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artículos de Cristiandad de Barcelona

Cifra de universitarios

C. F [Carlos Feliu de Travy]

CRISTIANDAD
Al Reino de Cristo
por la devoción a los Sagrados
Corazones de Jesús y María
Año XIII, nº 287, páginas 65-66
Barcelona, 1 de marzo de 1956
Editorial

¿Cuántos españoles, de los que actualmente forman parte del censo de vivos de nuestro país, han desfilado por la Universidad? Carecemos de los datos necesarios para aventurar una respuesta que satisfaga, de modo siquiera aproximado, a esa pregunta. Ahora bien, cualquiera que sea ese número, es indiscutible que resulta incomparablemente superior al de nuestros compatriotas capaces de dar a los demás una idea exacta, en longitud y en hondura, de la misión que corresponde a la Universidad, a tenor de lo que institucionalmente es y representa.

Falta entre nosotros una teoría de la Universidad, para uso, ante todo, de los universitarios. De los que lo son ahora y de los que lo han sido en otras épocas recientes, recentísimas y lejanas. Y no se crea que la teoría falta porque realmente no exista. Lo que sucede es que, existiendo semejante teoría, la hemos abandonado, según la muestra, por inservible. De todas formas, la teoría debe ser substituida por algo que haga sus veces y nos dé la impresión de que, de un modo u otro, contamos con aquélla. Y hemos substituido la teoría por una visión parcial, defectuosa y en sí misma incompleta. Para la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, incluyéndonos en ellos los universitarios, la Universidad es puramente el centro de enseñanza donde el estudiante se capacita para el ejercicio de una determinada profesión. En otros términos; la Universidad es un laboratorio de técnicos, técnicos superiores, eso sí, pero, al fin y al cabo, sólo técnicos, o sea, especialistas en las diversas disciplinas propias de cada facultad o escuela especial.

Esa última idea de la Universidad es, como notábamos, una idea parcial y defectuosa. Lo advertimos con sólo ponerla en contraste con la versión oficial, unánime y universalmente aceptada, que se da de la Universidad aquí y en todas partes. La Universidad, se dice, es el alma de la cultura de un país. Lo que vale tanto como decir que el grado de cultura de cada país se mide por el grado de cultura propio de los universitarios. Pero la cultura de cualquiera no se mide exclusivamente por el grado de perfeccionamiento que uno haya alcanzado en el dominio de la especialización técnica a que profesionalmente dedica sus afanes. Un buen arquitecto puede resultarnos un hombre de menos que mediana cultura, si al lado de un cabal conocimiento de los secretos de la construcción, descubre una ignorancia a todas luces lamentable en materias de vital importancia y que califican de un modo peculiar el momento histórico en que se vive. Y donde se ha dicho arquitecto, pongamos médico, ingeniero, abogado, militar, intendente mercantil, &c., porque el caso es más corriente de lo que se cree. En principio, no hay lugar a la formulación de cargos contra los no universitarios, por su posible indigencia cultural, constándonos, como nos consta, que ese sector de ciudadanos no ha tenido acceso a los centros oficiales del saber. Lo grave del caso es que ese sector sea numéricamente el de mayor importancia en el seno de la población. Y si unimos a esto el que la minoría universitaria puede resentirse en el [66] fondo de un vacío cultural interno acusadísimo, sabremos entonces a qué atenernos respecto al nivel espiritual del país. Porque en el meollo de la cultura o hay eso que llamamos valores del espíritu o no hay nada que pueda justificar se conozca aquélla con el nombre de cultura.

Hemos oído comentar algunas veces: el español medio se halla a ciegas en punto a ideas políticas, a nociones de economía más que barata, puesto que en función de ellas se explican los fenómenos del crecimiento industrial de los pueblos de hoy, a corrientes del pensamiento, en todos los órdenes, que determinan el flujo y reflujo, los virajes, los frenazos, las marchas y contramarchas de la humanidad en el plano internacional. Ahora no entramos en si es mucho o si es poco lo que realmente hay de todo eso. En todo caso, mucho o poco, lo que realmente haya resulta en último término achacable a la Universidad. La Universidad es el centro del saber, el foco de donde irradia la cultura para llegar hasta los más extremos confines del país. Hubo un tiempo en el que se dijo de España que éramos un pueblo de teólogos. Hasta las mismas comadres discutían en cualquier rincón del mercado los temas de la gracia, del pecado, de la predestinación. Las comadres no eran universitarias, pero sí y de talla gigantesca, de recia fibra, y de colmada plenitud los hombres que, desde el púlpito o por boca de los personajes de la escena, hacían vibrar al pueblo al compás de la inquietud del momento histórico en que vivían. España vivió a conciencia aquel momento. Y lo vivió de tal forma que supo encauzarlo para su propio bien y para el de los demás. Si en las alturas miraba Dios complacido la vela de armas de nuestros antepasados, en la línea del pobre esfuerzo humano la obra de nuestras Universidades fue parte decisiva para aquélla.

