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Cuerpo y rostro glorioso, no reconocible más que cuando Él quiere

 

Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies.
Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto».
Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.»
Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro».
Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios».
18 Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
(Jn 2,11-18)

 

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Iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado.
Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.
El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido.
Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?»
El les dijo: «¿Qué cosas?»

...cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado.
Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros»...
(Lc 24, 13-19; 30-36).

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Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios.
Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos.
Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron.
Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea.
Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos.
Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.
(Mc 16,9-14).

4 Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
5 Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.»
6 El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
7 El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar.
8 Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
9 Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.
10 Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.»
11 Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.
12 Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.
13 Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.
14 Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
(Jn 21,4-14)

 

 

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Tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar.
Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante
(Lc 9,28-29).

Toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto.
Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
(Mt 17,1-2).

Toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos.
(Mc 9,2).

Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad.
Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: «Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco».
Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo.
(2P 1,16-18)

Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
(Jn 1,14)

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Somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.
Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de Su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. (Fil 3,20-21 Bibl CEE. Lectura de la misa del 6.11.2020)

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En la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza;
se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura (Gn 2,7): Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida.
Mas no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual.
El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste.
Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción.
¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.
En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad.
Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita (Is 25,8): La muerte ha sido devorada en la victoria.
(1Co 15, 42-54)