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El País publica un artículo de Henry-Lévy en defensa de Benedicto XVI y de Pío XII
Alberto Royo ReL 26 enero 2010
Me parece una ocasión histórica, por lo poco
que acontece, una auténtica "rara avis". Si bien no me
cuesta criticar a dicho periódico por su habitual tonadilla
anticlerical, ahora tampoco me cuesta -aunque con no poco
asombro- alabar el artículo publicado hace un par de días en
dicho diario, firmado por el filósfo y escritor judío
Bernard Henry-Lévy. Se llama "En defensa de
Benedicto XVI", pero aprovecha también para defender a Pío
XII, toda una pieza de gran valor, considerando por una parte que
el autor es judío y por otra parte, su reconocida valía
intelectual. No por este artículo deja de disgustarme la línea
habitual de este diario, pero si hacen algo bueno, no hay porqué
no alabárselo
Para dicho autor, nada más resultar elegido, el Papa ya
fue objeto de un verdadero proceso mediático en el que
se le tachaba machaconamente de "ultraconservador"
(como si un Papa pudiera ser otra cosa que
"conservador"). Luego vinieron las insistentes
alusiones, cuando no las bromas pesadas, al "Papa
alemán" y al "posnazi" con sotana, al que, ni
cortos ni perezosos, los guiñoles de la tele apodaban Adolf II
(y eso porque, como todos los niños y adolescentes de su edad,
fue enrolado en las juventudes del régimen).
Más tarde le llegó el turno a la manipulación de los textos
pura y dura. Por ejemplo, a propósito de su viaje a Auschwitz en
2006, hubo quien pretendió, y a medida que pasa el tiempo y los
recuerdos se vuelven más vagos hay quien sigue pretendiendo -y
repitiendo igual de machaconamente-, que el Papa se habría
referido a los seis millones de muertos polacos como a víctimas
de una simple "banda de criminales", sin precisar que
la mitad de ellos eran judíos (en este caso, el infundio es
apabullante, pues, en realidad, aquel día, Benedicto XVI habló
de los "jerarcas del III Reich" que intentaron
"aplastar" al "pueblo judío" y borrarlo de
la faz de la Tierra -Le Monde del 30 de mayo de 2006-).
El filósofo se refiere también a las informaciones publicadas
por medios de todo el mundo, criticando la reciente visita de
Benedicto XVI a la Sinagoga de Roma, el pasado domingo 17 de
enero. La guinda la ha puesto el mismo coro de
desinformadores, que esta vez ni siquiera ha esperado a
que el Pontífice cruzara el Tíber para anunciar, urbi et orbi,
que ni ha encontrado las palabras apropiadas, ni ha hecho los
gestos adecuados, y, por tanto, ha fracasado..., afirma.
Otra cuestión sobre la que Lévy insiste singularmente es en la
manipulación sobre la figura de Pío XII. El
escritor francés rebate la idea del silencio de Pío
XII frente al Holocausto, recordando que fue coautor de la
encíclica Mit brennender sorge, que sigue siendo, aún
hoy, uno de los manifiestos antinazis más firmes y
elocuentes.
Además aifrma: hay que precisar que antes de optar por la
acción clandestina, antes de abrir, sin decirlo, sus conventos a
los judíos romanos perseguidos por los sicarios fascistas, el
silencioso Pío XII pronunció unos discursos radiofónicos (por
ejemplo, los de las navidades de 1941 y 1942) que después de su
muerte le valdrían el homenaje de Golda Meir.
Lo asombroso es que todo el peso, o casi, del
ensordecedor silencio que se hizo en el mundo entero alrededor de
la Shoah recaiga sobre uno de los soberanos de aquel tiempo que:
a) no tenía ni cañones ni aviones a su disposición; b) según
la mayoría de los historiadores, no escatimó esfuerzos para
compartir con aquellos que los tenían la información de la que
disponía; c) salvó -sí, él-, tanto en Roma como en otros
lugares, a un gran número de aquellos de los que se sentía
responsable moralmente.
El filófoso cita el caso de Rolf Hochhuth, autor de la
famosa obra El vicario, que abrió, en 1963, la polémica sobre
los silencios de Pío XII". Recuerda que Hochhuth
es también un conocido negacionista, condenado
varias veces como tal, y recordó una entrevista suya,
publicada en un semanario alemán de extrema derecha, en la
que defendía a David Irving, que niega la
existencia de las cámaras de gas.
Un artículo lleno de objetividad. Ojalá El País nos
sorprendiese más a menudo con la misma objetividad y falta de
acrimonia cuando habla de la Iglesia.
ALBERTO ROYO MEJÍA