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El carisma profético de santa Margarita

FRANCISCO CANALS VIDAL

CRISTIANDAD, nn 887 - 888. Jun - Jul 2005. Pág. 7

La venida a España de las reliquias de santa Margarita María de Alacoque, la santa de la que se sirvió Dios para comunicar a la Iglesia sus designios sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, nos invita a meditar la acción, en la Iglesia, de aquella santa religiosa hija de san Francisco de Sales, a la que no podemos dejar de considerar como receptora y transmisora providencial del mensaje divino que el propio Señor Jesucristo comunica en Paray-le-Monial, y del que surge la corriente de vida espiritual que es aquella devoción.

Ciertas actitudes que pretenderían una desorientadora supremacía de determinada teología (concebida en el plano abstracto) sobre la fe del pueblo fiel, y de un «liturgismo» de pretensión científica sobre la vida y el culto centrados en el Sacrificio Eucarístico y los Sacramentos, y desplegados también en prácticas piadosas y en el culto a los santos, suelen advertir contra el riesgo de dirigir nuestra atención a «revelaciones privadas» distrayéndonos de la revelación pública y del magisterio jerárquico.

Si reflexionamos sobre el hecho de que con tales precauciones no podríamos atender al sentido y contenido espiritual de, por ejemplo, la fiesta del Corpus Christi –recelosos de atender demasiado a la beata Juliana de Cornillon–, ni podríamos expresar nuestra confianza en María llevando sobre nosotros el Escapulario del Carmen –dado a la Iglesia por san Simón Stock–, ni los hijos de santo Domingo hubiesen podido propagar, a lo largo de las generaciones cristianas, la plegaria del Santo Rosario de María, o también que desatenderíamos a la Solemnidad del Corazón de Jesús –porque su mensaje espiritual no es otro que el que Cristo comunicó a su inocentísima discípula santa Margarita María de Alacoque, como afirma explícita e inequívocamente Pío XI en la Miserentissimus Redemptor–, o también que habríamos tenido que desatender al llamamiento de la Divina Misericordia –por precauciones de falsa prudencia hacia santa Faustina Kowalszká–, después de haber también ignorado el mensaje misericordioso del Inmaculado Corazón de María –a pretexto de no dejarnos orientar por sor Lucía de Fátima–, caeremos en la cuenta de que tales advertencias, que han pretendido silenciar las «revelaciones privadas» frente a la primacía (nunca todavía definida con precisión) de la «revelación pública», podrían ser esterilizantes malentendidos.

Por tales advertencias, algunos especialistas de pastoral, liturgia o espiritualidad no transmitirían el mensaje de la Iglesia jerárquica, que tantas veces, en su lenguaje a los fieles, reitera y subraya lo que el mismo Señor, por su bendita Madre, María, ha dicho a toda la Iglesia por medio de los fieles a quienes ha dado a conocer sus mensajes: de invitación a la penitencia, de esperanza, de exhortación a la práctica sencilla y filial de determinados actos de piedad. No parece que la Palabra de Dios haya quedado muda después de la muerte del último Apóstol. Más bien podríamos preguntarnos si en la vida de la Iglesia no experimentamos la acción del Espíritu Santo que la anima y vivifica en sus miembros y distribuye entre ellos, además de las gracias y dones que obran la santificación en cada uno, también aquellos carismas que se dan a cada miembro para bien de todo el cuerpo: «Puso Dios Apóstoles, Profetas, Doctores…».

Sólo en 1200, el papa Bonifacio VIII declaró por primera vez a cuatro santos, de la edad de los Padres, Doctores de la Iglesia: san Ambrosio, san Jerónimo, san Agustín y san Gregorio. Se ha alargado este catálogo con nombres referentes a ambientes y situaciones muy diversas, hasta llegar a nuestros días a las tres últimas declaraciones de doctorado referentes a santa Teresa de Jesús, santa Catalina de Siena y a santa Teresita del Niño Jesús. Se ha puesto en claro, entretanto, que este título de doctor no proclama una excelencia académica, sino que reconoce una profundidad vital carismática. Doctor de la Iglesia es un santo en el que ha resplandecido y han fructificado los carismas de la palabra de sabiduría o de ciencia.

La Iglesia no ha declarado hasta ahora nunca profeta a un santo. Pero tampoco había declarado doctor a santo alguno antes de 1200. Me pregunto si no llegará algún día en que la Iglesia reconocerá públicamente, en algunos santos, su carisma profético. Si esta pregunta pudiese obtener una respuesta afirmativa, continúo preguntándome si santos y santas a las que Dios ha confiado singularmente un mensaje espiritual y ha instruido de tal manera que sus palabras, que ellos han proclamado ser recibidas del mismo Dios y comunicadas en su nombre, han señalado en la Iglesia una corriente de espiritualidad y han sido signo de fructificación y de santidad, no podrían ser, con el tiempo, declarados profetas, y si entre estas personas santas declaradas profetas no se contará, en lugar preferente, a santa Margarita María de Alacoque, mensajera del Sagrado Corazón, anunciadora de su Reinado sobre los hombres «a pesar de sus enemigos».

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En estudio (Candidatos potenciales)

En el presente hay otros santos sujetos a estudio como candidatos a acceder al título de «Doctor de la Iglesia». En 2011, el vaticanista Sandro Magister mencionó varios candidatos posibles, de los cuales la Santa Sede ya elevó a la monja benedictina Hildegarda de Bingen, en tanto que el papa Francisco anunció la proclamación de Gregorio de Narek. Los restantes propuestos por Magister y por algunas órdenes religiosas son: