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Teresa de Lisieux: «una espesa niebla»

Por Gerardo Manresa Presas

CRISTIANDAD, Año LXX - Núm. 981, abril de 2013, pág. 3

«Me imagino que he nacido en un país cubierto de espesa niebla» (Teresa de Lisieux)

La noche oscura

Teresa de Lisieux había pensado siempre que moriría joven y así cuando la noche del Jueves al Viernes Santo, del 2 al 3 de abril de 1896, después de hacer la vela al Santísimo Sacramento en el Monumento, padeció el primer vómito de sangre, dice que: «Jesús quiso darme la esperanza de ir pronto a reunirme con Él en su dulce Cielo. ¡Qué dulce recuerdo!»,(1) pero el Señor quería pedirle a Teresa otro acto de amor, pero este de un modo muy diferente a todos los que había vivido hasta entonces. La noche siguiente volvió a repetirse un segundo vómito de sangre. Durante estos días, explica ella misma, «gozaba de una fe tan viva y clara, que el pensamiento del Cielo, constituía toda mi felicidad; no podía comprender que hubiera impíos sin fe».(2)

Ella no podía creer que hubiera gente que negara la existencia del Cielo donde el mismo Dios sería su recompensa y que hablaban contra su creencia. Este era el pensamiento que había dominado en la mente de Teresa durante toda su vida y así empezó, tras las hemoptisis, para Teresa la fiesta de Pascua. Pero el mismo lunes de Pascua, es decir, dos días más tarde,(3) Dios «permitió que su alma entrara en las más oscuras tinieblas del espíritu».(4) Este sería su último y más grande acto de AMOR.

Esta situación de oscuridad la vivirá Teresa hasta, prácticamente, el final de sus días, es decir casi diez y ocho meses y durante la misma confiesa ella misma que no siente nada y lo explica así en sus escritos: «En los tan luminosos días del tiempo pascual me dio a entender Jesús que realmente hay algunas almas faltas de fe y esperanza, las cuales por abuso de las gracias divinas han perdido esos preciosos tesoros, fuente de los únicos goces puros y verdaderos. Permitió que invadieran mi alma las más densas tinieblas y que la idea del Cielo, tan dulce para mí desde la más tierna edad, viniese a ser objeto de lucha y de tormento. El padecimiento de esta tribulación no se limitó a varios días o algunas semanas; hace ya meses que la sufro y todavía aguardo la hora de verme libre de ella».(5 )

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1. Teresa de Lisieux, Manuscrito a la M. María de Gonzaga, 4 r.

2. Ibid, 5r.

3. P. Ignasi Casanovas, S.I., L’ànima de santa Teresa de l’Infant Jesús, Foment de Pietat, 1947, pag. 192.

4. Teresa de Lisieux, Manuscrito a la M. María de Gonzaga, 5r.

5. Ib.

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El manuscrito en que escribe esto Teresa, está dirigido a la madre María de Gonzaga, que se lo encargó el día 3 de junio de 1897, es decir, catorce meses después de su primera hemoptisis y del inicio de sus oscuridades. En él pasa a describir esta oscuridad: «Supongo que he nacido en un país envuelto en una espesa niebla. Jamás he contemplado el sonriente aspecto de la naturaleza ni visto brillar un solo rayo de sol. Pero desde mi infancia, oigo hablar constantemente de estas maravillas, y sé que el país que habito no es mi patria, que hay otro hacia el cual debo aspirar incesantemente.

«No es esta una historia inventada por ningún habitante de las tinieblas, es verdad indiscutible, pues el Rey de la patria del sol luminoso y brillante, vino a vivir por espacio de treinta y tres años en el país de las tinieblas…. mas ¡ay! Las tinieblas no comprendieron que era la luz del mundo (Jn 1,5)».(6)

Más adelante dice: «Esta imagen de la prueba que me aflige es tan imperfecta como un esbozo comparado con su modelo; pero no quiero escribir más sobre este asunto, temería blasfemar... hasta tengo miedo de haber dicho demasiado... ¡Ah, Dios me perdone! Él sabe muy bien que, aunque me falte el goce de la fe, me esfuerzo en practicar las obras. He hecho más actos de fe desde hace un año que durante toda mi vida».(7)

Reconoce que el enemigo va presionándola para que abandone esta actitud de lucha esperando un Cielo que no existe para ella, pero sigue: «cuando el enemigo me reta, me porto como valiente; sé que es de cobardes batirse en duelo, por lo cual vuelvo la espalda a mi adversario sin mirarle jamás de frente; corro luego a mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar toda mi sangre para confesar que hay un Cielo, que me considero feliz de no poder contemplar en la tierra con los ojos del alma ese hermoso cielo que me espera, a fin de que se digne abrirlo por toda la eternidad a los desgraciados incrédulos».(8 )

