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El cardenal Caffarra rectifica los planteamientos del cardenl Kasper
ReL 18 marzo 2014
Matteo Matzuzzi / Il Foglio
Il Foglio 15 marzo 2014 - ore 10:30
Da Bologna con amore: fermatevi
Perorazione del cardinal Caffarra dopo il concistoro e il rapporto Kasper. Non toccate il matrimonio di Cristo. Non si giudica caso per caso, non si benedice il divorzio. Lipocrisia non è misericordiosa
Traducción de Helena Faccia Serrano,
Alcalá de Henares)
© Il Foglio Quotidiano
Desde Bolonia con amor:
Detente. Este es el título de una entrevista
al cardenal arzobispo de Bolonia, Carlo Caffarra,
muy cercano al movimiento Comunión y Liberación, publicada por
Il Foglio.
Alegato del cardenal Caffarra después del consistorio y de
la relación Kasper, es el subtítulo. No tocar el
matrimonio de Cristo. No se juzga caso por caso, no se
bendice el divorcio. La hipocresía no es misericordiosa.
En respuesta a la propuesta del cardenal Walter Kasper sobre la
posibilidad de readmitir a la comunión, después de un período
de penitencia, a las parejas divorciadas vueltas a casar que lo
soliciten, Caffarra afirma: Si la Iglesia admite a la
Eucaristía, debe dar sin embargo un juicio de legitimidad a la
segunda unión. Es lógico. Pero entonces se pregunta
¿qué pasa con el primer matrimonio? El segundo, se dice, no
puede ser un verdadero segundo matrimonio, ya que la bigamia
está en contra de la palabra del Señor. ¿Y el primero?, ¿se
pierde? Pero los papas siempre han enseñado que la
potestad del Papa no alcanza a esto: Sobre el matrimonio rato y
consumado el Papa no tiene ningún poder".
"La solución propuesta lleva a pensar que queda el primer
matrimonio, pero también hay una segunda forma de convivencia
que la Iglesia legítima. Entonces hay un ejercicio de la
sexualidad humana fuera del matrimonio que la Iglesia considera
legítima. Pero con esto se niega la columna vertebral
de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad. En este punto
cabe preguntarse: ¿Y por qué no aprobar la convivencia libre?
¿Y por qué no las relaciones entre homosexuales?.
A continuación publicamos la entrevista
íntegra:
Desde Bolonia con amor: deteneos
Bolonia. Dos semanas después del consistorio
sobre la familia, el cardenal arzobispo de Bolonia, Carlo
Caffarra, afronta con Il Foglio los temas del
orden del día del Sínodo extraordinario del próximo octubre y
del ordinario de 2015: matrimonio, familia, doctrina de la
Humanae Vitae, penitencia.
- La Familiaris Consortio de Juan Pablo II está en
el centro de un fuego cruzado. Por una parte se dice que es el
fundamento del Evangelio de la familia; por la otra, que es un
texto que ha sido superado. ¿Es posible una actualización del
mismo?
- Si se habla de género y del llamado matrimonio homosexual, es
verdad que en la época de la Familiaris Consortio no se
hablaba de ellos. Pero de todos los otros problemas, en especial
de los divorciados vueltos a casar, se habla desde hace mucho
tiempo. Soy testigo directo de esto, porque fui uno de
los consultores del Sínodo de 1980.
»Decir que la Familiaris Consortio ha nacido en un contexto
histórico totalmente distinto del de ahora, no es verdad. Una
vez precisado esto, digo ante todo que la Familiaris Consortio
nos ha enseñado un método con el que afrontar las cuestiones
del matrimonio y de la familia. Utilizando este método se ha
llegado a una doctrina que sigue siendo un punto de referencia
que no se puede eliminar.
»¿Qué método? Cuando le preguntaron a Jesús bajo qué
condiciones era lícito el divorcio, de la licitud como tal no se
discutía en aquel tiempo y Jesús no entra en la
problemática casuística de la que nacía la pregunta, sino que
indica en qué dirección se tiene que mirar para
entender qué es el matrimonio y, en consecuencia, cuál es la
verdad de la indisolubilidad matrimonial.
»Como si Jesús dijera: Mirad, tenéis que mirar allí
donde el hombre y la mujer llegan a la existencia en la verdad
plena de su ser hombre y mujer llamados a convertirse en una sola
carne. En una catequesis, Juan Pablo II dice: Surge
entonces, es decir, cuando el hombre es situado por primera vez
frente a la mujer, la persona humana en la dimensión del don
recíproco cuya expresión (que es la expresión también de su
existencia como persona) es el cuerpo humano en toda la verdad
originaria de su masculinidad y feminidad. Este es el
método de la Familiaris Consortio.
- ¿Cuál es el significado más profundo y actual de la
Familiaris Consortio?
- "Para tener ojos capaces de mirar dentro de la luz del
Principio", la Familiaris Consortio afirma que la Iglesia
tiene un sentido sobrenatural de la fe, que no consiste solo o
necesariamente en el consentimiento de los fieles. La Iglesia,
siguiendo a Cristo, busca la verdad, que no siempre coincide con
la opinión de la mayoría. Escucha la conciencia y no el
poder. Y en esto defiende a los pobres y a los
despreciados.
»La Iglesia puede apreciar también la investigación
sociológica y estadística, cuando se revela útil para entender
el contexto histórico. Dicha investigación, por sí sola, no
debe considerarse, sin embargo, expresión del sentido de la fe (FC
5). He hablado de verdad del matrimonio. Me gustaría precisar
que esta expresión no denota una norma ideal del matrimonio.
Denota lo que Dios, con su acto de creación, ha inscrito
en la persona del hombre y de la mujer.
»Cristo dice que antes de considerar los casos, hay que
saber sobre qué estamos hablando. No estamos hablando
de una norma que admite o no admite excepciones, de un ideal
hacia el que propender. Estamos hablando de lo que son el
matrimonio y la familia. A través de este modo, la Familiaris
Consortio individua qué es el matrimonio y cuál es su genoma;
uso la expresión del sociólogo Donati, que no es un genoma
natural, sino social y de comunión. Es dentro de esta
perspectiva que la Exhortación individua el sentido más
profundo de la indisolubilidad matrimonial (cfr. FC 20).
»La Familiaris Consortio ha representado, por tanto, un
desarrollo doctrinal enorme, hecho posible también por el ciclo
de catequesis de Juan Pablo II sobre el amor humano. En la
primera de estas catequesis, del 3 de septiembre de 1979, Juan
Pablo II dice que tiene la intención de acompañar, de lejos,
los trabajos preparatorios del Sínodo que tuvo lugar al año
siguiente.
»No lo hizo afrontando directamente temas de la asamblea sinodal,
sino dirigiendo la atención a las raíces profundas. Es como si
hubiese dicho Yo, Juan Pablo II, quiero ayudar a los padres
sinodales. ¿Cómo los ayudo? Llevándoles a la raíz de
las cuestiones. Es a partir de esta vuelta a las raíces que nace
la gran doctrina sobre el matrimonio y la familia dada a la
Iglesia por la Familiaris Consortio. Y no ignoró los problemas
concretos.
»Habló también del divorcio, de la libre convivencia, del
problema de la admisión de los divorciados vueltos a casar a la
Eucaristía. La imagen, por tanto, de una Familiaris
Consortio perteneciente al pasado, que no tiene nada que decir al
presente, es caricaturesca. O es una consideración
hecha por personas que no la han leído.
- Muchas conferencias episcopales han subrayado que por las
respuestas a los cuestionarios en preparación de los próximos
dos Sínodos, emerge que la doctrina de la Humanae
Vitae ya sólo crea confusión. ¿Es así o ha sido un
texto profético?
- El 28 de junio de 1978, poco más de un mes antes de morir,
Pablo VI dijo: «Estaréis agradecidos a Dios y a mí por la
Humanae Vitae». Después de cuarenta y seis años, vemos
sintéticamente lo que ha ocurrido en la institución matrimonial
y nos damos cuenta de lo profético de ese documento.
»Negando la conexión indisoluble entre la sexualidad conyugal y
la procreación, es decir, negando la enseñanza de la Humanae
Vitae, se ha abierto el camino a la recíproca desunión entre
procreación y sexualidad conyugal: from sex without babies
to babies without sex (del sexo sin bebés, a los bebés sin
sexo, N.d.T.).
»Progresivamente, se ha ido oscureciendo la fundación de la
procreación humana sobre el terreno del amor conyugal y se
ha construido gradualmente la ideología que quienquiera puede
tener un hijo. El hombre solo, la mujer sola, el
homosexual, tal vez a través de la maternidad subrogada. Por
tanto, coherentemente se ha pasado de la idea del hijo
esperado como un don, al hijo programado como un derecho:
se dice que existe el derecho a tener un hijo.
»Pensemos en la reciente sentencia del tribunal de Milán que ha
afirmado el derecho a ser padres, como decir, el derecho a tener
una persona. Esto es increíble. Yo tengo el derecho a
tener cosas, no personas. Progresivamente, se ha ido
construyendo un código simbólico, tanto ético como jurídico,
que relega a la familia y al matrimonio a la pura afectividad
privada, indiferente a los efectos sobre la vida social.
»No hay duda de que cuando la Humanae Vitae fue publicada, la
antropología que la sostenía era muy frágil y no estaba
ausente un determinado biologismo en la argumentación. El
magisterio de Juan Pablo II ha tenido el gran mérito de
construir una antropología adecuada en base a la Humanae Vitae.
La pregunta que hay que plantearse no es si la Humanae Vitae se
puede aplicar hoy y en qué medida, o si en cambio es fuente de
confusión. A mi juicio, la verdadera pregunta que hay que
plantear es otra.
- ¿Cuál? ¿Dice la Humanae Vitae la verdad sobre el bien
implícito en la relación conyugal? ¿Dice la verdad sobre el
bien presente en la unión de las personas de los dos cónyuges
en el acto sexual?
- Efectivamente, la esencia de las proposiciones normativas de la
moral y del derecho se encuentra en la verdad del bien que en
esas está objetivada. Si no nos situamos en esta perspectiva, se
cae en la casuística de los fariseos, de la cual ya no
se sale, porque se entra en un callejón al final del
cual se nos obliga a elegir entre la moral normal y la persona.
Si se salva la una, no se salva la otra.
»La pregunta del pastor es, por tanto, la siguiente: ¿cómo
puedo guiar a los cónyuges para que vivan su amor conyugal en la
verdad? El problema no es verificar si los cónyuges se
encuentran en una situación que los exime de una norma, sino
cuál es el bien de la relación conyugal, cómo es su verdad
íntima.
»Me asombra que alguien diga que la Humanae Vitae crea
confusión. ¿Qué quiere decir? Pero, ¿conocen el fundamento
que, de la Humanae Vitae, hizo Juan Pablo II? Quiero añadir una
consideración. Me maravilla profundamente el hecho de que, en
este debate, tampoco eminentísimos cardenales tengan en
cuenta las ciento treinta y cuatro catequesis sobre el amor
humano. Jamás ningún Papa había hablado tanto de esto.
Ese Magisterio es ignorado, como si no existiera.
»¿Crea confusión? Pero, quien afirma esto, ¿sabe cuánto se
ha hecho a nivel científico basándose en una regulación
natural de las concepciones? ¿Está al corriente de las
innumerables parejas que, en el mundo, viven con alegría la
verdad de la Humanae Vitae?
»También el cardenal Kasper subraya que hay grandes
expectativas en la Iglesia en vista del Sínodo y que se corre el
riesgo de una pésima desilusión si fueran desatendidas. En su
opinión, ¿un riesgo concreto? No soy ni un profeta ni un hijo
de profetas.
»Sucedió un hecho maravilloso. Cuando el pastor no predica sus
opiniones o las del mundo, sino el Evangelio del matrimonio, sus
palabras llegan a los oídos de sus oyentes, pero en sus
corazones entra en acción el Espíritu Santo que los abre a las
palabras del pastor. Me pregunto, además, sobre las expectativas
de quién estamos hablando.
