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artículos de Cristiandad de Barcelona

La presentación del Cristianismo ante los filósofos

Marcial Solana González-Camino

CRISTIANDAD
Año II, nº 19, páginas 14-17
Barcelona-Madrid, 1 de enero de 1945
Plura ut unum

En el capítulo XVII de los Hechos de los Apóstoles refiere San Lucas que, después de haber predicado el Evangelio en Tesalónica y en Berea, San Pablo fue llevado a Atenas por los cristianos de Berea ante el alboroto promovido por los judíos incrédulos en la predicación del Apóstol, que desde Tesalónica habían ido a Berea amotinando al pueblo. Mientras aguardaba a sus compañeros Silas y Timoteo, que habían quedado en Berea, dice San Lucas que San Pablo se consumía interiormente considerando cómo Atenas estaba entregada a la idolatría; y que disputaba, en la sinagoga con los judíos y prosélitos, y en la plaza pública con los que se le ponían enfrente, entre los cuales hubo algunos filósofos epicúreos y estoicos. Al fin un día los que contendían con San Pablo, que eran aficionadísimos a novedades, le llevaron al Areópago, diciéndole: ¿Qué nueva doctrina es la que predicas? Te hemos oído cosas que jamás habíamos escuchado y deseamos conocer qué es eso que enseñas. Entonces San Pablo, puesto en medio del Areópago, dijo a los atenienses: Advierto que casi sois nimios en lo atañente a la religión, porque al venir aquí y mirar las estatuas de vuestros dioses he visto un altar con esta inscripción: Al Dios desconocido. Pues bien, ese Dios que vosotros adoráis aunque no le conocéis es el que vengo a anunciaros. Él es quien creó al mundo y a todos los seres contenidos en el universo; Él es el Señor del cielo y de la tierra, que no está encerrado y circunscrito en los templos fabricados por los hombres, ni necesita de éstos, sino que es quien les está dando la vida y todas las cosas; Él es quien de un solo hombre ha hecho nacer a todo el linaje humano: Él es quien ha fijado el orden de los tiempos y señalado los límites de cada pueblo, queriendo que los hombres le buscasen y, al fin, le hallasen: no está lejos de cada uno de nosotros, pues dentro de Él vivimos, nos movemos y existimos, y, según dicen algunos de vuestros poetas, somos del linaje de Dios. No debemos imaginar siquiera que Dios es semejante al oro, la plata o el mármol, de cuyas materias hace sus figuras el arte. Dios, que ha tolerado esta grosera ignorancia, ahora intima a los hombres todos y, de todas partes que hagan penitencia, porque tiene determinado juzgar un día al mundo con rectitud por medio de un varón a quien ha constituido juez universal, dando una prueba cierta de esto al haberle resucitado entre los muertos. San Lucas resume el efecto que este razonamiento de San Pablo produjo en los atenienses: algunos se burlaron: otros dijeron: Te volveremos a oír; y otros, finalmente, entre los cuales se encontraba San Dionisio Areopagita y cierta mujer llamada Damaris, creyeron en lo que el Apóstol había predicado.

Este discurso de San Pablo a los griegos, pronunciado en Atenas, civitas philosophorum, y en el Areópago, ante uno de los auditorios más cultos que entonces había en la tierra, parece que puede considerarse como la presentación oficial del Cristianismo a los filósofos. El razonamiento del Apóstol es algo así como si él hubiera dicho a los atenienses: la verdad que buscáis como filósofos a pesar de vuestros estudios e indagaciones, os es desconocida, no está en ninguno de los sistemas filosóficos que hasta ahora han expuesto los que el mundo considera sabios. No se halla en los Vedas, ni en el Brahmanismo, ni en el Budismo de la India. No está en el Taoísmo, ni en el Confucionismo de la China. No se encuentra en el Mazdeísmo de Persia. Es inútil buscarla en las escuelas que han florecido entre los helenos: la Jónica antigua, la Pitagórica, la Eleática, la Jónica nueva, la Sofística, la Socrática, la Académica, la Peripatética, la Estoica, la Epicúrea, la Escéptica, la Ecléctica... y esto porque todas estas escuelas tienen algo por lo menos erróneo no enseñan solamente la verdad; porque las doctrinas que ellas exponen son incompatibles en orden a lo que los hombres necesitan conocer respecto a Dios, al mundo y a sí mismos, y para ser felices, primero y en cuanto cabe, aquí en la tierra y después allá en la vida futura, que no ha de terminar jamás; y porque aún aquello verdadero que esas escuelas enseñan no se halla propuesto con la claridad y sencillez que son precisas para que todos lleguen a comprenderlo y admitirlo fácilmente. La verdad que buscáis y que, no obstante, desconocéis, está toda ella, íntegra y perfecta, en la doctrina que en Judea y Galilea enseñó un varón llamado Jesús, a quien Dios resucitó y a quien ha constituido maestro y juez universal de los hombres de todos los tiempos, naciones y razas.

