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El culto a los santos en Juan XXIII

Por José Manuel Zubicoa Bayon,

CRISTIANDAD, Barcelona, Año XXV, número 453 Nov 1968 pág. 215

Llama mucho la atención, por lo insólito, el hecho de que un Papa haya tenido tan buena prensa como tuvo Juan XXIII, pues a los hombres de Dios el mundo no les alaba. Y lo más sorprendente es que los modernistas hayan sobrepasado a los simplemente mundanos en el "juanveintitresismo".

Ante algo tan asombroso es inevitable preguntarse si Juan XXIII fue mundano o si fue modernista. Pero el hombre de fe sabe que al Papa no le falta en el ejercicio de su autoridad la asistencia del Espíritu Santo, íncompatible con el error y con la claudicación ante el mundo.

Juan XXIII fue simplemente cristiano, y enseñó simplemente la religión de Cristo, religión incomprensible para los mundanos y para los modernistas, que tienen la suya propia. Y al enseñar la religión cristiana condenó implícita y aún explícitamente todas las actitudes anticristianas, entre ellas algunas que pasan por antimundanas aunque son sólo puritanas, no cristianas, y algunas que pasan por antimodernistas aunque son sólo de un modernismo un poco más viejo en cierto modo: el pedante antitomismo.

Así es como Juan XXIII fue, no amigo de modernistas y mundanos, sino ajeno a algunos de sus enemigos.

Pero aquéllos, sembrando dialécticamente la confusión, pretendieron que, en consecuencia, Juan XXIII, al no estar con sus contrarios, estaba con ellos, los mundanos y los modernistas.

Pues bien, las alocuciones, discursos y homilías de Juan XXIII en audiencias generales y en solemnidades de la Iglesia no tienen nada que ver con la vana palabrería de esos anticristianos. Su estilo es tan sencillo y paternal como el de un buen párroco rural, tan lejano de los preciosismos de que gusta el mundo como de la simulada sencillez, doblemente pedante, de los modernistas. Ajeno también a la acepción de personas, las mismas cosas y en el mismo tono dice a los campesinos y gentes humildes que a los cardenales o al cuerpo diplomático; y lo que dice, ¡qué distinto de lo que dicen los modernistas y qué chocante es para los mundanos!

Hemos escogido algunos fragmentos sobre el culto y la devoción a los santos y las enseñanzas de los mismos, tema que le era tan querido y familiar. Leyéndolos queda patente el hecho de que Juan XXIII era bien distinto de mundanos y modernistas, pues era un hombre de Dios.

Antología de textos de Juan XXIII

El culto a los Santos

¿Quiénes son los santos? Nos, dondequiera que nuestra mirada se dirija, vemos, ante todo, al Divino Padre Omnipotente y con Él adoramos a su Hijo desde toda la eternidad, hecho hombre por salvarnos. Contemplamos al Divino Redentor niño en el pesebre; oímos su voz de Maestro; nos postramos delante de Él, crucificado por nosotros. Ser religiosos significa, en consecuencia, ser conscientes y estar enfervorizados por la historia, por la enseñanza, por la gracia de Jesús.

Junto a Nuestro Señor está María, la dulce Madre de Jesús y nuestra. También Ella está cerca de la cuna y de la cruz. A tan incomparable y tierna Madre se dirige de continuo el saludo del buen cristiano, del alba al poniente. Ello es fuente de protección segura e infalible.

¡Y cómo no recordar, después de la Virgen Santísima, a su Esposo, discreto y silencioso, el custodio de la Sagrada Familia, de quien lo que sabemos no es por sus palabras, sino por lo que le venía ordenado por Dios en el cumplimiento de su excepcional misión!

... Alguno, a lo largo de los siglos, se ha levantado a criticar tal culto (de los santos), a decir que se trata de adoración. De ninguna manera. Nosotros profesamos adoración solamente a la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Después veneramos, a la ínclita Madre de Dios. Finalmente, honramos a todos los santos, pues nos dan motivo de edificación y de estímulo.

