NOTA: Este texto es un fragmento editado del prólogo del libro de JORGE ALCALDE LAS MENTIRAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO, que acaba de publicar la editorial Libros Libres. ALCALDE, director de la revista QUO y del programa de LDTV VIVE LA CIENCIA, mantendrá un chat con nuestros lectores el próximo día 30.10.2007, entre las 18 y 19 horas.
Libertad Digital. Viernes, 19.10.2007
Este libro está lleno de mentiras y su autor es un fascista hijo de Bush. Lo primero es, ya se lo voy anticipando, parte de la probable respuesta que la lectura de estas páginas provocará en algunos grupos, sobre todo en los activistas del llamado ecoalarmismo. Lo segundo no es más que uno de los insultos reales que yo mismo he recibido cada vez que he hecho públicas informaciones contrarias a lo que Bjorn Lomborg llama la "letanía ecologista".
No es para quejarse. Lomborg, el ecologista escéptico, el ex dirigente de Greenpeace que hoy reniega de los postulados ecoalarmistas, fue condenado casi al ostracismo científico tras la publicación de su primer libro, en el que ponía en duda que el deterioro del medioambiente fuese un problema prioritario para la Humanidad. Tuvo que someterse a un juicio por supuesta deshonestidad científica (que, por supuesto, ganó), recibió el desaire de muchos de sus compañeros, fue amenazado, contempló cómo activistas ecologistas reventaban sus conferencias lanzándole tartas a la cara. Otros escépticos han corrido similar suerte. Martin Durkin, autor del documental El gran timo del calentamiento global, recibe miles de cartas ominosas, incluyendo algunas que le desean la muerte más terrible entre dolores provocados por el cáncer de colon. Docenas de científicos que critican las conclusiones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) padecen serias dificultades para encontrar financiación para sus proyectos y son denominados "negacionistas" por los medios y por sus compañeros. Más de una firma autorizada ha tenido que presentar su dimisión como autor del IPCC, asqueada por la deriva política de la institución, a pesar de que ello supone cercenar de pleno sus aspiraciones científicas. Todos aquellos que se han atrevido, simplemente, a sospechar que en la ciencia del cambio climático existen todavía demasiadas incertidumbres ven cómo sus trabajos son inmediatamente puestos en duda y se les acusa de investigar bajo sueldo de las grandes compañías energéticas. [...] Es probable que las docenas de científicos que vierten sus opiniones en las páginas de este libro y los centenares que opinan como ellos estén equivocados. En cualquier caso, no merecerían el trato que se les da: sospechosos de ser radicales negacionistas, condenados a investigar por libre, aislados de los medios de comunicación, que sistemáticamente prefieren ofrecer informaciones en una sola dirección, más "ortodoxa"...
Pero también es posible que no estén equivocados, o al menos que no lo estén del todo. Es posible que, simplemente, estén pagando el precio de ser escépticos en una disciplina (la ciencia sobre el calentamiento global) en la que el escepticismo está penado. [...] Pocos asuntos científicos se han vuelto tan viscerales como el del cambio climático. Pocos mueven tales cantidades de dinero, reciben la atención de personalidades de tamaño brillo, suscitan pasiones tan cercanas a la emoción, a la causa política, a la profesión de fe. Muchos, la mayoría, de los científicos que son tachados de negacionistas ni siquiera niegan la existencia de un calentamiento global antropogénico. Pero se les condena por no poner sus cerebros al servicio de la acción política (en este caso la acción política es la defensa del Protocolo de Kyoto, un esfuerzo global sin precedentes), por preferir la cautela o por defender que existen otras vías más eficaces para mejorar el medio ambiente. En este entorno, la hipérbole se ha convertido en moneda de cambio. El lenguaje científico, obligadamente parsimonioso, se ha vuelto combativo: se ha polarizado, "trincherizado". Y los que debieran ser datos asépticos, refutables, objetivos, hoy se tornan venablos arrojadizos. La matemática en el mundo del clima ha dejado de ser una herramienta para convertirse en un argumento. Pero es imprescindible separar la hipérbole de la realidad si no queremos correr el riesgo de estar cometiendo un error de proporciones históricas. Es necesario advertir que, cuando el IPCC dice que el mundo se calentará 5,8 grados en los próximos cien años, no es más que un probable escenario de las docenas de posibilidades que manejan los científicos. Que, en realidad, el IPCC se niega a realizar predicciones climáticas y nos sirve sólo modelos informáticos de toda índole basados en la cuidadosa selección de los datos de partida y, según han denunciado algunos de sus miembros, profundamente sesgados. Es imprescindible que se sepa que en los propios informes del IPCC (el texto único en el que se basan el Protocolo de Kyoto y todo el movimiento pancontinental en torno al clima) es imposible encontrar datos que demuestren que el calentamiento global va a producir descensos en la producción de alimentos, aumentos en la frecuencia de las tormentas o huracanes, mayores prevalencias de enfermedades tropicales como la malaria, desplazamientos humanos consistentemente más graves de los que hoy provocan las hambrunas, las sequías y las guerras. Nada de esto está en los informes del IPCC, y sin embargo aparece reseñado en los medios de comunicación y en las agendas de los políticos como un mantra grabado a fuego: el calentamiento global es hoy ya culpable de todo, desde la explosión de enfermedades hasta la caída de puentes.
Convertido en la nueva bandera de acción global, el cambio climático pasa por ser el tema más "cool" de la política del siglo XXI. Situarse en las filas del ecologismo hoy no sólo nos confiere cierta pátina contestataria (contra las multinacionales, la globalización y los Estados Unidos), sino que parece profundamente solidario. Y nadie duda de las buenas intenciones de muchas organizaciones que promueven la causa ecologista bajo alguna de estas premisas. Pero el "encantamiento" generalizado ante el asunto parece impedir una visión más profunda. Lo verdaderamente alternativo es tratar de mantener la cabeza fría y escéptica ante la ola pro cambio climático. Las verdades más incómodas son las que no coinciden con la visión ortodoxa del IPCC. Lo que ciertamente es global y multinacional, lo que está más de moda y es más políticamente correcto, es defender la teoría antropogénica del calentamiento de la Tierra. Sin embargo, lo menos progresista es defender el Protocolo de Kyoto. Nada hay más alejado de la plausible intención de solidarizarse con los países más pobres que el indolente ejercicio de mirarse el ombligo que supone el activismo ecologista. Alguien dijo que el ecologismo es un juguete con el que sólo pueden jugar los niños ricos. Quizás sea injusta la frase, pero en buena parte responde a una realidad que puede constatarse viajando: mientras Leonardo DiCaprio, Al Gore o George Clooney se suman a la causa verde, en los países más pobres del planeta Greenpeace no puede hacer nada: allí necesitan más a Médicos sin Fronteras. Paradójicamente, invertir las ingentes cantidades de dinero que el cumplimiento del Protocolo de Kyoto exige sólo servirá para mejorar un poco las cosas en los países más ricos. Cualquier análisis económico demuestra que será mucho más caro reducir las emisiones de CO2 que invertir en que los países del Tercer Mundo sean capaces de adaptarse a los efectos del cambio climático (si es que éste se produce). El efecto de Kyoto sobre el clima, incluso en el caso de que todos los países firmantes lo cumplan a rajatabla, será minúsculo: en el mejor de los casos, se pospondrá el aumento de las temperaturas unos seis años. Según todos los modelos macroeconómicos, la puesta en marcha del Protocolo de Kyoto costará entre 150.000 y 350.000 millones de dólares al año. Ésa es la cantidad de dinero que tendremos que pagar para "comprar" seis años de margen nada más, para conseguir que el aumento de temperaturas del peor de los escenarios del IPCC llegue en 2106 en lugar de en 2100. Ese dinero, inevitablemente, tendrá que serle hurtado a otros proyectos de ayuda a los países menos favorecidos. Con mucho menor esfuerzo, podríamos intentar que estos países mejoraran sus infraestructuras, su sanidad, su régimen de libertades, sus recursos, y se pertrecharan de mejores herramientas para combatir los efectos del aumento de temperaturas, si se produce. Sin embargo, países como España, que a duras penas puede soñar con llegar a cumplir sus compromisos de ceder el 0,7% de su PIB a ayuda efectiva al Tercer Mundo, se embarcan en la firma de un costosísimo (y para muchos inútil) Protocolo de Kyoto (que, dicho sea de paso, tampoco va a cumplir).
