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Es indebido e imposible separar y más aún contraponer el amor y la religión en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Consagración y reparación, el doble elemento del culto al Corazón de Cristo conforme a la enseñanza del magisterio de la Iglesia, sintetiza amor y religión en unidad inseparable. La entrega al Amor es acatamiento a la soberanía de Dios; la reparación a la justicia es voluntad de «consolar» al Amor no correspondido.
El culto al Corazón de Cristo ante la problemática de hoy, Francisco Canals Vidal. Revista Cristiandad de Barcelona, enero de 1970
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es para encender la caridad en todos y que, inflamados de amor, caminemos según su Corazón agradándole a Dios
Así lo enseñó en 1864 el beato Pío IX, Papa, en el Breve de beatificación de Margarita María Alacoque y en la encíclica Quanta Cura que venía con el Syllabus, respectivamente
El propio Jesús, el Verbo hecho carne, le reiteró también a sor María del Divino Corazón que el verdadero núcleo de esta devoción es la unión personal con Él:
"Una vez, hablando de este mismo asunto de las comuniones, dijo que su deseo había sido establecer el culto de su Divino Corazón, y que ahora que este culto exterior estaba introducido por sus apariciones a la bienaventurada Margarita María y extendido por todas partes, Él quería también que el culto interno se estableciese más y más; es decir, que las almas se habituasen a unirse cada vez más con Él interiormente y a ofrecerle sus corazones como morada".
(Soeur Marie du Divin Coeur, Luis Chasle, cap. VIII, pg. 240, ed. 1925, París).
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Véanse también el Tratado De Caritate de santo Tomás de Aquino y el Tratado del Amor de Dios de san Francisco de Sales, ambos doctores de la Iglesia.
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A santa Margarita María Alacoque le insistió
el propio Jesús, el Verbo hecho carne, que tenía sed de ser
amado, de recibir algo de amor de nosotros los hombres por los
que hizo tanto.
Refiriendo la tercera gran revelación (1674), dice santa
Margarita María:
"Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de su puro amor y el exceso a que le había conducido el amor a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios.
«Lo que me es mucho más sensible, me dijo, que todo lo que sufrí en mi pasión, tanto que si me me correspondiesen con algo de amor, estimaría poco todo lo que hice por ellos y, querría, si fuese posible, hacer aún más, pero sólo tienen frialdades y desaires para todos mis afanes. Tú al menos dame el gusto de suplir su ingratitud tanto como puedas»".
No le pedía sólo el culto a su Sagrado Corazón, sino sobre todo el amor. La virtud de la religión basada, arraigada y fundamentada en la caridad que Dios nos tiene por su impulso infinto de misericordia y su sed de que le amemos, recibiendo el bien de su reinado en nosotros, el bien de vivir según Dios y no según nosotros. Y recibiendo el don de la participación en la vida divina. Es no sólo el culto lo que debemos centrar en el Sagrado Corazón, sino la vida entera. La oración vivida, convertida en vida y la vida convertida en oración; vida divinizada viviendo en el Sagrado Corazón de Jesús, el Verbo hecho carne. Es el núcleo del Apostoldo de la Oración ramierista e ignaciano.
Por lo tanto se debe reafirmar que la devoción al Sagrado Corazón está enraizada en la fe, en la esperanza y en la caridad. Y se reafirma, porque la fe, la esperanza y la caridad, las virtudes teologales, como dice santo Tomás de Aquino (S. Th. II-II q.81, a.5, ad 1),
"versan sobre Dios como objeto propio, imperan sobre la virtud de la religión y por eso causan el acto de dicha virtud...
Por lo cual dice san Agustín que «a Dios se le da culto con la fe, la esperanza y la caridad, Enchiridion, c 3 ML 40,232»".