Acaba la descripción de esta noche obscura a la madre María de Gonzaga diciendo: «Sin duda creerá V.R. venerada Madre mía, que exagero un tanto la noche de mi alma. Si juzga por las poesías compuestas por mí este año, le parecerá que recibo grandes consuelos y que casi se ha rasgado ante mis ojos el velo de la fe. A pesar de ello, ya no es un velo, sino un muro que se levanta hasta los cielos y me oculta el firmamento estrellado. Si canto la felicidad del Cielo, la eterna posesión de Dios no es porque sienta goce alguno; canto sencillamente lo que quiero creer. Confieso que algunas veces ilumina mi alma un tenue rayo de sol; cesa entonces la prueba al instante, pero después, el recuerdo de este rayo, en vez de consolarme, hace más densas aún las tinieblas».(9) Como final hace una confesión de abandono y confianza en la misericordia del Señor: «¡Ah, nunca como ahora he sabido apreciar cuán dulce y misericordioso es el Señor! Me ha enviado esta pesada cruz en la ocasión en que podía llevarla; creo de veras que me hubiera desalentado antes. Ahora sólo me priva de todo sentimiento de natural satisfacción en mi aspiración a la patria celestial».(10)

La enfermedad física

Además de esta oscuridad espiritual, Teresa estaba aquejada de una enfermedad muy grave, la tuberculosis, que tuvo una total incomprensión por parte de su superiora, pues estos vómitos de sangre se atribuyeron durante los primeros meses a una irritación de garganta y así continuó realizando los trabajos rutinarios del convento como todas las otras religiosas hasta un año más tarde. La celda de Teresa estaba situada en el piso superior del noviciado al otro lado del claustro, la zona más alejada del centro del convento y lo tenía que atravesar cada día varias veces para acceder a ella. Los trabajos la fatigaban tanto que al final del día debía subir sola todas las escaleras para volver a su dormitorio y tenía que pararse en cada escalón para tomar aliento y, llegando agotada a la celda, estaba casi una hora para desvestirse. Durante el frío invierno de aquel año, 1896, su estado físico sufrió mucho. Preguntada si necesitaba alguna asistencia, en aquellas horas de sufrimiento, respondía: «¡Oh, no! Al contrario: estoy contenta de tener mi celda lejos, así mis hermanas no me pueden oír. Estoy contenta de sufrir sola; si me compadecen y me llenan de delicadezas, no disfruto».

La caridad

A pesar de esta situación doblemente comprometida, Teresa se olvida de ella y sólo piensa en las necesidades de los demás y miraba de hacer bien a todos los que lo necesitaban. La caridad es el refugio de su noche oscura. El primer hecho que se puede observar es cómo Teresa ve en esta situación de oscuridad, la situación de millones de personas que no creen o que rechazan aceptar la fe o son pecadores y a ellos aplica o, mejor dicho, por ellos sufre y ofrece esta obscuridad:

«Pero, Señor, ¡vuestra hija ha comprendido vuestra luz divina! Ella os pide perdón para sus incrédulos hermanos, consiente en comer el pan del dolor todo el tiempo que gustéis; por amor vuestro se sienta a esa mesa llena de amargura, en donde se alimentan los pobres pecadores, y no quiere levantarse de ella hasta que dé la señal vuestra mano. Pero, ¿no puede deciros en su nombre y en el de sus hermanos delincuentes: Tened compasión de nosotros, Señor, que somos pobres pecadores?»

Oh Señor, haced que volvamos justificados…(11)

Y en esta misma situación de total oscuridad y enfermedad grave, que a muchos de nosotros nos haría volvernos hacia nosotros mismos y olvidar a nuestros hermanos, Teresa no disminuye un ápice su alegría en el trato con sus hermanas y para practicar la caridad siempre que puede con ellas, como se refleja en la segunda parte del manuscrito de la M. María de Gonzaga.(12)

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6. Ibid, 5v.

7. Ibid, 6v.

8. Teresa de Lisieux, Manuscrito a la M. María de Gonzaga, 6v.

9. Ibid, 7r.

10. Ibid, 7r.

11. Ibid, 5v

12. Teresa de Lisieux, Manuscrito a la M. María de Gonzaga, 11r-36v.

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El manuscrito de su caminito

En el mes de setiembre de este año, 1896, su hermana María, sor María del Sagrado Corazón, le pidió que hiciera un escrito en el que reflejara su doctrina. A pesar de haber recibido grandes luces sobre el mismo en el retiro celebrado a comienzos de dicho mes, Teresa le confiesa que su alma, en estos momentos, no tiene consuelo: «No crea VC que abunda en consuelos el alma mía. ¡Oh no! Mi consuelo es no tenerlo en la tierra».(13) Jesús no se le muestra, sólo la instruye en secreto.