... En la Iglesia el culto de los santos es una cosa preciosa, que debe ser bien cultivada y debe servirnos para admirar siempre más los prodigios de la gracia, suscitados a lo largo de los siglos, por la fuente misma de toda santidad: Cristo Jesús. Debe, además, invitarnos no sólo a la admiración, sino a la imitación. Nó puede, ciertamente, bastar para un cristiano el débil recuerdo de su bautismo o un pequeño y fugaz signo de la cruz, trazado de cuando en cuando. Los santos no existieron sólo en el pasado. sino que también los tenemos al presente y siempre existirán en el futuro. Debemos. en consecuencia, comportarnos de tal forma que seamos asociados por el Señor a sus escuadras de virtud y de gloria. Ello se podrá lograr no limitándose sólo a evitar los pecados graves, sino persiguiendo la perfección, aplicando el Evangelio, buscando el llevar pacientemente la propia cruz. Todos somos llamados a la santidad. comenzando por aquel que Dios ha puesto en la cumbre de la Iglesia para guía de todos, el sucesor de Pedro, llamado precisamente "el Santo Padre". Es preciso que los fieles se unan a su oración y se apliquen a realizar sus enseñanzas. La vida cristiana, en efecto, no es un camino clamoroso de publicidad, sino la multiforme y meditada aplicación del Evangelio. De esta forma se logrará seguir los pasos de los santos. Así, enfervorizados, nosotros no nos limitaremos a ser fuertes y serenos en las adversidades que surgen en nuestro camino, sino que buscaremos las obras de sacrificio, de abnegación para difundir por todas partes la luz de Cristo. Un autor francés escribía, hace algunos decenios, que no hay sobre la tierra razón alguna para llorar si no es por el hecho de no ser santos. Si, en consecuencia. falta este gozo, nuestra vida está frustrada. Si, por el contrario, lo poseemos. se conquista la alegría verdadera para nosotros y para tantos otros bajo la radiante sonrisa de Dios.

Audiencia general 21-6-61

El culto a los santos en la tradición católica es no sólo señal de respeto y de fugaz invocación a flor de labios en cada vez menos frecuentes ocasiones de la vida, sino conversación viva del alma, escucha atenta a las lecciones precisas, a las enseñanzas que los santos nos dan de luz, alegría y estímulo, Santi tui, Domnie, benedicent Te! Sí, los santos bendicen a Dios y nos obtienen su bendición. Esta bendición quiere ser ejercicio de buen magisterio para nuestro progreso espiritual: sobre todo si nosotros se lo pedimos a los que son los grandes de la Iglesia, y que por la gracia del Señor han alcanzado las misiones más excelsas: apóstoles primeros del Evangelio, defensores e ilustradores de la doctrina celestial, luz para los que viven en este mundo y gloria de los que la alcanzaron.

En la festividad de S. Pedro y S. Pablo 1961

Llamamiento a la santidad

En el "Benedictus" está clara la norma y el propósito de toda alma abierta a la divina gracia, fortificada por la ley divina: "In sactitate et iustitia coram Ipso, omnibus diebus nostris". Debemos vivir en santidad y justicia ante el Señor todos los días de nuestra vida.

La enseñanza es para todos. El Evangelio lo trae poco después de haber referido el encuentro de María Santísima con su prima Isabel, esposa de Zacarías. Al saludo de tan ínclita Visitante, Isabel, inspirada igualmente por el Espíritu Santo, exclama: "Bendita entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre". La Iglesia ha unido esta última expresión, que revela la más alta santidad, al saludo del Ángel Gabriel: "Dios te salve María, llena de gracia, bendita entre las mujeres". Ved: una criatura humana exaltada a la dignidad más sublime: la de ser Madre de Dios, y cada uno de nosotros destinado a conquistar la perfección cristiana, convirtiéndose en hermano de Jesús e hijo adoptivo de María. Tenemos que recorrer un camino; lo que importa es no olvidar, no pasar por alto jamás el cumplimiento del principio fundamental: "... en santidad y en justicia ante Él", teniendo presente también la preocupación necesaria por las tareas y deberes de orden temporal. Los santos nos dan continuamente un brillante ejemplo. Como el Bautista marchan: "Mirando al Señor", y del rostro divino reflejan los rayos de todas las virtudes.

Audiencia general 16-1-63

La oración

Siempre que queremos acercarnos a lo más puro e inefable de la religión partimos de la Santísima Trinidad y en seguida encontramos a Cristo, a María y a San José. La invocación de esta tríada que recuerda la vida terrena del Salvador es natural, espontánea y ferviente en el corazón y en los labios del buen cristiano. Qué riqueza se encierra en nuestro ofrecimiento y en las piadosas invocaciones a Cristo, a Su Madre y al Custodio de ambos: " ... os doy el corazón y el alma"; "asistidme en la última agonía"; "descanse en paz con vos el alma mía". La vida del cristiano puede compendiarse en la participación activa, en la que la Iglesia mediante los Sacramentos, empezando por la santísima Eucaristía. Además, debe enfervorizarse de continuo con la oración y con la síntesis más eficaz que tenga a punto en el recurso confiado a Dios, pidiendo ante todo la intercesión de su Madre Santísima, luego la de San José y de los demás santos celestiales.

Audiencia general 20-3-63

Las jaculatorias

Todos los que, como nosotros, están acostumbrados desde niños a invocar a Jesús, María y José, nada más consolador podrán esperar -cuando en edad provecta y en el último día y hora la Hermana Muerte venga a visitarles- que poder repetir la invocación de aquellos dulcísimos nombres y confiar su alma a la benignidad del Salvador, de su Madre y de su Padre putativo, para que le acompañen al Cielo.

