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Gabriel García Moreno

Arquetipos cristianos: Gabriel García Moreno, por Alfredo Sáenz, S.J. Fundación GRATIS DATE (www.gratisdate.org)

Resumen de Eleuterio Fernández Guzmán InfoCatólica 16.11.2013

Fue “un personaje eminentemente político” (p. 290) y a tal actividad dedicó su vida en su Ecuador natal donde vino al mundo el 21 de diciembre de 1821.

De familia fervientemente católica, Gabriel recibió la fe en el seno de la misma y, a pesar de que en sus años de estudios de la carrera de Derecho pudo haberse torcido aquel impulso espiritual, nada hizo que se alejara del mismo. Eso le hizo ponerseal servicio de la Iglesia, pero desde las trincheras del mundo, de donde provenían las principales ofensivas, mediante legislaciones anticristianas y a veces directamente persecutorias” (pp. 292-293) pues pudiera parece, nos dice el P. Alfredo Sáenz, S.J. que la independencia de Ecuador de la madre España tuviera que suponer una reacción contraria al catolicismo que había impregnado la vida patria ecuatoriana los últimos siglos. Y, en efecto, eso fue lo que pretendieron, entre otros, los masones, llevar a cabo.

Desde ahora mismo decimos que la existencia de Gabriel García Moreno es, verdaderamente, apasionante, y la condujo por los caminos de la fe y el ser recto y honrado con sus semejantes pues, frente a la Constitución promovida por el presidente Flores (de corte liberal) “numerosos grupos comenzaron a recorrer las calles al grito de ‘¡Viva la religión, muera la Constitución!” (p. 294) y, tras estallar una revolución en Guayaquil, en cuyas filas se encontraba nuestro arquetipo, la Constitución fue echada en el olvido y García Moreno “entró públicamente en la política, con ese éxito inicial que le fue dando renombre en todo el país” tras haber sido nombrado Gobernador de Guayas y depurar a los partidarios del supracitado Flores.

Hemos dicho que Gabriel García Moreno era de temple católico y de arraigada fe. No extraña, por lo tanto, que hiciera todo lo posible para que los jesuitas, que habían sido enviados al destierro hacía 83 años, pudieran volver a tierra ecuatoriana. Y lo consiguió cuando en 1851 el presidente Noboa derogó el decreto de expulsión de Carlos III.

Entonces (1852) entra en liza el general José María Urbina que sería, durante toda la vida de García Moreno, su peor enemigo. Procuró, por ejemplo, perjudicar a los jesuitas, a lo que respondió nuestro personaje con un escrito titulado “Defensa de los jesuitas” donde decía esto:

“Es una verdad histórica que esta orden religiosa ha sido aborrecida por cuantos han atacado al catolicismo, sea con la franqueza del valor, sea con la perfidia de la cobardía. Calvino aconsejaba contra ella la muerte, proscripción o calumnia. D’Alembert, escribiendo a Voltaire, esperaba que de la destrucción de la Compañía se siguiera la ruina de la religión católica. El mismo concepto en menos palabras expresaba Manuel de Roda, ministro de Carlos III, cuando quince días después de haber sido expulsada de España esta Orden célebre, decía al duque de Choiseul, ministro de Luis XV: “Triunfo completo. La operación nada ha dejado que desear. Hemos muerto a la hija; sólo nos falta hacer otro tanto con la madre, la Iglesia romana”». Las setenta páginas del ardiente folleto reavivaron el fuego sacro en los buenos ecuatorianos, bastante aletargados.”

Urbina, que no podía ver a García Moreno por ser todo lo contrario a como él era, consiguió, críticas del católico de por medio, desterrarlo. Aquel destierro duró 2 años y consiguió todo lo contrario a lo pretendido por el déspota: aumentar el amor a su patria por parte de nuestro arquetipo y saber, a ciencia cierta, que alguien debía levantarse contra la situación por la que pasaba Ecuador. Y marchó a Paris a seguir formándose (1854-1856) y donde maduró y “amplió enormemente sus horizontes” (p. 301).