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Y, en efecto, la verdad cabal y completa no está en las enseñanzas de los filósofos anteriores a Nuestro Señor Jesucristo, ni siquiera en aquellos que defendieron doctrinas más perfectas.

No está en Sócrates: porque su Filosofía «envuelve el grave defecto de ser... esencialmente incompleta. Para el filósofo ateniense no hay más ciencia posible, ni más filosofía digna de este nombre que la ciencia ético-teológica... El mundo físico, y hasta el mundo antropológico y el mundo divino, si se exceptúa la base moral de los dos últimos, son objetos que no se hallan al alcance de nuestra ciencia. Nuestros conocimientos físicos, antropológicos, metafísicos y teológicos carecen de valor objetivo y científico si se les considera en el orden especulativo y con separación del orden moral. La naturaleza, atributos y destino del alma, lo mismo que la naturaleza, atributos y hasta la existencia de Dios, nos son conocidos porque y en cuanto envuelven relación necesaria con el orden moral; porque y en cuanto la conciencia y la ley moral no podrían existir si no existiera Dios: para Sócrates, lo mismo que para Kant en los tiempos modernos, la razón práctica y la ley moral constituyen el único criterio seguro para llegar a la realidad objetiva y a la existencia de Dios».{1}

La verdad dentro del orden filosófico tampoco está en Platón; porque sus enseñanzas morales encierran «máximas detestables... y doctrinas horribles»{2}; porque su política tiene carácter utópico y... tendencias socialistas y comunistas»{3}; porque «en su Metafísica y especialmente en la parte que llamamos Teodicea, aunque se eleva a una altura a la que ningún filósofo anterior había llegado..., obsérvase que su concepto divino, sin dejar de ser elevado y hasta extraordinario en un filósofo gentil, se halla desfigurado por ideas que rebajan su importancia científica, cuales son, entre otras, la existencia del Demiurgo, o ser intermedio entre Dios y el mundo, y, sobre todo, la eternidad de la materia. Añádase a esto la confusión y la obscuridad con que se explica acerca de la verdadera naturaleza del Demiurgo y de la materia eterna, lo mismo que acerca del modo de existencia de tas Ideas, las cuales aparecen unas veces como tipos existentes en la mente divina y otras corno substancias subsistentes en sí mismas y por sí mismas, unas veces aparecen superiores a Dios e independientes, mientras todas aparecen subordinadas a su poder y voluntad. Idéntica observación puede hacerse con respecto a la psicología platónica. Sublime y verdaderamente filosófica cuando proclama la espiritualidad del alma y cuando demuestra su inmortalidad, y reconoce su origen divino, y coloca la esencia de la ciencia y la posesión de la verdad en el conocimiento de lo necesario, de lo inmutable, de lo eterno de la Idea; pero esa misma psicología decae, degenera y pierde su elevación, cuando reduce la ciencia a una mera reminiscencia, cuando nos habla de la preexistencia de las almas y de la metempsicosis y de su unión accidental con el cuerpo y de sus purificaciones y ascensiones»{4}.