Algunos datos advierten que el dinero que tendría que invertir sólo Estados Unidos para converger con los recortes de CO2 impuestos en Kyoto sería suficiente para dotar de agua salubre a todos los ciudadanos del planeta. ¿Cómo es posible, sin embargo, que el calentamiento global haya calado de tal modo en las conciencias de los políticos y los ciudadanos del mundo rico hasta convertirlo en la "mayor amenaza para Humanidad", en palabras de Al Gore? El propio informe del IPCC en 2001 tiene la clave: "Debemos fomentar la atención de los profesionales de los medios de comunicación sobre la necesidad de recortar las emisiones de CO2 y sobre el papel de la prensa en la divulgación de la idea de que modificar nuestros estilos de vida y aspiraciones puede ser una manera efectiva para provocar un cambio cultural a mayor escala". El calentamiento de la Tierra, evidentemente, ha terminado por convertirse en catalizador de una idea más ambiciosa, en motor de cambio social a gran escala. Algo que ha sido entendido a la perfección por los grupos políticos de la izquierda. Es la nueva revolución silenciosa.
¿Hay algo de malo en ello? Por supuesto que no. Pero desde los ojos de un científico debería quedar claro que hemos depositado la palabra de la ciencia, la portavocía de miles de investigadores (climatólogos, paleontólogos, geólogos, físicos, químicos, informáticos, estadísticos...) que trabajan buscando una pista sobre el devenir futuro del clima, en una sola organización con una vocación de influencia política sólo parcialmente declarada. En realidad, es imposible ya saber si los defensores de Kyoto realmente quieren combatir el calentamiento (es decir, posponerlo sólo seis años al coste antes mencionado) o tienen en su agenda otros intereses políticos más ambiciosos.
De ser así, estarían en su derecho, por supuesto. Pero quizás también estén los pensadores escépticos en el suyo de reseñar que el esfuerzo que supone un pequeño retraso en el aumento de temperaturas podría dedicarse más efectivamente a la solución de otros problemas realmente graves. O de insistir en que la acción política sin precedentes que se propone no cuenta con el cacareado consenso científico. O en reseñar las lagunas que los modelos informáticos ofrecen para predecir correctamente el clima. O en advertir que la incidencia de la variabilidad natural sobre el calentamiento está siendo poco estudiada por el IPCC. O en criticar a los medios de comunicación que sistemáticamente culpan de cualquier catástrofe meteorológica al cambio climático. O en mirar con escepticismo la "moda de lo verde"... En este libro el lector no va a encontrar muchas respuestas. No es un libro de tesis científicas ni una propuesta de explicación de los fenómenos de la naturaleza. Es el resultado de centenares de contactos con el trabajo de docenas de expertos de todo el mundo que muestran en mayor o en menor grado su escepticismo ante los postulados del IPCC. Los hay que directamente niegan la existencia de un cambio climático. Los hay que aseguran que el cambio climático es real pero que es imposible demostrar que el culpable sea el hombre, a través de su emisión de gases de efecto invernadero. Los hay incluso que creen que efectivamente el clima está cambiando y el responsable es el ser humano, pero advierten que la acción política y científica se ha vuelto ciertamente histérica y se preocupan por el grado de sectarismo y gregarismo que envuelve al tema, que impide la correcta toma de decisiones.
