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Ceallaigh
Pablo Ginés/ReL 13.02.2012Hay muchas personas que dicen que creen en
Dios, pero no en la Iglesia. Es más difícil encontrar gente
como el escritor irlandés Maolsheachlann O Ceallaigh, cuya
postura era exactamente la contraria: creía en los
valores de la Iglesia católica ("inocencia,
reverencia, tradición, comunidad", enumera) pero no
en Dios. Cuenta su camino hacia la fe, como otros
conversos, en Whyimcatholic.com.
Destellos de algo más profundo
Aunque su madre le llevaba alguna vez a misa, Maolsheachlann no
recibió apenas ninguna formación religiosa. Nadie le
dijo nunca que los católicos debían ir a misa los domingos. Sin
embargo, en su infancia ya se manifestaba su gusto por lo
misterioso, lo reverente. Cuando tenía 7 o 8 años vio
en una esquina de su clase del colegio un estandarte con el signo
Chi-Ro, las iniciales de Cristo en griego. Parecía pertenecer a
otro mundo, a algo serio, sobrio, misterioso... no como tantos
dibujos y colores infantiles del colegio.
También en casa de un abuelo vio una vez una imagen de la Virgen
con el niño y le parecio algo más solemne y romántico, una
realidad más profunda, que lo que veía en los comics o en la TV,
"en esa infancia infinitamente distraida, comercializada y
banalizada de finales del siglo XX". Pero nada de esto
cristalizó en él.
Un año, en el colegio, "una monja anciana y adorable nos
enseñó los misterios del Rosario, las apariciones de Fátima,
la historia de Maximiliano Kolbe y otros temas sólidos".
Pero todos los otros cursos la formación religiosa era pobre y
aburrida, "videos que nos inspirasen y psicología
pop".
Una mini-conversión adolescente
A los 14 años, en vacaciones de verano, visitó a su tía,
esposa de granjero, en un pueblecito donde todos iban a misa.
"Una iglesia repleta es en sí misma un estimulante
para una imaginación religiosa dormida", escribe.
Él estaba descubriendo el poder de la poesía y los símbolos, y
entonces retumbó la voz del sacerdote en el Evangelio: "Yo
soy la vid y vosotros los sarmientos". Le pareció
romántico, se le aceleró el pulso. Y ese verano consiguió un
rosario, una medallita, un póster de los Diez Mandamientos y
escribió un poema sobre la Resurrección... Pero cuando volvió
a su ciudad todo eso desapareció "y volví de nuevo
a mi indiferentismo religioso".
El misterio y lo romántico
"Como adolescente me acosaba la idea de que las aguas de la
vida eran poco profundas para mis ansias, una ansiedad
existencial que crecería en los años siguientes". Todo le
parecía poco. Por eso, le impactó una definión sobre
el misterio. Un alumno dijo: "es algo que nunca
podrás entender". El profesor respondió: "digámoslo
en positivo; el misterio es algo de lo que siempre se
puede aprender más y más". Deseo de más allá,
frente a la mera apariencia.
Como adolescente y joven, asumió el romanticismo tradicional, no
el post-moderno. La poesía de Yeats y Wordsworth y
Keats... ¡poemas que rimasen! Abrazó el romanticismo
del pasado reciente irlandés, las fotos en blanco y negro, la
visión agraria, anti-moderna del nacionalismo irlandés. Era el
único chico en el colegio que defendía el uso de uniformes, a
favor de la censura en "películas enfermizas", contra
el uso del cannabis, etc... "Disfrutaba nadando
contra corriente", afirma. Pero era ateo.
Dios no, Iglesia sí
"Me había convertido en el ateo definitivo",
escribe sobre su juventud. Eso sí, muy a su disgusto. Defendía
continuamente a la Iglesia de sus críticos. Su
posición era parecida a la del filósofo conservador Roger
Scruton en sus memorias Gentle Regrets: "podía
asentir a cada punto de la fe católica excepto la existencia de
Dios".
Maolsheachlann analiza su carácter para explicar el por qué de
su ateísmo. En parte, él era un chico tímido, malo en cosas
prácticas, solitario, y nada de lo que emprendía parecía
fructificar. Sus ansias y nostalgias nunca lograban satisfacerse.
Puesto que lo divino y trascendente es el ansia y deseo más
profundo, parecía lógico que no hubiese Dios, que tampoco ese
ansia tuviese satisfacción.
Por otro lado, por su inclinación romántica, dado que todo lo
veía en un continuo declive, una decadencia, una pérdida...
¿cómo no aceptar la muerte de Dios, la pérdida de Dios? Ahí
encajaba su ateismo.