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El ejemplo que acabamos de recordar nos introduce sin esfuerzo en la segunda parte de la cuestión. Cultura, diremos, no es sólo suma de conocimientos, sino suma de conocimientos y criterio para interpretarlos. Porque cultura, a fin de cuentas, es vida y la vida, toda vida, ha de tener un sentido. Una vida –una cultura– sin sentido viene a ser una nave, mejor o peor arbolada, pero sin gobernalle. He ahí la obra del Liberalismo. El Liberalismo, en efecto, al negar a la cultura su destino trascendente, al desligar la ciencia, el arte, la política, el derecho de las razones superiores que en último término nos hablan del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, deja huérfana, sin timón, la nave. Mas, si el destino de la nave consiste en ir de tumbo en tumbo, carece de finalidad el trabajo que se emplee y los sacrificios que se acumulen para arbolarla. Por eso, a una cultura centrada primordialmente en torno a las grandes ideas ordenadoras de la vida, que potencian y ennoblecen las actividades de los pueblos, vueltos de cara a Dios, ha sucedido otra que quiere dar la tranquilidad al hombre a base de hacerle ignorar los problemas o de abandonarle en el intrincado laberinto de algunos de aquellos, sin luz ni criterio para desentrañarlos y superarlos.

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Hay quien echa a barato todo ese asunto de la Universidad Católica. La ignorancia llega al extremo de pensar algunos que lo que en ella se debate es mera cuestión de privilegios que unos poseen y que otros pretenden recabar también para sí. Sólo por ella o por efecto de una fatal inconsciencia que les hace peligrosamente irresponsables, pueden creerse los católicos ajenos a las consecuencias del litigio. La Universidad Católica es asunto de vida o de muerte para nuestra cultura. Se trata de saber si salvamos para nosotros y para el mundo una concepción de la vida basada integralmente en los postulados del cristianismo y que es raíz generadora de la auténtica cultura, o de si renunciando a tan formidable empresa, nos convertimos en un apéndice más del vasto imperio intelectual del materialismo.

La Universidad Católica es una necesidad y una obligación para todos los españoles que tengan conciencia de los motivos y de las razones que han de prevalecer en los momentos presentes, para que el hombre avance seguro entre las mil solicitudes que le acechan, camino de la pérdida de su dignidad. Y la existencia de esa Universidad comprende la de una Universidad de la Iglesia, entre nosotros, pero también y al mismo tiempo la conformación de las restantes Universidades, en obra y en espíritu, según las exigencias que dimanan de la concepción cristiana de la cultura. No menos que en lo primero, se halla empeñado en la consecución de lo segundo nuestro honor de creyentes y de españoles.

Las reflexiones que anteceden tienen plena actualidad en estas fechas en que la Iglesia nos propone el ejemplo de Santo Tomás de Aquino. La personalidad del santo dominicano viene a ser cifra y compendio de cuanto pudiera decirse sobre el sentido y la misión de la Universidad en cristiano. Su obra es la suma de la ciencia poseída a fondo por el hombre, en el instante en que la contempla orientada hacia Dios. La teología, la física, el derecho, todo cuanto dice relación al hombre y a las relaciones de éste con Dios y con sus semejantes, aparece explicado y desentrañado a la luz de una visión verídica y armónica, que debía repercutir en la configuración social y política del mundo de aquel entonces. Las líneas de la ordenación persisten. Nos hablan de los principios de la cultura cristiana, que hallaron ancho campo de exposición en las Universidades de aquel tiempo. Quiera Dios, por la intercesión de Santo Tomás de Aquino, darnos la comprensión de todas esas razones.