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La bondad divina, participada por semejanza en las criaturas, fin del acto creador

Ramón Orlandis Despuig, S.I.

Publicado póstumamente en el libro PENSAMIENTOS Y OCURRENCIAS, Ed. Balmes, Barcelona, 2000.

Por consiguiente, si por medio entendemos aquello que dice algún orden a un fin y de él recibe apetibilidad, evidentemente todo valor relativo será un valor medio, ya que el valor relativo es el recibido en un ser, de sí sin valor, de parte de un fin o de un valor absoluto. Pero sólo impropia y abusivamente se puede denominar medio a todo lo que dice orden a un fin o valor absoluto. La imagen dice orden al ejemplar y de él recibe apetibilidad o valor y sólo abusivamente se dirá de la imagen que en cuanto tal es medio del ejemplar; un billete de banco recibe valor de la garantía oficial o de la aceptación pública, y sólo impropiamente se llamará su medio.

El medio propiamente dicho denota conducencia a un fin que se ha de realizar o conseguir; se llama así porque su uso es un paso que da el que intenta un fin en el camino que sigue hacia su meta, la realización o consecución de un fin: el uso de una medicina es un paso hacia la salud. El orden de medio a fin es de conducencia; el de la imagen hacia su ejemplar es más bien de procedencia y de reproducción.

Esto supuesto, afirmamos ser contrario a la mente de santo Tomás el atribuir a las criaturas la razón de medio con respecto a Dios. En efecto, para que las criaturas tuvieran para Dios la razón o el valor propio de medios, sería preciso que las quisiera o pudiera usar para realizar o conseguir un fin distinto de Sí, de su bondad divina, es decir, un fin creado y finito. Sólo un panteísmo evolucionista podrá tragar el absurdo de que Dios quiera o pueda realizarse o conseguirse a Sí mismo y o a su bondad. En esta hipótesis habría que admitir que Dios se mueve a querer las criaturas por un fin distinto de Sí, por un valor absoluto distinto de la divina bondad. Lo cual hemos demostrado ser totalmente contrario a la mente de santo Tomás.

Y no se diga que Dios usa de las criaturas como de medio para un fin suyo, cual es la comunicación de su bondad, la cual se acrecienta y perfecciona por la actividad de las criaturas, puesta al servicio de Dios. Porque, como veremos, según santo Tomás, el fin de la actividad externa de Dios no es la comunicación de su bondad, que es algo creado, sino su propia bondad. Este es el único fin de Dios, el único valor absoluto que para Sí mismo aprecia.

Otra razón hay poderosísima para decir que Santo Tomás no puede, en manera alguna, pensar que el orden que las criaturas dicen a Dios sea el de medio. Y es que el Santo Doctor afirma que Dios ama a las criaturas todas con amor de benevolencia y las racionales con amor de amistad; y por lo que se refiere a estas últimas, supuesta la elevación al orden sobrenatural, no puede caber la menor duda.

«Aunque nosotros no amemos a las criaturas con amor de benevolencia, porque su bien no procede de nosotros, pero Dios sí las ama con amor de benevolencia, porque por el bien que les quiere existen y son buenas».

Aunque la razón que da no es fácilmente inteligible y ahora no sería oportuno detenernos en explicaciones, la afirmación es contundente y nunca desmentida, antes bien, confirmada, como más adelante veremos.

Ahora bien, es absurdo amar el medio en cuanto es medio con amor de benevolencia; al medio, como medio, no se le quiere bien; del medio sólo se procura sacar el mayor partido posible para el fin que se intenta conseguir o realizar.

GENUINO VALOR RELATIVO DE LA CRIATURA

Si la criatura para el querer divino no puede tener sino un valor relativo que le comunique y refunda la divina bondad, y si este valor no puede ser el de medio propiamente dicho, ¿cuál será este valor?

Hemos anticipado que este valor, según la doctrina de Santo Tomás, no es otro que el que refunde el dechado o ejemplar en la imagen que lo representa, y tal vez el que imprime un centro de orden y de atracción en los elementos ordenados y atraídos.

1ª Prueba. El artículo 2 de la cuestión 19

Tomemos como punto de partida el análisis atento de este artículo, del que hemos hecho centro y base de esta primera parte de nuestra demostración.

Todo nuestro trabajo ha de tender a determinar con exactitud el significado que da Santo Tomás a aquella expresión que en dicha cuestión hallamos: «Dios se quiere a Sí mismo y a las cosas distintas de Sí; pero a Sí mismo como a fin, a las demás cosas en orden al fin (ut ad finem)». ¿Qué significa exactamente este ut ad finem? ¿qué orden es el que dice la criatura a Dios y a su bondad como a fin?. Averiguado esto, habremos hallado el valor genuino que santo Tomás atribuye a la criatura con respecto a la voluntad divina; porque el mismo santo dice que este orden a la divina verdad es la razón por la cual quiere Dios a la criatura, vult ut ad finem, precisamente en cuanto dice orden a la divina bondad como a fin.