Volvió García Moreno a Ecuador con una autorización del nuevo presidente Francisco Robles (general) que no era más que otro Urbina y que pretendía congraciarse con Moreno. Sin embargo, aquel no iba a caer en tal trampa y aceptó, uno a uno, los cargos que le fueron ofrecidos, a saber, el de Alcalde de Quito y el de rector de la Universidad. Luego fue elegido senador. El gran líder católico había dado sus frutos.

La Convención que debía elaborar una nueva Constitución eligió a Gabriel García Moreno como nuevo Presidente de Ecuador (no sería la última presidencia que ocuparía). Era el 10 de marzo de 1861. Muchas fueron las labores que llevó a cabo durante su mandato como, por ejemplo, la concertación de un Concordato con la Santa Sede, la reorganización de la economía, del ejército, de la educación así como otras realidades que mucho bien hicieron a Ecuador.

Sobre Gabriel García Moreno hace el autor del libro una descripción física y psicológica tal que así (vale la pena aunque pueda parecer extensa):

“Intentemos esbozar un retrato suyo, en base a los que nos han legado los artistas de su tiempo. Era alto y delgado, de figura noble, esbelta y elegante. Su frente, ancha y espaciosa, revelaba una inteligencia descollante. Sus ojos, negros, profundos y escrutadores; a veces se mostraban serenos, otras veces relampagueaban; se dice que cuando daba órdenes, parecía que miraban con gran autoridad. La nariz, muy recta, y de tamaño más bien grande. La boca era ancha, con bigotes negros, espesos, de bordes cortos y caídos. La mandíbula, algo avanzada, realzaba su aspecto de caudillo. El rostro, anguloso y severo. Su fisonomía, en general, resultaba atractiva y hasta fascinante, revelando una personalidad sobresaliente, un aristócrata y gran señor. Había algo de marcial en su continente. Gustaba de cruzar los brazos, lo que acrecentaba su distinción y señorío. Sus ademanes eran precisos y enérgicos. Se ha dicho que su voz, sin suavidad ni matices, sonaba un tanto destemplada, y que hablaba con demasiada rapidez.

En cuanto a sus características psicológicas y morales destaquemos, de acuerdo al testimonio de sus contemporáneos, su voluntad poderosa, casi sobrehumana, que le llevó a vencer no sólo la geografía del paisaje ecuatoriano sino también a sus contrincantes, transformando a su patria de arriba abajo, y que le permitiría vencerse a sí mismo, adelantando velozmente en el camino de la virtud. Su inteligencia era penetrante, sumamente aguda, apasionado por todas las formas del saber, y capaz de comprender con excepcional rapidez, no sólo a las personas sino también las situaciones. Eran proverbiales su vehemencia y combatividad, así como su afición por la aventura y el peligro. El profundo espíritu religioso que lo caracterizaba le permitía estar siempre pronto a sacrificar su vida por las causas trascendentes. Su temple de hierro lo hacía implacable con los delincuentes y corruptos, si bien no descartaba el ejercicio de la misericordia. La honradez de su conducta se hizo patente por el modo de administrar los dineros públicos, jamás aprovechando los cargos que invistió para acrecentar su patrimonio personal. De temple voluntarioso y decidido, nunca postergaba sus resoluciones o dilataba su ejecución. Se caracterizaba, asimismo, por una enorme capacidad de trabajo, en virtud de la cual pudo realizar más obras que todos los presidentes del Ecuador que le precedieron. Su memoria era asombrosa. Todos le reconocieron el don de atraer a los demás, de convencerlos y entusiasmarlos. Poseyó el arte de la palabra, que lo convirtió en el primer orador de su tiempo, siendo a la vez un espléndido conversador, rápido y sentencioso en las réplicas, a veces mordaz.”

Con esto queda mucho dicho de cómo era Gabriel García Moreno y el por qué actuó como actuó a lo largo de su vida pública.
En más de una ocasión García Moreno se vio en la obligación de, incluso, tomar las armas para defender a la patria y a la religión de las asechanzas del Mal representado por su enemigo Urbina. Ostentó, además, una segunda Presidencia e, incluso, fue nombrado general en jefe del ejército atendida su experiencia, también, militar.
¿Pero, qué hacía que Gabriel García Moreno llevase el sentido religioso católico a la vida pública de una forma tan apabullante?

