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La intercesión de la Virgen en la victoria de Lepanto

Por LUIS CUESTA. Revista Cristiandad de Barcelona. Año LXXIII - Núm. 994. Mayo 2014. Págs. 38 - 39.

El enemigo turco

España podría haber dejado de ser Tierra de María si no hubiera sido por la victoria en Lepanto frente a la amenaza musulmana. Y una vez más, la intervención de la Virgen en «la más alta ocasión»1 fue decisiva para salvaguardar la fe cristiana no sólo de «su» tierra sino también de toda la Cristiandad.

Tras la caída de Constantinopla, el avance islamista encabezado por Solimán el Magnífico (1520-1566) al frente de los turcos había llegado hasta el centro de Europa, iba dominando del todo el Mediterráneo Oriental y en gran medida el Occidental: en 1521 los turcos conquistaron Belgrado; en 1522, la isla de Rodas; en 1526 su victoria en la batalla de Mohacz les permite ocupar casi toda Hungría; en 1529, llevan a cabo el primer sitio de Viena y en 1532 el segundo.

Le sucedió su hijo, Selim II, Gran Turco que se propuso quitar a Venecia la isla de Chipre, y a este fin envió un poderoso ejército por mar y por tierra que atacando desde puntos distintos obligaría a los venecianos a dividir sus fuerzas. Tan solamente había dos plazas fuertes, que eran Nicosia y Famagusta. «Los turcos no encontraron a causa de su crecido número dificultad alguna para el desembarco y sitiaron Nicosia, que cayó en poder de ellos después de cerca de dos meses de sitio. Como es común en la gente sarracena, se entregaron a toda clase de excesos, habiendo pasado a cuchillo más de mil personas sin distinción de sexo ni edad e hicieron quince mil esclavos, y un riquísimo botín». 2 Los habitantes de Famagusta, temiendo la misma desgraciada muerte que los habitantes de Nicosia, creyeron más conveniente no ofrecer resistencia, y se entregaron por capitulación. Ni siquiera esto sirvió para frenar la ciega cólera de los enemigos, que mataron a un gran número de sus habitantes, e hicieron padecer martirio al gobernador de dicha ciudad.

La llamada de San Pío V

En el mismo tiempo, en 1566 es elegido como pontífice Pío V, el cual tenía el deseo de unir a la Cristiandad para un doble combate; contra el protestantismo y contra el adversario otomano, a lo que invitó a los príncipes católicos a concretar una alianza contra el Sultán. Hacia fines de 1566, Pío V dirige a las naciones católicas una nueva llamada de alerta haciendo una invitación para unirse en una Liga en defensa de la Cristiandad sin obtener una respuesta positiva. Finalmente, se alcanzó un acuerdo de alianza en mayo del 1571. La responsabilidad de defender el cristianismo cayó principalmente en Felipe II, rey de España, los venecianos y los genoveses: «Felipe II puso al frente a su hermanastro Juan de Austria. Juan tenía sólo 26 años, pero venía de sofocar la revuelta morisca y gozaba de un prestigio enorme. Junto a él estaban los mejores nombres de la Armada española: los catalanes Requeséns y Cardona y los castellanos Gil de Andrade y Álvaro de Bazán. Con ellos, el genovés al servicio de España Gian Andrea Doria, sobrino del gran almirante Andrea Doria. Las galeras del Papa las dirigía un viejo señor de la guerra, Marco Antonio Colonna; las de Venecia, otro veterano, Sebastián Veniero, sustituido después por Barbarigo. Y enfrente, el gran almirante turco, Alí Bajá, con un famosísimo pirata argelino, Uchali o Luchalí, y el gobernador de Alejandría, Mohamed Siroco; junto a ellos, un personaje de fábula, el renegado Pertev Pachá, cristiano convertido al islam a quien los jefes de la Liga se la tenían jurada. La Liga cristiana presentaba 231 barcos entre galeones y galeras, cincuenta mil marineros y galeotes y treinta mil soldados, de ellos veinte mil españoles. Nunca se había visto una potencia semejante en el mar. Pero la armada turca era mayor todavía: unas trescientas naves, con un número de hombres superior a cuarenta mil soldados, sin contar galeotes y remeros» 3.

