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El territorio galaico durante las guerras cántabras

Ángel Morillo

El presente trabajo se ha elaborado en el marco del Proyecto de I+D, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, HAR2011-24095: Campamentos y territorios militares en Hispania (PRATA), dirigido por Ángel Morillo Cerdán.

Las guerras cántabras, acometidas por Augusto entre el 29 y 19 a.C., fueron la última gran contienda librada por Roma en Hispania. Su consecuencia fue la incorporación de los territorios septentrionales de la Península Ibérica. La conquista de los pueblos septentrionales hispanos, además del componente geoestratégico que suponía rematar la conquista de la Península y de esta manera liberar tropas para otros cometidos en las fronteras septentrionales (Morillo, 2009, 240), tuvo una indiscutible finalidad política y propagandística, que se refleja incluso en la presencia del propio emperador en el escenario peninsular. En la guerra participaron al menos seis legiones a lo largo de diferentes fases: I ¿Augusta?, II Augusta, V alaudae, VI victrix y X gemina debieron participar en las campañas del 26-25 a.C., mientras la IIII Macedonica llega a la Península para las operaciones de Agrippa del 19 a.C. No cabe duda que debieron existir asimismo otros factores económicos añadidos, como el interés por la explotación de los recursos auríferos regionales. Tan sólo hace algo más de una década apuntábamos la ausencia de campamentos que pudiéramos atribuir con certeza al periodo de las guerras cántabras (Morillo, 1996, 72), planteamiento que hoy en día ha cambiado de forma radical, lo que constituye una de las mayores novedades de la arqueología militar hispana en su conjunto.

 

Perdido el relato de Tito Livio, las fuentes clásicas conservadas sobre la conquista de cántabros y astures, inspiradas sin duda en éste, ofrecen poco más que algunos datos inconexos y a menudo contradictorios sobre el desarrollo y los diferentes escenarios de las operaciones militares. Los relatos de Estrabón, Dión Cassio, Floro y Orosio guardan silencio sobre aspectos básicos para el conocimiento de la estrategia romana de conquista, como la identidad de las legiones desplazadas al norte de Hispania en cada fase. 2

2. Estrabón, Geog.III; Dion Cassio, Hist.Rom. LI-LIV, Floro, Epit. II, 33, 46-60; Orosio, Hist. VI, 21

El silencio de las fuentes se convierte en la principal dificultad para reconstruir la historia militar romana, los lugares de procedencia de los efectivos, sus movimientos y traslados, las vías a través de las que se efectuaron los desplazamientos, los cometidos concretos encargados a cada unidad o las circunstancias de su victoria o derrota en la batalla (Morillo, 2014, 134). La parquedad de los relatos sobre este acontecimiento ha dado lugar a muy diferentes interpretaciones por parte de historiadores como Syme, Schulten, Tranoy, Roldán, Rodríguez Colmenero o Le Roux (cf. Morillo, 2014, 134-135, con bibliografía anterior), sin base arqueológica alguna, que se centraban principalmente en las campañas del 26-25 a.C.

No obstante, en los últimos años se han producido progresos muy significativos en este campo, que constituyen una de las mayores novedades de la arqueología militar hispana en su conjunto. En el año 1996, se identificaron arqueológicamente los primeros campamentos de campaña asociados directamente con las guerras cántabras (Peralta, 1999), a los que se han ido añadiendo un número creciente de recintos militares romanos y de asentamientos indígenas con evidencias de asedio (Peralta, 1999; 1999b; 2000; 2001; 2001b; 2002; 2006 García Alonso, 2002; 2006; Cepeda, 2006 y 2006b; Serna Gancedo et al., 2010; Fernández Vega y Bolado del Castillo, 2011) (Fig. 1).

