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Historia del amor políticamente prohibido de una abertzale casada con un guardia civil en Pamplona

DIARIO DE NAVARRA. IVÁN BENÍTEZ . PAMPLONA Sábado, 13 de febrero de 2010

No queremos dar nuestros nombres porque tenemos miedo a represalias. Me niego a mirar todos los días debajo del coche y comprobar si nos han puesto una bomba. Mi marido me dice que lo debo hacer por nuestro hijo. Yo me resisto. Lo que queremos con esta historia es que la gente se dé cuenta de que le puede ocurrir a cualquiera". Maite es una mujer de 30 años, de ideología abertzale, independentista vasca y casada con un guardia civil desde hace unos meses.

Una mujer que, con tan solo 17 años participaba en las manifestaciones en favor del acercamiento de los presos de ETA y vociferaba contra la Guardia Civil. " Yo era de las que gritaba: ¡Pikoletos kanpora! No los podía ni ver. Los veía como una fuerza de ocupación, opresora, que venía aquí para putearnos", expresa.

Hoy, sin embargo, la vida le ha cambiado radicalmente. "Donde antes veía uniformes he descubierto a personas con problemas, sentimientos. Sin embargo, por sentir de esta manera ha desaparecido una parte de mi vida". Maite piensa seriamente en dejar su tierra. Una decisión que medita cada noche antes de acostarse. En realidad lo hace cada segundo del día. No puede más. "Tenemos problemas con algunas personas del entorno abertzale que no aceptan la relación con mi marido. Me acusan de traidora. Y, en realidad, son ellos los que no se atreven a dar la cara. Me gustaría que mi hijo creciera y estudiara en la misma Ikastola donde yo lo hice, pero me da miedo su seguridad", reitera. "Aunque nos vayamos de Navarra, él conocerá sus raíces. Yo me encargaré... Hablará euskera".

Maite revuelve el poso de un café que bebe a sorbos cortos. Sonríe de impotencia. El único delito que ha cometido es, sencillamente, enamorarse, casarse y dar a luz a un bebé con un guardia civil. Un joven de 34 años, andaluz, que nació y creció en el seno de una familia humilde de trabajadores, sin tradición militar. En un pequeño pueblo donde muchos jóvenes se encuentran en el paro, sin más opciones laborales. Y este fue, en parte, uno de los motivos por el que Javier decidió ser guardia civil. "Es un empleo fijo de ocho horas", comenta al otro lado del teléfono. Está fuera de Navarra haciendo un curso.

Maite y Javier se conocieron hace tres años pero fue hace un año y medio cuando dieron el paso. Mejor dicho, lo dio ella. "Sí", ríe, "él no lo sabía. Yo trabajo en una cafetería. Solía venir con otro amigo a desayunar. Eran como Zipi y Zape. Mientras su amigo era divertido, Javier era todo lo contrario, excesivamente serio. Y eso me atrajo. Le veía casi todos los días. Durante estos dos años sólo lo supo un amigo que me animó a dar el paso. Nunca me arrepentiré. Lo volvería a hacer. Yo sabía que era guardia civil. Era consciente de que debía evitarle. Me he criado en un ambiente abertzale. En casa, mis padres nunca nos han dicho cómo pensar. Es la calle la que te absorbe. Nunca hubiese pensado que me enamoraría de un guardia civil. Tengo una amiga que le pasó lo mismo, antes que a mí, y reaccioné con ella como ahora lo están haciendo conmigo. Nos puede suceder a cualquiera".

Barrios prohibidos

Tras dos años de espera, Maite se lanzó. Sucedió el 11 de julio de 2008. No aguantó más. Le contó su secreto a María, una compañera de trabajo que, astutamente, dio el teléfono de su amiga a Javier, sin que Maite lo supiese. Javier pensaba que ese número pertenecía a María. Toda una encrucijada que tomó forma la tarde del 11 de julio cuando Maite recibió un mensaje inesperado. Era de él. Decía así: "Quedamos esta noche pero dile a la pelirroja que se venga". La pelirroja era Maite, la misma que estaba leyendo el mensaje. Le respondió inmediatamente. No se lo podía creer. Quedaron esa misma noche.