Audiencia general 1-5-61

El ejemplo de Jesús: el trabajo

¡Jesús, María y José! Jesús, que vino al mundo para salvar al género humano, pasó la mayor parte de su vida en el trabajo y no -como se sabe- en una actividad delicada o superior, sino en un sencillo trabajo manual. ¡Qué altísima lección se deduce de esto! El trabajo es nobleza, y lo es tanto más cuanto mejor se presente en sus verdaderos aspectos. En realidad, todos en este mundo tenemos que trabajar. Y el que se preocupa de los bienes celestiales, de darlos a conocer e invitar a todas las almas a participar en ellos, realiza un importantísimo trabajo. Así los sacerdotes, los contemplativos, los apóstoles, los grandes escritores. Éstos no se ocupan directamente de las cosas materiales de la vida, sino de lo que eleva la inteligencia e inflama el corazón, de todo lo que suscita entusiasmo en ver no sólo la luz y el verdadero bienestar en una familia, sino en comunidades más extensas, en las diversas naciones del mundo entero. Jesús fue el primero en darnos un ejemplo incomparable. ¿Quién podría decir que no vale la pena trabajar con humildad en su seguimiento? Al contrario, es admirable y todo se convierte en algo extraordinariamente grande cuando se conforma al espíritu de Nuestro Señor.

Audiencia general 1-5-61

Doctrina social en las epístolas de S. Pedro y S. Pablo

Como veis, queridos hijos, el primer Obispo de Roma toca aquí un aspecto de la cuestión social. La exhortación a la obediencia y a la paciencia está inspirada en motivo sobrenatural. Se trata siempre de aquella obediencia que es perfección de conformidad, a ejemplo de Cristo, injustamente tratado y, sin embargo, obediente. La doctrina católica contenida en este fragmento de la primera Carta de San Pedro no tiene inmediata contrapartida de preceptos dirigidos a los ricos y a los superiores, de algunos de cuya conducta en este Capítulo segundo viene abiertamente definida como injusta. De esta doctrina se habla en otro lugar, y no sólo por San Pedro, sino por San Pablo, Santiago y todavía antes en muchos pasajes de los Evangelios y del Antiguo Testamento. Desearía de verdad daros alguna prueba más amplia de la doctrina social contenida en las cartas de San Pedro, en relación a los diversos aspectos de la convivencia humana, por la que el Apóstol se ha ocupado con celo, con mucho danaire, según las circunstancias de aquellos tiempos. Pero basta así.

El gran documento en forma de Carta Encíclica -pronunciamos el título por primera vez en público Mater et Magistra, para la que están disponiendo las diversas traducciones en las principales lenguas del mundo, constituirá alimento abundante para vuestro espíritu, como hemos tenido ya la complacencia de decir con solemnidad en la celebración de la "Rerum Novarum" del pasado año. En honor de San Pedro y como disposición de obsequio a la apostólica doctrina que va a ser promulgada, Nos contentamos con citar todavía un pensamiento de la primera Carta de él, que es preparación a la lectura del más vasto documento social de recientísima fecha.

Se trata de una recomendación dirigida a todos los cristianos sin distinción y que se resume en la invitación a la unión de los corazones y el espíritu en mutua compresión y perdón. "Sed todos, ¡oh hermanos!, de un mismo sentimiento: compasivos, amantes de los hermanos, misericordiosos, humildes. No devolváis mal por mal, ni injuria por injuria. Al contrario, responded bendiciendo, porque habéis sido llamados a heredar bendición. Efectivamente: Quien quiere amar la vida -- y ver días dichosos -- aparte la lengua del mal -- y los labios del hablar mentiroso -- se aleje del mal y practique el bien -- busque y persiga la paz. Los ojos del Señor se vuelven a los justos y sus oídos a sus plegarias" (1 Petr. 2, 8-12).

En la fiesta de S. Pedro y S. Pablo de 1961

La devoción a S. José

Lo que vuestra eminencia ha dicho, señor cardenal, hace resonar las notas más genuinas de la Iglesia católica: Iglesia que ora ante todo, que contempla los divinos misterios, enseña las verdades reveladas y acompaña a los hombres por el camino de la perfección.

Precisamente, es su fin eminentemente sacerdotal: el hacer de puente entre la Tierra y el Cielo.

...Y nos parece que podemos decir que la devoción al santo patrono de la Iglesia universal, acrecentada en estos últimos decenios, ha tenido repercusiones benéficas en cada uno de los individuos investidos de autoridad y sobre las instituciones religiosas y civiles.

La amable y augusta serenidad que irradia el padre adoptivo de Cristo invita a aproximarse cada vez más con santa confianza ante su figura, para aprovechar las enseñanzas que imparte con tanta discreción.

