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artículos de Cristiandad de Barcelona

Filosofía de la Historia

Ramón Roquer, Pbro.

CRISTIANDAD
Año II, nº 32 y 33, página 324
Barcelona-Madrid, 15 de julio de 1945
Plura ut unum

Cansado, el pensador contemporáneo, de tanta diversidad de perspectivas que pretenden proyectar en forma científica el sentido del acontecer histórico, de tanta logomaquia sobre tendencias históricas, constantes históricas, factores históricos –racionales unos, irracionales otros– de tantas acepciones de la filosofía de la historia con que pretenden regalarle los corifeos de la inteligencia desde que a Voltaire se le ocurrió «lire l'Histoire en philosophe», esfuérzase por encontrar un remanso de soledad para poner en orden tanta diversidad de nociones, para perfilar unas categorías tan simples que le permitan aclarar la esencia de la historicidad y tan universales que no excluyan de la realidad histórica ni un solo elemento indispensable para su comprensión.

En esta silenciosa tarea hemos querido tomar parte para ofrecer al lector, en forma elemental, una visión esquemática de la problemática histórica y del camino para su solución en el campo de la filosofía cristiana. Solución incompleta, que reclamará, con urgencia, el complemento de una teología de la historia, pero por lo mismo, sincera; nada, en efecto, es indicio de mayor sinceridad que el reconocimiento de los propios límites.

Multivocidad de los términos: «Historia» e «histórico»

A poco que reflexionemos sobre el uso de estos vocablos nos percataremos de su ambigüedad, a pesar de entendernos o de creer entendernos, en su frecuentísimo empleo.

En primer lugar se habla de la historia como «ciencia» con una metodología apropiada, con fundamentos teoréticos precisos, en contraposición a la «realidad histórica» objeto de aquella ciencia, presupuesto radical de la misma. Prescindiendo, momentáneamente, de la gnoseología histórica y atendiendo al ente histórico, en cuanto tal, es decir, ciñéndonos a la ontología de la historia aparece un elemento temporal como constitutivo de la realidad histórica: el «pasado». Así se dice: «esto pertenece a la historia», «ha pasado a la historia», significándose o la desaparición de algo, como inactual en el momento presente, o la supervivencia de algo «sin eficacia» en el presente. En este sentido tanto la «naturaleza» como el «espíritu finito» por su dimensión temporal serían realidad histórica y tendría cabal sentido la llamada «historia natural». Pero en otros casos las denominaciones que estudiamos indican un pasado «activo» en el momento presente y no por pura sucesión de causas eficientes, sino por la inserción de elementos teleológicos o morales. Medítense, sino, las frases: «no podemos sustraernos a la historia»; «la historia pesa»; «la historia es maestra de la vida». Indudablemente queda descartada la «realidad-naturaleza» del ámbito de la historia y sólo el ser moral o dotado de espíritu que discurre en el tiempo sería el sujeto de la historia. El hombre sería la realidad histórica por antonomasia en cuanto que le acontecen o en él pasan ciertos fenómenos que exigen la virtus espiritual.

El carácter antropológico de la historia acentúase aún más si consideramos otro aspecto de la historicidad: el de proyección hacia el futuro, de un presente lastrado por el pasado. Decimos de algo que «hará época» o hablamos de «inflexiones de trascendencia histórica» o del juicio de la historia». El carácter de pasado no tiene rango preeminente en estas locuciones respecto del presente ni del futuro.

Objetos históricos

Las cosas legadas por el pasado se denominan históricas. En tanto lo son en cuanto están afectadas por «algo pasado», no en cuanto más o menos viejas o apolilladas. Existen en un presente, pero «fuera de uso». Ha desaparecido el mundo, –medio ambiente, circunstancia– en el que su presencialidad fue «efectiva». La denominación: de «históricos» les compete por mera analogía atributiva.

La historicidad

De las anteriores reflexiones se desprende que la historicidad es un modo de ser del sujeto humano, individual o colectivo, afecto intrínsecamente por la temporalidad que vive un presente influenciado por el pasado y por el futuro a la vez, es decir un momento histórico. El elemento del pasado implica un principio, un «de dónde» más o menos oculto pero íntimamente entrelazado con el «ahora» con varia influencia causal. Las posturas deterministas negarán inútilmente la capacidad de reacción frente a las predeterminaciones teológicas, cosmológicas o psicológicas. El acantilado de la libertad seguirá invulnerable a sus ataques y su fuero conservará el sentido de la historia que se sumergiría, sin ella, en la obscura y abismática profundidad de la naturaleza inerte. Por su elevación sobre las condiciones del momento el hombre es sujeto activo de la historia y no mera resultante. Esta actividad de reacción convierte el destino ciego en luminosa misión.

El aspecto de futurición del momento presente supone la causalidad final, el teleologismo de la historia, un «a dónde», claro y taxativo que da sentido a la libre reacción humana. Es vano, empeño querer despojar a la humanidad del sentido de la vida, cual lo demuestra la metafísica. Luego resultaría igualmente estéril pretender arrebatar el sentido de la historia.

Caen pues por su base las posiciones irracionalistas según las que la historia sería un encadenamiento de «sin razones», un empeño de lo puramente arbitrario, un dominio del azar; pero se hace asimismo comprensible que acontecimiento de apariencia insignificante a través de fuertes personalidades o en la coyuntura de elementos favorables revistan extraordinario alcance histórico. Recuérdense los tan repetidos «futuribles» entre los que destaca el de Pascal: «si la nariz de Cleopatra hubiese tenido mayor longitud... &c.

La Filosofía de la Historia

El ente histórico es pues libre; dotado de finalidad individual y social, que no ha comenzado de un modo absoluto, sino en dependencia, y que continúa dependiendo en el ejercicio de su libertad. ¿Cuál es su principio? ¿Cuál es su fin? ¿Cómo se comporta el individuo y la humanidad frente a los mismos? ¿Pueden descubrirse leyes o constantes en el decurso del vivir histórico? ¿Por qué método? ¿Qué son los llamados factores de la historia? ¿Es el individuo sujeto o mero portador de lo histórico? Etc. He aquí una serie de temas que aisladamente constituyen el objeto de la metafísica y de la gnoseología históricas y que en forma más o menos coherente debe armonizar una filosofía cristiana de la historia.

Pero ella les añade algunos que, aun estando dotados de sustantividad filosófica, y por lo mismo independientes en sí de la Revelación, solamente en su seno alcanzan el lugar eminente que de derecho, les corresponde.