HISTORIA DE ESPAÑA
HISTORIA UNIVERSAL
Democracia Morbosa
José Ortega y Gasset (El Espectador II, 1917)
La época en que la democracia era un sentimiento saludable y de
impulso ascendente, pasó. Lo que hoy se llama democracia es una
degeneración de los corazones.
A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que funciona
en la conciencia pública degenerada: le llamó ressentiment.
Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior por carecer de
ciertas calidades inteligencia o valor o elegancia
procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando la
excelencia de esas cualidades. Como ha indicado finalmente un
glosador de Nietzsche, no se trata del caso de la zorra y las
uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez en el
fruto, y se contenta con negar esa estimable condición a las
uvas demasiado altas. El "resentido" va más allá:
odia la madurez y prefiere lo agraz. Es la total inversión de
los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una capitis
diminutio, y en su lugar triunfa lo inferior.
El hombre del pueblo suele o solía tener una sana capacidad
admirativa. Cuando veía pasar una duquesa, en su carroza se
extasiaba, y le era grato cavar la tierra de un planeta donde se
ven, por veces, tan lindos espectáculos transeúntes. Admira y
goza el lujo, la prestancia, la belleza, como admiramos los oros
y los rubíes con que solemniza su ocaso el Sol moribundo.
¿Quién es capaz de envidiar el áureo lujo del atardecer? El
hombre del pueblo no se despreciaba a sí mismo: se sabía
distinto y menor que la clase noble; pero no mordía su pecho el
venenoso "resentimiento". En los comienzos de la
Revolución francesa una carbonera decía a una marquesa:
"Señora, ahora las cosas van a andar al revés: yo iré en
silla de manos y la señora llevará al carbón." Un
abogadete "resentido" de los que hostigaban al pueblo
hacia la revolución, hubiera corregido: "No, ciudadana:
ahora vamos a ser todos carboneros."
Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi
siempre con razón. Quisieran los tales que a toda prisa fuese
decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley
no les basta: ambicionan la declaración de que todos los hombres
somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura
cordial. Cada día que tarde en realizarse esta irrealizable
nivelación es una cruel jornada para esas criaturas
"resentidas", que se saben fatalmente condenadas a
formar la plebe moral e intelectual de nuestra especie. Cuando se
quedan solas les llegan del propio corazón bocanadas de desdén
para sí mismas. Es inútil que por medio de astucias inferiores
consigan hacer papeles vistosos en la sociedad. El aparente
triunfo social envenena más su interior, revelándoles el
desequilibrio inestable de su vida, a toda hora amenazada de un
justiciero derrumbamiento. Aparecen ante sus propios ojos como
falsificadores de sí mismos, como monederos falsos de trágica
especie, donde la moneda defraudada es la persona misma
defraudadora.
Este estado de espíritu, empapado de ácidos corrosivos, se
manifiesta tanto más en aquellos oficios donde la ficción de
las cualidades ausentes es menos posible. ¿Hay nada tan triste
como un escritor, un profesor o un político sin talento, sin
finura sensitiva, mordidos por el íntimo fracaso, a cuanto cruza
ante ellos irradiando perfección y sana estima de sí mismo?
Periodistas, profesores y políticos sin talento componen, por
tal razón, el Estado Mayor de la envidia, que, como dice
Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Lo que
hoy llamamos "opinión pública" y
"democracia" no es en grande parte sino la purulenta
secreción de esas almas rencorosas."