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artículos de Cristiandad de Barcelona
España y los primeros pasos de la neoescolástica
CRISTIANDAD
Año III, nº 48, páginas 114-115
Barcelona-Madrid, 15 de marzo de 1946
Plura ut unum
Tras el florecimiento ocurrido en tierras hispánicas durante el siglo XVI y buena parte del XVII, el pensamiento escolástico decae progresivamente hasta llegar a su casi total desaparición en los primeros años de la centuria pasada. Decimos casi total, porque aun arrastrando una vida lánguida, la filosofía tradicional seguirá enseñándose en algunos centros de estudios eclesiásticos.
La situación no era mejor en las otras naciones cuando, hacia la tercera década del siglo pasado, unos cuantos hombres clarividentes se dieron cuenta de que la solución a los grandes problemas especulativos y prácticos no estaba en el pensamiento moderno sino en los principios fecundos de la tradición. Urgía restaurarla y a ello consagraron sus esfuerzos. ¿Cuál fue la aportación de España a este movimiento restaurador?
1) Aportación indirecta
Hasta las investigaciones de Masnovo{1}, se daba por bueno que el renacimiento escolástico italiano había sido algo completamente desligado de influencias exteriores. Sin embargo los estudios de dicho autor, del P. Dezza, S. I.{2} y los trabajos recentísimos del P. Miguel Batllori, S. I.{3}, han demostrado que Vincenso Buzzetti, canónigo de Plasencia, a quien se tiene por el iniciador del movimiento, fue decisivamente influido por un jesuita expulso español: Baltasar Masdeu. Esto viene a confirmar las indicaciones de Menéndez y Pelayo sobre la importante labor cultural desarrollada por los religiosos españoles de la Compañía de Jesús expulsados de su patria. Indudablemente queda mucho por hacer en este campo, «el más desatendido dice el P. Batllori por los que han historiado la cultura española en Italia». «La cooperación escribe el mismo autor que al resurgir de la escolástica a principios del ochocientos aportaron los jesuitas expulsados de Portugal y España no podrá valorarse hasta que no se conozca a fondo el estado de la enseñanza filosófica en Italia en este aspecto tradicional y semioculto [y] las diversas tendencias de los expulsados...»
2) Aportación directa
La aportación directa a la restauración del escolasticismo está constituida por filósofos españoles que con sus obras contribuyeron a ella. Aquí nos sale al paso la gran figura de Balmes; pero su excepcional significación exige más espacio del que podríamos dedicarle en esta visión de conjunto. En consecuencia, prescindiremos de la obra balmesiana limitándonos a presentar brevemente otros pensadores que en nada desmerecen de los Taparelli, Liberatore o Kleutgen.
Uno de los primeros, cronológicamente, es el P. José Fernández Cuevas, S. I. En el tomo II de sus «Philosophiae rudimenta ad usum academiae iuventutis» pone tres consejos para el estudio de la filosofía: «Praecipua ratio habeatur veterum scholastichorum... Adiungenda cognitio naturalium scientiarum... Nec omittenda lectio recentiorum»{4}. Lo cual es una anticipación de las ideas fundamentales de la Aeterni Patris.
Junto a éste hay que situar al catedrático de la Universidad de Madrid Juan Manuel Orti y Lara (1826-1904), ardiente polemista y defensor de la filosofía tradicional contra los krausistas y positivistas. No omitiremos tampoco el nombre del P. José Mendive, S. I. (1836-1906). Escribió dos Cursos de filosofía, uno en castellano y otro en latín, inspirados en Suárez. Entre estos iniciadores, sin embargo, los más famosos son el P. Juan José Urráburu, S. I. (1841-1904) y el Cardenal Zeferino González, O. P. (1831-1894).
El Cardenal González fue tal vez el más conocido en el extranjero de nuestros neoescolásticos de la primera época. Sus Estudios sobre la filosofía de Santo Tomás y su Filosofía elemental escrita en latín, le muestran como un profundo conocedor del Angélico a quien fielmente sigue. Es el representante de la neoescolástica tomista. A él se debe también una Historia de la filosofía en cuatro tomos, de valor igual, por lo menos, al de muchas obras extranjeras ampliamente difundidas entre nosotros.
El P. Urráburu representa la tendencia suarista en la restauración española. fue profesor en la Universidad Gregoriana y desempeñó cargos de gobierno dentro la Compañía. Gran admirador de Santo Tomás, recomendaba a sus discípulos el estudio de las obras del Angélico. Manteniéndose, no obstante, en una legítima libertad intelectual «consultaba refieren sus biógrafos con preferencia y especial cariño a Suárez, Lugo, Belarmino, Valencio y otros»{5}. Sobre el carácter general de su espíritu, dice el P. Ibero: «No buscaba él su gloria personal ni pretendió trazar nuevos sistemas o derroteros a la ciencia filosófica. Se contentaba con entresacar lo más escogido y selecto de la doctrina evitando toda rareza y excentricidad no menos que el espíritu combativo y descontentadizo que no deja en pie ninguna de las pruebas generalmente adoptadas»{6}.
Su voluminosa obra «Institutiones Philosophiae» (8 tomos) publicada a fines del siglo pasado, fue así juzgada por el P. Carlos Delmas, S. I. en «Etudes religieuses» tomo 88{7}: «...es con mucho el más extenso tratado de filosofía tradicional publicado en nuestros días. El autor acude frecuentemente a las ciencias naturales, y no omite ni las cuestiones interesantes y útiles suscitadas por los filósofos modernos, ni la refutación de sus errores. Estos ocho volúmenes están destinados a ser una rica mina para el filósofo y el teólogo, el crítico y el erudito. Difícilmente se puede en otras obras adquirir más pronta y fácil noticia de las cuestiones propias de la filosofía tradicional».
La exactitud de este juicio se confirma al hojear las páginas de dicho tratado. Refiriéndose a la Lógica mayor, lo que hoy día llamamos Criteriología, dice el P. Eguía: «Puso especial empeño en determinadas cuestiones muy de la época. Así sobre el criterio de verdad, pugnó por cortar de una vez la discusión de si la evidencia, criterio de verdad, es la objetiva o la subjetiva, admitiendo por tal la objetivo-subjetiva. En la deducción de los principios supo dar el lugar que corresponde a la experiencia la cual lustra los conceptos para su inteligencia sin que por esto la adhesión del juicio se funde y apoye en la experiencia contingente y singular sino en la unión necesaria e identidad real de los conceptos ilustrada con luz propia». En las cuestiones de filosofía natural «exhortaba a sostener las posiciones tradicionales siempre que no las derribaran, como falsas, los hechos comprobados de la experiencia». Y el P. Ibero puntualiza: «Se esforzaba por armonizar con las ciencias físicas y químicas de su tiempo las tesis generales de la composición esencial de los cuerpos y las realidades accidentales de la cuantidad y cualidad».
De cuanto llevamos dicho se desprende que España no estuvo ausente en los primeros pasos del movimiento restaurador de la filosofía perenne. La razón de que éste no produjera en nuestra patria, después de la Encíclica Aeterni Patris, los frutos magníficos que en otras naciones, habrá que buscarla tal vez en la triste situación porque atravesaron los estudios filosóficos durante la pasada centuria y primeras décadas de la actual. Afortunadamente los brotes aparecidos en este campo científico después de nuestra guerra de liberación permiten esperar un espléndido florecimiento del pensamiento escolástico español.
Notas