Para captar perfectamente el significado de esta expresión es preciso estudiarla en función de los antecedentes, de los cuales se deduce como conclusión definitiva.

Ya hemos visto más arriba que lo que se propone el Santo como problema en este artículo es «si Dios quiere otras cosas distintas de Sí», y que, dando el hecho por cierto, se empeña en descubrir la razón suficiente de este querer.

Eliminados los motivos que dicen imperfección y que son propios de las causas segundas, en cuanto son imperfectas, halla un motivo de la actuación de las causas naturales que no incluya ni suponga imperfección, un motivo que radique, no en la imperfección, sino en la perfección y actualidad de la causa. Y lo descubre en el motivo de la tendencia a dar o comunicar el bien poseído, no a buscar el que no se tiene. Y con esto ha descubierto el motivo de la perfectísima actuación productiva de Dios.

«Más que a las otras causas pertenece a la bondad divina el difundir en otros seres su propio bien, el comunicar a otros seres su propio bien, en cuanto es posible, el producir seres semejantes a Sí».

Y como Dios obra como ser inteligente, esta tendencia a comunicar el bien por semejanza, será no sólo de la naturaleza sino también de la divina voluntad, luego la divina voluntad quiere comunicar su bien a otros seres por semejanza.

De todo esto se desprende legítimamente la conclusión: Dios se quiere a Sí mismo -cosa que ya se presupone-, y a otros seres, a los que quiere producir comunicándoles su bondad por su semejanza. Hasta aquí todo fluye sin tropiezo. Pero añade el Santo la expresión que es actualmente objeto de nuestro examen: «Así Dios, la voluntad divina, se quiere a Sí mismo, como fin, y a los seres distintos de Dios los quiere en orden al fin (ut ad finem), en orden a Dios, a la bondad divina».

Las palabras subsiguientes nos insinúan la explicación de esta extensión de la conclusión, que a primera vista parece no deducirse de las premisas.

«Quiere a los otros seres en orden al fin en cuanto es decoroso, es conforme a la divina bondad (condecet divinam bonitatem) que otros seres participen de ella, claro está que por semejanza».

Como se echa de ver, lo que está bien a la divina bondad, lo que pide la divina bondad, es que otros seres la participen por semejanza. Es evidente que esto equivale a decir que la divina bondad ejerce su razón de fin en cuanto los otros seres participan de ella y la participan por semejanza, es decir, en cuanto son representaciones, trasuntos, imágenes de la divina bondad.

Luego el valor relativo según el cual Dios quiere a la criatura es el ser trasunto, imagen de su divina bondad. Que es lo que queríamos demostrar ser la mente del Doctor Angélico.

Lo que en términos tan concisos y pregnantes nos enseña santo Tomás en el artículo analizado, nos lo desarrolla más ampliamente en la Suma contra Gentes.

Dios se quiere a Sí como a fin y a las cosas en orden al fin: «Para todo el que quiere, lo querido principalmente es su último fin, porque el fin es querido por sí y por él son queridas las demás cosas; el último fin es el mismo Dios».

De quien es querer el fin, del mismo es querer lo que dice orden al fin, por razón del fin. Dios es el último fin de todo, por lo mismo pues que Él quiere ser, quiere también todo lo demás que a Él se ordena como a fin.

Dios, por lo mismo que se quiere como a fin, quiere las demás cosas que se ordenan a Él como a fin. El orden que las criaturas dicen a Dios es el de participación de su bondad por semejanza. La voluntad de Dios se termina en las cosas distintas de Sí, en cuanto participan de su bondad, por el orden que dicen a la bondad divina, que es la razón de querer de Dios.

Dios queriendo su bondad, quiere las otras cosas en cuanto que participan de su bondad. Dios queriendo su ser, que es su bondad, quiere las otras cosas en cuanto tienen semejanza de ella.

La razón por la que quiere las cosas es porque en ellas está la bondad divina participada por semejanza

Todo el que ama una cosa según ella misma y por ella misma, ama todo aquello en que esto se encuentra. Así el que ama la dulzura por sí misma, ama todas las cosas dulces. Dios ama su ser, según el mismo y por el mismo, y todo otro ser es una participación por semejanza de su ser, luego por lo mismo que se ama a Sí, quiere y ama todas las cosas. Dios queriendo su ser, que es su bondad, quiere las demás cosas en cuanto tienen su semejanza.

El valor relativo que hay en la criatura por la participación por semejanza de la bondad divina, reúne todas las condiciones requeridas y suficientes para la solución de los problemas propuestos y de las dificultades que de ellos surgen.

Estas condiciones son las siguientes: 1°) ha de ser valor relativo que refluya en la criatura de la divina bondad. 2°) ha de ser suficiente para que Dios pueda querer a la criatura. 3°) ha de ser suficiente para que Dios ame a las criaturas todas con amor de benevolencia y a las racionales con amor de amistad.