De cualquier forma, gracias a estas nuevas evidencias, podemos ya aproximarnos de una forma más rigurosa a la estrategia de conquista del territorio cántabro en el año 26 a.C. Teniendo en cuenta la posición geográfica del campamento base en Sasamón, es más que probable que, de las tres columnas armadas que penetraron en el territorio cántabro según las fuentes, la central, comandada por el propio Augusto, lo hiciera remontando el valle del río Pisuerga, la principal vía de comunicación entre la Meseta y las montañas cantábricas. La columna occidental remontaría el valle del Carrión hacia las elevaciones montañosas de los Picos de Europa, donde se ha localizado tradicionalmente el Mons Vindius citado por las fuentes.
Por su parte, la columna oriental debió rodear el territorio cántabro para penetrar al sudeste del mismo, remontando el río Ebro. Los hallazgos arqueológicos permiten hoy en día sostener esta hipótesis con datos científicos. Al norte del Ebro, las tropas romanas penetraron en la vertiente costera por la Sierra del Escudo. Dentro de la estrategia augustea de dominio de los territorios transmontanos el modus operandi parece ser el avance sobre las máximas elevaciones de las cordales que penetran profundamente en el territorio enemigo, descendiendo rápidamente hacia la franja costera. La cordal que separa los valles del Besaya y Luena-Toranzo parece concentrar el principal esfuerzo bélico del potente ejército romano. Dichas elevaciones ofrecen al ejército romano la ventaja táctica de situar al enemigo, cuyos principales asentamientos parecen encontrarse precisamente en estas cordales, siempre en posición más desventajosa, en alturas iguales o más bajas. Por otra parte el avance en altura permite el control visual absoluto del territorio circundante (Morillo, 2014, 142). Ningún testimonio arqueológico avala por el momento el desembarco de la llamada classis Aquitanica en algún punto de la costa durante el bellum Cantabricum3 (Morillo, 2002, 74-75).

3. Mencionada en Estrabón (Geog. III, 4, 18), Floro (Epit. II, 33, 46) y Orosio (Hist. VI, 21, 4).

Por el momento el registro arqueológico se muestra mucho más parco en descubrimientos en lo relativo al frente astur, atacado durante el 25 a.C. Junto al campamento del Castichu de La Carisa (Lena, Asturias) (Camino et al., 2005).

El ataque al territorio de los astures debió hacerse tanto con tropas llegadas la provincia Citerior con Augusto como con las unidades que P. Carisio comandaba, llegadas de la Ulterior a través de los actuales Galicia y norte de Portugal (Morillo, 2014, 145).

Mucho más difíciles de reconstruir, hoy por hoy, son las campañas de los años 23-22 a.C. y 19 a.C. debido a la escasez de evidencias arqueológicas, aunque es más que probable que algunos de los recintos identificados e incluidos en la campaña del 26-25 a.C. correspondan en realidad a momentos posteriores.

 

La conquista por Roma del territorio de los galaicos

LOS TEXTOS SOBRE LA CONQUISTA DE LOS GALAICOS Y LAS RECONSTRUCCIONES HISTORIOGRÁFICAS CONTEMPORÁNEAS

Una de las cuestiones que una lectura detenida de las escasas fuentes disponibles sobre las guerras cántabras deja perfectamente clara, es que los pueblos contra los que Roma dirige sus fuerzas son cántabros y los astures, que habitaban un territorio de transición que se extendía desde las orillas del Mar Cantábrico hasta las llanuras de la Meseta norte, limitado al oeste por los Montes de León. El territorio de los galaicos no se vio involucrado de forma directa en la contienda (Morillo, 2002, 71; Morillo, 2011, 12). Así lo reflejan las interpretaciones más respetuosas con los datos de los textos.

Ya en el 206 a.C., la entrada de Gadir (Cádiz) en la órbita romana va a convertir a esta nueva potencia en heredera directa de la política e intereses comerciales de la vieja ciudad fenicia en las costas oceánicas. Las costas atlánticas peninsulares entran de esta manera indirectamente en los intereses romanos, integrándose dentro de los circuitos comerciales y convirtiéndose en una auténtica frontera política del Estado romano, por lo que los pueblos que habitaban este espacio debieron irse familiarizando a partir de ese momento con Roma como potencia colonial, a pesar de que el agente directo fueran principalmente los navegantes gaditanos (Morais, 2007; Fernández Ochoa y Morillo, 2013, 63). Los hallazgos de comercio mediterráneo en la fachada atlántica de la Península Ibérica, especialmente abundantes a partir del siglo IV a.C., se incrementan notablemente desde comienzos del siglo II a.C., incorporando un número creciente de mercancías de origen itálico (Naveiro, 1991, 130-131; González Ruibal, 2006/07, 262-269, 512-523).

