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El camino de conversión de Newman
Los anglicanos que vuelven a la Iglesia manifiestan su veneración hacia el Cardenal Newman
22 octubre 2009 http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=5044
Un alto Prelado de la Congregación para las
Causas de los Santos del Vaticano, en visita a Madrid, me ha
contado que una de las primeras cosas que han hecho los
Anglicanos tradicionales que acaban de ser admitidos en la
Iglesia Católica ha sido manifestar su devoción al Venerable
John Henry Newman y pedir su pronta Beatificación, que ellos
deserarían que se celebrase en Birmingham. En la Santa Sede,
cuya idea inicial sería que se celebrase la Beatificación en
Roma por la importancia eclesial de la figura y el cariño
personal que le tiene Benedicto XVI, están pensando en el tema,
peo se ha apreciado muy positivamente esta devoción de los
"recién llegados" hacia Newman, que en el fondo se
puede considerar ejemplo y precursor de los anglicanos que
vuelven a la casa común, y puede llegar a ser su Patrón.
El camino de conversión de Newman, en el que
actuaron activamente su inteligencia y su fuerte sensibilidad
religiosa, es ejemplar para todo cristiano, pero sin duda tiene
especiales connotaciones para los que desde la confesión
anglicana se preguntan si no estará la verdad en la Iglesia
Católica:
En 1832 Newman emprendió un largo viaje alrededor del
Mediterráneo con Froude, y regresó a Oxford el 14 de julio de
1833, el mismo día que comenzaba el llamado Movimiento
de Oxford. El viaje de Newman a las costas del Norte de
África, Italia, Grecia Occidental, y Sicilia (Diciembre de 1832
- Julio de 1833) fue un episodio romántico, del que sus diarios
han preservado los incidentes y el color. Roma, como madre de la
religión de su tierra nativa, lo embrujó de tal manera que
nunca se olvidó de ella. Se sintió llamado para una misión
grande; y cuando la fiebre lo atrapó en Leonforte, en Sicilia
(donde estaba errando solo) gritó, "No debo morir, no he
pecado en contra de la luz.". En el Cabo Ortegal, el 11 de
diciembre de 1832 había compuesto el primero de una serie de
poemas, denso, apasionado, y original que profetizaba que la
Iglesia reinaría como en el principio.
Regresó a casa de su madre el martes 9 de julio de 1833. Al
domingo siguiente John Keble predicó desde el púlpito
de Santa María el "sermón de los jueces" sobre la
apostasía nacional, que Newman consideró como el comienzo del
Movimiento de Oxford. El pequeño grupo de seguidores de
la Alta Iglesia se movilizó rápidamente. Su
primer objetivo era defender la libertad de la Iglesia respecto
al Estado, basándola en el origen apostólico de la autoridad
eclesiástica. Newman propuso a Keble y a Froude asociarse para
publicar folletos. Keble y Froude lo apoyaron. Estos
"folletos de actualidad" (Tracts for the
Times) eran breves artículos en defensa de la
independencia de la Iglesia. Al final del año habían aparecido
veinte tracts, once de los cuales escritos por Newman. En los
últimos días de 1833 se unió al movimiento el prestigioso doctor
Pusey. Pronto los tracts se vendieron en grandes
cantidades. Newman dedicó gran parte de sus energías al
movimiento que estaba en marcha. Asistía a reuniones y asambleas
de todo tipo, cenas y veladas, y mantenía abundante
correspondencia.
Al ir recuperando el ciclo completo de las verdades cristianas,
Newman dio la impresión de estar difundiendo la doctrina de la
Iglesia de Roma. Por eso fue acusado de "papismo", la
acusación más nociva que podía formularse en la Inglaterra de
esa época. Teniendo esto en cuenta, Newman dedicó tres tracts a
la cuestión de la Iglesia romana. En ellos sostuvo que
la Iglesia anglicana estaba situada en la Via media
entre los reformadores protestantes y los seguidores de Roma, que
la única Iglesia visible se había dividido en tres ramas, la
griega, la romana y la anglicana, y que la verdad revelada debía
hallarse íntegra antes de la división, en la doctrina de la
antigüedad. El propio Newman señalaba la grave dificultad de su
teoría: Hasta entonces la Via media sólo había existido en el
papel, pero nunca había sido puesta en práctica.