Escribir te obliga a hacer preguntas
Maolsheachlann había acabado periodismo y trabajaba en una
biblioteca universitaria, tenía veintipico años, y empezó a
escribir: cuentos de terror, novelas de fantasía, más
poesía... "Todo el que escribe sabe que eso es un
viaje en busca de sentido", afirma. Porque ¿acaso
algo tenía sentido? "¿Qué sentido tiene cualquier
historia si, como dice Macbeth, la vida no es más que un
cuento contado por un idiota, que nada significa? Porque
si los ateos tienen razón, la vida no significa nada, eso era
horriblemente claro. Y caí en la depresión más profunda de mi
vida durante varios meses". Ese verano "el cosmos
entero parecía insustancial, sin sentido, como una burbuja que
flota en el aire y puede desaparecer en cualquier momento".
Se volcó en la lectura. "Leí a C.S. Lewis y a G.K.
Chesterton y varios autores cristianos más. Navegué por
Internet, un seguidor silencioso del ácido e interminable debate
sobre Dios en el ciberespacio. Vi debates sobre
apologistas y escépticos en YouTube. Nada, nada era importante,
excepto la pregunta última".
Desconfiar de lo que te gusta
Maolsheachlann quería creer, pero temía
auto-engañarse. Recordaba que Arthur Conan Doyle, el
"padre" del cerebral Sherlock Holmes, intentando
consolarse de la muerte de su esposa e hijo, se había llegado a
creer las patrañas del espiritismo, la ouija y hacer
fotos a hadas. "La poesía en prosa y la apuesta de
Pascal no serían bastante para mí".
Para asegurarse una y otra vez, de forma sistemática, de que no
se auto-engañaba, sometía a prueba cada argumento a
favor de Dios "hasta un nivel ridículo, mucho más
allá de las pruebas que exigiría a cualquier otro tema o
teoría. [...] Tengo un mecanismo de defensa contra el wishful
thinking que se ha asilvestrado y hace que
todo lo deseable parezca, a priori, implausible.
Mientras buscaba a Dios, todos mis prejuicios estaban contra Él,
todas las defensas erguidas".
Eso sí, sólo veía dos opciones: o el ateísmo, o el
catolicismo. "Estaba seguro de eso. Ninguna otra
fuerza en la tierra mostraba la misma dedicación a su mensaje,
la misma resistencia a someterse al espíritu de la época, como
la Iglesia Católica. Ninguna otra institución defendía las
cosas buenas de la vida -familia, comunidad, pureza, patriotismo,
celebración, masculinidad y feminidad, ritual y ceremonia- tan
asiduamente. Cualquier otra religión se arrugaba,
contemporizaba, se mostraba humana, demasiado humana".
Dos libros: Ortodoxia y
The Last Superstition
La obra maestra de G. K. Chesterton, su libro "Ortodoxia",
le convenció de que el cristianismo era la llave de la
cerradura de la vida, del cómo vivir, probada siglo
tras siglo en circunstancias muy distintas.
Pero el libro que cambió su vida fue "The Last
Superstition", una respuesta del filósofo
tomista norteamericano Edward Feser al desafío del nuevo
ateísmo grosero del estilo de Richard Dawkins.
"Fue difícil abordar este libro, me lo tuve que
leer dos veces y despacio, pero paladeé cada
palabra", reconoce.
"Es una demostración lúcida, estricta, de que el
materialismo filosófico no puede ser verdadero, que la
existencia de un Dios todopoderoso, omnisapiente, todo bondad, es
lógicamente inevitable, y de que las pruebas tradicionales de la
existencia de Dios, esas pruebas que cualquier infiel
encuentra tan fáciles de refutar, son mucho más sutiles de lo
que sus críticos entienden y de hecho no admiten
respuesta cuando se entienden bien".
De hecho, a Maolsheachlann le convenció una sola prueba: la
contigencia. "Todo en el mundo físico
depende de otras cosas, pero la cadena no puede remontarse por
siempre, sino que debe terminar fuera del mundo físico, en algo
necesario y eterno y perfecto. Esto me pareció, y me
sigue pareciendo, sólido como una roca. Hace falta algo más de
desarrollo para que este algo eterno y necesario sea Dios tal
como lo entendemos, pero ahí están los argumentos y son
convincentes". Al libro de Edward Feser se remite.
Nueva vida
"Después de meses sumergido, rompí la superficie de las
aguas, pude respirar de nuevo, y el mundo a mi alrededor era todo
nuevo", escribe.
"Así que ahora voy a misa cada domingo, rezo el
Rosario casi cada día, intento conseguir una educación
religiosa que retrasé tanto tiempo y trato de hacer lo
que puedo para nadar contra la corriente del un secularismo
creciente". Pero ¿lo hace sólo por su tendencia a ir
contracorriente? No. Dice que todas las categorías
políticas, culturales, se rompen ante la presencia de Dios,
que los sacramentos y la gracia sanadora de Dios purifican
sus intenciones, "a través de la Iglesia fundada
en el fuego santo de Pentecostés".
Hoy Maolsheachlann es un gran difusor de la obra de G. K.
Chesterton a través de la Sociedad
Chesterton Irlandesa.