»Una gran cadena televisiva estadounidense ha llevado a cabo una
encuesta en comunidades católicas diseminadas en todo el mundo.
El resultado es una realidad muy distinta de las respuestas al
cuestionario registradas en Alemania, Suiza y Austria. Un único
ejemplo. El 75 por ciento de la mayor parte de los países
africanos es contrario a la admisión de los divorciados vueltos
a casar a la Eucaristía.
»Repito nuevamente: ¿de las expectativas de quién estamos
hablando? ¿De las de Occidente? ¿Es, por tanto,
Occidente el paradigma fundamental en base al cual la Iglesia
debe anunciar? ¿Estamos aún en ese punto? Escuchemos
un poco también a los pobres.
»Estoy muy perplejo y pensativo cuando se dice que o se va en
una determinada dirección, o si no sería mejor no hacer el
Sínodo. ¿Qué dirección? ¿La dirección que, se dice,
han indicado las comunidades centroeuropeas? ¿Y por
qué no la dirección indicada por las comunidades africanas?
- El cardenal Müller ha dicho que es deplorable que los
católicos no conozcan la doctrina de la Iglesia y que esta
ausencia no puede justificar la exigencia de adecuar la
enseñanza católica al espíritu del tiempo. ¿Falta una
pastoral familiar?
- Ha faltado. Es una gravísima responsabilidad por
nuestra parte, pastores, reducir todo a los cursos
prematrimoniales.
»¿Y la educación a la afectividad de los adolescentes, de los
jóvenes? ¿Qué pastor de almas habla todavía de
castidad? Por lo que yo sé, hay un silencio casi total, desde
hace años.
»Miremos al acompañamiento de las parejas jóvenes:
preguntémonos si hemos anunciado verdaderamente el Evangelio del
matrimonio, si lo hemos anunciado como quería Jesús. Entonces,
¿por qué nos preguntamos por qué los jóvenes ya no se casan?
No es siempre por razones económicas, como suele decirse. Hablo
de la situación en Occidente.
»Si se hace una comparación entre los jóvenes que se casaban
hace treinta años y hoy, las dificultades que tenían hace
treinta o cuarenta años no eran menores respecto a las que
tienen actualmente. Pero entonces construían un proyecto,
tenían una esperanza. Hoy tienen miedo y el futuro da
miedo; pero si hay una elección que exige esperanza en el futuro,
es la elección de casarse.
»Hoy son estas las preguntas fundamentales. Tengo la impresión
que si Jesús se presentara de repente en un congreso de
sacerdotes, obispos y cardenales que están discutiendo
de todos los problemas graves del matrimonio y de la familia, y
le preguntaran como hicieron los fariseos Maestro, pero el
matrimonio ¿es disoluble o indisoluble? O, ¿hay casos, después
de una penitencia adecuada
?, Jesús ¿qué
respondería? Creo que la misma respuesta que dio a los fariseos:
Mirad al Principio.
»El hecho es que ahora se quieren sanar los síntomas sin
enfrentarse seriamente a la enfermedad. El Sínodo, por tanto, no
podrá evitar tomar posiciones frente a este dilema: el modo como
se ha ido desarrollando la morfogénesis del matrimonio y de la
familia, ¿es positivo para las personas, para sus relaciones y
para la sociedad o, en cambio, constituye un decaimiento de las
personas, de sus relaciones, que puede tener efectos devastadores
sobre toda la civilización? Esta pregunta el Sínodo no puede
evitarla.
»La Iglesia no puede considerar que estos hechos (jóvenes que
no se casan, libre convivencia en aumento exponencial,
introducción del llamado matrimonio homosexual en el
ordenamiento jurídico y otras cosas más) son derivas
históricas, procesos históricos que sólo tiene que reconocer y
a los que, fundamentalmente, adecuarse. No.
»Juan Pablo II, en El Taller del Orfebre, escribía que
crear algo que refleje el ser y el amor absoluto es, tal
vez, la cosa más extraordinaria que exista. Pero se va tirando
sin que nos demos cuenta. Así pues, ¿también la Iglesia
debe dejar de hacernos sentir el soplo de la eternidad en el amor
humano? ¡Deus avertat! (¡Dios nos libre!, N.d.T.)