Nuestro arquetipo, religioso hasta sus más íntimas entrañas, no era de la idea según la cual el católico debía comportarse en sociedad aceptado lo que el Estado liberal proponía como bueno y mejor. Es más “como político católico que era, creía que Dios había enviado a su Hijo a la tierra para reinar no sólo en los corazones sino también en las sociedades, fuera éstas familiares o sociales, y que, en consecuencia, las Constituciones de los pueblos debían estar impregnadas por el espíritu del Evangelio” (p. 326). Además, cuando Pío IX confirmó, con su Syllabus” que no era posible que la civilización moderna se conciliase con la Iglesia católica, fue más suficiente como para que García Moreno hiciese lo que tenía que hacer que, además, coincidía, según lo dicho arriba, con sus propias ideas.

En realidad, como dice el P. Alfredo Sáenz, S.J. “No hubo dicotomía entre la vida pública del Presidente y su vida privada” (p. 338). Y esto, lo que quiere decir, es que el sentido religioso católico que, a nivel espiritual, regía su existencia lo llevaba (sin actuaciones políticamente correctas ni nada por estilo) a su vida pública y, por pública, política. No era, pues, nada de extrañar que los opositores a la Iglesia católica (masones, liberales o radicales) le tuvieran tanta inquina y quisiera matarlo.

García Moreno, que amaba intensamente a la Virgen María era, además, muy humilde y sentía por tal virtud un amor incondicional. Tal humildad la mostró, por ejemplo, cuando siendo Presidente de Ecuador no se arredró para nada al visitar a los pobres, a los enfermos o a los encarcelados o, tampoco, le hacía de menos pedir perdón cuando creía que se había equivocado.

Gracias, por tanto, a la actividad política de Gabriel García Moreno Ecuador había alcanzado una calma social que venía deseando desde el mismo momento en el que se independizó de la madre patria. Y eso, verdaderamente, era impensable fuera aceptado por sus contrarios o francos enemigos que no pararon hasta que lo martirizaron después de haber entregado toda su vida a su patria ecuatoriana y a cada uno de sus hermanos.

La cosa fue tal que así (p.359):

“Los conjurados estaban nerviosos, ya que llevaban horas de retraso. Al verlo salir de la casa de su suegro, cada cual fue al puesto que se le había asignado, con una misión muy determinada. De pronto a García Moreno se le ocurrió hacer una visita al Santísimo de la Catedral, que hacía ángulo con el Palacio. Estuvo allí de rodillas un buen rato. Los sicarios, cada vez más nerviosos, le mandaron decir que alguien lo esperaba afuera por un asunto urgente. El Presidente se levantó enseguida, salió del templo, y comenzó a subir las escaleras laterales del Palacio de Gobierno. Uno de los asesinos, el capitán Faustino Lemus Rayo, se le acercó por la espalda, y le descargó un brutal machetazo. «¡Vil asesino!», exclamó García Moreno volviéndose hacia él, y haciendo inútiles esfuerzos para sacar el revólver que estaba bajo la chaqueta abotonada. Los demás saltaron sobre el herido y le dispararon, mientras Rayo le hería en la cabeza. Chorreando sangre, García Moreno dio varios pasos hacia una de las entradas del Palacio. Rayo le asestó otro golpe, cortándole la mano derecha, hasta separarla casi por entero. Una segunda descarga le hizo vacilar. Se apoyó sobre una columna de la galería y rodó por las escaleras hasta la plaza, desde unos cuatro metros de altura. Yacía ensangrentado y malherido, cuando el feroz Rayo bajó rápidamente las escaleras del peristilo y se precipitó sobre el moribundo gritando: ‘¡Muere, verdugo de la libertad! ¡Jesuita con casaca!’, mientras le tajeaba la cabeza con otra cuchillada. García Moreno, según luego confesaron los asesinos, murmuraba con voz débil: ‘¡Dios no muere!’”.

No había fallecido todavía. Acudió gente del pueblo, así como varios soldados y sacerdotes, todos acongojados. Lo transportaron, agonizante, a la catedral, y lo acomodaron ante el altar de la Virgen de los Dolores, tratando de vendar sus heridas. Luego lo llevaron a la habitación del sacristán. Aún tenía pulso, pero no le era posible hablar. Sólo con su mirada, que todavía daba señales de vida, respondió a las interrogaciones rituales del sacerdote, y asintió cuando se le preguntó si perdonaba a los asesinos. Le dieron entonces la absolución y la santa unción. Pocos minutos después expiraba en paz.”

