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Consagrarse
al Corazón de Jesús es el comienzo en uno
mismo de aquella síntesis de la religión y de
la vida de la Cristiandad futura Consagrarse al Corazón de Jesús es ofrecerse como ciudadano de su reino y pedírselo. Suplicarle a Jesús, el Verbo hecho carne, tenerle como rey personalmente. Suplicarle que implante en la propia persona el Reino de Dios, que consiste en vivir y obrar según Dios, en vez de vivir y obrar según uno mismo, que es lo que quiere Satanás. Suplicarle a Jesús, el Verbo hecho carne, la liberación propia del imperio de Satanás, ya que Él se hizo hombre para conseguirnos mediante su inmolación no sólo la posibilidad, sino la realidad del Reino de Dios en nuestra alma. A la espera del Reinado en plenitud de ejercicio del Sagrado Corazón de Jesús, tal como Él mismo, con su segunda venida en gloria y majestad, lo establecerá en todas las almas, en todas las naciones y en toda la sociedad humana. Consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús es tener ya, por la gracia misericordiosa, el deseo, la intención, la decisión y el comienzo en uno mismo de aquella síntesis de la religión y de la vida de la Cristiandad futura. Y la esperanza de que reine ya plenamente en la propia persona, lo cual es el mayor bien en el alma, en todas las almas, en todas las naciones y en toda la sociedad: el Reino de Dios efectivo y pleno. Consagrarse a Cristo Rey es desagraviar a Su Sagrado Corazón, la consagración es la verdadera reparación El Papa san Juan Pablo II enseńa que la
verdadera reparación al Sagrado Corazón de
Jesús se identifica con la consagración, porque es unir
el amor a Dios con el amor al prójimo para constituir la
civilización del amor, el reinado del Sagrado Corazón
de Jesús.
La nueva síntesis de fe y vida, el reinado de Dios, en las enseńanzas del papa san Juan Pablo II
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