La República impulsa además diversas expediciones con fines claramente militares. La primera de estas fue la de Polibio quien, a mediados del siglo II a.C., realiza un periplo en dirección norte a partir del Estrecho de Gibraltar, siguiendo una ruta que contorneó las costas atlánticas peninsulares y alcanzó la Galia4 . Desgraciadamente su relato no se conserva (Fernández Ochoa y Morillo, 2013, 63). El progreso en el conocimiento de la fachada atlántica peninsular entre los historiadores y geógrafos grecolatinos queda de manifiesto en el papiro hallado hace algunos años que contiene un mapa y varios pasajes de la Geografía de Artemiodoro de Éfeso, algunos de ellos relativos a la Península Ibérica. Este geógrafo, que realizó diversos viajes por las costas hispanas, publicó su obra entre el 104 y 101 a.C. (Kramer, 2006, 98 y 102-105).

En el año 137 a.C. tiene lugar la campaña terrestre de D. Julio Bruto contra los galaicos5 , que supuso la exploración de las áreas interiores meridionales entre el Duero y el Miño, alcanzando el Lethes, el flumen Oblivionem [el Río del Olvido], que se suele identificar con el Limia. La expedición continúa hasta el río Minius (Miño), donde Bruto retrocede después de ser testigo del hundimiento del sol en el Océano, hecho al que se le atribuye un claro sentido simbólico de finis terrae.

En el 96-94 a.C. se sitúa una nueva intervención militar en el Noroeste peninsular. Nos referimos a la de P. Licinio Craso, procónsul de la Hispania Ulterior, destinada a localizar las famosas [Islas Casitérides] islas del estaño, las kass?te??de?6 . Craso obtuvo en el 93 a.C. un triunfo «sobre los lusitanos», lo que indicaría, por una parte, que la expedición tuvo una finalidad militar indiscutible y, por otra, que la distinción entre lusitanos y galaicos aún no estaba muy clara.

Años más tarde, entre los años 61-60 a.C., César, propretor de la Ulterior, extiende el dominio político romano hasta el Golfo Ártabro. Tras acometer diversas campañas a ambos lados del Duero, la flota gaditana al mando de L. Cornelio Balbo le permite llegar a Brigantium (A Coruña)7 . Seguramente dicha cita se refiera al desembarco al fondo de la rada coruñesa, al pie del castro prerromano de Elvira (Bello y González Afuera, 2008), ya que la arqueología retrasa la fundación del asentamiento romano hasta varias décadas más tarde. Los conocimientos de los marinos de Gades respecto a la ruta atlántica debieron desempeñar un papel fundamental en dicha expedición (Chic, 1995, 62) (Fig. 3).

Las fuentes guardan silencio a partir de ese momento. Casi la única mención en las guerras cántabras a la Gallaecia es una problemática referencia de Orosio a que las campañas augusteas tuvieron lugar en ulteriores Gallaeciae partes8 , sobre la que volveremos más adelante. A partir de dicha referencia se han elaborado los relatos contemporáneos en los que el territorio de los galaicos fue un importante escenario de la contienda contra «cántabros y astures», fundamentalmente el de Schulten.

El investigador alemán, que elabora su hipótesis durante los años cuarenta del siglo XX, extiende las campañas augusteas a todo el cuadrante Noroeste, desde la desembocadura del Duero a los límites de la depresión vasca, incluyendo a los pueblos galaicos en el teatro de operaciones y planteando la existencia de campamentos en Lugo y Braga, donde más tarde se levantarían las ciudades de Lucus Augusti y Bracara Augusta respectivamente (Schulten, 1943, 174). Dicha hipótesis arraigó con fuerza en la historiografía, aunque fue fuertemente contestada por numerosos autores, en particular Rodríguez Colmenero (1979), quien situó definitivamente las guerras en sus correctos parámetros espacio-temporales. Sin embargo, todavía en 1982, con ocasión de la celebración de la exposición conmemorativa del Bimilenario de la Conquista del Norte de Hispania, se incluye el territorio galaico dentro del escenario de la contienda, debido a la «necesidad» de ubicar el episodio de Monte Medullio a orillas del Miño (o del Sil) (VV. AA., 1982, 43-45, fig. 47).