Con este preámbulo Teresa inicia la explicación de su caminito y, cómo no, le expone cual es su actitud ante la situación de oscuridad completa en que está viviendo: «sólo el amor es capaz de hacernos agradables a Dios».(14) y el único camino que conduce a Él: «ese camino es el del abandono de la criatura que se duerme sin temor en los brazos de su padre».(15)

Esta receta de Teresa le vale igual para su estado de oscuridad que para el estado de iluminación, el abandono y el amor pueden seguir siendo los mismos. Ella en la situación en que está, con una niebla muy densa que no le deja ver, espiritualmente, absolutamente nada, puede escribir toda su doctrina y expresar luego aquella oración suplicante a Jesús dándole gracias por la conducción de su alma, aun en la oscuridad y recordarle sus deseos, sus esperanzas que tocan al infinito, y pasa a enumerar las vocaciones que le gustaría tener, para resumirlas todas en la vocación del amor, en el corazón de la Iglesia. Pero su canto no acaba aquí sino que quiere comprometer al mismo Jesús y le conjura para que «¡inclines tu divina mirada a un sinnúmero de almas pequeñitas, te suplico que te escojas en este mundo una legión de almas víctimas pequeñas dignas de tu Amor!».(16)

El amor y el abandono de Teresa en los brazos de Dios son de tal magnitud que le permiten, aun en las horas de la espesa niebla, cantar lo que QUIERE CREER, pues como ha dicho ella no siente nada.

Tres días más tarde Teresa vuelve a escribir a sor María del Sagrado Corazón,(17) que ha contestado a su manuscrito, haciéndole ver que también puede amar a Jesús tanto como ella y que los deseos que ella tiene son consuelos que envía Jesús, a veces, a almas pequeñas como la suya, «pero cuando niega este consuelo, es gracia privilegiada». Ella está en esta situación: no tiene consuelos, pero se complace en su pequeñez y en su pobreza y tiene «una esperanza ciega en su misericordia».

Teresa le explica a su hermana que «para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil y miserable sea una más idónea será para recibir las operaciones de este Amor» y que si no lo siente es igual, «el solo deseo de ser víctima, basta, pero es necesario consentir en quedar siempre pobres e impotentes».

Todo lo que explica Teresa lo cree, pero no lo siente porque está con una niebla espesísima, pero, como ella dice, el deseo de ser víctima es suficiente. Ella tiene una confianza total en que el Señor y la vendrá a buscar, y le es igual todo lo que le pueda ocurrir, porque «la confianza y nada más que la confianza es la que debe conducirnos al Amor».

La rosa deshojada

El 9 de junio de 1895, diez meses antes de aparecer la espesa niebla, Teresa se había ofrecido como víctima de holocausto al Amor misericordioso, suplicando al Señor que su vida se vaya consumiendo continuamente en lo que Él quiera, porque ella quiere ser mártir de su amor.

Y para expresar este deseo de una forma poética, en mayo de 1897, compone la poesía La rosa deshojada que al mismo tiempo que refleja el deseo de ser víctima deja patente la situación de oscuridad espiritual en que vive y también el reflejo de su estado de salud, que en estos momentos ya empieza a ser muy grave.

Teresa siempre a lo largo de su vida ha disfrutado esparciendo flores, en las procesiones de Corpus Christi se prodigaba delante del Santísimo Sacramento esparciendo pétalos de rosas y era feliz cuando «veía que mis rosas deshojadas tocaban la Santa Custodia»,(18) más tarde, escribe en el manuscrito a sor María del Sagrado Corazón, que no le queda otro remedio para demostrar su amor que echar flores: «quiero sufrir y hasta gozar por amor; así echaré flores; cuantas encuentre, sin exceptuar una sola, las deshojaré en vuestro obsequio….».(19)

En la poesía, al igual que cuando tiraba pétalos al Santísimo Sacramento, ella quiere ser rosa deshojada. Con ella describe su propia misión y más en estos momentos de soledad total, tanto espiritual como física. Ella sabe que estas flores serán llevadas a través de Jesús hasta las manos del Señor, y entonces, con un valor infinito volverán a la tierra para esparcirlas sobre la Iglesia sufriente.

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13. Teresa de Lisieux, Manuscrito a la M. María del Sagrado Corazón, 1r.

14. Ibid, 1r.

15. Ibid, 1r.

16. Ibid, 5v.

17. Teresa de Lisieux, Carta VII, a sor María del Sagrado Corazón, Obras completas, Ed. Casulleras, Barcelona, pgs.501-504.

