Una exposición demuestra que el origen de la ciencia moderna es medieval y cristiano y que fue en el siglo XII cuando se formularon teorías que luego sólo se retomaron
Pablo J. Ginés/La Razón 3 abril 2011
¿Por qué la ciencia moderna se desarrolló en
el Occidente cristiano y no en China, la India, Grecia o el
Islam? Estas culturas tuvieron sus genios, lenguaje matemático,
clases ociosas educadas, recursos estatales... Y, sin embargo,
«nada en absoluto comparado a la ciencia moderna», escribió el
físico atómico Peter E. Hodgson en El
origen cristiano de la ciencia.
Guiomar Ruiz, doctora en física y titular de Matemática
Aplicada en la Escuela de Ingeniería Aeronáutica de la
Politécnica de Madrid, es la comisaria de una completa
exposición que muestra en el Pabellón de Convenciones de la
Casa de Campo, en el marco gratuito de Encuentromadrid, los
últimos descubrimientos sobre la ciencia medieval.
La muestra documenta las tesis de Hodgson, que afirman que el
método científico moderno no nació en el siglo XVI con
Galileo, sino en la Edad Media cristiana, con un boom de
creatividad técnica y teórica en el siglo XII y XIII, que sólo
la peste negra consiguió frenar y luego se relanzaría.
«Para hacer ciencia has de valorar lo humano, apreciar a los que
te antecedieron, acoger y desarrollar lo recibido del pasado. Eso
lo hacían los medievales», explica Guiomar Ruiz.
«Además, el Génesis explica que el mundo es bueno, así que
vale la pena conocerlo. No es un mundo absurdo o caótico: es
inteligible, así que vale la pena estudiarlo. Dios además
encargó en Génesis al hombre dominar el mundo, por lo que es
accesible a la mente. No es el único mundo posible, como decía
Aristóteles, sino algo que Dios creó con libertad, que no
depende de un silogismo matemático, previsible, sino que puede
deparar sorpresas, así que es necesario experimentarlo: eso
anima a la ciencia experimental. Y el tiempo judeocristiano es
lineal, no es cíclico como en Oriente: por lo tanto, es posible
progresar, mejorar. Los medievales querían cambiar el mundo»,
afirma la comisaria de la exposición.
Las universidades y escuelas catedralicias del siglo XII eran
auténticos laboratorios de ideas, donde todo se debatía, al
contrario que en las aduladoras cortes orientales. En esos siglos
se difunde, por ejemplo, el molino de batán, que podía mover
martillos mecánicos y fuelles de forja, lo que permitía fundir
hierro con calidad industrial.
«Los chicos no deberían salir de Secundaria sin conocer al
obispo Nicolás de Oresme, precursor de las
funciones y el cálculo infinitesimal, o a fray Roberto
Grossatesta, con sus leyes ópticas, o la ley de máxima
economía de la naturaleza, que hoy llamamos ley de mínima
acción: en la universidad me dijeron que era del siglo XVII,
pero Grossatesta ya lo usa en los siglos XII-XIII. Hay que
conocer también las leyes de la estática de Jordano
Nemorario, o cómo Jean Buridan ya
explicaba que si el Sol estuviese quieto y la Tierra se moviese
nos daría la sensación de que es el Sol lo que se mueve».
¿Qué decir entonces de la idea del Medioevo como era oscura,
sometida por una religión contra la ciencia? «Eso se
contrarresta con los hechos», dice la comisaria mostrando su
exposición.
¿Y Stephen Hawking con sus universos múltiples? «¿Dónde
están esos universos? Son ciencia ficción, no
son constatables, y los medievales querían experimentar las
cosas», responde la profesora de matemática aplicada.
«En 1277, cuando el obispo Tempier de París condena las tesis
averroístas que limitaban el poder de Dios, en realidad abrió
el camino a la ciencia moderna».