Sólo hay algo que les une: son escépticos y, por lo tanto, las están pasando canutas. Estas páginas forman parte de todo un caudal de opinión "ecológicamente incorrecta" que, a pesar de estar sólidamente respaldada por la ciencia, no encuentra apenas espacio en los medios de comunicación. (...) Si no queremos que una dictadura ecológica asfixie nuestras libertades y cercene las posibilidades que tienen los países menos desarrollados de progresar, debemos prestar más atención a los científicos y analizar muy cuidadosamente lo que divulgan ecologistas y medios de comunicación sobre el cambio climático. En una de sus últimas obras, Les mots, Jean-Paul Sartre hace repaso de sus primeros diez años de vida y recoge sus recuerdos sobre los miembros de su familia. De su abuela dice: "Ella no creía en nada. Sólo su escepticismo le impedía ser atea"... Pues eso.
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Libertad Digital. Miércoles, 24.10.2007
Al Gore declaró este martes que "veo bastantes escépticos en España". Pero en realidad los llamados escépticos los hay en todo el mundo y "no son una voz en el desierto". Jorge Alcalde, colaborador habitual de Libertad Digital, ha recordado en La Mañana de la COPE que "cada vez hay más voces" que dentro del ámbito científico llegan a conclusiones que no coinciden con "la letanía del cambio climático". La ciencia "ha de ser parsimoniosa, escéptica, moderada" y todo ello se ha perdido con la predicación del calentamiento global catastrófico y creado por el hombre.
Jorge Alcalde ha hablado para el programa La Mañana de la Cadena COPE, en el que ha hecho ver que "se puede pensar que el llamado escepticismo es predicar en el desierto, pero no es así". De hecho "cada vez hay más científicos que están alarmados por el alarmismo" de "la letanía del cambio climático". Alcalde, periodista y divulgador científico, ha denunciado cómo se retuerce la realidad en los medios de comunicación para filtrar determinados mensajes y cómo hay una auténtica cruzada contra la parte de los científicos cuyas conclusiones no coinciden con el dogma ecologista.
Manipulación científica del IPCC
Así, un informe del IPCC incluyó la afirmación de que una inundación acaecida en Alemania era debida al calentamiento global. El máximo experto en huracanes e inundaciones, al comprobar que se había manipulado la ciencia para relacionar el calentamiento con los fenómenos extremos, decidió dimitir. Desde entonces se le ha estigmatizado con epítetos como "escéptico". "El problema es que el alarmismo lo que se intenta es culpabilizar de cada fenómeno extremo que vivamos", advierte Alcalde. El periodista ha recordado que incluso se le ha culpado de la caída de un puente en Minneapolis.
Pero La ciencia "ha de ser parsimoniosa, escéptica, moderada", según ha recordado Jorge Alcalde, quien se duele de que en el asunto del calentamiento global se haya perdido. Alcalde ha precisado que "la mayoría considera que la temperatura de la tierra está aumentando. Pero la mayoría dice que está subiendo en línea con los cambios cíclicos de la Tierra" y dudan de la influencia que puede haber tenido el hombre.
El desprestigio del alarmismo
Aún más en discusión está el mensaje alarmista y catastrofista, que es el elegido por Al Gore, quien ya dijo de sí mismo que había inventado Internet, para darse a conocer por el mundo, con éxito como la concesión del premio Nobel de la Paz. El aumento de las temperaturas nos podría llevar a lo que se conoce como el "óptimo climático", aquella temperatura que es más favorable al desarrollo de la vida en la Tierra, y que se alcanzó en la Edad Media.
Los medios reproducen titulares como "La evidencia avalada por 2.500 científicos de la ONU demuestra que el cambio climático es real". Ya sea por error o voluntad de engañar, los medios no suelen explicar lo que ha precisado Jorge Alcalde en la COPE, y es que el informe científico está redactado por 124 científicos del IPCC a partir de la información elaborada por esos 2.500. Y los 124 son "los que son los que filtran el trabajo de miles de científicos. El filtro es la clave" del resultado. Es más, lo que más se reproduce en los medios no es el informe científico sino el llamado Resumen para Políticos. "Está escrito por políticos, para políticos, y con una intencionalidad muy clara, que es favorecer al protocolo de Kioto", según Jorge Alcalde.