4. Polibio, Historiae III, 16.

5. Tito Livio, Per. LV; Apiano Iber, 72; Estrabón, Geog. III, 3, 1; Plinio, Nat. Hist. IV, 112; Floro, Epit. I, 33, 12; Orosio, Hist. V, 5, 12.

6. Estrabón, Geog. III, 5, 11.

7. Dión Cassio, Historia Romana XXXVII, 52-53.

8. Hist. VI, 21, 6-8.

Actualmente, el silencio de las fuentes se interpreta como una prueba de que toda la costa galaica y la mayor parte de las planicies interiores, bien comunicadas con la costa, especialmente en la Gallaecia meridional, pero también en las actuales provincias de Pontevedra, Orense y A Coruña, se hallaban ya bajo el dominio romano a mediados del siglo I a.C. Tan sólo los rebordes montañosos de la Cordillera Cantábrica y los Montes de León y, tal vez, la franja costera cantábrica, debían tal vez quedar fuera de dicho control. A nuestro juicio, en este sentido debemos interpretar la susodicha alusión de Orosio a que las campañas augusteas tuvieron lugar en ulteriores Gallaeciae partes:

Por otro lado, los lugartenientes Antistio y Firmio (Furnio) sometieron en singulares y duros combates las partes más alejadas de Gallaecia, las cuales, sembradas de montes y bosques, terminan en el Océano9 .

9. «…praeterea ulteriores partes Gallaeciae partes, quae montibus silvisque consitae Oceano terminantur, Antistius et Firmius (Furnius) legati magnis gravibusque bellis perdomuerunt»,
Hist. VI, 21, 6-8 (ed. Gredos, trad. E. Sánchez Salor, 1982).

Un poco antes, en un pasaje silenciado y traducido sumariamente por buena parte de la investigación, en el que el propio Orosio se refiere a un «segundo» Océano, sin duda alguna el Mar Cantábrico, ubica bien a las claras el territorio de cántabros y astures, contra los que lucha Augusto:

Los cántabros y astures constituyen una parte de la provincia de Galicia, en la zona por donde se extiende al norte, no lejos del segundo Océano, la prolongación de la cordillera Pirenaica10.

10. «Cantabri et Astures Gallaeciae portio sunt qua extentum Pyrenae iugum haud procul secundo Oceano sub septentrione deducitur»,
Hist. VI, 21, 1 (ed. Gredos, trad. E. Sánchez Salor, 1982).

Aunque algunos investigadores han querido buscar en estas ulteriores Gallaeciae partes la referencia al extremo noroeste de Galicia, el finis terrae, las dos referencias de Orosio en conjunto muestran bien a las claras que el territorio objeto de ataque por parte de las tropas romanas fue una parte de la Gallaecia, provincia en el siglo IV-V d.C., en época del obispo de Aquae Flaviae (Chaves). Dicha área se extendía al norte de dicha provincia, a lo largo de costa cantábrica. Y Antistio y Firmio (Furnio), sometieron en diversos momentos del conflicto las partes más alejadas de Gallaecia, sin duda las zonas de la provincia bajoimperial adscritas a los astures y tal vez a los cántabros, puesto que sólo se lucho contra estos pueblos. La referencia a que este extremo de la provincia Gallaecia donde se luchó estaba sembrado de montes y bosques que terminaban en el «segundo» océano (mar Cantábrico) ilustra bien a las claras que se refiere al territorio montañoso septentrional, correspondiente a la Cordillera Cantábrica y los Montes de León (iuga Asturum), zona de contacto entre las actuales Galicia, Asturias y León (Fernández Ochoa y Morillo, 1999, 32).

