ocupaciones que le causan tristezas" (Ibid., ad. 1),

todas las operaciones que brotarían del bien Divino interior que es de lo que él tiene tendencia a huir, a aborrecer o detestar; por lo tanto, no obrará según la caridad. Sin embargo, induce el ánimo a hacer cosas o que son concordes con aquella tristeza que tiene o bien a evitar la tristeza que está en el alma. Entonces viene un texto de san Gregorio:

"Dado que el hombre no puede vivir mucho tiempo sin deleitaciones, es necesario que de la tristeza algo se origine doblemente: O bien en cuanto que el hombre quiere huir de lo que lo contrista; o de otro modo en cuanto que busca pasar a otras cosas en las que se deleita, como les sucede a aquellos que no pudiendo gozarse de lo espiritual se transfieren a los deleites carnales, como dice Aristóteles en la Ética a Nicómaco (c. 6). En la fuga de la tristeza tal proceso se sigue: primero el hombre huye de lo que le entristece -pensemos en la acedia que le entristece por el bien dentro de él; el hombre que tiene acedia huye del fin de su vida espiritual y se desespera-; segundo, impugna aquellas cosas que le traen la tristeza" (Ibid, ad 2).

Y la fuga de los bienes ordenados al fin último en cuanto que son bienes arduos y excelentes, que caen bajo los consejos, se realiza por la pusilanimidad. La actitud de la pusilanimidad es la del que cree que no sirve para algo. Tantas cosas buenas que se dejan de hacer por la pusilanimidad, fruto de la acedia. Y si no se obran las cosas que son de común precepto, entonces está el torpor, está entorpecida la mente. Y la impugnación en contra de los bienes espirituales que contristan se hace a veces contra los hombres que inducen bienes espirituales. Y este es el rencor. Y esto da para pensar, porque el propio santo Tomás dice que el sacerdote de una parroquia no tiene que hacer muy larga la misa para que la gente no se canse o aburra, porque a veces queriéndose el bien se da pie para que el otro rehúse el bien y encontrará malo todo lo que sea buen consejo, y surge el rencor y el resentimiento contra quienes dicen buenos consejos o la verdad. Hay mucho rencor en el mundo contemporáneo, que a veces ha caído sobre los más puros y bienintencionados apóstoles del bien.

En cuanto que por la tristeza de los bienes espirituales se pasa a las cosas deleitables exteriores viene la evanatio, hija de la acedia; por la evagatio el hombre se refugia en todo aquello en donde puede desenvolverse huyendo de cualquier mensaje interior espiritual: el hombre se ha escapado de la persecución de lo bueno en él.

Por eso hay otra sistematización que pone san Isidoro de Sevilla, aunque el dicho es de san Gregorio, que dice que la acedia es la amargura, y esta amargura santo Tomás la interpreta como un efecto del rencor (Cf. Ibid., ad 4).

La ociosidad y la somnolencia que pone san Isidoro, que son torpeza acerca de efectos, aluden a la pereza como vicio capital, que deja totalmente el ejercicio de los deberes, cumpliéndolos negligentemente.

Y todo lo demás que coloca san Isidoro pertenece a la evagatio de la mente acerca de lo ilícito.

En cuanto que en la misma arte de la mente reside el deseo de difundirse importunamente a lo diverso tenemos la importunidad de la mente.

Según que pertenece al conocimiento tenemos la curiosidad: ya ha desaparecido aquella búsqueda natural de la verdad y tenemos sólo la búsqueda de novedades.

En cuanto al hablar tenemos la verborrea, el hombre vacío del bien interior habla por hablar. Santo Tomás dice que siempre que se habla mucho sin dialogar estamos en la verbosidad, fruto de la acedia, porque si no aman la verdad los que dialogan, ningún diálogo es propiamente posible, en cambio, puede haber un parloteo inacabable, es decir, se habla para escaparse de sí mismo.

En cuanto a lo corpóreo, que no permanece en el mismo lugar tenemos la inquietud del cuerpo, o bien porque su desordenado movimiento de los miembros indica la evagatio mentis, es cierto desorden como una manera de facilitar el salir fuera de sí.

Y sí se trata de diversos lugares tenemos la inestabilidad, que también puede referirse a la mutabilidad... y esto sólo se da en la plena pereza activa. Un señor que va haciendo cada vez las cosas de distintas maneras está en plena pereza activa. Se han hecho gastos inútiles para discutir la rebaja de la deuda externa de Latinoamérica y tantas entrevistas y reuniones que se hacen por aquí y por allá. ¡Cuánto se viaja, organiza, habla, declara, con esta verbosidad! Ya estamos todos acostumbrados y sabemos que cuando una persona va hacer una declaración no nos va a decir lo que piensa, dirá una cosa dirigida por sus asesores de imagen. Falta de amor a la verdad, de diálogo profundo, de vida interior. La conclusión a la que yo llego de esta cuestión de la Suma Teológica es una maravilla. Y algunos autores, como Humberto Giannini, lo han descubierto. Nadie puede conocer la situación del mundo de hoy si no medita estos textos.

Y ahora voy a terminar la frase de Bossuet:

"Este inexorable aburrimiento que constituye el fondo de la vida del hombre que ha vuelto la espalda a Dios".

Hay derecho a citarla convirtiéndola en una frase valiosísima. El fondo de la vida es el gozo y la esperanza porque es el amor, a pesar de las dificultades, de la laboriosidad de la vida interior y del esfuerzo, y del cansancio de la naturaleza caída, de la carne contra el espíritu, de la vulneración en lo natural que tenemos. A la acedia me parece que hay que atribuir la drogadicción, el suicidio juvenil, el conflicto de generaciones, etc. Tenemos que aprender a orar y si no oramos nunca tendremos vida inte rior, lo que nos hace desamorados, un defecto del gozo en el bien. Hay cosas que no se explican sin esta teología de la acedia, el más grave de los vicios capitales que puede llevar por un camino muy aburrido a la soberbia y a la rebelión contra Dios y el prójimo y a la absoluta insoportabilidad de la vida, porque el fondo de la vida sería tan inexorablemente aburrido... Nos molesta el ser nosotros mismos porque nos exige generosidad. Es lo que santo Tomás dice y sabe de nuestros tiempos. Yo no encontraría otro remedio contra la tristeza pesada, la depresión, sino la oración humilde y sencilla.

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Este mes... LA ACIDIA SEGÚN SANTO TOMÁS

(Cátedra de Estudios Tomistas del IUVST)

Aula Magna:

FRANCISCO CANALS, La pereza activa 2-12

Documento:

MAURICIO ECHEVERRÍA, La acedia y el bien del hombre en

Santo Tomás

13-34

Publicación:

HORACIO BOJORGE, En mi sed me dieron vinagre. La

civilización de la acedia

35-38

Noticia:

Publicados en E-AQUINAS los vídeos y ponencias del Congreso

Tomista Internacional 39

Foro:

¿Vivimos en una civilización acídica? 40

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