- Se habla de la posibilidad de readmitir a la Eucaristía a los
divorciados vueltos a casar. Una de las soluciones propuestas por
el cardenal Kasper tiene que ver con un periodo de penitencia que
lleve nuevamente al pleno acceso. ¿Es una necesidad ya
ineludible o una adaptación de la enseñanza cristiana según
las circunstancias?
- Quien formula esta hipótesis, al menos hasta ahora no ha
respondido a una pregunta muy simple: ¿qué pasa con el
primer matrimonio rato y consumado?
»Si la Iglesia admite a la Eucaristía, debe dar de todos modos
un juicio de legitimidad a la segunda unión. Es lógico. Pero
entonces como preguntaba - ¿qué pasa con el primer
matrimonio? El segundo, se dice, no puede ser un segundo
matrimonio verdadero, visto que la bigamia va contra la palabra
del Señor. ¿Y el primero? ¿Está disuelto?
»Pero los Papas han enseñado siempre que la potestad del Papa
no llega hasta aquí: sobre el matrimonio rato y
consumado, el Papa no tiene ningún poder. La solución
que se plantea lleva a pensar que permanece el primer matrimonio,
pero que hay también una segunda forma de convivencia que la
Iglesia legitima. Hay, por tanto, un ejercicio de la sexualidad
extraconyugal que la Iglesia considera legítima. Pero con esto
se niega el pilar de la doctrina de la Iglesia sobre la
sexualidad. A este punto, uno podría preguntarse: entonces,
¿por qué no se aprueban la libre convivencia? ¿Y por qué no
las relaciones entre homosexuales?
»Así pues, la pregunta de fondo es simple: ¿qué pasa con el
primer matrimonio?Pero nadie responde. Juan Pablo II decía en el
año 2000, en un discurso a la Rota que se deduce
claramente que el Magisterio de la Iglesia enseña la no
extensión de la potestad del Romano Pontífice a los matrimonios
sacramentales ratos y consumados como doctrina que se ha
de considerar definitiva, aunque no haya sido declarada de forma
solemne mediante un acto de definición. La fórmula es
técnica, doctrina que se ha de considerar definitiva
quiere decir que sobre esto ya no se admite la discusión entre
los teólogos y la duda entre los fieles.
- Por lo tanto, ¿no es cuestión sólo de praxis, sino también
de doctrina?
- Sí, aquí se toca la doctrina. Inevitablemente. Se puede decir
también que no se hace, pero se hace. No solo. Se introduce una
costumbre que, a la larga, determina esta idea en el pueblo, no
solo cristiano: no existe ningún matrimonio absolutamente
indisoluble. Y esto es, ciertamente, contra la voluntad del
Señor. Sobre esto no hay ninguna duda.
- Pero, ¿no se corre el riesgo de mirar al sacramento sólo como
una especie de barrera disciplinaria y no como un medio de
sanación?
- Es verdad que la gracia del sacramento es también sanadora,
pero hay que ver en qué sentido. La gracia del matrimonio sana
porque libera al hombre y a la mujer de su incapacidad de amarse
para siempre con toda la plenitud de su ser. Esta es la medicina
del matrimonio: la capacidad de amarse para siempre. Sanar
significa esto y no hacer que se sienta algo mejor una persona
que, en realidad, seguirá estando enferma, es decir,
constitutivamente incapaz de ser definitiva.
»La indisolubilidad matrimonial es un don que Cristo
hace al hombre y a la mujer que se desposan en Él. Es
un don; no es, ante todo, una norma que es impuesta. No es un
ideal al que deben tender. Es un don y Dios no se
arrepiente nunca de sus dones.
»No es casualidad que Jesús, respondiendo a los fariseos, funde
su respuesta revolucionaria en un acto divino. Lo
que Dios ha unido, dice Jesús. Es Dios quien une; en
caso contrario, el carácter definitivo seguiría siendo un deseo
que, sí es natural, pero que es imposible de realizar. Dios
mismo da cumplimiento.
