....CRISTIANDAD FUTURA.... ...Hispanidad Futura. ....
Ante la Cruz de Cristo, Redentor del Mundo.ReL Jorge López Teulón 23 marzo 2012
1 EL MISTERIO DE LA CRUZ
Habiéndose Dios propuesto en su excesiva
caridad redimir y salvar al hombre pecador, entre los infinitos
medios que para ello se le ofrecieron, escogió el hacerse hombre
y morir en una cruz. La Cruz es, pues, el instrumento por el cual
Dios-Hombre, Jesucristo, lleva a cabo la grande obra de nuestra
Redención, la reconciliación del cielo y la tierra, de Dios y
los hombres y de los hombres entre sí, según aquellas palabras
de san Pablo: Plugo al Padre reconciliar por su Hijo
todas las cosas consigo, restableciendo la paz entre el cielo y
la tierra, por medio de la sangre que derramó en la Cruz
(Col 1,20). Grandes son los bienes que Jesús nos hizo por el
misterio de la Cruz: nos reconcilió con su eterno Padre,
ofreciéndose a sí mismo como víctima expiatoria por nuestros
pecados; nos abrió las puertas del Cielo, que estaban cerradas
por el pecado de nuestros primeros padres; nos mereció la gracia
primera, que nos justifica, y las gracias del perdón por los
pecados cometidos y de fortaleza para evitar los venideros;
quebrantó con el báculo de la Cruz la cabeza de la serpiente
antigua, esto es, destruyó la potencia de Satanás, que tenía
al mundo sujeto con la cadena de todos los errores y vicios, y
nos dio a nosotros ejemplos de virtudes y juntamente incentivos,
estímulos y ayudas para practicarlas, con lo cual triunfáramos
gloriosamente de ese nuestro mortal enemigo.
Conocida es la definición que de la Cruz nos ha dado el gran
Obispo de Hipona, diciendo que es Cathedra docentis,
ara sacrificantis, thronus regnantis.
Estos bienes y otros muchos más nos vinieron por el misterio de la Cruz. Porque -como dice Santo Tomás- mientras un corazón devoto filosofare más sobre este misterio, más frutos y conveniencias hallará. Continuemos, pues, filosofando devotamente y busquemos la causa y fuente de tanto bien, el rico filón de oro purísimo.
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Ante la Cruz de Cristo, Redentor del Mundo.2 LA CRUZ, MISTERIO DE AMOR
No podía ser otra la causa y origen primero de la Redención, sino la caridad eterna de Dios, como nos lo ha declarado el mismo Jesucristo (Jn 3,6): Así amó Dios al mundo, que no paró hasta dar a su Hijo unigénito, a fin de que todos los que creen en él no perezcan, sino que vivan eterna. Y el Apóstol, en su carta a los de Éfeso: Dios, que es rico en misericordia, movido del excesivo amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por el pecado y éramos objetos de su cólera, nos dio vida juntamente en Cristo (Ef 2,4-5). Jesucristo, muerto en la Cruz, no es un vencido, una víctima vulgar de los odios humanos, sino una víctima amorosa, que voluntariamente se ofreció por amor a los hombres para salvarlos, como de él dijo el profeta Isaías (53,7): Fue ofrecido en sacrificio porque él mismo lo quiso; y no abrió su boca para quejarse: conducido será a la muerte sin resistencia suya, como va la oveja al matadero, y guardará silencio sin abrir siquiera su boca delante de sus verdugos, como el corderillo está mudo delante del que le trasquila. El Divino Maestro declaró con frase encendida el fin de su misión, diciendo: Yo he venido a poner fuego en la tierra. Y ¿qué quiero sino que arda? (Lc 12, 49). Vino Dios al mundo para merecer de nuevo el amor que por tantos títulos le debíamos; pero el amor no se conquista sino con el amor. Por eso, se presentó entre nosotros vestido con el traje de amador, con el traje de nuestra propia mortalidad, semejante a nosotros según la carne; y después de una carrera de suavísimos amores, entretejida de penas, de trabajos, de hambre y de sed, y de persecuciones, destierros y cárceles, soportados por nuestro amor, quiso darnos la última prueba, muriendo en una afrentosa Cruz por amigos y enemigos, y con tanta prontitud de voluntad y con tanto gozo de su amantísimo Corazón, que en el Cantar de los Cantares (3,1), al día de su Pasión y Muerte se llama él de su alegría, en que quedó colmado de júbilo su corazón. Sobre lo cual, el santo Maestro Juan de Ávila, como fuera de sí por el ímpetu de amor agradecido, habla así con Jesús Crucificado:
¿De qué te alegras entre azotes, y clavos, y deshonras y muerte? ¿Por ventura no te lastiman? Me lastiman, cierto y más a Ti que a ningún otro, pues tu complexión era más delicada. Mas porque te lastiman más nuestras lástimas, quieres Tú sufrir de muy buena gana las tuyas, porque con aquellos dolores quitaban los nuestros.