Este cruce de mensajes derivó en una larga jornada de fiesta y en una conversación que se sellaría con fuego desde el primer instante. "No quiero que esto sea un rollo de una noche. Soy muy directa. Le advertí de que íbamos a tener muchos problemas. Javier no lo entendía. Me vacilaba. ¿Por qué?, se preguntaba. Le entraba la risa. Le parecía increíble que me pudiesen dar la espalda por mi forma de pensar". Y así fue.

Tres meses después, Maite se quedó embarazada y se casaron por lo civil. Les casó un concejal independentista. La ceremonia se celebró en castellano y euskera. A los padres de Maite les costó asimilar la relación, "es normal", declara, "pero en seguida le cogieron cariño. Es muy buena persona", subraya. "Sus padres son encantadores", acentúa su marido.

A Maite le entristece la indiferencia de algunos amigos y familiares directos. "Es muy buena persona pero es picoleto", me dicen. "No me dan cara", reitera, "es lo que más me duele. Éramos uña y carne. No se dan cuenta de que el tiempo pasa y las relaciones se enfrían". Las primeras navidades las disfrutaron solos. "También hay mucha gente que nos ha apoyado", recalca.

"Javier ya está aprendiendo euskera", declara orgullosa. "Ha empezado por los números. Se le atragantan pero lo intenta. Nos encanta ir al Casco Viejo de Pamplona y practicar mientras tomamos el vermú. Hay zonas a las que no puedo ir por miedo. Me llaman traidora. No me quiero enfrentar a ellos. Me conozco. Soy muy impulsiva. La política es una mierda. Todo es mentira. Javier es apolítico. Él no da importancia. Dice que hay problemas más importantes por los que preocuparse".

Cuando se le pide que congele su historia -esta historia- en una fotografía, no duda en pulsar el botón de la memoria y recuperar la imagen del rostro de su marido en el paritorio, en el momento en que nacía su hijo. "Mis ojos no dejaban de observarle. Nadie había apostado por nuestra relación...".

El verde, el blanco, el rojo y el negro constituirían los colores de aquel recuerdo. "El rojo y blanco de los Sanfermines, el día que le conocí; el verde de sus camisas, nunca pensé que plancharía la camisa de un guardia civil; el blanco de mi hijo, al nacer; el negro de un futuro incierto en mi tierra. Tengo que tomar una determinación y no lo veo muy claro". En realidad, el negro es su color. De hecho, siempre ha vestido de negro, desde los 16 años. Su pasión por la música heavy ha influido en su estilo. "Mi canción favorita es Is this lovedel grupo Whitesnake, me encanta su letra", señala. Una letra que continúa así: Is this love what I m feeling.

Antes de casarse con Javier tuvo un novio con la misma ideología independentista que ella. No le trató bien y lo dejaron. Su forma de pensar se fue suavizando y abriendo como una naranja. Comprendió que "a las personas no se les puede juzgar ni amenazar por sus ideas políticas". Maite hace un descanso para telefonear a su ama. Mientras habla con ella muestra la fotografía de su hijo vestido de casero. "A Javier le encanta enseñar estas fotos a sus compañeros. Ellos flipan, claro". Es la otra cara de la misma moneda. "Los primeros días que andábamos juntos", cuenta Javier, "memoricé el número de la matrícula del coche de Maite y se lo envié a un compañero guardia civil para que comprobaran que no estaba fichada. Por suerte no lo estaba".

En casa de los padres de Javier todo fue más tranquilo. Lo que a ellos les chocó no fue su origen vasco sino que fumara y bebiese. "Era la primera vez que presentaba a una chica en casa. Mi padre es un hombre trabajador, humilde, educado a la antigua usanza. No le llamó la atención que fuese vasca, él estuvo trabajando varios años en una fábrica de tornillos en Guernica. Lo que le chocó es que fumase y bebiese". Interviene Maite: "Ese día, por los nervios, me agarré una borrachera de las buenas...". Javier ríe al otro lado del teléfono. De repente, se hace un silencio... "Aún no hemos decidido nada. Sin embargo, nos da miedo que nuestro hijo crezca y tenga en un futuro problemas porque su padre es guardia civil. Si sale una vacante fuera de Navarra quizá...", corta la frase. De nuevo silencio. Maite cierra los ojos.

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