La nula efectividad de Kioto
Un protocolo, además, de muy dudosa efectividad y que resultaría muy caro. Alcalde recuerda que, según el propio protocolo de Kioto, si todos los países firmantes (incluido Estados Unidos, que lo firmó pero no lo ratificó), cumpliesen estrictamente sus compromisos, todo lo que lograría Kioto "es retrasar el calentamiento previsto para 2100 hasta el año 2106". Y todo ello con un coste "de entre 150.000 a 300.000 millones de dólares", y "para retrasar sólo seis años un supuesto problema". Todo ese dinero sería mucho mejor empleado, sigue Alcalde, en ayudar a los países menos desarrollados a adaptarse al paulatino calentamiento. Jorge Alcalde también ha hecho mención del congreso de Copenhague, en el que se reunió a numerosos científicos y economistas, entre los que se encontraban varios premios Nobel, y en los que se intentó calibrar cuáles eran los principales problemas del mundo, los más urgentes, y en los que resultaba más efectivo el empeño del dinero. El cambio climático ocupaba los últimos puestos.
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LIBERTAD DIGITAL. Viernes, 2.10.2007
Al Gore se refiere a los científicos del IPCC como si fuera un cuerpo unívoco a los que el propio Gore se limita a prestar su voz. Si hay alarmismo en su mensaje es por el mero hecho de que son los científicos quienes llegar a tales conclusiones. Pero lo cierto es que en la comunidad científica hay mucho más debate que el que pretende Gore. Recientemente uno de los científicos del IPCC, John R. Christy, ha escrito un artículo en The Wall Street Journal que dice que no incluirá en su currículo "mi 0,0001 de Premio Nobel", ya que se ha concedido por un "alarmismo" que "no está refrendado por las observaciones" ni por la ciencia del clima. Christy, por su posición, sería llamado "enemigo de la ciencia" por el diario El País.
John R. Christy ha escrito este jueves un artículo en el diario The Wall Street Journal titulado "Mi momento Nobel" en el que se distancia con ironía de la parte que le corresponda como miembro del IPCC, al que junto con Al Gore se le ha concedido el de la Paz. "No creo que incluya mi 0,0001 de Premiado por el Nobel en mi currículo". También ironiza sobre que la otra mitad del premio se lo hayan concedido a Al Gore, "cuyas huella en emisiones de carbono aplastaría a todo mi vecindario", dice.
El alarmismo no se sostiene
Ese premio se concedió por la Academia sueca por "el mensaje de la temperatura de la Tierra se está elevando debido a las emisiones humanas de efecto invernadero". "Estoy seguro de que la mayoría, pero no la totalidad de mis colegas del IPCC se enrojecerán cuando oigan esto", continúa, "pero no veo ni la catástrofe en camino ni la pistola humeante", es decir, la evidencia, "de que haya que culpar a la actividad humana de la mayor parte del calentamiento que observamos". Además, "a medida que recogemos los datos sobre el clima", sigue John R. Christy, "no nos encontramos con que la teoría alarmista concuerde con las observaciones".
Prefiere la "humildad" de la ciencia
Critica a los "partidarios de dar un salto a las conclusiones" en lugar de quienes, como él, prefieren optar por la "humildad" del científico. "La Madre Naturaleza simplemente opera a un nivel de complejidad que está, en este momento, más allá del entendimiento de los meros mortales (tales como los científicos) y de las herramientas que están a nuestro alcance". Continúa diciendo que "no he observado ese tipo de humildad últimamente" y que "este es mi turno de avergonzarme cuando observo la sobre-confianza de aquellos que describen la evolución del clima global en los próximos 100 años". "Otros nos rascamos la cabeza intentando entender las causas verdaderas detrás de lo que observamos", continúa. Y recala en que "descartamos la posibilidad de que todo esté causado por la actividad humana, ya que todo lo que hemos visto en el clima ha ocurrido antes" de que el hombre hubiese podido influir.