San José habla poco, pero vive intensamente, sin substraerse a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Ofrece un ejemplo de atrayente disponibilidad a las llamadas del Señor, de calma en todos los acontecimientos, de plena confianza, conseguida por una vida de fe y caridad sobrehumanas por el medio de la oración.

¡Qué ternura proporciona el repasar los pocos episodios que conocemos por las escasas referencias del Evangelio! San José calla ante sus graves pruebas, y porque es justo (Mat. 1, 19) no juzga, no se adelanta al curso de la voluntad de Dios; y cuando el Señor le advierte por medio del ministerio de los ángeles escucha y obedece en silencio. A él le toca el honor de imponer a Jesús el nombre bendecido por los siglos. Pilar firme de la Virgen María en la pobreza de Belén; en el corazón de la noche toma a Cristo, se une a María y parte afrontando lo desconocido. En el tiempo preciso, advertido por el ángel, está dispuesto a volver y a continuar su vida de humilde artesano en la casa de Nazaret.

Las notas evangélicas que nos hablan de él se ajustan bien con las aplicaciones ascéticas que de ellas se han hecho a lo largo de los siglos. Quien tiene fe no teme, no precipita los acontecimientos, no escandaliza a su prójimo.

Venerables hermanos y queridos hijos nuestros: Este retazo particular de la fisonomía espiritual de San José nos es familiar y nos infunde aliento. La serenidad de nuestro ánimo de humilde siervo del Señor encuentra aquí continua inspiración, no fundamentándose en el conocimiento de los hombres y de la historia, ni cerrando los ojos ante la realidad. Es una serenidad que viene de Dios, ordenador sapientisimo de las vicisitudes humanas, tanto respecto al hecho extraordinario del Concilio Ecuménico como al ordinario y grave ejercicio del gobierno universal de la Iglesia.

... Para esta fidelidad de humilde colaboración en el plan divino sobre nuestras humildes vidas nos es necesaria, juntamente con la de la Virgen María, la protección de San José, intercesor eficaz: "Amigo fiel, fuerte días de su vida mortal y que protege desde el Cielo al protección" (Ecle. 6,14).

A este amigo solícito, que custodió a Cristo en los días de su vida mortal y que protege desde el cielo al Cuerpo Místico -asiduo defensor de Cristo, columna de las familias, protector de la Santa Iglesia, como lo invocamos en sus letanías- Nos confiamos con confiada oración las preocupaciones presentes y futuras del gobierno de la Iglesia, alegrándonos de ver junto a Nos, en ferviente pugna de santa emulación, a distinguidos miembros del Sacro Colegio y a todos nuestros colaboradores

Se nos ha dicho y hemos experimentado un íntimo gozo que antes y después de las congregaciones generales en San Pedro, en los días del Concilio Ecuménico, se notaba un grupo notable de padres en oración ante el altar del santo. ¡Edificación de toda la asamblea y del pueblo cristiano que lo ha conocido!

Al Sacro Colegio el 17-3-63

La sabiduría del corazón

... Es preciso establecer también una comparación entre el próximo beato Palazzolo y santo Tomás de Aquino, el sumo "Genio" puesto por Dios entre el Cielo y la Tierra, y que, desde su sede en la eternidad bienaventurada, continúa irradiando la luz de su excelsa doctrina.

En santo Tomás no tenemos solamente un espíritu dedicado a la investigación científica, sino también un gran corazón que palpita únicamente para el Señor. Cada mañana el sacerdote, celebrada la misa, encuentra delicias espirituales siempre nuevas en la oración del Aquinate: "Gratias tibi ago... ", y en el inefable canto "Adoro Te devote... ", poema no superado en honor del Augusto Sacramento. ...

En virtud de la enseñanza del Señor, podemos poner uno al lado del otro, al teólogo y al ferviente apóstol de la caridad para rendir un único homenaje a la "sapientia cordis", con toda clase de boato y gloria. Allá honrando a un humilde sacerdote, cuya santidad se difundió por los campos, villas y toda clase de centros urbanos, por los contactos que tuvo durante muchos años, dejando en todas partes su bendición extraordinaria; acá destacando y celebrando el vergel perenne de la ciencia de Dios, a la cual el doctor angélico dio una impronta indeleble en los siglos.

... Estamos ante la "sabiduría del corazón", es decir, en el punto central que reverbera e irradia la belleza y el esplendor del Altísimo; fomentando cuanto invita y mueve a transformar y a santificar el alma y a cuanto responde a las invitaciones de la gracia, la cual proporciona siempre los divinos impulsos; y desde el siglo XIII -¡cuántos acontecimientos y tristezas en tan largo período!- permanece como el más firme basamento de la existencia humana.