La necesidad de las dos primeras condiciones y la suficiencia de este valor para llenarlas, ya quedan demostrados con amplitud. Resta que consideremos la tercera. Que esta condición sea necesaria quedó también puesto en claro cuando en esto hallamos una deficiencia irreparable en el atribuir a las criaturas con respecto a Dios valor de puro medio.

La exposición de los datos que nos ofrece santo Tomás en orden a comprobar la suficiencia de este valor relativo de asimilación para satisfacer esta necesidad, nos hará ver con más certeza el fundamento de la misma.

La suficiencia de este valor para este resultado, es decir, para explicar la posibilidad de que por él Dios ama a la criatura con amor de pura benevolencia o también de amistad, según los casos, se comprueba con esta razón fundamental.

En virtud de este valor relativo Dios se ama en la criatura, es decir, al amar la criatura, Dios se ama a Sí mismo. Luego así como su bondad refluye en la criatura, así el amor de benevolencia con que se ama a Sí mismo se extiende a amarse en la criatura y por tanto a amar a la criatura con el amor con que se ama a Sí mismo. Dios quiere su ser y su bondad como objeto principal, el cual es razón de querer las demás cosas, luego en todo lo que quiere, quiere su ser y su bondad; como la vista en todos los colores ve la luz.

Toda facultad con una sola operación o acto tiende a su objeto y a la razón formal de su objeto, así como con una sola visión vemos la luz y el color que se hace visible por la luz, y cuando queremos una cosa, solamente por el fin, lo que se quiere para el fin, recibe del fin la razón de ser querido. Y así el fin se compara a ello como la razón formal al objeto, como la luz al color. Siendo así, pues, que Dios quiere todas las otras cosas como para el fin, en su solo acto se quiere a Sí y a lo demás.

Apliquemos ahora esta razón fundamental para declara la posibilidad y la necesidad consiguiente del amor de benevolencia y de amistad, con que Dios ama a sus criaturas.

Si se comprende bien que la manera, el motivo de amarlas es su propia bondad, que comunica su propio valor a la criatura, no nos será difícil llegar a entender como este valor relativo puede hacer¬las amables con amor de benevolencia y de amistad, siendo así que por el valor absoluto, ningún influjo ni de amor ni de deseo podrían ejercer en la divina voluntad.

Si la manera de comunicar fuera la propia de un fin, que hace amables los medios conducentes a su producción o consecución, sería inexplicable el amor de benevolencia o amistad, porque en este caso en los medios no se encierra el fin como existente o poseído en ellos, sino como deseable o producible, y por lo mismo una vez producido o conseguido el fin, los medios, como tales medios, pierden todo su valor, ya no son apetecibles para el fin.

No así el reflejo o la imagen, que dicen orden al fin precisamente como existente en su plenitud, como deducidos del fin, no como conducentes a él. Y por lo mismo el aprecio halla en ellos el fin de una manera permanente, en una participación de sí estable y consistente, como una extensión del valor amado en sí mismo.

Se halla el fin amado por sí mismo en el objeto que participa de él por semejanza, en una relación de unidad, que unidad es la semejanza. La criatura, por su semejanza con Dios, es en cierta manera una cosa con él.

Esto se entiende cuando la criatura se considera no según el fundamento de la semejanza, sino según la relación misma, según la razón formal de la semejanza.

Porque es de saber que una imagen, según santo Tomás, se puede considerar según dos aspectos: según su ser absoluto, y entonces no se computa en ella sino su valor absoluto; o según razón formal de imagen, y entonces se computa según su valor relativo.

En este segundo caso, dice Santo Tomás, el movimiento del alma hacia la imagen se termina no en el ser que es imagen, sino en el ser de que esta es imagen. Así explica el santo Doctor la legitimidad del culto a las imágenes, en particular del de latría.

Pues bien, lo que dice él de la veneración y del culto, con idéntica razón se puede aplicar al amor. El amor que se tiene a lo que es imagen según su ser y valor absoluto, no se termina en aquello de que es imagen; mas otra cosa habrá que decir cuando el afecto tiende a la imagen como imagen, es decir, cuando se mira en ella no su valor absoluto sino su valor relativo. Entonces el amor se terminará en el ser y en el bien de que es imagen. Y así como en la veneración de la imagen, si no formalmente, por lo menos materialmente, aun en el caso de que se mire como imagen, la misma imagen es venerada; no por su propio valor sino por el que refunde en ella el ser del cual es imagen, así también cuando una imagen es considerada como tal, la imagen podrá ser amada no formal sino materialmente, en virtud del valor de bondad que refluye en ella el objeto de que es imagen.

Lo veremos por un ejemplo: ¿por qué una madre guarda como un tesoro y cuida y besa y acaricia un trozo de cartón, en el cual un joven está representado? ¿por el valor del cartón, por qué en el hay grabada una figura de joven? Dadle una imagen preciosa que no represente a su hijo y esta imagen la dejará fría, ni la cuidará ni la besará. Dadle una imagen de su hijo, aunque en sí menos perfecta, entonces todo se transfigura, aquella imagen será objeto de sus cuidados y cariños porque es la imagen de su hijo.