Victoria de la Virgen del Rosario

Como es ampliamente conocido, el 7 de octubre de 1571, la victoria de la alianza cristiana sobre la escuadra turca fue completa. Esta victoria no hubiera sido posible si san Pío V, miembro de la Orden de Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción del Rosario, no hubiera pedido a toda la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima Virgen su auxilio ante aquel peligro. Así, el espíritu de devoción a la Virgen era patente en la tripulación y soldados del bando cristiano como recoge Antonio Amado a partir de las crónicas de la época 4:

«Levantaron en la Real un crucifijo con la imagen de Nuestra Señora, donde toda la gente devotamente oró, en tanto que D. Juan pedía en alta voz favoreciese las armas de la cristiandad y a los soldados que le ofrecían sus ánimas y sus cuerpos salvase sanos y enteros, destruyese los turcos con su poder, enemigos de su santísimo nombre y religión santísima, para que fuese ensalzado y alabado de todas las gentes. Publicóse al instante el jubileo e indulgencia plenaria concedida por el Pontífice para los que allí muriesen e hízose la absolución general».

«Jefes y soldados se postraron y saludaron con el mayor entusiasmo la imagen bordada en el estandarte pontificio y todos le pidieron su auxilio, mediante la protección de la Santísima Virgen María, bajo cuyo amparo había colocado Pío V la armada cristiana».

Toda la Cristiandad y especialmente, el papa PíoV, no cesó de pedirle a Dios encomendándose a su madre, su intercesión en la refriega. Durante labatalla se hizo procesión del rosario en la iglesia de Minerva en la que se pedía por la victoria. El Papa estaba conversando con algunos cardenales pero, de repente los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo, cerrando el marco de la ventana dijo: «No es hora de hablar más sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas». Este hecho fue cuidadosamente atestado y auténticamente inscrito en aquel momento y después en el proceso de canonización de Pío V.

En la noche del 21 para el 22 de octubre el Cardenal Rusticucci despierta al Papa para confirmarle la visión que él había tenido. Al enterarse de la buena nueva, san Pío V pronunció las palabras: «Ahora Señor ya puedes dejar ir a tu siervo en paz». En la mañana siguiente es proclamada la feliz noticia en San Pedro luego de una procesión y un solemne TeDeum.

Así relata el P. Ribadeneira la crucial importancia de la Virgen del Rosario en la batalla: «Debióse esta insigne victoria a las oraciones de san Pío V y de la Cristiandad, donde el santo Pontífice les mandó hacer; y fuera del valor de los soldados cristianos, ayudó mucho la devoción y celo con que confesados y bien dispuestos entraron en la batalla, para morir defendiendo la fe, si Dios por nuestras culpas diese a los infieles la victoria; y principalmente se debió a la intercesión de la sacratísima Virgen María nuestra Señora, singular patrona de las batallas, a quien el Sumo Pontífice encomendó esta empresa, y el general y capitanes hicieron diversos votos. Consiguiose esta victoria en el primer domingo de octubre de 1571, día que la religión de Predicadores tenía consagrado, como todos los primeros domingos de cada mes, al culto de nuestra Señora del Rosario; y en éste, especialmente encomendaba a Dios el buen suceso de las armas católicas, por mandato del Sumo Pontífice san Pío V, el cual, en reconocimiento de tan señalada merced como recibió toda la Cristiandad de la Madre de Dios, consagró este día a su culto, con el título de “Santa María de la Victoria”». 5

El día 7 de octubre quedó consagrado a nuestra Señora de las Victorias y más tarde al Santo Rosario, en las letanías a la Virgen se agregó la invocación «Auxilio de los Cristianos». Capillas con la invocación de Nuestra Señora de las Victorias comienzan a surgir en España e Italia. El senado veneciano colocó debajo del cuadro que representala batalla la siguiente frase: «Non virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii Victores nos fecit». (Ni las tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del Rosario es la que nos dio la victoria). Génova y otras ciudades mandaron pintar en sus puertas la imagen de la Virgen del Rosario.

Como se puede comprobar en todo lo anterior, la Virgen recompensó la generosidad mostrada por Felipe II, rey de España al responder a la llamada de san Pío V, con una victoria aplastante que libró a la tierra de María de la amenaza musulmana durante muchos años.

 

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1 «De esta manera se refiere Miguel de Cervantes a lo que vivió el 7 de octubre de 1571, a bordo de La Marquesa, en Lepanto: “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”». Oleguer VIVES GIL, «Lepanto, “la más alta ocasión”», CRISTIANDAD, agosto-septiembre de 2013.

2. Emilio MORENO CEBADA, Historia de la Iglesia, v. 3, p. 324.3.

3 Aldobrando VALS, «Redescubriendo Lepanto», CRISTIANDAD, enero de 2008.

4. Antonio AMADO, «La batalla de Lepanto y el Rosario», CRISTIANDAD, septiembre-octubre de 2002.

5. P. RIBADENEYRA, S.I., «El santo Rosario y la batallade Lepanto», CRISTIANDAD, agosto-setiembre de 2013.

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