La verdad total filosófica no está siquiera en los libros de Aristóteles, a pesar de ser éste el Filósofo por antonomasia y el organizador de esta ciencia, si es que no fue su verdadero padre: porque, no obstante toda la perfección que, indudablemente, existe en la Filosofía aristotélica, ésta «adolece de graves defectos... la falta de afirmaciones precisas acerca de la inmortalidad del alma, la negación de la providencia divina sobre todas las partes del universo, las afirmaciones referentes a la eternidad del mundo, a la solidez e incorruptibilidad de los cielos, a las inteligencias o ángeles que mueven las esferas... Defecto grave es, también, de la Filosofía de Aristóteles la separación que establece entre la idea teológica y la idea ética. La idea de Dios, base metafísica y sanción real y última del orden moral, apenas se deja ver en la Filosofía ética de Aristóteles, cuya teoría moral ofrece un aspecto puramente racionalista y entraña una sanción casi exclusivamente humana y empírica que tiene gran afinidad con la moral independiente de nuestros días»{5}; y, además en cuestiones sociales, Aristóteles tiene doctrinas erróneas y evidentemente inaceptables en cuanto a la esclavitud y a la existencia y educación de los hijos.

En cambio, en el Cristianismo, dentro del orden filosófico como en todos los demás, está la verdad y solamente la verdad: nada hay en lo que el Cristianismo enseña que sea error, que no sea verdad. El Cristianismo, como lo indica su propio nombre, es la religión y la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo afirmó claramente y probó apodícticamente que, en realidad, Él es Dios. Luego el Cristianisno es religión fundada y doctrina enseñada por el mismo Dios. Es metafísicamente imposible, encierra en sí contradicción y repugnancia, que Dios, Ser infinitamente perfecto, sabio y veraz, enseñe lo que no sea verdad, sino error: porque si así lo hiciera dejaría de ser infinitamente perfecto, sabio y veraz, dejaría de ser Dios. Luego, a priori, cuanto contiene la religión y la doctrina del Cristianismo, es verdad, no puede ser error. Además los dogmas y enseñanzas del Cristianismo han sido todos ellos minuciosísimamente examinados y aquilatados por los varones sapientísimos, unos adictos fervorosos de la sagrada persona y de la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo y otros enemigos acérrimos de Él y de sus enseñanzas; y ninguno, ni aquellos ni éstos, han podido señalar en dichos dogmas nada que no sea rigurosamente verdad, nada que tenga algo de error. Luego, a posteriori, cuanto se contiene en los dogmas del Cristianismo es verdad, y no existe en ellos error alguno.

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Las doctrinas de la Filosofía gentílica y pagana tampoco contienen toda la verdad, ni podían contenerla.

Hay verdades naturales, que el entendimiento humano puede conocer con solas sus luces naturales mediante el raciocinio; y hay verdades sobrenaturales, que el entendimiento humano con solas sus luces naturales y aunque use todo su poder discursivo es incapaz de conocer y que para poseerlas necesita el auxilio sobrenatural de la revelación, que Dios se las manifieste y enseñe.

No son necesarios prolijos razonamientos para demostrar que, en efecto, tienen que existir verdades sobrenaturales en el sentido expuesto. El hombre es ser limitado y finito: luego limitadas y finitas serán también todas sus facultades: luego el entendimiento humano es limitado y finito. Dios es Ser infinito, y no sería Dios si no lo fuera. Luego es metafísicamente imposible que el entendimiento finito del hombre conozca y comprenda al Ser infinito de Dios en cuanto este Ser es cognoscible, es decir, con conocimiento adecuado, cabal y del todo perfecto. Para que este conocimiento fuera posible, o el entendimiento humano tendría que dejar de ser limitado y finito para tornarse en infinito, o el Ser de Dios habría de dejar de ser infinito. En otra forma: para que el entendimiento humano abarcase total y perfectamente al Ser de Dios y le conociera adecuada y perfectamente sería necesario, o que el entendimiento humano dejara de ser entendimiento de hombre y se convirtiera en entendimiento divino, o que el Ser de Dios dejara de ser Ser de Dios y se convirtiera en ser finito y limitado. Luego necesariamente han de existir para el entendimiento humano verdades sobrenaturales, verdades relativas a Dios que aquel entendimiento finito y limitado no pueda llegar a conocer con solas sus luces y fuerzas naturales y que si ha de llegar a poseer necesita que Dios, único ser que conoce su propia entidad con conocimiento adecuado, comprensivo y perfecto se las revele y enseñe. Es, pues, necesario que existan verdades sobrenaturales en orden al entendimiento humano.

Los filósofos gentiles, por grande que fuese su entendimiento, desconocieron las verdades sobrenaturales: porque si fueron gentiles no tuvieron el auxilio de la revelación, único medio para llegar el hombre al conocimiento de las verdades sobrenaturales: Luego los filósofos gentiles, no pudieron enseñar las verdades sobrenaturales, porque las desconocieron. Así fue, en efecto: ninguno de los filósofos gentiles expone una verdad que sea propiamente sobrenatural. Luego la Filosofía gentílica y pagana, aunque contuviera la verdad sin error alguno, que, como antes vimos, no la contiene, nunca poseería toda verdad, siempre le faltarían las verdades sobrenaturales.

En cambio, el Cristianismo, como es doctrina enseñada por nuestro Señor Jesucristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre, posee, no sólo las verdades naturales sin mezcla de error alguno, sino también las verdades sobrenaturales, porque estas últimas las tiene enseñadas y recibidas por manifestación y revelación directa e inmediata del mismo Dios. Luego el Cristianismo posee lo que no tiene ni puede tener ninguna de las filosofías gentílicas, las verdades naturales y las sobrenaturales, toda la verdad, cuanto el hombre necesita conocer respecto a Dios, al mundo y a sí propio, y para ser feliz en la vida temporal y en la eterna e inextinguible.

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El servicio que el Cristianismo hace al entendimiento humano enseñándole las verdades sobrenaturales es, realmente, inapreciable: porque le da noticias ciertas que de otro modo no hubiera alcanzado jamás, y noticias relativas a los objetos supremos del conocimiento humano: Dios y lo que a Dios concierne. Luego el Cristianismo ensancha y perfecciona el conocimiento del hombre llevándole a donde nunca hubiera llegado la humana y natural Filosofía.

Pero además de este, al enseñar el Cristianismo las verdades sobrenaturales, hace también otro muy grande servicio al entendimiento del hombre en orden al conocimiento de las mismas verdades naturales que el entendimiento humano puede alcanzar con solas sus luces naturales; y esto por dos motivos:

Primero: Porque apoyándose en los dogmas del Cristianismo, es decir, en las verdades sobrenaturales, el entendimiento humano descubre y llega a conocer verdades naturales, que, aunque de suyo son asequibles con las luces naturales del entendimiento humano, éste, si no fuera por el apoyo que le prestan las verdades sobrenaturales, no hubiera llegado a poseer. Según las enseñanzas sobrenaturales, en la Sagrada Eucaristía, en virtud de la transubstanciación eucarística, se verifica la separación de las sustancias del pan y del vino de sus respectivos accidentes; y aquellas sustancias dejan de existir y los accidentes continúan existiendo sin sustancia alguna que les sirva de sujeto de inhesión, pero sin ser ellos sustancia, sino conservando la entidad de accidentes y sustentados, los accidentes distintos de la cantidad en el accidente de cantidad; y este, por la virtud omnipotente de Dios, que sobrenatural y milagrosamente suple el efecto formal de la sustancia en orden a la sustentación del accidente, aunque Dios no sea el sujeto de inhesión ni de la cantidad ni de los demás accidentes eucarísticos. Asimismo, en la Sagrada Eucaristía se hallan real y verdaderamente presentes el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Luego en la Sagrada Eucaristía está la cantidad, las partes del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo; mas dichas partes no están extendidas en el espacio, el cuerpo y la sangre del Salvador, en la Sagrada Eucaristía no ocupan el espacio que naturalmente les corresponde. Luego en la Sagrada Eucaristía la cantidad del cuerpo y de la sangre del Redentor produce su efecto formal primario, extiende las partes del cuerpo y de la sangre del Señor en orden a la realidad entitativa del cuerpo y de la sangre de Jesucristo: pero no produce su efecto formal secundario, no extiende las partes del cuerpo y de la sangre de Jesús en orden al espacio. Pues bien, sin las enseñanzas de los dogmas sobrenaturales acerca de la Sagrada Eucaristía, ¿cuándo el entendimiento humano hubiera llegado a conocer estas dos verdades «naturales: A) es intrínsicamente posible, no repugna ni encierra contradicción, la separabilidad de los accidentes respecto a su substancia sustentante, ni que, desapareciendo esta sustancia, los accidentes que ella sustentaba, sin dejar de ser accidentes, sigan existiendo, pero sin estar inherentes en sustancia alguna; y B) es intrínsecamente posible, no repugna ni encierra contradicción, que la cantidad, sin dejar de ser cantidad, produzca sólo su efecto formal primario: extender las partes del cuerpo cuanto en orden al mismo cuerpo, y no produzca su efecto formal secundario, extender las partes del cuerpo cuanto en orden al espacio?