»El hombre puede tomar la decisión de no usar esta capacidad de
amar definitiva y totalmente. La teología católica ha
conceptualizado esta visión de fe a través del concepto de
vínculo conyugal. El matrimonio, el signo sacramental del
matrimonio, produce inmediatamente entre los esposos un vínculo
que ya no depende de su voluntad, porque es un don que Dios les
ha hecho. Estas cosas no se dicen a los jóvenes que se casan
actualmente. Y después nos asombramos de que ocurran ciertas
cosas.
- Se ha articulado un debate muy apasionado alrededor del sentido
de la misericordia. ¿Qué valor tiene esta palabra?
- Tomemos el relato de Jesús y de la adúltera. Para la mujer
descubierta en flagrante adulterio la ley de Moisés era clara:
tenía que ser lapidada. Los fariseos, de hecho, le preguntan a
Jesús qué piensa de esto, con el fin de atraerlo a su punto de
vista.
»Si hubiera dicho Lapidarla, inmediatamente habrían
dicho Mirad, el que predica la misericordia, que come con
los pecadores, cuando llega el momento dice también él que hay
que lapidarla. Si hubiera dicho No tenéis que
lapidarla, habrían dicho Mirad a donde lleva la
misericordia, a destruir la ley y todo vínculo jurídico y
moral. Este es el típico punto de vista de la moral
casuística, que te lleva inevitablemente a un callejón al final
del cual está el dilema entre la persona y la ley.
»Los fariseos intentaban llevar a Jesús a este callejón, pero
él sale totalmente de este punto de vista y dice que el
adulterio es un gran mal que destruye la verdad de la persona
humana que traiciona. Y, precisamente porque es un gran mal, Jesús,
para quitarlo, no destruye a la persona que lo ha cometido, sino
que la sana de este mal y le recomienda no incurrir en este gran
mal que es el adulterio. «Tampoco yo te condeno, ve y
no peques más». Esta es la misericordia de la que sólo el
Señor es capaz. Esta es la misericordia que la Iglesia, de
generación en generación, anuncia.
»La Iglesia tiene que decir qué cosa está mal. Ha
recibido de Jesús el poder de sanar, pero con la misma
condición. Es muy cierto que el perdón siempre es
posible: lo es para el asesino, lo es también para el adúltero.
»Esta ya era una dificultad que los fieles le planteaban a
Agustín: se perdona el homicidio, pero a pesar de ello la
víctima no resurge. ¿Por qué no perdonar el divorcio, este
estado de vida, el nuevo matrimonio, aunque un renacimiento del
primero ya no es posible? La cosa es completamente distinta. En
el homicidio se perdona a una persona que ha odiado a otra y se
pide el arrepentimiento sobre esto. La Iglesia, en el fondo,
sufre no porque ha concluido una vida física, sino porque en el
corazón del hombre ha habido un odio tal que le ha llevado
incluso a suprimir la vida física de una persona. Este es el mal,
dice la Iglesia. Te tienes que arrepentir de esto y te
perdonaré.
»En el caso del divorciado vuelto a casar, la Iglesia dice:
Este es el mal: el rechazo del don de Dios, la voluntad de
romper el vínculo puesto en acto por el Señor mismo. La
Iglesia perdona, pero con la condición de que haya
arrepentimiento. Pero el arrepentimiento en este caso
significa volver al primer matrimonio.
»No es serio decir: estoy arrepentido, pero me quedo en
el mismo estado que constituye la ruptura del vínculo,
de la cual me arrepiento. A menudo se dice no es
posible. Es cierto que hay muchas circunstancias, pero en estas
condiciones esa persona está en un estado de vida objetivamente
contrario al don de Dios.
»La Familiaris Consortio lo dice explícitamente. La razón por
la que la Iglesia no admite los divorciados vueltos a casar a la
Eucaristía no es porque la Iglesia presuma que todos los que
viven en estas condiciones estén en pecado mortal. La condición
subjetiva de estas personas la conoce el Señor, que ve la
profundidad del corazón. Lo dice también San Pablo: No
juzguéis antes del tiempo. Sino porque y está
escrito en la Familiaris Consortio - su estado y
situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor
entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en
la Eucaristía (FC 84).