Cuando examinaron el cadáver le encontraron, por ejemplo, “una reliquia de la Cruz de Cristo, el escapulario de la Pasión y del Sagrado Corazón, y un rosario con la medalla de Pío IX”.

La repercusión de una tal muerte infligida a un tal cristiano fue mundial. Prohombres de la época y, incluso, el Papa Pío IX, loaron la íntegra vida de Gabriel García Moreno y la pusieron como ejemplo de lo que debía ser una que se dijera, así misma, cristiana.

Es más, en el Colegio Pío Latino Americano de Roma se colocó un monumento en el que se inscribió esto:

“Integérrimo guardián de la religión,
Promovedor de los más preciados estudios,
Devotísimo servidor de la Santa Sede,
Cultor de la justicia, vengador de los crímenes.
El mármol resalta su estampa heroica:
GABRIEL GARCÍA MORENO
Presidente de la república del Ecuador,
con impía mano
muerto por traición
el día 6 de agosto de 1875,
cuya virtud y causa de su gloriosa muerte
han admirado, celebrado y lamentado todos los buenos.
El soberano Pontífice Pío IX
con su munificencia
y las ofrendas de numerosos católicos,
ha elevado este monumento
al defensor de la Iglesia y de la República.”

Y, ya, para terminar, no puedo resistir, ni quiero tampoco, traer aquí el poema escrito por Antonio Caponnetto a Gabriel García Moreno. Dice tanto y tanto dice…

“Porque sabio es aquel que saborea
las cosas como son, y señorea
con el don inefable de la ciencia.
O descubre que en Dios se vuelve asible
la realidad visible y la invisible.
Llamaremos virtud a su sapiencia.
Porque al Principio el Verbo se hizo hombre,
encarnado en María, cuyo nombre
el Ángel pronunció como quien labra.
Toda voz cuando fiel es resonancia
de la celeste voz y en consonancia,
llamaremos invicta a su palabra.
Porque viendo flamear las Dos Banderas,
izó la que tenía las señeras
bordaduras de sangre miliciana.
Prometió enarbolarla en un solemne
ritual latino del amor perenne.
Diremos que su vida fue ignaciana.
Porque sufrió el castigo del destierro,
persecuciones duras como el hierro
–si en herrumbres el alma se forjaba–.
Enfrentó con honor la peripecia
por defender la patria y a la Iglesia.
Diremos que su guerra fue cruzada.
Porque podía, con el temple calmo,
versificar hermosamente un salmo,
penitente de fe y de eucaristía.
Mientras en Cuenca, Loja o Guayaquil
empuñaba la espada y el fusil.
Proclamaremos su gallarda hombría.
Porque probó que el Syllabus repone
el orden en el alma y las naciones,
desafiando el poder de la conjura.
Bajó la vara de la justa ley,
alzó el gran trono para Cristo Rey.
Proclamaremos grande su estatura.
Porque sabía en clásico equilibrio
inaugurar un puente o un Concilio,
unir la vida activa al monacato.
En el gobierno fue arquitecto o juez,
estratega o liturgo alguna vez.
Nombraremos egregio a su mandato.
Porque asistió a los indios y leprosos
con la humildad de los menesterosos
y el señorío de los reyes santos.
Cargó en Quito la Cruz sobre su espalda.
De España amó el blasón en rojo y gualda.
Nombraremos su gloria en nuevos cantos.
Porque las logias dieron la sentencia
de difamarlo con maledicencia,
matándolo después en cruel delirio.
Pagó con sangre el testimonio osado
de patriota y católico abnegado.
Honraremos la luz de su martirio.
Era agosto y lloraban las laderas,
las encinas, el mar, las cordilleras
del refugio que el águila requiere.
Un duelo antiguo recorría el suelo.
Una celebración gozaba el cielo.
Todo Ecuador gritaba: ¡Dios no muere!”

Gabriel García Moreno, ruega por nosotros