Segundo: Porque el estudio y la reflexión sobre las verdades sobrenaturales que el Cristianismo enseña da ocasión para que, apoyándose en estas verdades sobrenaturales y acuciado por el deseo de entenderlas con cuanta perfección sea posible a la debilidad del entendimiento humano, éste aquilate y precise conceptos filosóficos que sin la ocasión que para ello prestan aquellos dogmas nunca hubiera aquilatado y precisado tanto. Según los dogmas y verdades sobrenaturales de la Santísima Trinidad y de la Encarnación del Verbo, en Dios hay unidad de esencia, de naturaleza y de substancia subsistente, en trinidad de hipóstasis, de personas; y en nuestro Señor Jesucristo, el Verbo humanado, hay unidad de hipóstasis, de persona, que sustenta a dos naturalezas distintas, una divina y otra humana. Pues bien, si no hubiera sido por los dogmas y verdades sobrenaturales de la Santísima Trinidad y de la Encarnación del Verbo, el entendimiento humano ¿hubiera aquilatado y precisado los conceptos de esencia, naturaleza, sustancia, hipóstasis y persona de suerte que hubiera llegado a conocer esta verdad de orden natural, asequible a las solas luces del entendimiento humano: no repugna, no encierra contradicción, el que una misma esencia, naturaleza o sustancia subsista en tres hipóstasis o personas distintas, y el que una misma hipóstasis o persona haga subsistir a dos naturalezas distintas? La Metafísica aristotélica, con ser el Estagirita el más excelso y perfecto de los filósofos no cristianos no llega a tanto.

Luego con la enseñanza de las verdades sobrenaturales, el Cristianismo hace un servicio realmente extraordinario al entendimiento del hombre por los motivos que quedan expuestos.

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Las verdades básicas del orden religioso y asequibles con las solas luces de la razón natural, que la Filosofía gentílica llegó a poseer y a enseñar, ¿las puede proponer con sencillez y de modo que todos, aun los rudos y faltos de preparación científica, asientan a ellas con facilidad y certeza después de haberlas entendido?

Si no hubiera otro medio para demostrar y convencer al hombre de esta verdad de orden natural y a la vez capitalísima en lo religioso: Dios existe, verdad que poseyeron y enseñaron muchísimos filósofos gentiles, que el argumento basado en la necesidad de admitir, supuesto el hecho evidente para todos de la existencia del movimiento, un primer motor inmóvil, ¿sería posible que hombres incultos, que casi no entienden el significado de las palabras que intervienen en el argumento consabido, llegaran a adquirir, merced a tal demostración, la certeza plena y perfecta que necesita todo ser racional, de que, en realidad, existe Dios? Verdades fundamentales también en el orden religioso y de carácter natural, asequibles, por lo tanto, con solas las luces del entendimiento humano, son éstas: el mundo tuvo comienzo en su existencia merced a un acto creador, productor ex nihilo; y el alma humana es inmortal. Y, sin embargo, no un filósofo cualquiera, sino el excelso Platón sostuvo la eternidad de la materia y por consiguiente, el ser ella improducida, e independiente, por lo mismo, de la casualidad divina; y Aristóteles, el Filósofo por excelencia, habló de la inmortalidad del alma humana en tal forma que ¿cuánto no es lo que se ha escrito e investigado para saber si defendió o no que el alma humana es inmortal? Pues si esto ha acontecido respecto a estas dos verdades de orden natural tan fundamentales en lo religioso, y con los dos filósofos no cristianos más eximios, si no se contara con otros medios de demostración que los que poseía la Filosofía gentílica, ¿sería posible que todos los hombres, aunque los que desconocen los rudimentos de la Filosofía, alcanzaran fácilmente la certeza y convicción que necesitan tener de estas dos verdades de orden natural y religioso: el mundo ha sido creado por Dios y todo Hombre posee un alma inmortal?