18. Santa Teresa de Lisieux, Obras completas, capítulo segundo, Ed. Casulleras, pag. 29.

19. Santa Teresa de Lisieux, Obras completas, capítulo decimoprimero, Ed. Casulleras, pag. 261.

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«Jesús, cuando te veo que abandonas los brazos de tu Madre, y tenido por ella, ensayas, vacilante, por nuestra triste tierra tus indecisos y primeros pasos, yo quisiera ir delante deshojando una rosa blanca y fresca, y así tu piececito posaría muy suave y dulcemente sobre una flor.

»La rosa deshojada, niño divino, es la imagen fiel del corazón que, a cada instante, quiere inmolarse por ti sin reservas.

»Señor, sobre tus altares, más de una fresca rosa quiere brillar; cierto que se da a ti, pero yo sueño en otra cosa: en deshojarme.

»La rosa en su esplendor, oh amable Niño, puede embellecer una fiesta; pero a la rosa deshojada, se la olvida y tira al capricho del viento.

»La rosa que se deshoja se entrega para no ser, sobre las hojas de rosa se camina tranquilamente y estos residuos son un sencillo ornamento que se dispone sin arte.

»Yo lo he comprendido. ¡Oh, Jesús! Yo he prodigado por tu amor mi vida y mi porvenir. Rosa marchita para siempre, he de morir por ti, Jesús, belleza suma.

»Deshojándome te quiero demostrar que te amo con todo mi corazón. Bajo tus pies de niño quiero vivir en secreto sobre la tierra; y quisiera también suavizar tus últimos pasos camino del Calvario.»(20)

Teresa, minada por la enfermedad, en el límite de sus fuerzas, ofrece su «nada» arrojándose a los pies de Jesús en un acto de amor puro y total. Así la descubrimos aquí: no pide nada, se entrega por entero, está casi al otro lado de la muerte, se diría que al otro lado del amor. En mayo ya no está en condiciones de participar en la liturgia floral de las novicias. Uno tras otro va renunciando a los actos de comunidad. Ahora le queda una tarea suprema: «Debo morir». Morir disolviéndose al filo de los días, como una «rosa» que se «deshoja».

En la más completa oblación, enteramente, a cada instante, sin pena alguna. Su generosidad sólo puede compararse con su delicadeza: que su vida así prodigada sea sólo dulzura bajo el «piececito» del Niño Jesús y bajo las «últimas pisadas» del camino que le lleva al Calvario. La rosa deshojada surge aquí en toda su patética belleza, con la autenticidad de lo vivido.

Teresa ya no sueña siquiera con entregarse a Jesús, sino con deshojarse bajo sus pasos, con morir disolviéndose. En las estrofas 3 y 4 vuelve a aparecer la idea de ser el juguete del Niño Jesús, el juguete sin valor que se rompe y se tira: «La rosa en su esplendor puede embellecer tu fiesta, pero a la rosa deshojada, se la olvida y tira (nótese la fuerza de esta palabra al final del verso) al capricho del viento», es decir, a ninguna parte, adonde a nadie importa. «La rosa deshojada se entrega para no ser», lo cual es ya el colmo del abandono; ni siquiera se le presta atención (4,1- 3), no es más que unos despojos muertos. De esta manera, ofrece la prueba suprema de su amor, sin saber lo que Jesús hará de ella. Ella es sólo una rosa deshojada, pisada y marchita, es decir, nada.

Teresa responde con esta poesía a una petición de una carmelita de París, antigua priora de Lisieux, que había oído hablar maravillas de sus dotes de poeta y que quiere ponérselas a prueba: «Si es verdad que esa hermanita es una joya, que me envíe una de sus poesías, y lo comprobaré por mí misma»; y, según María de la Trinidad, proponía incluso el tema de la rosa deshojada.

La madre Enriqueta quedó muy contenta y pensaba que únicamente le faltaba una última estrofa para explicar que, a la hora de mi muerte, Dios recogería esos pétalos para volver a formar con ellos una rosa preciosa que brillaría por toda la eternidad». ¡Qué gran error! Para Teresa, «amar es entregarse» sin pedir nada a cambio. Y contesta: «Que esa buena madre haga la estrofa tal como lo dice, que yo no me encuentro en absoluto inspirada para hacerlo. Mi deseo es ser deshojada para siempre, para alegrar a Dios. Y se acabó».(21)

20. Poesía Una rosa deshojada. Fecha: 19 de mayo de 1897. Compuesta para la M. María Enriqueta, del Carmelo de París, a petición suya.

21. André Combes, Introduction à la spiritualité de sainte Thérèse de l’Enfant Jésus. París, 1946.