»La misericordia de la Iglesia es la de Jesús, la que dice que
la dignidad del esposo ha sido desfigurada, el rechazo del don de
Dios. La misericordia no dice: Paciencia, intentemos
arreglarlo como podamos. Esta es la tolerancia,
esencialmente distinta de la misericordia. La tolerancia deja las
cosas como están por razones superiores. La misericordia es la
potencia de Dios que quita del estado de injusticia.
- Por lo tanto, no se trata de adaptarse.
- No es una adaptación, sería indigno del Señor algo así.
Para adaptarse, bastan los hombres. Aquí se trata de
regenerar a la persona humana, y de esto sólo es capaz
Dios y, en su nombre, la Iglesia. Santo Tomás dice que la
justificación de un pecador es una obra más grande que la
creación del universo.
»Cuando un pecador es justificado, sucede algo que es
más grande que todo el universo. Un acto que, tal vez,
acaece en un confesionario, a través de un sacerdote humilde,
pobre. Pero allí se cumple un hecho más grande que la creación
del mundo. No debemos reducir la misericordia a las adaptaciones,
o confundirla con la tolerancia. Esto es injusto hacia la obra
del Señor.
- Uno de los temas más citados por quien espera una apertura de
la Iglesia a las personas que viven en situaciones consideradas
irregulares es que la fe es una, pero que los modos de aplicarla
a las circunstancias particulares deben conformarse a los tiempos,
como siempre ha hecho la Iglesia. ¿Qué piensa usted de esto?
- ¿Puede limitarse la Iglesia a ir hacia donde la llevan los
procesos históricos, como si fueran derivas naturales? ¿En esto
consiste anunciar el Evangelio? Yo no lo creo, porque, si fuera
así, me pregunto cómo se puede salvar al hombre.
»Le cuento un episodio. Una esposa aún joven, abandonada por el
marido, me dijo que vive en la castidad, pero que le
cuesta un esfuerzo enorme. Porque, dice, no soy
una religiosa, soy una mujer normal. Pero me dijo también
que no podría vivir sin la Eucaristía. Por lo que, también
el peso de la castidad se aligera, porque piensa en la
Eucaristía.
»Otro caso. Una señora con cuatro hijos ha sido
abandonada por el marido después de veinte años de
matrimonio. La señora me dijo que en ese momento entendió
que tenía que amar al marido en la cruz, como ha
hecho Jesús conmigo. ¿Por qué no se habla de estas
maravillas de la gracia de Dios?
»¿Se han adaptado a los tiempos estas dos señoras? Claro que
no se han adaptado a los tiempos. Le aseguro que me siento mal
cuando tomo nota, en estas semanas de discusión, del silencio
que ha calado sobre la grandeza de esposas y esposos que,
abandonados, han permanecido fieles.
»Tiene razón el profesor Grygiel cuando escribe que a Jesús no
le interesa mucho qué piensa la gente sobre él. Le interesa
qué piensan sus apóstoles. Cuántos párrocos y obispos
podrían testimoniar episodios de fidelidad heroica.
»A los dos años de estar aquí, en Bolonia, quise
reunirme con los divorciados vueltos a casar. Eran más de
trescientas parejas. Estuvimos juntos toda una tarde de
domingo. Al final, más de uno me dijo que había entendido que
la Iglesia es verdaderamente madre cuando impide recibir la
Eucaristía. No pudiendo recibir la Eucaristía, entienden
la grandeza del matrimonio cristiano y la belleza del Evangelio
del matrimonio.
- Cada vez más a menudo se habla sobre el tema de la relación
entre el confesor y el penitente, también como posible solución
para salir al encuentro del sufrimiento de quien ha visto
fracasar el propio proyecto de vida. ¿Qué piensa usted sobre
esto?
- La tradición de la Iglesia siempre ha distinguido
distinguido, no separado su tarea magisterial del
ministerio del confesor. Usando una imagen, podríamos decir que
siempre ha distinguido el púlpito del confesionario. Una
distinción que no significa una doblez, sino que la Iglesia,
cuando habla del matrimonio desde el púlpito, testimonia una
verdad que no es ante todo una norma, un ideal hacia el que
propender.
