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Artículos de la revista Cristiandad de Barcelona

Los providentes designios de Dios al revelar a los hombres la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

José Javier Echave-Sustaeta
Cristiandad, Mayo 2007

¿Nació el culto al Corazón de Jesús contra el jansenismo?

El padre Ramón Orlandis, S. I., en su artículo «¿Somos pesimistas?», publicado en nuestra revista Cristiandad en abril de 1947, constataba cómo en el entorno de la sociedad jesuítica barcelonesa de su tiempo no se entendía el Apostolado de la Oración, y afirmaba que ello se debía a una «lamentable incomprensión de la devoción al Corazón de Jesús, de las revelaciones de Paray-le­Monial, y de su fin providencial».

Mantenía el padre Orlandis la convicción de que la devoción al Corazón de Jesús tendía a un fin que la hacía providencial para nuestro tiempo; y como el fin es lo primero a considerar, cuando no se comprende la finalidad a la que se dirige la acción de Dios al revelar el misterio de su Corazón a los hombres, lógicamente, tampoco se comprenderá el sen­tido de su devoción, ni el de las revelaciones transmitidas para alcanzarlo. ¿Cuál es ese designio providencial cuyo desconocimiento hacía que tantos no comprendieran ya entonces las revelaciones de Paray-le-Monial y la devoción en ellas fundada? El padre Orlandis lo puso como lema y bandera de la revista Cristiandad que sus discípulos redactaban: «Al Reino de Cristo por la devoción a su Sagrado Corazón»

Advertía el padre Orlandis en la devoción al Corazón de Jesús que se predicaba en ciertos ambientes  en los años cuarenta del siglo pasado una selección omisiva de su mensaje, al minimizar o silenciar elementos esenciales de las revelaciones de Paray-le-Monial, que la dejaban devaluada. Veía cómo se iba extendiendo una corriente que, partiendo de considerar optativa la consagración pedida por el Corazón de Jesús, atenuando progresivamente la voz con que el Hijo de Dios se quejaba en Paray-le­Monial del desamor de los hombres, no quería insistir en su súplica de consuelo por este rechazo, ni en dar a conocer sus ansias de que los hombres, confiando sólo en su amor, le dejaran desbordar sobre ellos los torrentes de misericordia que ya no puede contener en su Corazón.

Si la minimización de estos puntos esenciales en la predicación de la devoción al Corazón de Jesús le parecía al padre Orlandis lamentable, tenía por más preocupante la incomprensión del designio providencial que Dios habría tenido al revelarnos la devoción, que se manifestaba en tachar de utópico, o sea, remitiendo al cielo, el cumplimien­to de la trascendental promesa del Hijo de Dios de que iba a reinar en el mundo mediante la devoción a su Corazón. La incomprensión de este designio ya no se traduciría en una selección omisiva, sino en un abierto rechazo.

Rechazaban como ilusoria esta esperanzadora promesa que Margarita María reconoce que Jesús le repetía constantemente en sus momentos de desaliento, colmándole de inmensa alegría las palabras: “ne craignes rien”, “Je regnairé malgré mes ennemis”, palabras que están grabadas en mármol al pie de su sepulcro en la capilla de las apariciones de Paray­le-Monial.

Temieron algunos que este claro designio de Jesucristo de reinar en la sociedad humana por su Corazón pudiera ser mal entendido en sentido que, sin precisar, llamaban milenarista, y para evitarlo, optaron por interpretar que el anuncio de su reinado no debía entenderse literalmente como social en la tierra, sino que había que referirlo al cielo donde Cristo reinará con todos los bienaventurados por los siglos de los siglos, pues reinar en este mundo resultaba de impensable realización en las coorde­nadas políticas y religiosas de nuestro mundo moderno.

¿Cabía vislumbrar otro designio o finalidad a la devoción revelada en Paray distinta de la de su reinado social en el mundo por el triunfo de su divino Corazón? Sí, pero para ello había que sustituir el sentido literal y propio de los textos por otro traslativo y figurado, y relativizar su alcance, limitando su lugar y tiempo en función de la situación concreta y para la circunstancia del momento pasado en que se produjeron, sin proyectarlos a los nuestros. Comenzó a extenderse la idea de que la devoción al Corazón de Jesús tiene sólo una dimensión individual, y que su fin fue un providencial antídoto a la herejía jansenista que amenazaba infiltrarse en la Iglesia en los tiempos de las revelaciones de Paray-le-Monial para alejar a los hombres del amor de Dios.