El fuego de amor de Ti, que en nosotros quiere que arda hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos en Ti, Tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos hiciste, y lo haces arder en la muerte que por nosotros pasaste. ¿Y quién hubiera que te amara, si Tú no murieras de amor por dar la vida a los que por no amarte están muertos? ¿Quién será leño tan húmedo y tan frío, que, viéndote a Ti árbol verde, del cual quien come vive, ser encendido en la cruz y abrasado con fuego tormentos que te daban, y del amor con que Tú padecías, no se encienda en amarte aún hasta la muerte? ¿Quién será tan porfiado que se defienda de tu porfiada recuesta en que tras nos anduviste desde que naciste del vientre de la Virgen y te tomó en sus manos y brazos, y te reclinó en el pesebre, hasta que las mismas manos y brazos te tomaron cuando te quitaron muerto de la cruz y fuiste encerrado en el santo sepulcro como en otro vientre? Te abrasaste, porque nos quedásemos fríos; lloraste, porque riésemos; padeciste, porque descansásemos; y fuiste bautizado con el derramamiento de tu sangre porque nosotros fuésemos lavados de nuestras maldades; y dices, Señor: ¡Cómo vivo en estrechura hasta que este bautismo se acabe! (Lc 12, 50). Dando a entender cuán encendido deseo tenias de nuestro remedio, aunque sabías que te había de costar la vida Una hora, Señor, se te hacía mil años para haber de morir por nosotros, teniendo tu vida por bien empleada en ponerla por tus criados De manera que más amaste que sufriste, y más pudo tu amor que el desamor de los sayones que te atormentaban, y por esto quedó vencedor tu amor, y como llama viva no la pudieron apagar los ríos grandes y muchas pasiones que contra Ti vinieron; por lo cual, aunque los tormentos te daban tristeza y dolor, muy de verdad tu amor se holgaba del bien que de allí nos venía, y por eso se llama día de alegría de tu corazón.
Hasta aquí el P. Maestro Ávila (Audi Filia, III parte, capítulo 69).
¿Quién había de pensar que en esta porfía amorosa había de poder más la criatura miserable que el Todopoderoso? ¿Que ardiendo el árbol verde, Jesucristo, permaneciera el hombre sin arder, como leño húmedo y frío? Esto es, ¿que amándonos Dios gratuitamente a nosotros, objetos de ira, no amásemos nosotros a Él, infinitamente amable, en cuyo amor, además, está toda nuestra grandeza, todo nuestro descanso y felicidad? Sin embargo, el suceso ha sido muy diverso; porque mientras los unos, como debía ser, se han rendido al amor de Cristo Crucificado, los otros, en número infinito, se han escandalizado, haciendo de Él objeto de burla y hasta de persecución.