En el Cristianismo no ocurre esto, sino que la certeza de las verdades que él enseña es fácil y asequible para todos, aun para los rudos e iletrados: porque para llegar a alcanzarla no son necesarios dilatados estudios ni aun preparación científica, basta con saber estas dos cosas: Primera: Dios, Ser infinitamente sabio y santo no puede engañarse ni engañar cuando habla y enseña, bien lo haga Él directamente, bien lo realice por medio de otro. Segunda: Dios ha revelado las verdades dogmáticas, y encarga a la Santa Iglesia Católica que conserve intacto el sagrado depósito de esas verdades y lo transmita a los hombres, asistiéndola Él siempre para que, al hacer todo esto, la Iglesia no yerre nunca. Es decir, basta la fe. Con ella sólo, el hombre no tendrá conocimiento científico, ni menos filosófico, de la verdad, pero tendrá fácilmente y con la certeza y seguridad mayores que son posibles las verdades fundamentales de la Religión y, también, de la Filosofía. Y para llegar a estos conocimientos basta conocer ese librito claro, breve y sencillo que se intitula Catecismo de la Doctrina Cristiana, y creer.

Luego el Cristianismo hace lo que no hizo ninguna de las filosofías gentílicas: enseñar a todos con la claridad y sencillez que son precisas para que lo entiendan aun los rudos e iletrados las verdades básicas del orden religioso.

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La predicación del Cristianismo fue, pues, el perfeccionamiento de todas y cada una de las escuelas filosóficas precristianas, aun de las más excelsas, en lo que ellas tenían de verdadero; fue el hecho más trascendental que ha existido en los siglos en orden a la cultura de la humanidad; fue el poner, con certeza absoluta y con sencillez perfecta, las verdades más sublimes y necesarias al alcance incluso de los niños: fue dar a los hombres la enseñanza precisa para que lleguen a ser siempre felices... Razón hay para que los filósofos de todos los tiempos caigan de hinojos ante nuestro Señor Jesucristo; y con la mente, con la voluntad y con el alma entera le digan: Tú eres el maestro y el doctor por excelencia, Tú eres la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, Tú eres la sabiduría subsistente, Tú eres ¡la verdad!

Notas

  1. Historia de la Filosofía, por el P. Zeferino González, tomo I, Madrid 1886, párrafo 54, págs. 208 y 209. Para juzgar en el orden filosófico a los más importantes filósofos de la época precristiana, me parece que, dado el carácter vulgarizador de Cristiandad, más conveniente que hacer el juicio, basándome inmediatamente en las fuentes directas pira conocer las doctrinas de dichos filósofos, es transcribir los juicios que sobre ellos emite Fray Zeferino González, el más conocido de los historiadores españoles que hasta ahora ha tenido la Filosofía y que, para mayor autoridad suya en lo concerniente al orden religioso, fue Cardenal de la Santa Iglesia Romana y Arzobispo Primado de España.
  2. Obra, tomo y edición citados, párrafo 69, pág. 258.
  3. Obra, tomo y edición citados, párrafo 69, pág. 258.
  4. Obra, tomo y edición citados, párrafo 69. págs. 258, 260 y 261.
  5. Obra, tomo y edición citados, párrafo 76, págs. 326 y 327.