¿Reveló Dios el misterio del Corazón de su divino Hijo para contrarrestar la herejía jansenista?

3Abadía de Port Royal
La tesis de estos críticos historiadores eclesiásticos sería: como sea que en el siglo XVII, época en que fue revelada la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, se extendía en la Iglesia el peligro de la herejía jansenista que presentaba a un Dios más juez a quien temer que Padre al que amar, la revelación de esta devoción fue el eficaz medio dispensado por la Providencia para contrarrestar tan grave peligro; no recatándose algunos en reconocer como, gracias a la nueva devoción, la herejía quedó reducida a mínimos. Se sustituía así la ocasión por su causa, y la devoción al Corazón de Jesús quedaba circunscrita a puntual antídoto al progreso de una herejía superada, y hoy felizmente inoperante.

Si se admite tal planteamiento, se impone una obligada conclusión: desaparecido el peligro jansenista, gracias a la nueva devoción, introduci­da en la Iglesia y admitida ya por todos su consoladora doctrina de que Dios es amoroso y misericordioso, carece de sentido mantener la devoción al Corazón de Jesús como devoción preceptiva, por lo que procedería relegarla al archivo de lo opcional, como una más de las venerables y obsoletas devociones que practicaron tan entrañablemente nuestros piadosos antepasados. Breve: la devoción al Corazón de Jesús, cumplida su misión, debe relegarse al baúl de los piadosos recuerdos agradecidos.

Dios es el Señor de la historia que la conduce al fin que su eterna Sabiduría ha dispuesto en su designio redentor, contando para ello con la libre cooperación u oposición de los hombres, pero modernos historiadores eclesiásticos prefieren explicar los acontecimientos determinándolos, o al menos condicionándolos necesariamente sólo a las circunstancias políticas, religiosas, sociales y económicas de su tiempo. Así ven en el jansenismo la causa y razón de la aparición en el siglo XVII de la devoción al Corazón de Jesús. Esta justificación nos parece inexacta, reductiva y desorientadora respecto a los designios de la Providencia redentora al revelarnos en un momento de la historia humana parte del insondable e inefable misterio que encierra la devoción al Corazón de Jesús y, en definitiva, desconocedora de su genuina esencia.

¿Combatían los jansenistas la devoción al Corazón de Jesús por jesuítica?

Varias son las razones que alegan los que atribuyen a la devoción al Corazón de Jesús una finalidad antijansenista. La primera es la acerba y continua oposición con que esta secta desde sus inicios combatió a la naciente devoción. Llama ciertamente la atención el hecho de que poco después de conocerse la noticia de las supuestas revelaciones de Jesús a una religiosa en Borgoña, sabios y orgullosos jansenistas, enfrascados en disquisiciones sobre la gracia suficiente, y elevados a las cumbres de la contemplación del «puro amor», no sólo se ocuparan al punto de ella, sino decidieran enfrentársele de inmediato públicamente. Sorprende tan denodado afán por combatir para ellos tan ruin y despreciable como las enfermizas visiones de una joven monja sobre un tema que tachaban de grosero y carnal, y por el que despectivamente calificaban a sus seguidores de cordícolas. ¿Por qué tan ilustrados jansenistas bajaron de sus alturas a combatir en la arena a estas humildes y casi desconocidas revelaciones?


De la conocida animadversión de Jansenio contra los jesuitas deducen algunos que este desaforado ataque no se debía a que dieran mayor importancia devoción al Corazón de Jesús en sí misma, sino que la tenían por devoción jesuítica y la veían como instrumento creado por su enemiga la Compañía de Jesús con el que recuperar su cuestionado prestigio y, teniéndola por tan poca cosa, creían haber hallado en ella un flanco débil por el que atacar a sus jurados enemigos. Tal explicación no cuadra con la historia.