Hurrell Froude murió el 28 de febrero de 1836. Newman y Keble
publicaron en 1838 los "Retazos de Richard Hurrell
Froude", extractos de sus diarios personales y sus cartas.
Newman creía que los papeles de Froude mostraban que las
opiniones católicas estaban inseparablemente vinculadas con las
nociones más elevadas de santificación interior, de una vida y
un corazón renovados. El protestantismo inglés se escandalizó
y endureció su oposición a los "tractarianos".
En 1839 Newman presintió por primera vez que,
después de todo, la Iglesia de Roma podía tener razón en su
controversia con la Iglesia anglicana. Al estudiar las historias
de los monofisitas y los donatistas entrevió que la Iglesia de
Roma era igual a la Iglesia de los Padres. Sin embargo ese
pensamiento se desvaneció y sus antiguas convicciones
permanecieron como antes.
En 1840 Newman publicó "La Iglesia de los Padres",
compilación de artículos anteriores, en los que intentaba
presentar la atmósfera, sentimientos y costumbres de la Iglesia
primitiva. De 1838 a 1841 dirigió la revista mensual British
Critic y la convirtió en un órgano eficaz del movimiento
tractariano. Entretanto muchos tractarianos comenzaron a
inclinarse hacia Roma. Para mantenerlos dentro de la Iglesia
anglicana, mostrándoles que era genuinamente católica, Newman
escribió el Tract 90. Éste, el último y más
famoso de los Tracts for the Times, fue publicado el
27 de febrero de 1841. Su objetivo era demostrar que los
"Treinta y nueve artículos" anglicanos podían ser
interpretados de modo que fuesen compatibles con la doctrina
católica. La reacción protestante fue muy fuerte. En
Oxford la junta de directores de colegios condenó a Newman por
desleal. Newman fue objeto de mucha maledicencia por parte de los
liberales de Oxford y de la tendencia evangélica en general.
Durante el verano de 1841, cuando Newman se encontraba en
Littlemore traduciendo los tratados de San Atanasio contra Arrio,
la historia de los arrianos se le apareció bajo una nueva luz:
Los arrianos eran como los protestantes, los semiarrianos
seguían la Via media como los anglicanos y de nuevo
Roma era ahora lo que fue entonces. Poco después vino sobre
Newman un segundo golpe. Uno tras otro los obispos anglicanos
comenzaron a acusarlo y a rechazar el Tract 90; y continuaron
haciéndolo durante los siguientes tres años. En octubre de 1841
un tercer golpe sacudió la fe de Newman en la Iglesia anglicana:
la creación de un obispado anglicano en Jerusalén, con
jurisdicción sobre las congregaciones luteranas y calvinistas.
En noviembre de ese año Newman redactó una protesta solemne
contra dicha medida y la envió al arzobispo de Canterbury y a su
propio obispo.
A fines de 1841 Newman decidió vivir retirado en Littlemore.
Así evitaría actuar como líder de un sector opuesto a los
obispos, y en una atmósfera de oración y penitencia podría
reflexionar sobre los problemas que lo preocupaban. Puesto que se
requería la firma de los "Treinta y nueve artículos"
a todos los que ocupaban un cargo en la Iglesia de Inglaterra, y
su interpretación de los mismos había sido rechazada, se
proponía reducirse gradualmente a la forma de vida laical. En
octubre de 1842 se quedó definitivamente en Littlemore,
acompañado por discípulos o visitantes durante períodos más o
menos largos. El sistema de vida allí era libre, pero resultó
una especie de punto de partida de la vida religiosa regular
dentro de la Iglesia anglicana. Newman dedicaba cada día cuatro
horas y media a la oración y nueve al estudio y el trabajo de
traducción.
En la vida de Newman irrumpió una figura que muchos de sus
biógrafos ignoran pero que tuvo un papel fundamental en su
conversión: el padre pasionista italiano Domingo
Barberi, hoy declarado Beato, apellidado en religión
de la Madre de Dios. Había nacido en 1792 cerca de
Viterbo. Fue a la edad de 22 años cuando, por frecuentes
llamadas interiores, comprendió que Dios le invitaba al
apostolado. Dejando entonces el cultivo de los campos, ingresó
en la Congregación Pasionista, donde reveló extraordinarias
cualidades de mente y corazón. Ordenado sacerdote, se entregó a
la enseñanza, al ministerio de la palabra, a la dirección de
las almas y a la composición de numerosos escritos sobre
materias de filosofía, teología y predicación. Imbuido del
espíritu de san Pablo de la Cruz se preocupó particularmente
por el retorno de Inglaterra a la unidad de la Iglesia. Fundador
de los Pasionistas en Bélgica en 1840, llegó a
Inglaterra en 1842. Allí se entregó, con toda su alma,
al apostolado para el cual Dios le había escogido. Tuvo el
consuelo de recibir en la Iglesia católica a no pocos
anglicanos, entre los cuales el más ilustre fue precisamente,
como veremos, John Henry Newman. Murió en Reading el 27 de
agosto de 1849. Su sepulcro se venera en Sutton, Saint
Helens, como meta de peregrinaciones del pueblo inglés.