Los medios de comunicación
Nada de ello es tenido en cuenta por los medios de comunicación que, con contadas excepciones, prefieren sumarse al alarmismo a recoger una visión más amplia o más real. John R. Christy se fija en el caso del reportaje de la CNN "El planeta en peligro", que dedicó "un tiempo considerable discutiendo el retraimiento del Ártico". Pero "La CNN no tuvo en cuenta que el hielo invernal en la Antártica el pasado mes alcanzó un registro máximo (sí, máximo) desde que comenzaron las mediciones aéreas". El científico también insiste en su artículo en The Wall Street Journal en los beneficios del consumo de energía para la vida humana: "Mi experiencia como profesor misionario en África abrió mis ojos sobre este simple hecho: sin acceso a la energía la vida es brutal y breve".
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Libertad Digital. Luneses, 29.10.2007
Quizás la mayor contradicción del discurso de Al Gore no sean los cuantiosos errores científicos contenidos en su oscarizado documental "Una verdad incómoda" sino su propio estilo de vida. Según publica el diario La Nueva España en su edición digital del domingo, el jet privado del ex vicepresidente norteamericano emitió unas 20 toneladas de CO2 en una semana de gira por España. Gore se desplazó con un modesto Gulfstream de Asturias a Madrid, de Madrid a París y de París a Madrid; de Madrid a Asturias y de Asturias a Sevilla. Si detrás del supuesto calentamiento se encontrase la mano del hombre, la del ex político estaría seguro.
Overbooking en el aeropuerto de Oviedo después de la celebración de los Premios Príncipes de Asturias pero no precisamente de pasajeros sino de jets privados. En una noticia publicada en el periódico La Nueva España, se informa de que el aeropuerto asturiano registró la mayor concentración de aeronaves de lujo de los últimos tiempos, con 22 entradas durante la semana y 18 salidas previstas para ayer (domingo). Entre los que acapararon más atención fue el del mesias del apocalipsis medioambiental, Al Gore, que viajó con su modesto Gulfstream, propio de los hombres de negocios. Aunque a diferencia de éstos, el ex vicepresidente norteamericano no se dedica a crear riqueza sino que a nutrirse cobrando por realizar discursos alarmistas en torno a la contribución del hombre en el calentamiento del globo con las emisiones de CO2. En este sentido, si se toma como refernecia los cómputos de consumo de aeropuertos estadounidenses para jets de la gama del de Gore se llega a la conclusión que el mesías del calentamiento global emitió unas 20 toneladas de gases contaminantes en sus desplazamientos por España y Europa en siete días. El recién nombra do Nobel de la Paz y director del oscarizado documental "Una verdad incómoda", aterrizó en Asturias el pasado día 24. Se marchó con su Gulfstream al día siguiente a Torrejón (Madrid) desde donde voló a París, regresó de nuevo a Madrid y después a Asturias donde estuvo hasta ayer (sábado), fecha en la que salió con destino Sevilla. Después de Gore, el Boeing 767 del multimillonario Sheldon Adelson para su estricto uso personal -un avión preparado para 200 pasajeros- ha sido el segundo más destacado. Adelson es promotor inmobiliario de Las Vegas y el tercer hombre más rico de Estados Unidos. A las dimensiones de su 767 se suman sus traslados. El avión llegó el viernes, a las 11 de la mañana, de Asturias trasladó a su familia a Bilbao a visitar el Guggenheim y regresó para la ceremonia, pero tuvo que volver a Bilbao para pasar la noche debido el tamaño de la nave no podía permanecer en el aeródromo asturiano. El domingo, al parecer, regresó para recoger a sus tripulantes y puso rumbo a casa.