Los sabios jansenistas de esta época en Francia conocían perfectamente que la Compañía de Jesús como tal, y en especial sus superiores, tanto en Lyon o en París y Roma, no sólo no eran entonces partidarios de la nueva devoción, sino más bien la frenaban y desaconsejaban en actitud de prudente reserva. Sólo un grupo de «verdaderos amigos del Corazón de Jesús», que habían conocido la devoción de sor Margarita María, como el padre Croiset, o Claudio la Colombière, como el padre Galliffet y sus jóvenes alumnos en Lyon, eran por entonces los infatigables y entusiastas apóstoles jesuitas de la devoción. Pero, por mucho que fuera el celo en pro de las revelaciones de este grupúsculo de jóvenes jesuitas, controlados en su entusiasmo por sus superiores, su limitado proselitismo no debía suscitar la atención ni concitar los públicos ataques de tan ilus­trados detractores.

Pero el hecho innegable e inexplicable es que todo el jansenismo concitó sin cesar sus más virulentos ataques contra el Corazón de Jesús, tanto en un principio cuando era prácticamente desconocida, como a lo largo del siglo XVIII, cuando la devoción se fue difundiendo y llegó a ser aprobada por la Iglesia.

De no hallarse para esta conducta razones de orden natural, y partiendo de la raíz calvinista del jansenismo, raíz madre de la moderna Revolución, algunos, con el venerable obispo Torras y Bages apuntan razones de otro orden: «La Revolución fue su enemiga declarada, porque un poderoso instinto le hacía comprender que  la devoción al Corazón de Jesús era la que debía acabar con ella».

Caída política, condena religiosa y ocaso del jansenismo

La moderna devoción al Corazón de Jesús fue revelada a santa Margarita María en la Borgoña francesa de finales del siglo XVII, en pleno esplendor de la corte del Rey Sol Luís XIV, época y contexto en que el jansenismo tenía notable influencia en determinadas élites aristocráticas religiosas, culturales y políticas. De tal coincidencia temporal han querido deducir algunos una inexistente relación de causalidad.

Como dice Torras y Bages, «todos los errores y herejías, cuando no han podido alucinar la razón católica en la mentira torpemente manifestada, han tomado un disfraz católico». Así el jansenismo, versión atenuada del calvinismo, se presentó disimulando las estridencias de éste en un intento de penetrar en ambientes católicos. En Francia la secta  jansenista, aliada con el galicanismo cortesano, siempre opuesto a Roma, estaba reducida a influyentes y discretos círculos aristocráticos, sin que sus miembros, celosos de haber sido escogidos, sintieran afanes de proselitismo entre los no predestinados. En el ámbito religioso la herejía jansenista se afirmaba en ciertos seminarios y en señalados monasterios regidos por prioras de familias ilustradas. Logró conformar un ambiente moral rigorista, pero de ahí no pasó. El fiel y sencillo pueblo cristiano no entendía las abstractas sutilezas de los teólogos jansenistas, ni le atraían sus duras doctrinas, por lo que nunca fue jansenista, sino entregado seguidor de misioneros populares de su tiempo como san Luís María Grignion de Montfort, que con sus canciones transmitía su confianza en el triunfo del Reino de Cristo traído por la Virgen María, y que habría de venir mediante la consagración a su Sagrado Corazón.

Luís XIV no quiso que secuelas calvinistas tomaran incremento en su reino, y por los motivos de unidad política y afirmación de su poder absoluto por los que había derogado en 1685 el Edicto de Nantes y sometido el poderío de los hugonotes franceses, decidió acabar con la aristocrática influencia jansenista. Expeditivamente ordenó arrasar hasta sus cimientos su emblemática abadía de Port-Royal, sembrar de sal sus campos, dispersar a sus orgullosas religiosas, y desterrar lejos de la corte a sus refinados mentores.

El jansenismo como herejía había sido formal y definitivamente condenado por la Iglesia en 1713 mediante la bula Unigenitus del papa Clemente XI, y al ser extinguido políticamente en Francia por real orden, se fue difuminando paulatinamente, quedando, tras la muerte de Luís XIV, enquistado durante algún tiempo como secta residual bajo el amparo del cardenal De Noailles y sus contados obispos apelantes. Trasvasado el jansenismo político en Francia a otros partidos, y deshecho como herejía formal, sus tesis fundamentales casi desaparecieron, aunque su maléfico espíritu se refugió en el rigorismo, y se mantuvo presente en la administración de los sacramentos y en la enseñanza de la teología moral aún largo tiempo en ciertos ambientes de la Iglesia hasta el siglo XIX, aunque batiéndose siempre en retirada y sin peligro de grave recaída.