El padre Domingo iba por las calles predicando el
evangelio y recibí a cambio pedradas de parte de los
anglicanos más radicales. Esto impresionó mucho a gente buena,
como fue el caso de Newman.
La mayor dificultad que encontraba Newman en el catolicismo era
el culto tributado a la Virgen María y a los santos. La lectura
de los Sermones de San Alfonso de Ligorio, uno de los libros que
le regaló el doctor Russell (un amigo católico), le ayudó a
comenzar a superar esa dificultad. Poco después el
estudio de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de
Loyola le mostró que la Iglesia católica no permite que entre
el alma y su Creador se interponga nada. En todas las cosas entre
el hombre y Dios se trata de un cara a cara, del solus cum solo.
A fines de 1842 Newman dedicó su atención al tema del
desarrollo de la doctrina cristiana. Percibía que todas las
ideas cristianas (la Sagrada Eucaristía, la Santísima Virgen,
etc.) habían crecido con el transcurso del
tiempo, manteniéndose sin embargo la individualidad de la
doctrina católica. Las "añadiduras romanas" podían
ser vistas como desarrollos originados por una
realización intensa y penetrante del depósito divino de la fe.
En febrero de 1843 Newman se retractó formalmente
de todas las cosas duras que había dicho contra la Iglesia de
Roma. En septiembre de ese año predicó su último sermón como
anglicano y presentó renuncia a su puesto eclesiástico. Sentía
un intenso dolor por la angustia que su itinerario espiritual
producía en sus muchos amigos anglicanos. La virtual
condenación del tract 90 había iniciado lo que después se
transformó en una gran oleada de conversiones a la Iglesia
Católica. Convertirse al catolicismo en la Inglaterra de
mediados del siglo XIX tenía consecuencias sociales muy graves.
Los católicos sufrían fuertes discriminaciones y tenían sus
derechos civiles recortados. La misma Iglesia Católica, tal como
existía en concreto, le parecía a Newman poco atractiva. Sólo
lo empujó a ella un estado de certeza inquebrantable.
A comienzos de 1845 Newman comenzó a escribir su "Ensayo
sobre el Desarrollo de la Doctrina". Si al final de
su labor sus convicciones favorables a la Iglesia de Roma
permanecían, debería actuar conforme a ellas. Trabajó
firmemente hasta octubre. Según fue avanzando, sus dificultades
se aclaraban. Antes de terminar el libro quedó convencido de que
la Iglesia romana era idéntica a la Iglesia de la antigüedad.
Por consiguiente resolvió entrar en la Iglesia Católica y el
libro quedó inconcluso. Abandonar el anglicanismo fue
extremadamente doloroso para Newman. Implicaba dejar las cosas
que amaba, romper con la mayoría de sus amigos e incluso con su
propia familia. Pusey continuó escribiéndole, pero
Keble, Church y muchos otros se mantuvieron alejados de Newman
durante veinte años.
Newman fue recibido en la Iglesia católica por el Padre Domingo
Barberi, en Littlemore, el 9 de octubre de 1845.
Dos amigos de Newman entraron en la Iglesia Católica junto con
él, un número considerable lo había precedido, y en los años
siguientes varios centenares de hombres instruidos y relacionados
con la Universidad siguieron su ejemplo. Al hacerse católico,
Newman no sintió ningún cambio en su espíritu, salvo la paz y
la felicidad que lo acompañaron desde entonces. No obstante,
poco después experimentó un gran cambio en su manera de ver a
la Iglesia anglicana: al mirarla desde fuera, la vio
espontáneamente como una mera institución nacional, aunque
nunca la despreció (cf. Apologia pro vita sua,
257-259).