Textos
artículos de Cristiandad de Barcelona
CRISTIANDAD
Año II, nº 31, página 289
Barcelona-Madrid, 1 de julio de 1945
Editorial
En su Encíclica «Charitate Christi compulsi» decía Su Santidad Pío XI refiriéndose al ateísmo moderno: «No faltaron nunca impíos, no faltaron nunca quienes negaran a Dios: pero eran relativamente pocos...; hoy, en cambio, el ateísmo ha invadido ya una gran masa de pueblo»; es decir: el ateísmo se ha convertido en un hecho social.
Y cinco años después, en la Encíclica «Divini Redemptoris», publicada en pleno curso de nuestra pasada revolución, añadía: «No hay que maravillarse pues que en un mundo tan hondamente descristianizado se desborde el error comunista.»
* * *
Estos dos fragmentos bastan para mostrar que en el pensamiento pontificio entre el ateísmo como hecho social y el comunismo hay una relación de causa a efecto. Casi se nos escaparía decir que hay una relación necesaria. Pero antes pensemos un momento: ¿cómo el mundo moderno ha podido llegar a esta situación, única en la Historia, de una sociedad atea en sus principios y en sus fines primordiales? ¿Cómo ha sido posible esta decadencia?
Que el lector mire el editorial de CRISTIANDAD del número anterior, donde decíamos, copiando a Pío XI: No puede haber orden ni paz sin la fe en Dios; ni fe en Dios sin fe en Jesucristo; ni fe en Jesucristo sin fe en la Iglesia; ni fe en la Iglesia sin fe en el Papa.
Lea ahora estas frases en orden inverso y examine si la fe en el Papa, la fe en la Iglesia, la fe en Jesucristo, la fe en Dios no son cabalmente aquellas verdades que la sociedad ha ido arrojando por la borda en su navegación de los últimos siglos.
El comunismo recoge este ateísmo práctico social y la potencia adoptándolo como postulado teórico. Y precisamente por esto, por ser el «comunismo ateo» lo combaten, ante todo, los Papas. No se trata de oponerse a la realización de los bienes sociales que para engaño de incautos, promete: no se trata, tan siquiera, de salir al paso a las enormes injusticias de carácter particular que el comunismo propugna, con un cinismo sin precedentes, como necesarias y provechosas, no; la batalla se da en un terreno más hondo. Se trata de una revolución que «supera en amplitud y violencia a cuanto se llegó a experimentar en las precedentes persecuciones contra la Iglesia»; se trata de que «por primera vez en la Historia, asistimos a una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino. El comunismo es por naturaleza antireligioso, y considera la religión como el «opio del pueblo» porque los principios religiosos que hablan de la vida de ultratumba desvían al proletario del esfuerzo por realizar el paraíso soviético que es de esta tierra».
¿Y qué otra fuerza va a poder contra él? ¿Podrá, tal vez, el capitalismo liberal, que es, precisamente, su antecedente inmediato, tanto lógica como históricamente? ¿Quién, sino él, ha creado las condiciones necesarias para la difusión del comunismo? «Para explicar cómo ha conseguido el comunismo que las masas obreras lo hayan aceptado sin examen, conviene recordar que éstas estaban ya preparadas por el abandono religioso y moral en que las había dejado la economía liberal».
Por esto, «ni la fuerza, aun la mejor organizada, ni los ideales terrenos, por más grandes y nobles que sean, pueden dominar un movimiento que tiene sus raíces precisamente en la demasiada estima de los bienes de la tierra».
El comunismo se presenta como invencible en su terreno. Y no ha sido él quien ha planteado las condiciones de la lucha.
Pero su victoria será estéril en bienes sociales. «No se pisotea impunemente la Ley natural ni el Autor de ella: el comunismo no ha podido ni podrá obtener su intento ni siquiera en el campo puramente económico».
La primacía de lo económico, de la materia, queda negada rotundamente en este texto. Esto es lo importante. Desde entonces, que este materialismo lo Profese el comunismo ruso, o el racismo alemán, o tantos millones de hombres que en países que no son por ahora nazis ni comunistas se declaran explícitamente ateos para vivir su vida de ligereza y de sensualidad... ¿qué más da?
¡Qué poco le cuesta, desgraciadamente, a la Iglesia ser imparcial en las luchas de nuestro tiempo!
Muchos temen al comunismo por ser COMUNISMO: Ella lo teme por ser Ateo. Medítelo el lector a la luz del último editorial de CRISTIANDAD y obre en consecuencia.