»En este momento entra con ternura el confesor, que le dice al
penitente: Cuanto has oído desde el púlpito es tu verdad,
la cual tiene que ver con tu libertad, herida y frágil. El
confesor conduce al penitente en camino hacia la plenitud de su
bien. No es que la relación entre el púlpito y el confesionario
sea la relación entre lo universal y lo particular. Esto lo
piensan los casuistas, sobre todo en el siglo XVII. Ante el drama
del hombre, la tarea del confesor no es recurrir a la lógica que
pasa de lo universal a lo individual. El drama del hombre no
habita en el pasaje de lo universal a lo individual. Habita en la
relación entre la verdad de su persona y su libertad. Este es el
corazón del drama humano, porque yo con mi libertad puedo negar
lo que acabo de afirmar con mi razón. Veo el bien y lo
apruebo y, después, hago el mal. El drama es éste.
»El confesor se sitúa dentro de este drama, no en el mecanismo
universal-particular. Si lo hiciera, caería inevitablemente en
la hipocresía que lo llevaría a decir está bien, esta es
la ley universal, pero como tú te encuentras en estas
circunstancias, no estás obligado. Inevitablemente, se
elaboraría un caso particular al que se recurriría, por lo que
la ley sería refutable. Así pues, hipócritamente el confesor
ya habría promulgado otra ley junto a la que ha predicado desde
el púlpito. ¡Esto es hipocresía!
»¡Ay si el confesor no recordara a la persona
que tiene delante que estamos en camino! Se correría el
riesgo, en nombre del Evangelio de la misericordia, de vaciar al
Evangelio de la misericordia. Sobre este punto Pascal, en sus
Cartas Provinciales, en otros aspectos profundamente injustas,
vio justo. Al final, el hombre podría convencerse de que no
está enfermo y que, por lo tanto, no está necesitado de
Jesucristo. Uno de mis maestros, el siervo de Dios Padre Cappello,
gran profesor de derecho canónico, decía que cuando se entra en
el confesionario no hay que seguir la doctrina de los teólogos,
sino el ejemplo de los santos.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
© Il Foglio Quotidiano
Monseñor Athanasius Schneider dice que durante el Sínodo hubo momentos de evidente manipulación
Testimonio a favor de la fuerza de la
gracia
Sobre la indisolubilidad del matrimonio y el debate acerca de los
divorciados vueltos a casar y los sacramentos
Gerhard L. Müller, Prefecto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe
Mons. Livieres dice que "al Papa Francisco
le toca hoy esa misma hora heroica que afrontó Pablo VI cuando
a contracorriente publicó su Humanæ Vitæ. Él es el custodio y
el guardián supremo de la doctrina y la práctica de la fe. Como
a todos los Papas, le toca ser el administrador fiel que debe
confirmar en la fe a sus hermanos. Unámonos a él y recemos
encarecidamente por él, para acompañarlo con nuestro amor
filial en esta dura prueba ante tantas presiones y confusión.
Estemos tranquilos. Un Papa no podría enseñar formalmente el
error. Lo que sí puede ocurrir, y ha ocurrido algunas veces a lo
largo de la historia de la Iglesia, es que por medio de silencios
y omisiones, de nombramientos y promociones, de actos y
de gestos, la autoridad contribuya
a que se expanda la confusión y se desanimen los creyentes que
están «peleándola» en las trincheras misionales de las
periferias humanas. Le ocurrió al mismo san Pedro, el primer
Papa, en Galacia. Después de afirmar en el Concilio de
Jerusalén la verdadera doctrina, sembró sin embargo la
confusión en Galacia por respetos humanos. Pero el Señor no lo
abandonó: tuvo la gracia de contar con el apoyo y la corrección
fraterna que le hizo san Pablo.
Amémonos los unos a los otros en la verdad. Esa
verdad que, según la promesa de Cristo, es la única que nos
hará auténticamente libres a todos" (LEER MÁS) .
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