No existe tal finalidad antijansenista ni en los escritos de santa Margarita María ni en los procesos de su beatificación y canonización

Tras este breve excurso sobre la historia e influencia de la secta jansenista, retomamos la pregunta inicial: ¿nació el culto al Corazón de Jesús contra el jansenismo? El padre Hilario Marín, S J prestigioso especialista sobre la devoción, nos da precisa y fundada respuesta, que prueba en tres hechos: el primero es el de que la afirmación o la mera insinuación de que la devoción al Corazón de Jesús sea un instrumento dispuesto por la Providencia de Dios contra el jansenismo es desco­nocida, tanto en los escritos autobiográficos, como en las cartas de santa Margarita María, en los que no menciona ni asa sola vez el jansenismo, sino que en ellos se manifiesta el inmenso amor de Jesús a los hombres y los ardientes deseos de que se le corresponda y se le dé reparación por la mala correspondencia a Él lo cual vale para todos los tiempos.

El segundo es que no existe ni mención de tal final antijansenista en los procesos de beatificación y canonización de santa Margarita María. Tampoco se mienta el jansenismo en el memorial de los obispos de Polonia que pidió la fiesta del Corazón de Jesús, ni a la concesión particular de la misma y de su culto por Clemente XIII el 6 de febrero de 1765, ni a la extensión universal de su fiesta por Pío IX a toda la Iglesia el 23 de agosto de 1856, ni en los documentos de 24 de abril, 24 de junio y 19 de agosto de 1864 de beatificación de santa Margarita María, ni en la bula de su canonización de 13 de mayo de 1920, en que Benedicto XV termina con estas palabras expresivas de su finalidad reparadora: «Conviene que nos gocemos de que Dios... escogiera a su sierva Margarita María para establecer la nueva devoción al Corazón de nuestro divino Salvador. Desde dicha manifestación hasta el presente siempre ha ido en aumento el número de los que procuraron subsanar la ingratísima deserción de los hombres».

El tercer hecho es el de que los trascendentes documentos posteriores a la instauración de la fiesta del Corazón de Jesús como universal en la Iglesia por Pío IX, Annum Sacrum, de León XIII, Quas Primas y Miserentissimus Redemptor, de Pío XI, y Haurietis aquas, de Pío XII, presentan el culto al Corazón de Jesús, no como destinado al siglo XVI, sino como de actualidad actualísima, adaptado perfectamente a la naturaleza misma de la Iglesia y sumamente apto para remediar los males que ahora nos oprimen. Tras estas afirmaciones el padre Marín concluye: «Ciertamente estas apariciones vinieron en tiempo muy oportuno: cuando se enfriaba la caridad cristiana, mas no se puede probar que precisamente viniesen a remediar pura y exclusivamente los malos frutos de la herejía jansenista... por lo que no se puede decir que, desaparecida ésta, haya de desaparecer la devoción al Corazón de Jesús, o que deje de ser de actualidad».

El jansenismo no fue motivo ni la causa directa de la revelación de la devoción al Corazón de Jesús; el motivo y la causa los anunciaba la autorizada voz del papa Pío XI en su encíclica Miserentissimus Redemptor:

«Puesto que en los pasados tiempos, y más aún en los nuestros, por intrigas de los impíos se ha llegado a rehusar el imperio de Cristo Señor nuestro, y a mover oficialmente guerra a la Iglesia, dando leyes y promoviendo plebiscitos contrarios al derecho divino y natural, y aun celebrando asambleas de los que clamaban “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Le 19,14); de la consagración que hemos dicho, brotaba con ímpetu de todos los devotos del santísimo Corazón una sola frase, que se les oponía vehementísimamente para vengar su gloria y afirmar sus derechos: "Es menester que Cristo reine (I Cor 15,25); Venga a nosotros tu reino", y ratificando lo dicho por su predecesor León XIII... "Hoy se presenta a nuestros ojos... el Corazón sacratísimo de Jesús, con la cruz sobrepuesta, brillando entre llamas con vivísimo resplandor. En Él se han de colocar todas las esperanzas, a Él hay que pedir y de Él hay que esperar la salvación de los hombres"».