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Ante la Cruz de Cristo, Redentor del Mundo.3 LA CRUZ, SIGNO DE CONTRADICCIÓN
Lo había profetizado el anciano Simeón, cuando fue presentado el niño Jesús en el Templo, diciendo a María, su madre: Mira, este niño que ves está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser blanco de contradicción de los hombres (Lc 2,34). En torno de la Cruz se dividen los hombres: Nosotros -decía san Pablo a los de Corinto (1Cor 1,24)- predicamos a Cristo Crucificado: lo cual, para los judíos es motivo de escándalo, y parece una locura para los gentiles; si bien para los que han sido llamados a la fe, tanto judíos como griegos, es Cristo la virtud de Dios y la sabiduría de Dios. El mismo Apóstol es el gran enamorado de la Cruz: Dios me libre de gloriarme -exclama- sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está muerto y crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo (Gal 6,14). Y si le preguntáis por la razón de su enamoramiento, él mismo os contestará: Es que Jesús me ha amado hasta el extremo de entregarse a sí mismo a la muerte por mí (Gal 2,21). Este mismo pensamiento embriagaba también como vino suavísimo al apóstol san Andrés y le hacía salir de sí, cuando viendo la cruz que le tenían preparada los verdugos, exclamó: ¡Oh santa Cruz, que recibiste lindeza y hermosura de los miembros de mis Señor, recíbeme de los hombre, y entrégame a mi Maestro, porque por ti me reciba el que por ti me redimió! ¡Oh santa Cruz, muy deseada y ahora para mí aparejada, seguro y alegre vengo a ti, y así tú me recibas como discípulo de Aquel que padeció en ti!. Y este amor a la Cruz, del corazón de los apóstoles se transfundió a los corazones de todos los cristianos; y la imagen del Divino Crucificado comenzó muy pronto a recibir culto privado, como consta por las actas de los mártires, por las pinturas de las catacumbas y por otros testimonios. El hereje Marción se escandalizaba de ello, diciendo que era contra el honor de Dios que su Majestad infinita hubiese padecido las humillaciones y sufrimientos de la Cruz. Pero Tertuliano salía a la defensa de la Cruz, calificando el celo de Marción de falso y engañoso y le persuadía a que reconociese a Dios en todos los estados en que quiso ponerse por amor al hombre. Después de la aparición de la Cruz, con la inscripción luminosa In hoc signo vinces, al emperador Constantino, el culto público a la Cruz se extendió por todas partes. El piadoso emperador abolió el suplicio legal de la cruz formalmente por un decreto soberano; puso el monograma de la Cruz en su Labarum, la grabó sobre la moneda pública, sobre los cascos y los escudos y corazas de sus soldados y con ella adornó su misma diadema imperial. Pero viene después Juliano el Apóstata, y quita la cruz de los sitios donde Constantino la había puesto.
Siempre la persecución religiosa se ha
significado por sus ataques contra la Cruz y sus sagradas
imágenes. Los wiclefitas llamaban a las cruces de madera troncos
podridos y menos dignos de homenaje que los árboles del bosque,
los cuales, al menos, son vegetales vivos, decían. Calvino
prohibió llevar al cuello crucifijos; sus secuaces los
reemplazaron por broches de oro y plata con la efigie del
caudillo. Conocida es la blasfemia de Teodoro de Beza: Confieso
que detesto de corazón la imagen de la Cruz. Y la de
Lutero, en su discurso sobre la Invención (descubrimiento) de la
Santa Cruz: Al diablo con semejantes imágenes, puesto
que no son causa de bien alguno; hay que destruir las imágenes
de la Cruz, y también los templos donde sean adoradas.
El primer cuidado de la Revolución Francesa fue destruir las
cruces. Y ya sabéis que ese ha sido también el del sectarismo
sacrílego que se ha desencadenado en nuestra desventurada
Patria. Pero ¿qué tiene la Cruz que tanto molesta e irrita los
ánimos de los perseguidores de la Iglesia católica? Es que
la Cruz es el signo de nuestra Redención; es el arma con que
Jesús triunfó del mundo, del pecado y del infierno; es el
abreviado compendio de la religión, de las verdades que hemos de
creer, de las virtudes que hemos de practicar
Por eso,
mientras la Cruz es objeto de amor y veneración para los fieles
de la iglesia de Jesucristo, es para sus perseguidores objeto de
execración y odio.
Ante la Cruz de Cristo, Redentor del Mundo.
Carta pastoral de Cuaresma del Siervo de
Dios Manuel Irurita Almandoz (1876-1936), Obispo de
Barcelona, martirizado el 3 de diciembre de 1936