A MANERA DE CONCLUSIÓN: EL TERRITORIO DE LOS GALAICOS EN LA NUEVA GEOGRAFÍA DE LAS GUERRAS CÁNTABRAS

No cabe duda que su proximidad geográfica al territorio de los astures, debió dotar a la Gallaecia interior de una especial relevancia estratégica. La tierra de los astures era un espacio geográfico más complejo y diversificado que el de los cántabros, comprendido entre el mar Cantábrico, la Gallaecia, al oeste, y los pueblos meseteños dominados por Roma, al sur y al este (vetones, vacceos). Precisamente la frontera meridional, sin ningún obstáculo geográfico visible, resulta difícil de definir (Morillo, 2014, 145).

El ataque romano hacia los confines occidentales de la Asturia Transmontana debió partir del territorio galaico. Sabemos que el gobernador de la Hispania Ulterior, P. Carisio, se encontraba al frente de la tropas occidentales, de las que, a juzgar por los testimonios epigráficos y arqueológicos datados algunos años más tarde, formaban parte sin duda las legiones V alaudae, VI victrix y X gemina, que debieron ascender desde la Bética por el interior del actual territorio portugués hasta cruzar el Duero. Dentro de este esquema estratégido bien planificado, y teniendo en cuenta el dominio marítimo de la fachada atlántica peninsular que ejercían desde hace siglos los navegantes gaditanos, es más que probable la participación de una flota o flotilla destinada al avituallamiento de las tropas que formaban parte de esta columna occidental. El empleo de fondeaderos situados en el curso bajo de vías fluviales se ha atestiguado recientemente en el río Cávado (Morais et al., 2013) desde época augustea, lo que podría justificar precisamente la presencia de una base militar logística en esta zona, desde donde avituallar a las tropas reduciendo al mínimo los costs de transporte terrestre. El abastecimiento por vía marítima pudo verificarse asimismo en algún punto de las Rias Bajas.

Desde el territorio de los bracari, las tropas debieron dirigirse hacia las montañas limítrofes con los astures a a través de la región portuguesa de Minho y de la actual Galicia. Tranoy (1981, 139- 140) admite que pudieron haber seguido la costa o más al interior, aprovechando la ruta natural que sigue la falla Régua-Verín. De cualquier manera el ejército romano alcanzó las proximidades de Lugo atravesando las planicies interiores de Galicia, sin que por el momento hayamos encontrado testimonios de luchas o conflictos con los pueblos locales. Desde aqui se procedería al asalto del territorio astur transmontano, situado las zonas montañosas entre Galicia, Asturias y León, «en los extremos de la Gallaecia», y a la ocupación del litoral astur (Morillo, 2014, 145).

Algunos testimonios apuntan también a un ataque directo desde el espacio entre el Duero y el Miño hacia el sur del territorio astur. Tanto la dispersión de restos numismá ticos (Blázquez Cerrato, 2002, 273-288) como los miliarios augusteos y tiberianos (Lostal, 1992, 270; Rodríguez Colmenero et al., 2004, 156-210) parecen indicar que el trazado de la via XVII del Itinerario de Antonino, y reflejado también en la Tabla IV del Itinerario del Barro (Fernández Ochoa et al., 2012: 168-171), que conecta la Asturia Augustana y la Gallaecia meridional a través de la región de Tras-os-Montes es una de las rutas romanas más antiguas de toda la región, una posible via militar (Morillo, 2009: 246; Morillo, 2014: 145) (Figs. 8 y 9). No cabe duda que las tropas de Carisio pudieron de esta manera alcanzar la Meseta y realizar una operación en tenaza combinada junto con las tropas de la columna oriental, encargada de atacar Cantabria y la Asturia meseteña. E incluso el Bierzo, valle interior rodeado de montañas, a través de los corredores naturales que, desde la costa, remontan los ríos Limia o Miño hacia el corazón de la actual provincia de Orense (Fig. 10).

No cabe duda que estas operaciones militares debieron dejar testimonios sobre el terreno que no corresponden estrictamente a campamentos de batalla y asedios, sino a recintos militares de campaña, bases logísticas y vías militares. Es preciso seguir investigando e interpretando dentro de sus correctos parámetros las novedades que sin duda iremos conociendo a fin de valorar de una forma más ajustada el papel del territorio de los galaicos en los acontecimientos que conocemos como guerras cántabras.

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